Imprimir esta página

Fieles a Jesucristo hasta las últimas consecuencias

Los hombres armados que llegaron a la humilde vivienda --en el norte de Sudán--, jamás identificaron quiénes eran o por qué lo hacían, pero el rapto por la fuerza de sus tres ocupantes, reveló sin temores a equívocos que el mayor delito que cometieron aquellos campesinos fue profesar una fe indeclinable en Jesucristo.

 
No hubo tiempo de reclamos ni para pedir ayuda. Nadie vendría en su socorro. Por eso los condujeron a rastras detrás del camión que unas veces aceleraba y otras, disminuía la marcha, mientras las víctimas corrían para no caer en medio de las piedras que poblaban el estrecho sendero, agravando las heridas que sangraban en sus pies y manos.

Por esa misma condición de impunidad, perdidos en la inmensidad de una África donde priman enfrentamientos tribales y religiosos, a nadie le sorprendió que sus cuerpos aparecieran, tres días después, en un recodo del camino. Los golpearon hasta hacerles perder el conocimiento una y otra vez, para, al final de la jornada quitarles la vida.

Su deceso no mereció titulares en los diarios ni tampoco la mención de la única emisora de radio que funciona en aquella provincia. Murieron como mártires. A nadie le importó. Pero Dios conoce su sacrificio... y la fidelidad que observaron hasta la muerte...

Una larga historia de persecución

El martirio y las persecuciones a los cristianos no son nada nuevo. Siempre han existido. Su momento cumbre ocurrió en el año 64, después de Cristo. A los creyentes se les arrojaba a los leones o quizá, se les inflingían cortadas profundas para provocar que sangraran hasta morir. Fue una época muy dura. Sin embargo, aquellos pioneros del cristianismo no renunciaron a sus convicciones de fe.

Una noche especialmente cruel, tuvo lugar ese mismo año. Dos mil hombres y mujeres fieles a Jesucristo fueron atados a maderos, cubiertos con sedas untadas de brea y, posteriormente, les prendieron fuego. La trágica escena se vivió en los predios de lo que hoy se conoce como Ciudad del Vaticano.

En una posición diferente

El apóstol Pablo escribió hace muchos siglos una carta de suma importancia. La dirigió a los creyentes que residían en Roma. Por aquél tiempo, eran víctimas de persecución. El les dijo: “En consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. También por medio de él, y mediante la fe, tenemos acceso a esta gracia en la cual nos mantenemos firmes. Así que nos regocijamos en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios.”(Romanos 5;1,2. Nueva Versión Internacional).

Al comenzar este aspecto especial y de suma importancia, el misionero por excelencia plantea, de un lado, que al aceptar a Jesús como Señor y Salvador recibimos el perdón de nuestros pecados. Cualesquiera que fueren. El ayer queda sepultado. Se abre un nuevo camino. Una oportunidad para todos aquellos que tienen fe. De otra parte, señala que tenemos paz con Dios y, por tanto veremos Su gloria. Esa, sin duda, es una posición de privilegio que marca la diferencia entre el hoy que vivimos y el pasado, donde el pecado nos acusaba.

Preparados para las dificultades

En tiempos de inseguridad como el nuestro, no solo en Colombia sino en cualquier país del mundo, toman fuerza los seguros de vida. Son pólizas que se cancelan mediante cómodas cuotas y que permiten dar solidez financiera a quienes queden, en caso de morir la persona amparada.

Igual, muchas personas creen que al aceptar a Jesucristo, adquirieron un seguro contra los problemas. Están equivocados. Los tropiezos siempre vendrán. Son algo inevitable. La diferencia estriba en que ahora tenemos a Jesucristo como nuestro divino ayudador.

¿Qué hacer entonces? Asumir un cambio de actitud frente a los momentos malos, las dificultades, las persecuciones y los períodos de tribulación que nos golpean. Pablo, al proseguir su carta a los Romanos, precisa que “Y no sólo en esto, sino también en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. “(Romanos 5: 3, 4. Nueva Versión Internacional).

¿Pudo apreciar todo el alcance del texto? Nos enseña que, cuando en medio de las circunstancias adversas nos aferramos a Dios, alcanzamos la firmeza para vencer y aún así, no sucumbimos ni apostatamos de nuestra esperanza en el Señor.

Es un proceso. Los sufrimientos asumidos con fe en Aquél que todo lo puede, nos afianzan en la perseverancia y esa perseverancia trae firmeza, es decir entereza de carácter, que es el que requerimos para ser fuertes.

El asunto debe llevarnos a un interrogante ¿Cómo asume usted los períodos de persecución o dificultades?

Una base para resistir: el amor de Dios

Si la fortaleza de Dios no está en nuestras vidas, renunciamos fácilmente. ¿Qué produce esa fortaleza? Amor. ¿Cuándo comienza? Cuando el Espíritu Santo mora en nosotros. A ese aspecto de trascendencia se refería el apóstol Pablo cuando escribe: “Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado.”(Romanos 5:5. Nueva Versión Internacional).

Es fácil volver atrás de nuestro andar cristiano cuando no existen fundamentos sólidos. Pero si Dios vive en nuestro ser por su Santo Espíritu, las cosas serán a otro precio. Permaneceremos firmes, afincados en El.

Así vengan tormentas sobre su vida; enfrente cuestionamientos por su condición de creyente o tal vez considere que no puede más, es hora de afirmarnos en Dios. Buscar Sus fuerzas. Esa actitud es la que marca la diferencia en un verdadero seguidor del Señor Jesús. Dispuestos a avanzar, sin mirar que arrecian las tormentas.

Es probable que todavía le falte...

Es probable que todavía no tenga al Señor Jesucristo en su corazón. Siente un enorme vacío. Le falta algo. ¿Desea abrirle su corazón? Es hora de cambiar. Recibirle en nosotros es fácil. Basta con decirle, en una sencilla oración: “Señor Jesús, te pido que entres en mi corazón. Transfórmame. Gracias por perdonar mis pecados. Haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”

Si tomó esta decisión, le felicito. Es el mejor paso que pueda dar un ser humano. Ahora, le restan tres cosas. La primera, hacer del diálogo con Dios –mediante la oración—un principio de vida. Ojalá, a diario. La segunda, busque Su voluntad en la Biblia. Es aconsejable empezar a leer unos cuantos versículos diariamente. La tercera, comience a congregarse en una iglesia cristiana próxima al lugar donde reside. ¡Su vida no será la misma!.

Autor: Fernando Alexis Jiménez

Website http://www.heraldosdelapalabra.com y meditaciones diarias en http://www.adorador.com/meditaciones