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Conforme al modelo

¿En qué libro del Nuevo Testamento encontramos el mejor modelo de lo que es un ministerio apostólico normal y una iglesia normal? No es en Romanos, Corintios ni Efesios, que son con sideradas las grandes epístolas, sino en 1ª Tesalonicenses, que apenas ocupa unas pocas páginas en la Biblia.

El ministerio que los apóstoles desarrollaron en Tesalónica es ejemplar, y la iglesia en esa localidad muestra una maravillosa

normalidad, expresa da en el amor y en la predicación del evangelio. Su fe, esperanza y amor son profusamente alabados por el apóstol Pablo.

Nosotros vivimos hoy en días de mucho deterioro, en que predominan los modelos humanos. Por eso, nos conviene mirar lo perfecto para se r promovidos a esa perfección.

Así como hubo un modelo de Dios para el tabernáculo en el desierto, también hay un modelo de Dios para su obra en esta dispensación. Y los trazos más perfectos de ese modelo, los podemos hallar en esta maravillosa epístola.

Las Citas bíblicas corresponden a la versión Reina - Valera 1960. 1ª Edición 1998. Temuco, Chile. ISBN: 956 - 288 - 020 - 6.

CONTENIDO

Introducción

El signo de lo perfecto

PRIMERA PARTE:

“Un ministerio apostólico normal”

1. La capacitación de un apóstol 2. La p redicación de un apóstol 3. La conducta de un apóstol

SEGUNDA PARTE:

“Una iglesia normal”

1. La ejemplaridad de Tesalónica. 2. La clave del crecimiento.

TERCERA PARTE:

“La Segunda Venida del Señor”

  1. Juicio y consagración

  2. Corazones firmes, puros y santos 3. Espíritu , alma y cuerpo

4. La salvación del alma 5. El amor fraternal

El inminente regreso (Apéndice)

PRESENTACIÓN

“Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte” (Hebreos 8:5b). Moisés no tuvo más alternativa que obedecer al Señor, y fue confirmada su obra. Pedro cometió la peor torpeza al aconsejar al Señor, y recibió la más severa reprensión (Mateo 16:22 - 23). Convengamos, entonces, que son bienaventurados los siervos que, llamados al santo ministerio, se ajustan al “modelo del monte”.

Los hermanos que recibimos la palabra en vivo, fuimos grandemente consolados y exhortados por el Espíritu del Señor. Entonces surgió el anhelo de compartir esta bendición con todo el

Cuerpo de Cristo, y damos gracias al Señor por permitirnos cu mplir tal anhelo.

Atribuimos al Señor Jesucristo, nuestra Cabeza, y al Espíritu Santo, nuestro Consolador, la carga que tenemos por ver la Palabra de Dios cumplida en nuestra experiencia práctica. Desde los días

inmediatos a los primeros apóstoles hasta ah ora, hemos vivido tiempos de mucha anormalidad. Que el Señor tenga misericordia de

nosotros, y que podamos esforzarnos en su gracia (2ª Tim.2:1) para realizar las cosas mejores (Heb.6:9), y avanzar en la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús nuestro Señor (Fil.3:8).

Creemos que hoy es un día en que Dios está despertando nuestro espíritu para que tomemos parte en su obra, y para esperar desde los cielos a su Hijo con temor y santidad. Creemos que la

iglesia tendrá oídos para oír lo que el Espíritu Sant o le está comunicando.

“Conforme al Modelo” es una bendición recibida en la intimidad que hoy compartimos con los muchos.

Muchas de estas cosas las estamos viviendo en nuestra realidad como iglesia en la ciudad de Temuco. No presumimos de haberlo alcanzado todo, pero Dios nos es testigo de que hoy luchamos ardientemente por ver esta enseñanza, como todo su consejo en las Sagradas Escrituras, plenamente cumplido entre nosotros.

Que el Señor despierte el espíritu de muchos de sus siervos en todo lugar, para q ue nuestra generación pueda ser testigo de un ministerio normal, de iglesias normales y de un testimonio poderoso

contra las tinieblas de este siglo, y podamos así agradar a Aquél que nos tomó por soldados (2ª Timoteo 2:4), y ser aprobados el día que tenga mos que rendirle cuentas (Mateo 25:21).

¡Señor Jesús, que así sea, para la gloria de tu Santo Nombre! La gracia del Señor sea con todos los hermanos en Cristo Jesús que lean este libro.

Hno. Gonzalo Sepúlveda Herrera Septiembre, 1998, Temuco, Chile

Introducción

Esta es una epístola que en la Biblia ocupa apenas tres páginas; sin embargo, hemos descubierto que, pese a su brevedad, es un testimonio claro y nítido de las cosas cuando eran perfectas.

Esta carta presenta una diferencia muy n otable con respecto a otras escritas por Pablo. Escrita por el año 51, desde la ciudad de Corinto, es la primera de todas las que escribió el apóstol. Siendo así, refleja fielmente cómo eran las cosas al comienzo. Distinto ocurre, por ejemplo, con 2ª a Tim oteo, escrita al final de su carrera, y que muestra un estado de cosas desalentador. 1ª de Tesalonicenses nos

muestra la iglesia y la obra en toda su normalidad. Aquí no hallamos quejas, ni que se tengan que corregir cosas, porque no había nada deficiente. No hay en ninguna otra epístola (ni siquiera en Filipenses, que podría acercarse más), un gozo tan grande y tan profundo del apóstol al ver cómo una iglesia ha alcanzado tal desarrollo y perfección. En ninguna otra carta se advierte una mayor complacencia del apóstol (que es, al mismo tiempo, la complacencia de Dios) por una iglesia local.

Esta carta, a diferencia de las demás, no es un cuerpo de doctrinas, a la manera de Romanos o 1ª de Corintios. Aquí no se

desarrolla una enseñanza respecto a aspectos d e nuestra fe (salvo, brevemente, en lo relativo a la Segunda Venida del Señor), sino más

bien se muestra cómo funciona, en la práctica, un ministerio apostólico y una iglesia local.

Aquí se privilegia la vida por sobre la doctrina.

En los días presentes, de tanto deterioro, en que predominan los modelos humanos, en que campea la mezcla en la cristiandad, en que reina la confusión proveniente de Babilonia, nosotros hemos de mirar lo perfecto para poder ser promovidos a esa perfección. De la contemplación de las cosas perfectas surgirá una oración ferviente a Aquel que es el único que puede volver las cosas al principio. De la misma manera como nosotros, en lo personal, somos transformados,

por el Espíritu Santo, en la imagen del Señor al mirarlo cara a cara, día tras día, así también la iglesia en su conjunto, y los obreros, podrán entrar en las cosas perfectas, en la medida que son capaces, por el Espíritu, de ver las cosas perfectas.

Como hoy vemos en nosotros y a nuestro alrededor mucha anormalidad; como h oy vemos estándares que están por debajo de la medida de Dios, diremos de las cosas que hay en esta epístola, que

son simplemente normales. Porque es normal que las cosas de Dios sean gloriosas. Siendo hechura de un Dios grande y maravilloso, es propio que sean así.

Así pues, tenemos aquí en esta epístola un ministerio apostólico normal (el de Pablo, Silvano y Timoteo), y tenemos una iglesia normal (la que estaba en Tesalónica).

EL SIGNO DE LO PERFECTO

Desde su aspecto formal, esta carta ya nos sugiere el carácter divino, puro y fresco de las cosas de Dios tal como estaban en Su corazón desde el comienzo. Cada palabra, cada frase, cada reiteración

tiene un sentido.

Llama la atención en esta pequeña epístola un hecho que parte como un asunto estilístico, pe ro que va más allá de eso, porque abarca todo su contenido, y que le confiere un sello divino: esta carta

está estructurada enteramente sobre la base de tríadas, es decir, de conjuntos de tres elementos.

En la Escritura, los números tienen una clara simbol ogía; así, por ejemplo, el uno simboliza la unidad de Dios; el dos, la compañía;

el tres, la perfección de Dios, porque Dios es trino.

En efecto, en esta carta la presencia reiterativa del tres significa que está presente la perfección de Dios.

En la cúsp ide de estas tríadas está Dios mismo, que es Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo (5:18 - 19). Luego hallamos al hombre en su estado de plena santificación, porque abarca su espíritu, su alma y

su cuerpo (5:23). (Es de notar que este es el único lugar en la B iblia en que se presenta explícitamente el carácter tripartito del hombre).

Tres son los autores de la epístola, los mismos que llevaron el evangelio a Tesalónica: Pablo, Silvano (o Silas) y Timoteo (1:1). Tres

son sus grandes temas: el ministerio apostóli co, la iglesia local de Tesalónica en su funcionamiento, y la 2ª Venida del Señor. Tres son

las virtudes o gracias, cuyo ejercicio han dado perfección a la iglesia, las cuales se mencionan, a su vez, tres veces (1:3; 3:6; y 5:8). Tres características tiene el comportamiento de los apóstoles entre los

tesalonicenses (2:10). Tres funciones cumplen los apóstoles, a la

manera de un padre, entre los hermanos (2:11 - 12). Tres veces se destaca la conducta de los tesalonicenses como “imitadores” (1:6;

2:14; 4:1). Tr es rasgos definen al apóstol Timoteo (3:2). Tres veces se menciona la venida del Señor (1:10; 3:13; 5:23) aparte de su desarrollo más amplio en los capítulos 4 y 5; tres aspectos se destacan de la forma cómo el Señor descenderá del cielo (4:16). Tres veces se habla de la abundancia (3:12; 4:1; 4:10). Los hermanos de Tesalónica deben reconocer a tres tipos de hermanos en la iglesia (5:12); y atender a tres tipos de necesidades (5:14). Hay tres

imperativos positivos (5:16 - 18), y tres imperativos negativos (5: 19,20,22). Hay tres consejos prácticos sobre asuntos de esta vida

(4:11) y tres encargos finales (5:25 - 27).

Esta abundancia de tríadas no es una casualidad ni una curiosidad del estilo de Pablo: es el sello de la perfección de Dios que nos conviene examin ar. Porque no hay ni una jota ni una tilde de más; no hay una palabra que esté equivocada en la Escritura. Toda Escritura es inspirada.

A continuación revisaremos los tres temas que se desarrollan en

esta epístola, esto es, lo tocante a cómo es un minister io apostólico normal, cómo es la vida de una iglesia normal, y algunos aspectos

relacionados con la Segunda Venida del Señor Jesús. Todo esto en el entendido, como se ha dicho, de que esta carta no es un cuerpo de

doctrina, sino más bien un valioso testimo nio de las cosas que se han señalado, es decir, de cómo desarrollan los apóstoles su ministerio, cómo es la vida de una iglesia normal, y qué aspectos destaca el

Espíritu Santo en relación con la Segunda Venida del Señor.

PRIMERA PARTE

UN MINISTER IO APOSTÓLICO NORMAL

La legitimidad del ministerio de Pablo como apóstol está fuera de toda duda para nosotros hoy. Aun más, Pablo es quien le dio a la fe cristiana y a la iglesia, la impronta y el diseño que tienen. En realidad, sin sus epístolas, el evan gelio del Señor Jesucristo no tendría para nosotros la diafanidad que posee, y la iglesia no sería conocida en su alta dignidad.

El ministerio de Pablo muestra en esta epístola algunos rasgos definitorios que queremos desarrollar. Tenemos aquí algunos ante cedentes que nos permiten vislumbrar cuál fue su capacitación (previa), cuál fue su predicación y sus efectos, y, por último, cuál fue la manera de conducirse de Pablo entre los hermanos de Tesalónica.

Capítulo 1

LA CAPACITACIÓN DE UN APÓSTOL

“... según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio ...” (2:4).

Toda la obra de Dios tiene un comienzo apostólico. Aquí tenemos cuál es la capacitación que recibe un hombre para poder ser apartado, ser enviado, y por lo tanto, ser un apóstol.

“Fuimos aprobados”

Antes de la comisión está la aprobación y antes de la aprobación está la prueba. Dios es el que prueba los corazones (2:4b), para ver cuán obedientes hemos llegado a ser. Antes de confiarnos algo, Dios

probará el corazón, primero, a tra vés de encargos y dificultades pequeñas; luego vienen encargos y dificultades un poco más grandes.

El Señor dice: “Yo soy el que escudriña la mente y el corazón” (Apoc. 2:23). Si alguno resulta ser fiel, entonces el Señor podrá encargarle

una encomienda ma yor. Si no es fiel, entonces, lo poco que tenía o que se le había encomendado, le será quitado.

