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El crecimiento cristiano se logra día a día

¿Qué sintió? Frustración. Rabia. Impotencia. Cerró el puño, dio un golpe seco contra el escritorio, miró el teléfono por el que minutos antes se había comunicado con su hermano mayor, y suspiró. Hubiera deseado no sostener esa conversación. Tampoco la discusión que siguió al diálogo inicial. Eso fue lo que le hizo sentir mal. Pensaba que era un mal cristiano. Meditó por segundos que su testimonio era el de un fracasado.

--Sin duda la vida práctica de todos puede ser mejor que la mía—razonó.

Todo alrededor seguía igual. Lima a esa hora de la mañana estaba agitada. Más que nunca, a juzgar por el ruido ensordecedor de los vehículos en la avenida. Los murmullos de los transeúntes acrecentaban el agite. El sol brillaba con intensidad. Pero pensaba que era su peor día.

Las cosas no iban bien. Por el contrario, suponía que de mal en peor. Una discusión con su esposa, un cruce de palabras bastante molesto con un compañero de trabajo, y una ira contenida que quiso desfogar con alguien a quien tropezó camino de la oficina. Estaba a punto de estallar. No soportaba la presión. Y lo que más angustia le despertaba era que se trataba de un cristiano.

Consideraba admisible una conducta depresiva y una sensación de fracaso en quienes no conocían a Jesucristo, pero no la justificaba en su propia existencia. “Los cristianos no podemos estar tristes” se repetía mientras iba por un vaso con agua.

Esa tarde no salió rumbo a la iglesia. No sentía ganas. Todo le parecía un engaño, como un montaje teatral en el que todos participan con una máscara y fingen estados de ánimo que no comparten en realidad. Llegó callado, se reclinó en un sofá, y con una sensación de enfado se perdió en la trama de una película que transmitían en la televisión.

¿Le ha ocurrido igual?

Pregúntese cuántas veces ha experimentado una situación como la del relato. Las circunstancias varían, pero la sensación es la misma. Es probable incluso que está decidido a renunciar a su vida cristiana. Considera que no vale la pena seguir adelante. Pero está equivocado. Nada determina, en ningún lado, que un creyente no atraviese períodos de crisis.

¿Las razones? Nuestra condición de seguidores de Jesucristo no nos exime de fallar. Por el contrario, es previsible que incurramos en errores dentro del proceso de crecimiento espiritual y personal.

No podemos sujetarnos a los esquemas

Un cristiano estaba en la orilla de un río caudaloso. Los fuertes aguaceros provocaron una avenida torrencial. Las aguas rugían mientras arrastraban todo cuanto hallaban a su paso. Un conocido expresó su extrañeza. “Yo tenía claro que un creyente jamás le teme a nada”, argumentó al verle inquieto.

Pero estaba en un error. Él, al igual que muchos, ponen sobre la frente de un cristiano el rótulo de “perfecto”. Y con esa palabra descartan siquiera que se pueda errar. Sencillamente no lo admiten.

Este hecho me lleva a recordar a un hombre justo que describe la Biblia. Se trata de Job. Pese a su fidelidad a Dios, en algún momento afrontó una situación difícil. Perdió a su familia, sus propiedades e incluso, la buena salud. Inmerso en ese duro trance, le visitaron tres amigos: Elifaz, Bildad y Zofar. Venían a expresarle solidaridad, y de paso a infundirle ánimo. Pero el saludo fue peor que una mala noticia.

Elifaz le dijo: “Tal vez no puedas aguantar que alguien se atreva a decirte algo, pero ¿quién podría contener las palabras? Tú, que impartías instrucción a las multitudes y fortalecías las manos decaídas; tú, que con tus palabras sostenías a los que tropezaban y fortalecías las rodillas que flaqueaban; ¡ahora que afrontas las calamidades, no las resistes!” (Job 4:1-5).

¿Por qué razón Job no podía estar triste? ¿Acaso experimentar una depresión le restaba méritos a su condición de creyente fiel a Dios? ¿En qué registro Escritural decía que, a pesar de su rectitud delante del Señor no podía sentirse desanimado o quizá pensar que no valía la pena seguir adelante?