Pablo, de verdad, fue muy probado. Si revisamos los capítulos 9 al 13 de Hechos, esto es, desde la conversión de Pablo hasta su

separación como apóstol, podremo s apreciar una rica trayectoria de hechos en que Pablo participó como maestro y como profeta, y en los cuales fue hallado fiel.

Dice la Escritura que apenas Pablo hubo recuperado la visión y

luego de compartir con los discípulos en Damasco, predicaba a Cri sto en las sinagogas, presentándole como el Hijo de Dios. Todos estaban

sorprendidos, porque reconocían en él al que hacía poco perseguía a los discípulos. Su predicación era tan convincente que confundía a

los judíos de Damasco, los cuales resolvieron mat arlo. Así que Pablo tuvo que huir precipitadamente a Jerusalén. Allá las cosas no fueron

diferentes, porque los hermanos huían de él, no creyendo que fuese discípulo. Y Pablo tuvo tales disputas con los griegos, que intentaron

matarle también. (comp. Hech. 9:23,29 con 1ª Cor. 1:22 - 24). De modo que, de nuevo, los hermanos tuvieron que ayudarle a huir, esta vez a

Tarso, su ciudad natal.

“Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea” (Hech.9:31a). Pareciera ser que con la partida de Pablo las iglesias recu peraban la paz. Pablo era un hombre tremendamente polémico. Donde él iba

despertaba odiosidades. Si bien despertaba los corazones a la fe, también se suscitaba enemigos. Esto nos parece indicar que un

apóstol está destinado a despertar este tipo de sentimi entos encontrados, porque siempre, junto con la fe, está la oposición a la fe.

Mas nosotros sabemos qué es lo que prevalece finalmente. La fe es tan divina, tan alta, que se sobrepone a toda oposición. Porque más grande es el que está en nosotros que el qu e está en el mundo.

Hasta aquí tenemos a Pablo, lleno del Espíritu Santo, dando testimonio del Señor, y exponiendo dos veces su vida por el evangelio.

Luego, cuando el evangelio llegó a Antioquía, los apóstoles enviaron desde Jerusalén a Bernabé. Al ver qu e allí había mucho trabajo que hacer, fue a Tarso en busca de Saulo, y le trajo a Antioquía. Durante todo un año estuvieron con la iglesia en esa localidad, ejerciendo el ministerio de maestros. Antes de ser apóstoles

ya estaban siendo probados en un ejerc icio espiritual: estaban enseñando. Aquí hay una preparación, una capacitación. Luego,

cuando los hermanos de Antioquía resolvieron enviar un socorro a los que habitaban en Judea, escogieron a Bernabé y a Saulo para ese fin.

La misión resultó bastante ries gosa, porque en esos días Herodes echaba mano a algunos de los hermanos para maltratarles, y aún

mandó matar a Jacobo y encarceló a Pedro. Pese a las dificultades, Bernabé y Saulo cumplieron su servicio y retornaron a Antioquía (12:25). Allí, mientras mini straban al Señor junto a otros tres profetas y maestros, el Espíritu Santo los apartó para la obra.

En esta apretada síntesis, vemos cuál había sido la preparación para un ministerio mayor. Antes de ser apóstoles, la fe de ellos fue acrisolada a través de un entrenamiento muy fuerte.

“Por Dios”

Sólo Dios puede probar y aprobar a un hombre, y luego enviarlo. El Espíritu Santo dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hech.13:2). Pablo se sabía comisionado por Dios, y, por tant o, respaldado por El: “Pablo, apóstol (no de hombres ni por

hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre ...)” , dice a los gálatas (Gál.1:1). ¡Qué privilegio más grande, qué dignidad para un hombre

poder decir: apóstol o anciano, o maestro, o profeta, o siervo de Dios, no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre!

Por eso todo siervo de Dios no ha de buscar la aprobación de los hombres, ni siquiera la aprobación de la iglesia en primer lugar.

Valoramos la iglesia y la respetamos, pero primero es Dios. Dios es el que comisiona, el que capacita y luego que Él lo hace, pone en la iglesia unanimidad para que se reconozca lo que Él ya ha hecho. Si

así no hubiese sido en el caso de Pablo, ¿cómo podía haber resistido las aflicciones y las incontables persecuciones? ¿Cómo podía haberse sostenido en pie para realizar una obra tan grande, aún más, una obra imposible de hacer por la carne y la sangre? La iglesia de Antioquía podía ayunar y orar, podía imponerles las manos y despedirlos; pero s ólo el Espíritu Santo podía apartarlos y enviarlos (“apóstol” significa “apartado” y “enviado”). La iglesia obedeció al Espíritu y, simplemente, confirmó lo que el Espíritu Santo había ordenado.

Ahora bien, podemos ver que el Espíritu Santo escogió justame nte a los hombres que anteriormente la misma iglesia había señalado para una misión en Jerusalén. Esto nos revela, por un lado,

que una iglesia normal –como la de Antioquía – tiene la mente de Cristo y por tanto tiene testimonio del llamamiento que Dios hac e a unos ciertos hombres, y por otro, que el Espíritu Santo confirma el

llamamiento que ya había sugerido al usar a esos hombres con anterioridad.

“Para que se nos confiase”

La expresión “para que” indica el propósito siempre presente en toda obra de Dios con los hombres. Dios llama con un propósito y El aprueba con un propósito. Todos los hermanos que han pasado por pruebas y por un largo período de aprendizaje deben saber que

siempre hay un “para qué”. Los hermanos jóvenes que están empezando a servir deb en pensar en este “para qué”. Dios no los va a dejar tendidos en el camino. Hay una obra que hacer, y este es el día en que nosotros estamos siendo llamados, no obstante nuestras indignidades y fracasos.

Hay un “para qué”, hay un objetivo. Nadie sufre en vano delante de Dios.

La palabra “confiar” tiene la misma raíz de “confianza”. Si se nos confía algo es que somos dignos de confianza. A menudo se oye decir entre nosotros que no tenemos confianza en nosotros mismos. Está

bien que sea así, pero el hecho de que nosotros no tengamos confianza en nosotros mismos, es decir, en nuestra carne, no significa

que no podamos y aun debamos ser –en el Señor – dignos de confianza para Dios y para los hermanos. ¿Era Pablo digno de confianza para Dios? Evidentemente lo era . ¿Somos nosotros dignos de confianza?

Si rastreamos la palabra “confianza” en la Escritura, encontramos resultados interesantes. Pablo dice a los hermanos de

Tesalónica: “Tenemos confianza respecto a vosotros en el Señor” (2ª, 3:4), y a los de Corinto: “Me gozo de que en todo tengo confianza en vosotros ...” (2ª, 7:16). Pablo llegó a confiar en estas iglesias, luego de

su positiva respuesta a la Primera Carta que les envió. Esto se advierte más claramente en el caso de Corinto, pues, habiendo sido la Prime ra Carta muy severa en algunos aspectos, Pablo temía que ellos no estuvieran dispuestos a recibir sus instrucciones. Pero al saber

cómo ellos reaccionaron (ver 2ª Cor.7:6 - 16), entonces él cambia de tono en su Segunda Carta y puede hablarles ahora en confia nza, llegando, incluso, a contarles experiencias muy íntimas. Ahora puede

abrirles su corazón sin temor, porque habían sido probados en la obediencia.

El ser dignos de confianza no es un asunto que se logre de la

noche a la mañana. Por eso no puede un neóf ito administrar las cosas de Dios. La confianza es producto de una trayectoria, de pasar

por el agua y por el fuego (Is.43:2). Tenemos que hacernos dignos de confianza. Es verdad que todos hemos fracasado muchas veces, pero todavía hay oportunidad. Si ofre cemos nuestra vida al Señor, El nos puede capacitar. El nos puede hacer dignos de confianza. Hoy día un

poco, al encomendársenos una pequeña misión. Le pedimos al Señor que nos ayude, que no podemos fracasar en esto que se nos ha encomendado. Y luego de cu mplida esta pequeña tarea habrá otra un poco más grande, y así vamos entrando en un camino que nos puede ir haciendo dignos de confianza.

Se llega a ser digno de confianza mediante la obediencia. Y se llega a ser más digno aun de confianza por sucesivos ac tos de obediencia. Cada vez que uno obedece en algo, está en condiciones de

que se le demande una obediencia mayor. Esto no es un asunto de un día o dos, sino que es un proceso de sucesivas experiencias en que se

va demostrando obediencia y fidelidad. Sólo a quien se hace digno de confianza, Dios le puede confiar sucesivamente más y más cosas.

“El evangelio”

El mensaje que se confía a un apóstol es nada menos que el evangelio que estaba escondido desde los siglos en Dios y que ahora se ha revelado a los sa ntos apóstoles y profetas por el Espíritu. Es la encomienda más alta. El mensaje más trascendente. Es la gran

noticia de salvación del Mesías encarnado. Es el poder de Dios para salvar a todo aquel que cree. Ciertamente es nuestra gloria el que se nos haya permitido recibirlo, y es nuestra mayor gloria aún el que se nos permita predicarlo. Es por el evangelio que los hombres pasan de muerte a vida; es por el evangelio que se cierra para ellos el infierno y

se abren las puertas eternas de los cielos; es por el evangelio que todos los hombres reciben la gracia de Dios, sean ricos o pobres,

intelectuales o iletrados; a todos, por la fe en el Cristo predicado en el evangelio, se les abre una amplia y generosa entrada a esta gracia en la cual nosotros permanecemo s firmes.

Pablo no presumía al decir que ellos habían sido aprobados por Dios para que se les confiase el evangelio. Hombres capacitados así, y aprobados por Dios, estaban limpios de error, de impureza, de engaño

(2:3); tenían la mira de agradar a Dios y no a los hombres (2:4), desprovistos de toda avaricia (2:5). Ahora podía pasar a través de ellos

el evangelio con toda su pureza y poder regenerador.

Ciertamente, la pureza del vaso asegura la pureza de su contenido. La limpieza del ducto asegura la pure za del agua que fluye por su interior. Para predicar así, y obtener los frutos que ellos obtuvieron en Tesalónica, se precisan hombres purificados de toda

motivación impura. Para ser predicadores de la palabra pura de Dios,

se precisan hombres aprobados y purificados. ¡Qué distintos de los falsos apóstoles, que medran falsificando la palabra de Dios! Estos obreros fraudulentos, al predicar a Cristo por ganancia o por dinero,

falsifican la palabra de Dios. Transforman el bendito evangelio de Dios en un evang elio espurio, que no tiene poder para regenerar.

Pero falta aún la tribulación. Pablo y sus compañeros, antes de llegar a Tesalónica, habían estado en Filipos, donde Pablo y Silas habían sido ultrajados. Con las marcas aún frescas de los azotes de las var as en las espaldas y del cepo en los pies, ellos predican la palabra, debiendo soportar, además, una dura oposición de parte de los judíos, que les persiguieron incluso hasta Berea (Hech. 17:13). Sin

embargo, toda aquella confabulación del Hades contra ell os no pudo impedir el ejercicio de un ministerio fructífero. Al contrario, por la

predicación de los apóstoles en Tesalónica, los hermanos se llenaron de gozo. ¡Qué trueque! Un poco de aflicción, otro poco de ultraje, ¿qué

produjo? ¡Gozo! “Nosotros somos e ntregados a muerte cada día, para que vosotros recibáis la vida”, decía Pablo a los corintios. En nosotros

la muerte, en vosotros la vida. Un hombre que sirve a Dios tiene que estar dispuesto al ultraje, y al padecimiento.

Esta es la capacitación de un apó stol. Veamos ahora su predicación.

Capítulo 2

LA PREDICACIÓN DE UN APÓSTOL

“Pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre ...” (1:5).

El evangelio no llegó a lo s tesalonicenses en palabras solamente, no en doctrina, no en un discurso florido, no con palabras de humana sabiduría. Tal como la palabra de Pablo a los corintios, ésta también tenía a Cristo como centro, y a éste, crucificado. Esa es la palabra.

Breve, simple, sencilla. Predicamos a Cristo y a Éste crucificado. Y esa palabra era dicha en el poder, en el Espíritu Santo, y en plena certidumbre. Es por sobre todo una expresión del poder de Dios para

salvar al hombre. Las palabras sin poder no salvan a nadie , aunque éstas sean sacadas de la Biblia. Por eso bien podía decir Pablo que el

evangelio es “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Rom.1:16, ver 1ª Cor.1:18), y podía decirles a los corintios “... ni mi palabra ni mi predicación fue con pal abras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1ª Cor. 2:4 - 5). Tal como ocurrió primeramente en Tesalónica, ocurrió despué s en Corinto. Pablo predicaba, no un evangelio de palabras solamente, sino un evangelio “en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre ”.

¿Cómo resultó ser ese mensaje, luego de haber padecido y sido

ultrajados en Filipos? ¿Impidió el dolor de las h eridas entregar un mensaje claro y potente? ¿No convenía acaso que Pablo lo alterara, para evitar las iras de los circunstantes?

Dice: “Pues habiendo antes padecido y sido ultrajados en Filipos, como sabéis, tuvimos denuedo en nuestro Dios para anunciaros el evangelio de Dios en medio de gran oposición” (2:2). “Tuvimos denuedo en nuestro Dios” dice Pablo, y de verdad lo necesitaban en esas circunstancias en que había gran oposición. “Denuedo” significa

“valor” y “ánimo”. Si no se tiene denuedo, entonces la oposición apaga el fuego y las fuerzas del maligno hacen temblar el corazón. Predicar

en esas condiciones adversas es, sin duda, distinto a predicar donde todos los hermanos dicen “amén”. Si tenemos denuedo, no importa el

ambiente, no importa la oposición, no importa la mirada incrédula de

quienes nos oyen. Si tenemos denuedo en nuestro Dios, habrá fruto en el evangelio.

Otra característica de la predicación de Pablo es que no contenía palabras lisonjeras (2:5). Ellos no buscaban agradar a los hombres, como tampoco buscaban la gloria de los hombres (2:4,6). Es una cosa sumamente delicada y peligrosa transar el mensaje de Dios por consideraciones humanas. ¿Intelectualizaremos el mensaje porque tenemos entre nosotros hermanos intelectuales? Si pretendemos agra dar a los hombres desvirtuaremos el evangelio de Dios. El evangelio está por encima de todas las consideraciones particulares de raza, credo, parecer, opinión, y de toda otra característica distintiva. El evangelio es la respuesta de Dios para todo hombre pecador. Es la única respuesta para el hombre que sufre, que está

sumido en el pecado, en la desesperación; sea grande o pequeño, sea sabio o ignorante, sea judío o griego, sea hombre o mujer. El evangelio es poder de Dios para salvación.

Tampoco puede pr edicarse este evangelio para buscar la gloria de los hombres. El Señor tiene que librarnos de eso. Más bien, cuando te quieran hacer rey, retírate al monte, solo. Porque cuando estamos solos en la presencia de Dios somos muy pequeños y débiles;

no hay sufi ciencia en nosotros. Un excesivo apego por buscar la compañía de los hermanos en desmedro de la comunión a solas con Dios, puede ser señal de que hay problemas en el corazón. Entre los hermanos podemos ser muy considerados, pero ante Dios somos sólo lo que somos. Nada más. Por eso el verdadero apóstol es insobornable e irreductible. No busca agradar a los hombres. Hacerlo es fatal para un hombre de Dios. El Señor le dijo a los judíos que ellos no podían

creer porque buscaban la gloria que viene de los hombr es y no la que viene de Dios (Juan 5:44). Ambas son incompatibles.

El apóstol le pertenece a Dios, ha sido enviado por Dios, predica el mensaje de Dios, es sostenido por Dios y es responsable ante Dios por los resultados de su misión.

Las lisonjas persigu en siempre obtener algún beneficio propio o bien ganar engañosamente una simpatía. Es cierto que un hombre de Dios debe ser modesto y humilde, pero cuando la palabra de Dios está en sus labios, es un atalaya que, impregnado de valor divino y encendido del fuego de Dios, anuncia la Verdad sin atenuantes, sin adornos, para así poder hacer volver al pecador del error de su camino y mostrarle la Puerta de salvación.

Tal es la predicación de un apóstol. Y esta predicación así,

¿cómo es recibida? “... sin cesar d amos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios,

la cual actúa en vosotros los creyentes.” (2:13)

Los tesalonicenses, cuando v ieron por primera vez a los apóstoles, no conocían la historia previa de estos hombres; ni siquiera sabían que eran hombres de Dios. Ellos sólo vieron a tres varones que

hablaban con mucho denuedo, con una convicción desusada, y con

un poder subyugante. Ha bía tal pureza y seguridad; era tal la fuerza arrolladora de sus palabras, que sus corazones se abrieron y sus ojos vieron ante sí a tres enviados del cielo que les anunciaban el camino de salvación. No eran hombres comunes y corrientes. Eran enviados

de Dios. Entonces, llegó fe a sus corazones y creyeron, y al orar los apóstoles por ellos, fueron llenos del Espíritu Santo. El Señor les dio testimonio de que tanto los hombres como el mensaje, eran de Dios.

¿Necesitaban los apóstoles una carta de presentaci ón? ¿O que un vocero anunciase su llegada y su alta investidura? No. Ellos se

remitían absolutamente al Espíritu Santo, que confirmaba la palabra con prodigios y demostraciones de poder.

¡Oh, que veamos que los resultados en la predicación del evangelio no dependen de que el sermón sea homilético, o de que se usen muchas y buenas ilustraciones, o de que el predicador sea elocuente! Únicamente dependen de la pureza del atalaya y de que el mensaje tenga el respaldo del Espíritu Santo.

Capítulo 3

LA CONDUCTA DE UN APÓSTOL

“Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes.” (2:10)

Luego de la preparación del apóstol, y de la predicación de su mensaje, todavía hay más que hacer. Está el comportamiento entre los hermanos, en el seno de la iglesia que acaba de nacer. Está la conducción de los nuevos hijos de Dios.

Pablo lo resume en tres rasgos: “... santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros”. Hay testigos de es o, y de la más alta dignidad: Dios y la iglesia local de Tesalónica.

El conducirse de los apóstoles entre los hermanos de Tesalónica pasó por tres etapas.

Como una nodriza ( o madre)

“... fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza (“madre”, según otra s versiones ) que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande

es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos” (2:7 - 8).

La figura es aquí la de una madre; su labor, cuidar con ternura a sus hijos.

Cuando un niño recién nace, necesita a su madre; no al padre ni a los hermanos, sino fundamentalmente a su madre. Después

necesitará de los demás, pero por ahora, sólo necesita a su madre. Y, por supuesto, una madre tierna, y un alimento blando, la leche. Y

tendrá que sentir que para ella él es lo más importante, y que por él ella es capaz de rendir su vida si fuera necesario.

En el primer tramo de la vida de la iglesia los apóstoles fueron como madres. Ellos cuidaban con ternura a los hermanos. Los

hermanos eran nuevos. Ellos no necesitaban exhortaciones ni órdenes. Ellos necesitaban cuidados. Sólo un apóstol que ha sido quebrantado puede tener esa ternura de Cristo para acercarse al débil, al que recién balbucea, al que recién camina. ¡Cuántas lecciones representa esto para nosotros!

Tal es la relación entre un apóstol y sus hijos en la fe. Tal fue la relación de Pablo, Silas y Timoteo con los creyentes de Tesalónica.

Como un padr e

“... sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria”. (2:11 - 12)

La figura es aquí la de un padre con sus hijos, a quienes exhorta, consuela y encarga. Mientras la figura de la madre se nos

muestra realizando una sola función, la de cuidar, aquí, referido a la del padre hay tres funciones. Estas son: exhortar, consolar y

encargar. Pueden tomarse por separado, por sup uesto, pero si las tomamos en el orden en que están, nos señalan cuál es la realidad de

un creyente que sale de la niñez.

Cuando un niño está en condiciones de ir ampliando su mundo, entonces quiere caminar, o bien emprender alguna aventura. Si es inquieto , entonces no será necesario que el padre lo exhorte, (es decir, que lo aliente). Si es tímido, el padre lo exhortará. Y aunque el padre sabe que no logrará todavía lo que quiere, lo estimula igual, porque

aprenderá del error. Cuando eso ocurre, entonces e l padre lo recibe, lo abraza y lo consuela. Y le explica que para lograr tal cosa deberá crecer un poco más, o bien, aprender algunas cosas antes. De este

modo proceden el padre y su hijo. El niño queriendo hacer cosas, el padre estimulándolo (a veces dete niéndolo, según sea el caso), hasta que el padre ve que está en condiciones, y entonces él mismo le va encargando trabajos, o funciones.

Así es también con el creyente. Cuando ya va dejando de ser

niño, entonces no necesita tanto del apóstol - madre, sino de l apóstol - padre. La figura del padre es un poco más fuerte que la de la madre.

Y el padre lo alienta, y si hizo mal un pequeño servicio y se decae, entonces lo consuela. En cada fracaso siempre lo consuela, y también

lo exhorta. Y esto sucede muchas veces, hasta que finalmente, el creyente va estando en condiciones, según su capacidad, según su

obediencia, de que se le encarguen más cosas. Y entonces se le dice, e incluso se le puede exigir, si corresponde, que ande como es digno del Señor. Este trabajo pac iente del apóstol es absolutamente

personalizado, es decir, se hace con todos los creyentes, uno a uno (2:11). Esto no es una función nominal, sino un ejercicio cotidiano.

El resultado de esta labor conjunta, como madre primero, y como padre después, va de jando huellas profundas en los creyentes,

de modo que ellos se convierten en imitadores de los apóstoles: “Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor ...” (1:6). Aquí tenemos a los creyentes seducidos y atraídos por los apóstoles.

Han qu edado tan impresionados por su conducta santa, justa e irreprensible, por los cuidados tiernos de los primeros días, y luego por la mano firme y a la vez consoladora de los siguientes, que ellos quieren imitarles.

Notemos que primeramente son imitadores de los apóstoles y luego del Señor. Lo que primero han visto son las atenciones de esos

hombres que se conducen como ángeles de Dios en medio de ellos. No tienen todavía la madurez suficiente como para mirar directamente al

Señor. Ellos comienzan imitando lo que ven: la conducta de sus padres en la fe, cómo hablan, cómo oran, como predican, cómo consuelan, cómo exhortan, cómo encargan; luego, al ver más claramente, podrán imitar directamente el modelo del Señor

Jesucristo, de tal modo que si ven después algun a flaqueza en los apóstoles, o si eventualmente alguno tropieza o cae (eso, en verdad,

no ocurre en un ministerio apostólico normal), entonces, no obstante eso, el creyente se sostendrá, porque ya es capaz de ver por la fe al Señor.

Ningún apóstol o siervo de Dios que conduce a otros a Cristo puede evitar el ser tomado como modelo. El hijo necesariamente aprende de su padre, aunque no esté consciente de ello. De modo que más vale rendirse ante un hecho inevitable, y procurar dar el mejor ejemplo posible.

Pa blo, Silas y Timoteo asumían sin complejos ni presunción el hecho de que ellos eran modelos de fe y conducta, y aún más, les instaban a que les imitasen. Les instan a que recuerden cuál había

sido su conducta entre ellos, para que sigan su ejemplo. A este asunto se refieren en tres ocasiones: además del pasaje citado de 1:6, está en 2:9 - 12 y en 4:1, lo cual demuestra que es un asunto aprobado por Dios. Incluso más, nos atreveríamos a decir que el no querer

asumir este asunto es una irresponsabilidad, y es u n esfuerzo inexcusable por evitar la muerte del yo. Sólo negándose a sí mismo para que Cristo viva su preciosa vida en él, podrá el siervo de Dios

decir a los demás: “Sed imitadores de mí, como yo de Cristo” (1ª Cor.11:1), sin ser un mentiroso.

Como un hij o (lejos de casa)

“Pero nosotros, hermanos, separados de vosotros por un poco de tiempo, de vista pero no de corazón, tanto más procuramos con mucho deseo ver vuestro rostro” (2:17).

En este pasaje se usa una palabra griega que sugiere la idea de un hijo q ue, lejos de la casa paterna, anhela volver a ella. Al momento de escribir esta epístola, los apóstoles están en Corinto. Pablo ha intentado varias veces ir a verlos, pero Satanás lo ha estorbado. Y

ahora ellos se ven a sí mismos como hijos lejos de su cas a. Tal es la ternura y la humildad de los apóstoles. Ellos echan de menos sus

rostros amados, se representan a sí mismos como lejos del hogar,

aunque son ellos –los apóstoles – quienes les han provisto, por así decirlo, de hogar.

Esta actitud, coronada con aquella otra que les lleva a exclamar dos veces: “ No pudiendo soportarlo más” (2:1,5), refiriéndose a la incertidumbre por no saber nada de ellos, de cómo estaba su fe, y el

hecho de enviar a Timoteo para que los vea y los tranquilice respecto de las trib ulaciones que ellos habían sufrido en el último tiempo; todo esto refleja una actitud por lo demás tierna, amorosa y humilde en quienes, de veras, aman a los hermanos más que a sus propias vidas.