Es probable que usted esté pasando por una situación similar. Permítame decirle que el peor sendero que podría tomar, sería el de volver atrás. Jamás siquiera piense en eso. Usted y yo hemos profesado fe en el Señor Jesús y sabemos que nuestra fortaleza proviene de Él, cuando las circunstancias se ponen difíciles. No se deje condicionar por los paradigmas de quienes le rodean, quienes consideran que ser cristiano es sinónimo de perfección en todos los órdenes.

El mundo espera que demostremos la fe

En algo que quizá fallamos con frecuencia. Es en volver la espalda a Dios cuando las tormentas arrecian en nuestra existencia. Si en algo es necesario que haya convencimiento, es en el hecho de que hemos creído en un Dios que todo lo puede, en un Dios de milagros.

En parte tenía razón el amigo cuando le dijo a Job: “¿No deberías confiar en que temas a Dios y en que tu conducta es intachable?” (versículo 6).

Cuando las tormentas son más difíciles, es cuando más debemos asirnos de la mano del Señor Jesucristo. Él es nuestra tabla de salvación cuando naufragamos en el mar de las dificultades.

No todas las crisis obedecen al pecado

Es previsible que las personas que nos rodean, e incluso hermanos en la fe de nuestras congregaciones, asocien una crisis personal con el pecado. En ese aspecto se asemejan a Elifaz cuando le dijo a Job “Ponte a pensar ¿Quién que sea inocente ha perecido? ¿Cuándo se ha destruido a la gente íntegra? La experiencia me ha enseñado que los que siembran maldad cosechan desventura” (versículos 7 y 8).

¡Otro gran error!. No siempre los problemas son el producto de la maldad o el pecado en que incurrimos. Hay hechos circunstanciales que llegan a nuestra vida y son pruebas, tras las cuales nos fortalecemos como cristianos y como personas.

Lo más fácil es juzgar. Señalar. Decirle a alguien que está en serias dificultades por su propia culpa. En adelante es una actitud de la que debe cuidarse. No debemos ni tenemos prerrogativas para extender un señalamiento a alguien. Y usted, en particular, no se deje condicionar por el qué dirán ni lo que han dicho.

--No quiero volver a la congregación. Caí en pecado y aunque estoy arrepentido y con ganas de caminar de nuevo con el Señor Jesús, me hacen sentir mal quienes me miran y murmuran. No creo que sea conveniente congregarme—me confesó alguna vez un creyente que cayó en inmoralidad sexual.

Prestar oídos a los demás, le estaba cerrando las puertas del reino del cielo. Es algo en lo que no debemos caer.

Es hora de reemprender el camino

Si usted es un cristiano en crisis, le animo a no dejarse vencer por las adversidades. Es hora de revisar dónde estuvo la falla, volver la mirada a Jesucristo y reemprender el camino. Esa es la actitud de un vencedor. Jamás olvide que como cristianos, crecemos cada día. Es un proceso. Y estamos llamados a vencer.

Tal vez le falta algo

No puedo concluir sin invitarle a tomar la decisión más importante de su vida. Quizá no lo ha hecho. Es aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador personal. Hacerlo es fácil. Basta repetir conmigo esta oración, incluso frente a su computador. Diga: “Señor Jesús, reconozco mis pecados y la imposibilidad de cambiar por mis propias fuerzas. Te pido que entres en mi corazón y hagas de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”.

Si repitió conmigo la oración, le felicito. Ahora siguen tres sugerencias. La primera, que asuma el hábito de hablar cada día con Dios mediante la oración. La segunda, que lea la voluntad divina en la Palabra, es decir, en la Biblia. Y la tercera, que comience a congregarse en una iglesia cristiana.

Autor: Fernando Alexis Jiménez

Página en Internet http://www.heraldosdelapalabra.com y MEDITACIONES DIARIAS en http://www.adorador.com/meditaciones