Y entonces brotan dulces palabras de sus labios para los

ama dos que están lejos: “Porque, ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor

Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo” (2:19 - 20), y estas otras, que no tienen parangón en c arta alguna escrita por estos hombres de Dios: “Por lo cual, ¿qué acción de gracias podremos dar a Dios por vosotros, por todo el gozo con que nos gozamos a causa

de vosotros delante de nuestro Dios, orando de noche y de día con gran insistencia, para que veamos vuestro rostro, y completemos lo que falte a vuestra fe? (3:9 - 10). Pablo no encuentra las palabras para agradecer a Dios por el estado de la iglesia en Tesalónica.

He aquí una iglesia que ha llenado la medida de Dios y que complace plenamente al apó stol, “perito arquitecto” de Dios. Pero he aquí, también, unos apóstoles que han visto confirmado su

llamamiento y coronada su obra. He aquí uno –Pablo – que podía decir, al finalizar su carrera: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guard ado la fe” (2ª Tim.4:7)

En el versículo 10, el apóstol expresa el ferviente deseo de completar lo que falta a la fe de ellos. El apóstol, aun estando lejos, lleva en su corazón a la iglesia en Tesalónica –y en verdad a cada iglesia – y ora insistentemente por ello.

Como todo no puede ser enseñado de una sola vez, el apóstol espera con ansias el próximo encuentro con los hermanos para completar lo que falta a su fe. Los hermanos de Tesalónica están en

un excelente pie, sin embargo, el apóstol supone que aún su fe es imperfecta, y que él debe colaborar para su perfección. A los

hermanos en Roma, Pablo les deseaba comunicar algún don espiritual (Rom.1:11), a los de Tesalónica les desea completar lo que falta a su fe.

Si comparamos este pasaje de 1ª Tesalonicen ses con Tito 1, veremos que hay, al menos, dos tareas que los apóstoles solían

realizar, uno negativo y otro positivo. El “corregir lo deficiente” (Tit.1:5) es un aspecto negativo, en tanto el “completar lo que falta a la fe” es un aspecto positivo. Tan im portante es uno como el otro. Una fe

incompleta sirve sólo para una vida a medias; no alcanza para vivir una vida victoriosa o de utilidad para Dios. Una fe completa hace suya toda la amplia provisión de Dios para el creyente.

A muchos la fe sólo les alcan za, por decirlo así, para creer en el perdón de sus pecados, pero, ¿qué de otros aspectos de la fe tan importantes como la guerra espiritual, la victoria sobre el yo, y el

andar en el Espíritu? La herencia que tenemos en Dios se va conquistando por la fe c uando somos enseñados al respecto, ¡cuando sabemos que tenemos tal herencia!. Por eso no debemos ignorar lo que poseemos en Cristo. (Ef.1:18).

El apóstol sabe que fue puesto para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos llegasen a la unidad de la fe y del conocimiento, a un varón perfecto, y no descansa hasta alcanzarlo. “Mas el mismo Dios y Padre nuestro, y nuestro Señor Jesucristo, dirija nuestro camino a vosotros” (3:11) Pablo no deja de orar insistentemente por ellos; pero esa urgencia no al tera el hecho de que deba esperar en Dios para que le diga cuándo debe ir. Aquí tenemos

una espera que no es pasiva. Aquí no hay quietismo, sino colaboración activa con Dios; hay un ejercicio espiritual; una batalla que da el apóstol en oración, preparando el camino para ir a ellos.

Primero está la preparación de la visita mediante la oración, y luego ocurre la visita, cuando el Señor así lo muestra. No hay salidas intempestivas, a menos que algún “ varón macedonio” esté pidiendo ayuda.

Aquí los apóstoles deben saber discernir qué aspecto de la fe requiere ser completado en una determinada localidad y en un momento dado. Tal vez lo perciban directamente de Dios o bien indirectamente de los mismos hermanos. Sea como fuere, los

apóstoles han de ser diligentes en llevar a las iglesias delante del Señor “orando de día y de noche con gran insistencia”, para suplir

sus necesidades en una próxima visita.

Esto es lo que percibimos aquí respecto del ministerio apostólico.

No es ciertamente poco, no es menospreciable. Es un ejemplo tan lleno de gloria, que a todos los que están sirviendo al Señor, y a los

que pretenden servirle, les debe llenar de un profundo recogimiento delante del Señor, buscando su rostro para alcanzar la normalidad.

Que el Señor restaure el minist erio apostólico, para poder tener también iglesias como la de Tesalónica.

SEGUNDA PARTE UNA IGLESIA NORMAL

Mucho se ha dicho y escrito sobre lo que es una iglesia normal.

Hay tantos modelos como doctrinas imperan en la cristiandad. Nosotros no nos atrevemos a proponer un modelo de iglesia, sino que queremos mirar en esta epístola para ver cómo funciona una iglesia normal como la de Tesalónica.

De su ejemplo llenaremos nuestra mirada y de su vida nos nutriremos para alcanzar la perfecta hermos ura de la iglesia como la concibió Dios.

Capítulo 4

LA EJEMPLARIDAD DE TESALÓNICA

“De tal manera que habéis sido ejemplo a todos los de Macedonia y de Acaya que han creído”. (1:7)

Aquí tenemos una iglesia que empezó imitando a los apóstoles, y que ahora e s puesta como ejemplo. Los que antes imitaban, ahora son puestos como ejemplo. Esto es lo normal. Esto es bueno, es perfecto.

Tal vez la razón de este progreso tan sólido y fructífero que experimentó la iglesia en Tesalónica es la forma cómo recibieron la Palabra de Dios y en qué circunstancias.

Sobre lo primero ya hemos revisado 2:13 en que se dice que ellos recibieron la palabra de los apóstoles como palabra de Dios y no de

hombres, “la cual actúa en vosotros los creyentes” –les dice Pablo. Lo que produce el fruto es la palabra de Dios. La Palabra crea un cierto

estado de fe, y una cierta conducta. Si ellos creyeron que esa era palabra de Dios, entonces, al creer, ofrecieron las condiciones para

que la palabra pudiera actuar en ellos. Si no hay fe para cre er eso, la Palabra no puede producir su fruto. La palabra de Dios es la que da

fruto, la que se ha encarnado primero en los apóstoles, de tal modo que pueden ser ejemplos. ¿Qué es Pablo, qué es Silas, qué es

Timoteo? Varones en los cuales la palabra de Dio s se ha encarnado,

en quienes no hay contradicción entre lo que la palabra dice y lo que ellos hacen. Sólo quienes viven la Palabra están en condiciones de ministrarla al pueblo, generar atracción por ella y ser promovidos por

ella. Veamos la importancia d e esto. Cuando hay un ministerio de la palabra fuerte y poderoso en el Espíritu Santo, hay una iglesia que crece vigorosa y firme, de manera que puede llegar a ser ejemplo para

toda la provincia y para las provincias vecinas.

Veamos, por contraste, lo que pasó en Galacia. En 3:2 de Gálatas dice: “Esto solo quiero saber de vosotros, ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por el oír con fe?” Luego el versículo 5 dice: “Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, que hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley o por el oír con fe?”. Aquí tenemos dos cosas importantes que se reciben por el oír con fe:

el mismo Espíritu y luego las maravillas que hace el Espíritu.

Los que han tenido oportunidad de compartir una palabra, saben que pueden percibir cómo está el corazón de los que oyen. Es fácil percibir por los ojos, por el semblante, si el oyente está recibiendo la palabra con fe o no. Este es un asunto fácil de advertir. Recuerden que Pablo en una cierta oportunidad, viendo que un h ombre tenía fe para ser sanado, le pronunció las palabras de sanidad, y fue sano. El que tiene la palabra puede percibir si hay fe o no.

Necesariamente detrás de una iglesia normal hay un ministerio

de la palabra fuerte y poderoso, y hay la capacidad de lo s hermanos para ser creyentes de esa palabra. Todas las cosas que nosotros

recibimos, todo el crecimiento y la capacitación nos viene por la palabra de Dios. Nosotros somos gente de fe, no somos gente que

anda por vista. Nosotros somos gente que cree las c osas que Dios dice, y al creerlas somos promovidos en las mismas cosas que la

palabra dice. El llama las cosas que no son para que sean. Así, cuando Dios nos hable, no estaremos mirando al hombre o la mujer

que nos habla, sino más allá, al Autor y Consumad or de la fe. Y le estaremos pidiendo al Señor: “Yo no quiero oír esto como palabra de

hombre, sino quiero oírlo como palabra tuya”. Porque si es palabra de hombre no tiene ningún valor, es letra muerta; pero si escuchamos a

Dios, entonces somos inmediatame nte transformados en las mismas cosas que la palabra nos está diciendo.

Pero hay más: “... recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo” (1:6b). Aquí hay algo que desafía toda lógica: hay Palabra, más tribulación, y su re sultado es el

gozo. El tesoro de Dios llega al hombre en su más extremada miseria, y su resultado es la victoria; su fruto es un creyente gozoso. (Ver Neh. 8:10).

Una iglesia cuya fe se pudo sobreponer a la tribulación, y generar ese gozo, era sin duda una iglesia destinada a producir los más altos frutos y a constituirse en el más alto ejemplo para todas las demás.

En efecto, ellos llegaron a ser ejemplo a todos los de Macedonia (su región) y a los de Acaya (la región vecina) que habían creído. ¿En qué co nsistió ese ejemplo? En cuanto a la fe y la predicación, por un lado, y en cuanto al amor, por otro.

Un ejemplo de fe

“Porque partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor,

no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también en todo lugar vuestr a fe en Dios se ha extendido, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada; porque ellos mismos cuentan de nosotros la

manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo, y verdadero y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1:8 - 10).

Una vez que Pablo, Silas y Timoteo se marcharon para continuar con su obra, los tesalonicenses tomaron la iniciativa. Ellos se transformaron e n imitadores de los apóstoles. Ellos habían aprendido

en sus comienzos algo que oyeron de los judíos de su ciudad: “Estos

que trastornan el mundo entero también han venido acá” (Hech.17:6). En realidad, ellos pudieron comprobar que los judíos tenían razón, en el mejor sentido de la palabra. Porque el evangelio todo lo trastorna.

Como hemos visto más atrás, tanto en Damasco, como en Jerusalén, Pablo lo trastornó todo con el evangelio, hasta recibir amenazas de muerte. Pablo, Silas y Timoteo llevaban una semi lla tan poderosa que apenas ellos la tiraban sobre una tierra fecunda, comenzaba inmediatamente a dar frutos. Los tesalonicenses quisieron seguir su ejemplo, yendo aun más allá de Tesalónica. Con toda seguridad, ellos

encomendaron a algunos de sus profetas y evangelistas (¿Aristarco, Sosípater, Segundo, Jasón?) que recorriesen la región (Macedonia), y como los frutos debieron de ser abundantes, pensaron en extender su

campo de acción hacia la región vecina de Acaya, y “ no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también en todo lugar ”. El resultado fue

que Pablo, al recorrer después esos lugares, no tenía necesidad de hablar nada, porque oía de los mismos lugareños, todas las cosas que habían recibido de los tesalonicenses.

Ellos iban y contaban su testimonio ace rca de cómo habían recibido a los apóstoles de Dios, y cómo se habían convertido. Ellos

deben de haber dicho cosas como estas: “Cuando llegaron los apóstoles a nuestra ciudad, nosotros supimos –no nos pregunten

cómo – que eran enviados de Dios, y nos predic aron a Cristo, y fuimos salvos de nuestros pecados, y cuando nos impusieron las manos

recibimos el Espíritu Santo. Y ahora, vean ustedes: somos hijos de Dios y tenemos un gozo que antes no conocíamos”. Y otros dirían: “Nosotros antes éramos idólatras, pero ahora servimos al Dios vivo y verdadero. Antes no teníamos esperanza, pero ahora esperamos del cielo al Hijo de Dios, quien nos libra de la ira venidera”. Y, de seguro, la gente se convertía y se regocijaba igual que ellos cuando habían creído.

De modo qu e así como habían aprendido de Pablo, Silas y Timoteo a trastornar el mundo, así lo comenzaron a hacer ellos también. Por eso los apóstoles podían decir con tanta satisfacción que los tesalonicenses se habían transformado en unos verdaderos imitadores. ¡Oh , bienaventuradas las iglesias que lo imitan todo de los verdaderos apóstoles! ¡Son de temer para el Hades y las tinieblas,

pero son llenas de fruto para Dios!

Bienaventurada es la iglesia que no tiene este evangelio sólo para sí, sino que lo comparte aun más allá de sus límites. Una iglesia imitadora de los verdaderos apóstoles es una iglesia que conmueve los cimientos del Hades. ¡Bendita es la iglesia que puede obedecer a Dios

y que puede imitar lo justo, lo santo y lo verdadero!

Toda la distorsión que n os rodea en este tiempo no puede borrar de nuestra conciencia y de nuestro corazón la imagen real y bendita

de las cosas perfectas tal como las vemos aquí. El Señor no permita que las cosas distorsionadas nos quiten la visión de cómo Dios las concibió y co mo Él las tiene en su corazón. Nosotros no somos imitadores de distorsiones. Somos imitadores de lo perfecto. Necesitamos abundar más y más en esto. Por eso miraremos al Señor

Jesús, su rostro bendito, y miraremos la Escritura, la escudriñaremos con atenci ón, volveremos una y otra vez sobre estas palabras inspiradas para que el Señor, en su misericordia, nos abra el entendimiento entorpecido y nos permita ver lo que hay en su perfecto consejo. Debemos reconocer que nuestro entendimiento es

torpe, debemos re conocer que nuestro corazón no puede entrar en las cosas santas de Dios a menos que Él produzca una renovación, y a menos que sea limpiado de ídolos y de cosas inmundas. A menos que nuestros ojos sean lavados con colirio, no podremos ver las verdades de Dios. A esto nos está despertando el Señor, para volver a entrar en el lugar santísimo; para poner el oído atento a lo que Dios dice, para que nuestros ojos sean ungidos y así ver, en el monte santo al cual nos hemos acercado, la gloria de la Jerusalén celes tial.

En cuanto a la fe y en cuanto a la predicación los tesalonicenses eran ejemplo, pero no sólo en eso. También lo eran en cuanto al amor.

Un ejemplo de amor

“Pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos h abéis aprendido de Dios que os améis unos a otros; y también lo hacéis así con todos los hermanos que están por toda Macedonia. ” (4:9 - 10)

Los hermanos de Tesalónica no sólo llevaron la Palabra y su

testimonio: también llevaron el amor. Amaban a todos los h ermanos que estaban en toda Macedonia.

He aquí una iglesia que ama. Este es el amor fraternal. No es un amor al mundo ni a los que están en el mundo. Es un amor a los hermanos. Muchas veces hay el error de pensar que la iglesia tiene que preocuparse de le vantar orfanatos y casas de ancianos, es decir, buscar cómo servir al mundo en estas cosas. El mundo tiene quién les haga este servicio a sus pobres, a sus necesitados. Nosotros no hemos sido llamados a eso, sino a amarnos unos a otros y a amar a los herma nos que están más allá de nuestras fronteras.

Noten la doble expresión: “Todos los hermanos ... por toda Macedonia ”. ¿Por qué en Macedonia? Porque en Macedonia había sido predicada la palabra del Señor. El amor sigue el mismo cauce que

traza la Palabra. A llá donde llega y es creída la Palabra de Dios, allá llega el amor de Dios a través de los hermanos. Siempre la Palabra va adelante. Y el amor va en seguida para producir la unidad perfecta. El

amor no va por cauces distintos, va por el mismo cauce que abr e la Palabra. El amor desbordante de Cristo en nuestros corazones va

hacia donde están los hijos de Dios.

Pablo no les está enseñando a los tesalonicenses cómo deben amar, más bien confirma algo que ya estaban haciendo. El amor

fraternal era conocido y pra cticado por los hermanos de Tesalónica,

por eso les dice: “ Pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba ...”, sólo le cabe desear que en ello abunden más y más (4:10).

Una iglesia así sin duda que era un ejemplo para todas las demá s. Por eso decimos que la iglesia en Tesalónica es una iglesia que nos impresiona vivamente, y que nos invita a imitarla.

Volveremos sobre el amor más adelante.

Ahora bien, ¿cuál era la clave de su crecimiento?

Capítulo 5

LA CLAVE DEL CRECIMIENTO .

En tres partes de esta epístola se mencionan las tres virtudes producidas por el Espíritu Santo, y que producen una iglesia tan gloriosa como la iglesia en Tesalónica. Estas tres virtudes son: la fe, el amor y la esperanza.

Motor que impulsa

“Acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo.” (1:3).

Aquí hay tres cosas claramente definidas y que motivan el recuerdo inc esante de los apóstoles: a) la obra de vuestra fe, b) el trabajo de vuestro amor, y c) vuestra constancia en la esperanza.

La fe, el amor y la esperanza son las mismas tres cosas que menciona el apóstol en 1ª Corintios 13:13. Pero aquí estas virtudes no es tán solas, sino que primero, antes que ellas, se menciona algo más. No dice la fe, sino “la obra de vuestra fe”. Lo que Pablo recordaba no era simplemente la fe de los hermanos, era la obra de esa fe. El no

recordaba sólo el amor de los hermanos, sino “el trabajo de vuestro amor”. El no recordaba sólo la esperanza de los hermanos, sino “vuestra constancia en la esperanza”. No es sólo la fe, sino la fe que obra; no es sólo el amor, sino el amor que trabaja; no es sólo la esperanza en el Señor, sino que es la esperanza que se ejercita diariamente. He aquí la clave de una iglesia normal.

Aquí hay obra, trabajo y constancia. Esto destierra toda pasividad. Aquí hay acción, hay dinamismo, aquí hay servicio. Pero

no es una obra, un trabajo y una constancia de orige n incierto, ni de origen bajo. No es la obra del que busca justificarse delante de Dios aparte de la fe; no es el trabajo de quien busca servir al hermano sin

amor, como sustituyendo el verdadero amor, y acarreando para sí gloria por algo que no es; no es tampoco la constancia como un ejercicio de la voluntad estoica. Si así fueran, serían vanos e inútiles

sustitutos de las gracias de Dios, e inservibles en Su obra.

Sin embargo, éstas de las que aquí se habla no tienen su origen en la tierra, no proceden d e carne y sangre.

La obra de la que aquí se habla es una obra que procede de la fe, y que por lo tanto, sabe de los fracasos de la carne para agradar a Dios, éstas son obras purificadas por la fe, obras de quienes han pasado por el Jordán, que han confes ado su muerte y su resurrección y que sirven en un nuevo principio, en el del espíritu y no en el de la carne. Es obra de hombres que se asocian con una vara florecida y

aun con sus frutos, después de haber pasado toda una noche en muerte delante de Dios ( Núm. 17:7 - 8).

En 1ª de Corintios 13 se habla de trabajos que pueden realizarse sin amor, tales como repartir los bienes para dar de comer a los pobres y entregar el cuerpo para ser quemado. Trabajos así parecen

nobles y altruistas, pero si no proceden del amor, el juicio sobre ellos es tajante, ¡no sirven de nada!

En cambio, el trabajo del que aquí se habla es el trabajo que se origina en el amor a Dios; el amor que proviene de Dios y que vuelve a

Dios en trabajo a favor del hermano: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios” (1ª Juan 5:2). ¿De dónde procede el amor a los hermanos? Del amor a Dios. Nadie puede amar

a la criatura si no ama a Dios primero. Cuando el mundo habla del

amor al prójimo no sabe de lo que habla, porque si no conoce a Dios, no puede saber lo que es el amor al prójimo. La prueba de si un amor

es verdadero o no, es esta: tiene que provenir del amor a Dios. Sólo quienes aman a Dios, pueden amar a los hijos de Dios.

En Hebreos 6:10 dice: “Porque Dios no es i njusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún”. Aquí se nos enseña que el trabajo de amor mostrado hacia el Nombre del Señor se

traduce en un servicio a los santo s. El Nombre de Jesús es la inspiración para un trabajo de amor. Gracias a Dios porque conocemos el Nombre de Jesús. El es nuestro galardón. Mirándole a

Él es como nosotros podemos trabajar en amor.

Como hemos dicho, el amor de los tesalonicenses siguió e l mismo cauce de la Palabra para expresarse. Allí donde es recibida la

Palabra, hacia allá se encauza el trabajo del amor, para suplir, por amor a Dios, las necesidades de los santos. Por tanto, este es un

amor que no ama de palabra, sino que va y sirve, s in esperar del hermano nada a cambio. Este amor espera en Dios, quien no es

injusto para olvidar su trabajo y su obra.

La constancia de la que aquí se habla, se asienta en la esperanza cierta, esa esperanza que surge de la prueba, (y que, por lo tanto, es probada), y que no avergüenza. Esta constancia tiene que ver con la paciencia, con la perseverancia. Esta esperanza es constante, y no se desvanece con la primera aflicción o con el primer brote de incredulidad. No es algo momentáneo, no es una emoción. No es algo pasajero, no es una flor de un día. Esta es una esperanza que resurge con más fuerza luego de una prueba. Es la esperanza paciente del que cree que Dios es poderoso para guardar nuestro

depósito hasta aquel día, no importando las desesperanzadora s circunstancias por las que atravesamos aquí abajo. Esta esperanza

constante tiene al Señor siempre delante de sí, le acaricia cada día, le ve en la devoción diaria. Es una esperanza que se alimenta de un

maná imperecedero, y que por tanto se convierte en una virtud inclaudicable.

Cuando nosotros vemos en Romanos 4 a Abraham, aprendemos algo de esta esperanza que es capaz de superar la prueba y que es perfeccionada en medio de la prueba. Dice que Abraham creyó a Dios,

el cual da vida a los muertos y llama las cosas que no son como si fuesen. Él creyó en esperanza contra esperanza para llegar a ser padre de muchas gentes. ¿Cómo es esta esperanza? Esta esperanza

está puesta en Dios. Abraham creyó a Dios y su fe le fue contada por justicia. Abraham no fue aver gonzado, porque aun fuera del tiempo de la edad, él engendró un hijo de sus entrañas, cuando nadie le daba esperanza. Había puras esperanzas en contra. Abraham creyó en esperanza contra esperanza.

Es la esperanza constante de quien cree firmemente a Aquel que llama las cosas que no son como si fuesen (o aún mejor, “para que

sean”), y que se sostiene como viendo al Invisible. Es la esperanza que está grabada con fuego en el corazón y que arde sin que nadie pueda

apagarla. Por esta esperanza el creyente se sa ntifica cada día más y más, en la misma medida que el mundo que le rodea se ensucia más

y más. Esta esperanza es una virtud proveniente del trono de Dios para sostenernos en este día malo, en esta generación mala y adúltera. Cuando un hombre de Dios pierde la esperanza, entonces sus manos caen, sus rodillas se tornan endebles, el camino se pierde,

la visión se nubla. Pero cuando está en el corazón, entonces, pese a las dificultades, y en medio de toda la incredulidad circundante, esta esperanza mira al Seño r y se sostiene como viendo al Invisible.

En Hebreos 12:2 se nos dice que el Señor tenía puesto delante de sí el gozo, por el cual sufrió la cruz y menospreció el oprobio. No es ilegítimo, entonces, que tú pongas delante de ti la esperanza del gozo venide ro, de la venida del Señor, del reino, de las bodas del Cordero, de la caída de Babilonia, y de la eternidad junto a Cristo. No es esto algo de lo cual tengas que avergonzarte. Hay un gozo puesto delante

de nosotros, en cuya esperanza sufrimos la cruz, y t omamos como nada todo menosprecio y todo oprobio. Si esta esperanza está

arraigada en el corazón del creyente, entonces está capacitado para sufrir y para dar fruto. Vemos, entonces, que aquí se habla de la obra

de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de la constancia en la esperanza. Tienen que ser las tres, no dos, ni una. Es bendita la fe, sí,

pero la fe más el amor son más benditos aún, y la fe, el amor y la esperanza llenan toda la medida de Dios. Pero es una fe que obra, un amor que trabaja y una esperanza que es constante.

Durante mucho tiempo hemos hablado de la fe, pero hablamos tanto de la fe que olvidamos “la obra” de nuestra fe; hablamos tanto del amor como una cosa abstracta, pero no hablamos tanto “del

trabajo” de amor. Hablamos de la espe ranza como de una cosa incierta, pero no de la esperanza que es “constante” y que no

desmaya. Este es el día de recobrar estas virtudes, de vivirlas, y de ser promovidos de gloria en gloria, creyendo, amando y esperando.

Estas no son cosas estáticas, sino dinámicas; son virtudes actuantes, que no dejan al creyente tranquilo. ¿Cómo podríamos

estarlo si hay una obra de Dios que hacer? ¿Si hay obras del diablo que deshacer? ¿Cómo podríamos estar tranquilos si hay tantos que se

pierden? ¿Si la mentira parece qu e ganara terreno? No, no estaremos tranquilos. Este virtudes serán el motor que nos impulsará.

Erradicaremos toda pasividad.

De modo que la obra de la fe, el trabajo del amor y la constancia

en la esperanza son el motor que impulsó a los tesalonicenses a servir sin descanso y sin fronteras locales ni regionales, para ir allí donde

había necesidad. Pero hay más.

Alegres nuevas

“Pero cuando Timoteo volvió de vosotros a nosotros, y nos dio buenas noticias de vuestra fe y amor, y que siempre nos recordáis con cariño, deseando vernos, como también nosotros a vosotros, por ello, hermanos, en medio de toda nuestra necesidad y aflicción fuimos consolados de vosotros por medio de vuestra fe; porque ahora vivimos,

si vosotros estáis firmes en el Señor”. (3:6 - 8).

Aquí se dice que estas mismas virtudes de los tesalonicenses produjeron en Pablo un gozo muy profundo. Aquí están la fe, el amor y la esperanza (“deseando vernos”) de nuevo. De modo que no sólo

son el motor de la iglesia, sino que aquí son buenas noticias y un motivo de gozo. Si una iglesia permanece en la fe, en el amor y la esperanza, esas son buenas noticias para todas las demás iglesias. Si

una iglesia está firme, consolidada, si una iglesia permanece en la fe,

el amor y la esperanza, entonces todo el q ue lo sepa se alegrará. Pablo se alegró con los tesalonicenses, así también los hermanos de todas

las iglesias se alegrarán por una iglesia que permanece en la obra de la fe, en el trabajo del amor y en la constancia en la esperanza.

Armadura en el día m alo

“Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo”. (5:8)

Estas mismas virtudes cumplen en 5:8 una función bastante

diferente, pero no menos gloriosa que la anterior. No es suficiente que estas virtudes sean el motor que impulsa a la iglesia y que sean las

buenas noticias que llegan a todos lados. Aquí encontramos que estas tres virtudes son una armadura que tiene coraza y que tiene yelmo para resistir en el día malo. En el capítulo 4 y 5 los apóstoles nos hablan de la Segunda Venida del Señor; pues bien, en medio de este

razonamiento se introducen de nuevo estas tres virtudes con una nueva función: ahora son armadura, son coraza y yelmo. La coraza

para el cor azón, y el yelmo para los pensamientos; esto, en los días malos, previos a la venida del Señor.

Lo mismo que el “estad, pues, firmes” de Efesios (6:14), la inclusión de estas virtudes en forma de armadura sugiere una batalla

espiritual, y con mayor razón p or tratarse de la cercanía de la venida del Señor. Se incluye, lo mismo que en aquélla, hacia el final de la epístola, como para afirmar el corazón a la espera de los sucesos que

habrán de venir. En 1:3 estas virtudes nos hablan de “andar” (Efesios 4:1;5:2 ); aquí en 5:8 nos hablan de “estar firmes”.

El tener puesta esta armadura es señal de sobriedad, característica de quienes andan de día, porque son hijos de luz. En días peligrosos como éstos, se debe ser sobrio, precavido, sensato:

¡cuidado! ¡hay peligro ! Así que, ¡tomad la armadura!

Un corazón lleno de fe y de amor está firme, porque estas virtudes nos defienden de la amargura que puede venir a veces al corazón, y nos aseguran de no enfriarnos, de no contaminarnos, de

no dejar que se llene de suciedad, d e deseos impuros. Aseguran el corazón para que la voluntad no se vaya tras la mentira y lo que no aprovecha. Lo aseguran contra todos los dardos de fuego del maligno.

Por otro lado, la esperanza de salvación es el yelmo que guarda nuestros pensamientos en Cristo Jesús. Nos libra del abatimiento, de esa enfermedad tan contemporánea, la depresión, esa arremetida del

infierno y que ataca los pensamientos y que sume a una persona en la postración y en un hoyo tan profundo que a menos que Dios la levante, sucumb e. Pero si nosotros tenemos la bendita esperanza de salvación que limpia nuestros pensamientos y que los afirma, entonces permaneceremos irreprensibles para la venida del Señor

Jesucristo.

¡Qué tesoros invaluables, qué virtudes preciosas del Espíritu, comu nicadas al corazón del creyente; faro y guía, norte y defensa en el peregrinar cotidiano!

Así que, por un lado, son motor que impulsa, por otro, son alegres nuevas que consuelan al alma afligida y son también la

armadura que nos defiende en el día malo. Al lí donde hay fe, amor y esperanza, el corazón es consolado y la aflicción es quitada. Inefables

dones para el creyente, más aun hoy que vivimos días peligrosos, en que la cristiandad apostata de la fe.

Son los días previos a la Segunda Venida del Señor.

TERCERA PARTE

LA SEGUNDA VENIDA DEL SEÑOR

La iglesia en Tesalónica vivía en la esperanza de la venida del Señor.

Es muy significativo que aparte de la enseñanza sobre la Segunda Venida del Señor que aparece en los capítulos 4 y 5, hay otras tres alusi ones a ella, todas las cuales están asociadas con la santidad. En cada una de estas ocasiones, la santidad aparece con un enfoque distinto, y también como un proceso, es decir, progresiva. En la primera se nos muestra un aspecto de la santidad, en la segun da, abarca un poco más y luego en la tercera, la santidad ya es completa.

¡La esperanza en la Venida del Señor produce santidad!

Por otro lado, podemos asociar también estas tres citas de la Venida del Señor con cada una de las tres virtudes o gracias. En el pasaje de 1:9 -10 se relaciona con la fe, porque es por la fe que los tesalonicenses se convirtieron de los ídolos a Dios. En 3:12 -13 se relaciona con el amor, porque es la abundancia del amor la que producirá un corazón firme, puro y santo. En 5:23 se asocia, propiamente tal, con la misma esperanza en la venida del Señor, porque en esa esperanza el creyente es enteramente guardado, irreprensible.

Pero nuestro interés es ampliar un poco más el estudio, y revisar el contexto en que se menciona cada vez l a Venida del Señor. Creemos que este contexto nos arroja mucha luz acerca del proceso de

santificación con miras a la Venida del Señor.

Capítulo 6

JUICIO Y CONSAGRACIÓN

“... Porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera.” (1:9 - 10).

Aquí se habla, en primer lugar, de una conversi ón. Pero no se trata de una simple conversión. Es el traspaso del corazón de los

ídolos al Dios vivo y verdadero. Es un cambio de orientación total y absoluto. Cuando se menciona a los ídolos, se está teniendo en

cuenta que hay un juicio hacia los ídolos. Y cuando se habla de “servir al Dios vivo y verdadero” , se habla de una consagración. Aquí tenemos, entonces, juicio hacia los ídolos y tenemos una consagración para servir a Dios.

De tal manera que cuando hay una verdadera conversión, hay un cambio total. Lo que antes estimábamos y aun adorábamos, aquello a lo cual servíamos, queda atrás. Los ídolos son derribados y ahora miramos hacia otro lugar. Hemos experimentado un vuelco. Ahora tenemos a Dios al cual servir.

Aunque aquí no se usa la palabra “santifi cación”, sin embargo, vemos que este juicio a los ídolos y esta consagración para servir a Dios es el comienzo de la santificación. Es el primer paso de la

santidad.

Esto lo encontramos ampliamente ejemplificado en el Antiguo Testamento.

Moisés y lo s levitas

Cuando Moisés (que era levita) bajó del monte y vio el desenfreno del pueblo hizo dos cosas: primero desmenuzó el becerro de oro, es decir, aplicó un juicio sobre el ídolo, y luego, hizo un dramático

llamado a la consagración. Así fue como los le vitas sacaron su espada y arremetieron contra sus hermanos, sus amigos y sus parientes,

dando muerte a unos tres mil hombres aquel día. Entonces Moisés dijo: “Hoy os habéis consagrado a Jehová, pues cada uno se ha

consagrado en su hijo, y en su hermano, pa ra que él dé bendición hoy sobre vosotros” (Éx. 32:29).

En este episodio, vemos que se dan las mismas dos cosas que aparecen en nuestro pasaje de 1ª Tesalonicenses: tenemos un juicio a los ídolos y tenemos un paso de consagración. Porque el día en que los ídolos son derribados, el día en que la espada es sacada para romper con los afectos humanos por causa de la gloria de Dios, ese día nos consagramos al servicio del Señor. Si en otro tiempo fuimos

pusilánimes y tímidos, porque pensábamos que un hijo de Dio s no podía sacar la espada y violentarse, en este tiempo peligroso y difícil

hemos visto que es absolutamente necesario tomar la espada para atravesar todo aquello que pretende empañar la gloria de Dios. Por

esto es que el Señor dijo: “Desde los días de Ju an el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mt. 11:12). Es necesario ser violento cuando se tiene a los ídolos por

delante, es necesario ser violento contra nuestro propio corazón cuando se transforma en albergue de tales cosas.

Tenemos a Moisés y a los levitas que nos hablan de juicio y nos hablan de consagración. ¿Quiénes son los levitas hoy? ¿No lo somos nosotros que llevamos el arca del testimonio, los que ministramos

delante del Señor? Que el Seño r nos muestre lo que significa estar consagrado al Señor, lo que significa renunciar a los afectos, a las muchas cosas legítimas que por causa de El hay que dejar.

Gedeón

Cuando Gedeón se presentó al Señor con el sacrificio del cabrito (Jueces 6:19), que era su ofrenda, el Señor lo recibió, pero le demandó en seguida dos cosas: primero, que derribara los ídolos de la casa de

su padre (6:25) y luego, que edificara altar al Señor (6:26). Ocurrido

esto, el Espíritu Santo pudo venir sobre él y capacitarlo para las batallas que había de emprender (6:34). Aquí tenemos de nuevo el

juicio a los ídolos (por lo cual Gedeón fue llamado Jerobaal) y la consagración a Dios.

Vemos que cuando Gedeón, en obediencia y con mucho temor,

derribó los ídolos, lo hizo de noche , porque temía la ira de los vecinos idólatras. Así ocurre con todo siervo de Dios. Cuando comienza en

una disposición del corazón, muchas veces tiene que hacerlo como a escondidas, porque el ambiente que lo rodea está tan corrupto y pervertido, que piensa n que al hablar como habla y al hacer lo que hace, ha enloquecido. Mas viene la vindicación del Señor, porque cuando Gedeón hizo estas cosas, el Espíritu Santo cayó sobre él. El Espíritu Santo está esperando la oportunidad de caer sobre muchos que estén di spuestos a derribar los ídolos y a levantar altar al Señor, para poner en ellos su fuego.

Asa y Josías

(2 Crónicas 15:8; 34:3 - 8 y cap.35)

En sus respectivos reinados, estos reyes realizaron estas mismas

dos cosas: quitaron los ídolos y restauraron el altar del Señor. En 2 Crónicas 15:8 dice que el rey Asa quitó los ídolos abominables de toda

la tierra de Judá y de Benjamín, y luego reparó el altar que estaba delante del pórtico del Señor. Primero hay que hacer una limpieza; es

decir, Dios tiene que ser vind icado en su santidad, porque El es celoso y no comparte su gloria con nadie, y luego se puede reparar el altar y ofrecer sacrificios.

De modo que, tanto en lo personal como en lo colectivo, el quitar

los ídolos y restaurar el altar del Señor trajo gloria al Señor. El derribar los ídolos nos habla de destruir; el levantar altar al Señor nos

habla de edificar.

Otros ejemplos del Antiguo Testamento

En Ezequiel tenemos un pasaje muy similar al de 1ª Tes.1:9 - 10: “Di, por tanto: Así ha dicho Jehová el Señor: Yo os recogeré de los pueblos ... y os daré la tierra de Israel. Y volverán allá, y quitarán de

ella todas sus idolatrías y todas sus abominaciones. Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne” (11:17 - 19) En realidad, un pasaje es cumplimiento del otro. En Ezequiel vemos cómo el convertirse de los ídolos a Dios es condición básica para tener luego un corazón nuevo y poder servir a Dios.

Muchas veces n osotros hemos querido que nuestro corazón sea sensible. Hemos pedido al Señor un espíritu nuevo, hemos pedido ser

renovados, porque muchos de nosotros hemos pasado largos años de letargo. Muchas veces, en otro tiempo, tratamos de desperezarnos sin poder ha cerlo, o si nos levantamos fue por un brevísimo tiempo.

¿Cuál es la razón? Aquí se dice que primero hay que quitar las

idolatrías y todas sus abominaciones. Y entonces –dice – “les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos”.

En muchas ocas iones, la caída del pueblo fue causada por inclinarse a los ídolos, así como también su restauración comenzó con derribarlos. En Oseas se plantea el problema de Efraín. Dice: “Efraín es dado a ídolos. Déjalo” (4:17). Es como decir: “No le hables, no le dem andes nada. Efraín no está en condiciones de responder al llamado para un servicio. Él no sirve, está inutilizado, está amarrado.

Déjalo” Qué terrible condición la de Efraín. ¿Tendrá que decir el Espíritu Santo de alguno de nosotros: “Dejemos a éste, está lleno de ídolos, ya no puede servir”? Muchas veces el corazón del hombre se

aparta porque tiene ídolos. Está Demas, están Ananías y Safira, está Simón el mago. “Déjalos, son dados a ídolos”. El mundo, el dinero, en fin, pueden ser tantas cosas. Y puede sig nificar la descalificación de un hombre de Dios o de un pueblo.

Efraín fue dejado de lado porque era dado a ídolos; pero su restauración habría de comenzar cuando él fuera capaz de juzgar a

los ídolos (14:8). En este último versículo dice que Efraín se iba a hacer una pregunta solemne y definitiva: “¿Qué más tendré ya con los ídolos?” . Es como decir: “Están muertos para mí y yo estoy muerto para ellos”. El mismo día en que el corazón se hace esta pregunta, ese

mismo día Dios, que es misericordioso y está at ento a la oración de su pueblo, Él oye y restaura. ¡Gracias al Señor, porque así como Efraín

no fue desechado y tenía esperanza, nosotros tampoco hemos sido

desechados y tenemos esperanza! Esa pregunta de Efraín significaba un juicio y una renuncia. Por es o el Señor lo oye y lo restaura.

En tiempos de Isaías Dios se queja de su pueblo. Le habían abandonado. En el pasaje de Isaías 2:5 - 22 se mencionan cinco razones por las cuales Dios había dejado a su pueblo: Estaban llenos

de costumbres orientales, se había n llenado de agoreros y adivinadores, de riquezas, caballos y carros, de altivez y de soberbia,

y, por último, dice que estaban llenos de ídolos. ¿Vemos la relación que hay aquí entre los ídolos y las riquezas, las costumbres extrañas

y la altivez del cora zón? El pueblo, en los días de Isaías, se había descarriado y los ídolos habían ocupado un lugar central en el corazón de ellos.

Unos cien años después, en días de Ezequiel, el Señor dice: “Hijo de hombre, estos hombres han puesto sus ídolos en su corazón, y han establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro. ¿Acaso he de

ser yo en modo alguno consultado por ellos? Háblales, por tanto, y diles: Así ha dicho Jehová el Señor: Cualquier hombre de la casa de Israel que hubiese puesto sus ídolos en su corazón, y establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro, y viniere al profeta, yo Jehová responderé al que viniere conforme a la multitud de sus ídolos” (Ezequiel 14:3 - 4). Aquí dice que cuando un hombre idólatra le vaya a consultar a Dios ace rca de algo, Dios le va a responder conforme a

sus idolatrías. No recibirá el tal hombre respuesta acerca de la voluntad del Señor, sino que recibirá respuesta “conforme a la multitud de sus ídolos”.

Este es un pasaje terrible. Es una advertencia solemne. Cuando un hombre que tiene ídolos en su corazón pretenda que Dios le hable,

que le muestre el camino y su voluntad, no la conocerá. Por eso necesitamos todos nosotros, unos tal vez más que otros, pero todos,

en fin, ser limpiados de toda forma de idolatrí a. Que sólo el Señor Jesús ocupe el primer lugar, para que El nos pueda hablar y nosotros

escucharle. En estos días –y siempre – necesitamos conocer la voluntad del Señor, saber hacia dónde quiere llevarnos, cuál es el

próximo paso que hemos de dar. Hemos d e estar preparados para escuchar su voz. Si realmente le amamos, derribaremos toda cosa, limpiaremos todo lo que hay que limpiar, para que el Señor nos conteste, no conforme a la multitud de nuestros ídolos, sino conforme

a su corazón.

Si no hacemos así, no podremos conocer la voluntad de Dios, no podremos advertir el peligro que nos rodea, no podremos ver las cosas

como Dios las ve. Es tan fácil ver las cosas humanamente, de acuerdo a la baja racionalidad de la mente caída. Es tan fácil retrotraer la gloria de Dios. Sólo basta dejar que el corazón se vaya tras los ídolos, y entonces la voluntad de Dios no podrá ser conocida ni su voz podrá ser oída. No hay cosa más terrible que un corazón lleno de ídolos. Esto es muy común hoy, porque vivimos tiempos pelig rosos.

La idolatría en el Nuevo Testamento

Pero no sólo en el Antiguo Testamento, también en el Nuevo se nos advierte contra la idolatría: “Por tanto, amados míos, huid de la

idolatría” (1ªCor. 10:14); “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1ª Jn. 5:21). En G álatas 5:20 aparece la idolatría entre las obras de la carne; y en

1ª Pedro 4:3 se la menciona entre las reprobables conductas pasadas “cuando agradábamos a los gentiles”.

Hoy vemos formas grotescas de idolatría, muchas veces disfrazadas bajo el manto de u na inofensiva “veneración”. Pero hay otras formas más sutiles. Por ejemplo, la avaricia es idolatría (Col

3:5). En los días finales de Pablo este asunto había causado muchos

males entre el pueblo de Dios, por lo que él advierte, diciendo: “Porque raíz de t odos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos,

se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1ª Tim. 6:10). Noten que dice “de todos los males”. ¡Cómo estaría de

cansado y agobiado el apóstol por este asunto, que a nos otros nos parece que exagera atribuyéndole al amor al dinero todos los males

que padecían los hermanos! ¡Como si no hubiese otra causa! El amor al dinero es una forma de idolatría que se da en tiempos peligrosos, como los que describen las Cartas a Timoteo .

Notemos cómo, mientras en Pedro 4:3 la idolatría es una conducta de los gentiles, en 1ª de Timoteo es de los creyentes.

El Señor Jesús dice: “No podéis servir a Dios y a las riquezas” (en griego, Mamón ) (Mateo 6:24). Mamón es tan osado que reclama vasall aje, él quiere que le sirvan. Muchos se ven enfrentados hoy a este dilema en lo íntimo de su corazón: “¿Serviré a Dios o a Mamón?” Tal cosa nos recuerda la pregunta de Elías al pueblo de Israel:

“¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si el

Señor es Dios, seguidle, y si Baal (Mamón, diríamos hoy) id en pos de él” (1 Reyes 18:21). El dinero es un dios hoy en día. Todo el mundo lo reconoce. El problema está en que nosotros lo reconozcamos. El

problema es que nosotros sigamos la corriente de este mundo.

Los tesalonicenses se convirtieron de los ídolos al Dios vivo y verdadero. Hay muchos de nosotros que no hemos destruido este ídolo que es el dinero. Pretendemos todavía servir a dos señores, como

si eso fuera posible. El corazón sólo reco noce un gran afecto, sólo reconoce un Señor. O estamos con las riquezas, o estamos con Dios.

¡Cuánto servicio al Señor se ha perdido por amor al dinero! ¡Cuántos que debieran estar laborando en la obra del Señor están hoy esclavizados por el amor al dinero ! Por eso, aunque muchos hoy sigan a Mamón, declaremos nosotros nuestra fidelidad únicamente al Dios

único y verdadero. Sólo a El queremos servir y adorar.

Muchos otros ídolos hay en el día de hoy. Tal vez más que en los días de Moisés y de Gedeón. En real idad, casi todo puede transformarse en ídolo cuando el Señor no ocupa el trono en nuestro corazón. El hombre es un ser de afectos, y éstos necesariamente se

dirigirán hacia algún objeto. Si no es el Señor, buscarán otro cauce y levantarán un ídolo.

Qué con traste hay entre los ídolos y el Dios vivo y verdadero. El ídolo está muerto, y aunque aparente alguna supersticiosa forma de vida, es absolutamente falsa. Tiene un nombre, pero no tiene

sustancia. No es así con el Señor. Aquí se dice que el Señor es “vivo ” y que es “verdadero”; en cambio, el ídolo, siendo muerto, no puede librar en el día malo. Es fácil seguir la procesión de los que le celebran, pero en el día malo, en la soledad y en el desamparo, no

sale de él socorro alguno: sus manos no levantan, sus ojos no ven la necesidad, su boca no alienta.

Hay muchos ídolos que insisten en aferrarse al corazón. No son de madera ni de piedra, pero están en todos los ámbitos de la vida contemporánea. Su presencia es tan sutil que se requiere de ojos ungidos para id entificarlos. Luego, para derribarlos hay que usar, muchas veces, de la violencia de un toro y de diez hombres (como en Gedeón); o bien hay que echar mano a la espada (como en los levitas), para barrer aun con los afectos humanos más nobles, como el amor a l hijo, a la madre o al hermano. La fuerza aquí es el Espíritu Santo, en tanto que la espada es la Palabra de Dios. Es por el Espíritu y por la Palabra que somos purificados de los ídolos. Es por la acción

bendita de estos dos Agentes que nos vemos en cond iciones de servir al Dios vivo y verdadero.

Nadie debe pensar que esto de los ídolos no le afecta. Hemos de estar atentos todos nosotros, porque hay ídolos que se disfrazan, hay

afectos que se encubren y se mantienen escondidos en el corazón y que nos impi den un servicio verdaderamente espiritual. Quiera el Señor mostrarnos estos ídolos, para renunciar a ellos y poder ver la gloria de Dios.

Así pues, el juicio a los ídolos y la consagración al Señor son los

primeros pasos en el proceso de la santificación, con la mira y la esperanza en la venida del Señor. Si estamos libres de ídolos

podremos servir al Dios vivo y verdadero y podremos esperar (sin ataduras) al Hijo de Dios venir desde el cielo.

Capítulo 7

CORAZONES FIRMES, PUROS Y SANTOS

“Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos ... para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos” (3:12 - 13)

El Nuevo Testamento Viviente dice así: “Quiera Dios nuestro Padre darles corazones firmes, puros y santos, para que puedan presentarse irreprensibles ante El ”. Aquí se pueden visualizar mejor las tres características del corazón: firmes, puros y santo s. Veamos algunas cosas aquí:

Primero: según el versículo 12, el amor es el punto de partida para un corazón santo.

Segundo: El Señor quiere corazones firmes, puros y santos.

Tercero: ¿Para qué necesitamos corazones firmes, puros y santos? Para andar dela nte de Dios. Esto nos sugiere que es un ejercicio íntimo, secreto, para el Señor. Cuando hablamos del corazón no hablamos de algo que se puede mostrar. Es algo que se tiene delante del Señor para andar delante de El.

Cuarto: Toda esta exhortación del apóst ol es por causa de la inminencia de la venida del Señor Jesucristo.

En el pasaje anterior se mostraba el inicio de la santidad, con una decisión radical: volverse de los ídolos a Dios. Aquí, en cambio,

entra al corazón y lo vuelve firme, puro y santo. Todo ello, ante la inminencia de “ la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos ”.

Vamos, pues, a hablar del corazón.

El corazón del hombre puede estar en dos extremos distantes y opuestos: puede estar en el abismo más profundo de la iniquidad, o b ien en la cima más alta del monte mirando a Dios cara a cara. Entre estos dos extremos, hay una infinita gama de posibilidades, todas de inextricable misterio. Porque si hay algo difícil de conocer en sus

insondables vericuetos, y de prever en sus reaccion es, es el corazón del hombre.

Toda maldad sale del corazón impuro, maldades que contaminan al hombre: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas

estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Mar. 7:21 - 23). Pero, en el otro extremo, “bienaventurados (son) los de limpio corazón, porque ell os verán a Dios” (Mateo 5:8). ¿Cómo subir de aquel valle de degradación a este monte de gloria? Por supuesto, la

salvación inicia la recuperación (el corazón de piedra deja su lugar al corazón de carne), pero todavía persiste el peligro de que se vuelva a endurecer.

En el pasaje de Hebreos 3:7 al 4:7 se cita tres veces el Salmo 95:7 - 8 para advertir a los hijos de Dios acerca del peligro de endurecer el corazón (ver 3:7 - 8;15;4:7). La última vez reitera el “hoy”, enfatizando que este es el día de oír su voz para que el corazón no se endurezca.

En 1ª de Juan 3:20 dice que el corazón, (cuando está purificado, se entiende) nos reprende, pero “mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas”. Si el corazón nos advierte, si nos enciende una luz amaril la, significa que hay que prestar atención porque Dios es mayor y El sabe todas las cosas. El corazón nos reprende de una manera insuficiente, pero sobre él está Dios. Si el corazón tiene una

reprensión para mí ¿cómo será la reprensión que el Señor tiene p ara mí?

Por un lado, tenemos que con el corazón se cree para justicia, y por otro, que, por su incredulidad y dureza, se resiste a Dios.

La parábola del sembrador

(Mateo 13:1 - 9;18 - 23; Marcos 4:1 - 20)

La parábola del sembrador (o “de la tierra”, como dicen algunos que debiera llamársele) nos muestra cuatro tipos de corazón

(entendiendo que la tierra allí es el corazón del hombre, como la semilla es la palabra del reino, según Mat. 13:19). En esta parábola

no está el corazón del hombre jugándose la sal vación, sino la fructificación con miras al reino.

  1. El corazón traficado, en el cual la semilla no alcanza ni siquiera a prender, porque el enemigo arrebata la palabra, que no fue entendida. Esta es la tierra de junto al camino.

  2. El corazón voluble, an ímico. Este corazón es tímido porque se deja abatir por la aflicción y la persecución. Es la tierra con pedregales.

  3. El corazón dividido, mezclado. En él crecen juntamente la palabra y otras cosas; éstas ahogan la planta, que no puede dar fruto. Esta es la tierra con espinos.

  4. El corazón bueno y recto. Este retiene la palabra oída y da fruto con perseverancia.

    Observemos que de estos cuatro corazones, hay dos (el tercero y el cuarto) que permanecen y otros dos (el primero y el segundo) que ya no están.

    De modo que entre nosotros tenemos –o podemos tener – dos tipos de corazón: los que dan fruto abundante y los que no dan fruto.

    De estos dos, centraremos la atención un poco más en el segundo, en el corazón dividido, para ver cuál es su dificultad.

    El corazón con espinos

    Dice en Marcos 4:19 que hay tres cosas que “entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa” . Es significativo el uso que aquí se hace de la palabra “entran”. En verdad, nos sugiere que las cosas que

    ahogan la palabra llegaron despué s que la buena semilla. O sea, después de haber recibido la palabra verdadera del evangelio. Veamos qué grave y peligroso es esto: ¿En qué momento del caminar de fe, el corazón deja de atender a las santas admoniciones del Espíritu para volverse a otras co sas?

    En algún momento, después del gozo del primer amor, viene el mundo y comienza a meterse en el corazón. Llegan los espinos y ahogan la palabra. Por eso la voz del apóstol en Hebreos 2:3 suena

    tan potente: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos un a

    salvación tan grande?” Porque de verdad es un descuido inexcusable el que demos lugar para que “entren” al corazón otras cosas y hagan infructuosa la palabra.

    ¿Cuáles son estas cosas? Son los afanes de este siglo, el engaño de las riquezas y las codicia de otras cosas (Mar. 4:19).

    1. Los afanes de este siglo : Los afanes de este siglo están enunciados en el pasaje de Mateo 6:25 - 34. “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?

      Mirad las aves del cielo, que no siembran ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis

      vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotr os podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas esta s cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el

      día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.”

      Es revelador el hecho de que en este pasaje se menciona seis veces la palabra afán y sus derivados (25,27,28,31,34 (dos veces).

      Como sabemos, el número seis es el número del hombre, porque en el

      sexto día fue cre ado el hombre. De donde podemos inferir que el afán es un asunto intrínsecamente humano.

      Los afanes aquí son la comida, la bebida y el vestido. Pero si miramos atentamente la sociedad actual, veremos que, en realidad, es

      algo más que eso lo que preocupa y afana a los hombres hoy en día. Es, no tanto la comida, sino cierta comida; no tanto la bebida, sino cierta bebida; no tanto el vestido, sino cierto vestido. Es el valor

      agregado de esa comida, esa bebida y ese vestido: es el ‘status’ que conllevan. Y es a quí donde entra en juego la vanidad de la vida con toda su amplio repertorio de artículos de muerte.

      El Señor nos dice: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas”. ¿Nos ha faltado el pan? ¿Nos ha faltado el agua? ¿Nos ha faltado el vestido? Nunca nos

      han faltado ni nos faltarán. Sin embargo, el afán de cada día, de la mañana hasta la noche, es cómo suplir necesidades que no existen, cómo alcanzar un cierto ‘status’ delante de los hombres. Así consumen nues tra vida los afanes de este siglo. Así corremos tras las seducciones del comercio.

      Si hemos de agradar y servir a Dios deberemos hacer revisión de estas cosas. Los afanes de este siglo hacen un corazón infructuoso. Si

      hemos de ser hombres y mujeres útiles al Señor, tendremos que ser liberados de estos espinos. Porque muchas veces nos ocurre que

      salimos contentos de una reunión, con una visión clara, con una fe renovada, dispuestos a caminar. Entonces, el mundo nos bombardea.

      Y en la casa encontramos monton es de dificultades. Y la incredulidad nos dice: “¿Habrá pan mañana? ¿Tendrás qué ponerte mañana?”. Y la

      vanidad, por su parte, nos dice: “¿Tendrás suficiente dinero para comprar eso que quieres comer, y eso que deseas vestir?” Entonces

      todo parece que se d esvirtúa y se esfuma. ¿Qué es todo esto sino espinos que ahogan la palabra?

      A medida que este país progresa en la economía de mercado, hay más y más ofertas. ¡Hay tanto que comprar! Entonces surge el

      imperativo de que hay que ganar más dinero para poder co mprar. Y si no compro, me siento ¡tan desdichado!, como si los gozos del Espíritu

      o como si la comunión íntima con el Señor no llenara aquello lo que las más grandes riquezas no pueden llenar. ¡Oh, que podamos ver que

      un rato apartados en nuestro cuarto, t eniendo comunión con el Padre trae más gozo, más paz y plenitud que todas las riquezas juntas!

      Que el Señor nos fortalezca en fe para creer que todas las cosas nos serán añadidas.

    2. El engaño de las riquezas . Las riquezas producen jactancia (Sal. 49:6) y altivez (Ez. 28:5); no aprovechan en el día malo (Prov. 11:4), son inciertas (Prov. 27:24 y 1ª Tim. 6:17); compiten con el señorío de Cristo (Mat. 6:24); quienes las poseen están prácticamente excluidos

      del reino (Luc. 18:24 - 25). Son engañosas, porque dan una falsa sensación de seguridad y poder. Muchos cifran en ellas su esperanza.

      Las riquezas no son un buen fundamento para lo por venir.

    3. Las codicias de otras cosas . El pasaje de Marcos no dice cuáles son estas cosas, pero el de Lucas lo aclara. Son los placeres de la vida (Luc. 8:14).

El autor de Eclesiastés dice: “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno ... miré yo luego todas las obras de mis manos ... y he aquí todo era vanidad y aflicción

de espíritu, y s in provecho debajo del sol” (2:10 - 11). Si leemos este libro, veremos que en verdad su autor buscó el placer y lo halló en multitud de cosas, pero su fin es desalentador: todo es aflicción de espíritu y sin provecho alguno.

El fin del camino del placer es el hastío, el vacío interior. Aparte de ser efímero como la niebla de la mañana, o como la flor de la

hierba, su residuo en el corazón es el amargo sabor del tedio y la insatisfacción.

En un hijo de Dios este es un camino de muerte. Tal como le fue dicho a las viudas que se entregaban a los placeres (1ª Tim.5:6), éstos también “viviendo están muertos” .

Los placeres son las cosas que atrapan la mirada, el gusto, el oído, el olfato, el tacto. Un corazón impuro estás lleno de todas las cosas que dan satisfac ción a los sentidos. Este es el hedonismo.

¡Qué infructuosa es la vida de un creyente cuyo corazón está lleno de estas cosas: los afanes de la vida, el engaño de las riquezas y los placeres de la vida! Este es un corazón impuro. La Palabra está en él, pero está ahogada y no da fruto.

Por eso la advertencia del apóstol Pablo en 1ª de Tesalonicenses tiene tanta vigencia hoy para nosotros, y por eso hemos de pedir al Señor que nuestros corazones sean afirmados irreprensibles en

santidad delante de Dios. No de lante de los hombres, sino delante de Dios.

El problema de los inconstantes

El apóstol Santiago nos muestra la conducta de un hombre cuyo corazón es impuro, y nos da la clave para su salvación. Si unimos el versículo 1:8 “El hombre de doble ánimo es incon stante en todos sus caminos” y el 4:8b: “... Vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones” , tenemos que su característica es el doblez de ánimo, y su conducta, la inconstancia. Vive alternadamente en el valle y en el

monte. En un momento de em oción hace votos de consagración al Señor, pero luego vienen todas las cosas que hay en su corazón y

reclaman su lugar, y entonces se produce un repentino viraje en su actitud. Frente a este tipo de hermanos no sabemos en qué momento lo vamos a encontrar, si arriba o abajo.

La solución para él es la purificación del corazón: “Vosotros, los de doble ánimo, purificad vuestros corazones” . Aquí se introduce un imperativo para los inconstantes: ellos tienen que purificar sus

corazones. Como vemos, no es algo que hará Dios, sino que es

responsabilidad del creyente.

Una conducta oscilante entre el monte y el valle es consecuencia de un corazón mezclado. Es un corazón que no ha sido purificado.

Por eso el Señor dice: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” . Alguien puede decir: “ Yo vi al Señor y vi la iglesia”.

Pero bien podríamos preguntarle: “¿Cuánto hace de eso? ... ¿No le habrás perdido de vista, hermano? Porque tu conducta dice que no le

estás viendo hoy. Si le estuvieras viendo no hab ría esa inconstancia, no habría un doble ánimo, sino un corazón puro, y un corazón puro

es estable”. Esto es un asunto que hemos de hacer nosotros, no el Señor.

Hemos de ver también que con el mismo corazón que se cree para justicia, se puede iniciar el ca mino de la apostasía. ¿Dónde, sino en el corazón comenzó el problema de Ananías y Safira, de Simón el mago, de Demas, de Figelo y Hermógenes, de Onesíforo? Ellos no

purificaron sus corazones. Ellos dejaron de andar delante de Dios, y

se conformaron con fin gir delante de los hombres una condición

espiritual que no tenían, naufragando en cuanto a la fe. Ellos no arrancaron los espinos a tiempo. Ellos habían oído la más preciosa palabra de boca de los más capacitados apóstoles y profetas de Dios,

pero igual el corazón –que era su responsabilidad delante de Dios – se apartó. Les atrajeron el engaño de las riquezas (Simón, Ananías y

Safira), los afanes de este siglo y los placeres de la vida (Demas). No

fueron absolutos para con Dios, sino que dejaron crecer los e spinos hasta que ellos se tornaron inútiles y sus corazones se volvieron

insensibles.

¿Cuánto de esto hay entre nosotros hoy? Por favor, no pensemos que este mensaje es para otros.

Es necesario que esta palabra de 1ª Tesalonicenses 3:13 se cumpla en nosotr os: “... que sean afirmados nuestros corazones irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida del nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos”.

Capítulo 8

ESPÍRITU, ALMA Y CUERPO

“Y el mismo Dios de paz os santifiqu e por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (5:23).

Lo primero que vimos en relación con la santificación fue el

juicio a los ídolos y la consagración; luego vimos la e sfera del corazón, que es puesto delante del Señor, para que sea irreprensible en

santidad. Ahora iremos un poco más profundo todavía, para ver el ser entero: espíritu, alma y cuerpo, y cómo es guardado irreprensible para la venida del Señor Jesús.

El hom bre, un ser tripartito

Aquí en este versículo se nos enseña que el hombre es un ser tripartito y no dual. A menudo se piensa que el hombre es un ser de cuerpo y alma solamente. Los creyentes tenemos que conocer la

verdad tocante a esto. Porque si no vemos que aparte del alma está el espíritu no podremos nosotros alcanzar la madurez espiritual. Más

aún, es necesario no sólo conocer la verdad, sino también experimentar la realidad de esto.

Debemos saber reconocer las funciones del alma y cómo éstas se difere ncian de las funciones del espíritu. ¿Qué ocurre con un creyente que está recién comenzando en la carrera de la fe? El todavía tiene una gran mezcla de lo que es del alma y lo que es del espíritu. En

Hebreos 4:12 se nos dice que la palabra de Dios es una e spada cortante que penetra hasta la división del alma y el espíritu. Por

tanto, si la palabra cumple esta finalidad de separar el alma y el espíritu, entonces es bueno que estén separados. Pero en un cristiano

que recién comienza, la Palabra aún no ha teni do el tiempo suficiente para operar como una espada que separe el alma del espíritu, de

modo que su fe y su actuar están mezclados. Por eso hay tantos altibajos, hay tantos momentos de gloria y rápidamente hay otros de

depresión. Todavía no se ha producido la necesaria separación entre el alma y el espíritu. Pero nosotros sabemos que la Palabra es viva y eficaz y penetra hasta los límites del alma y el espíritu para producir

esta separación. De tal manera que el espíritu no se vea contaminado

con los deseos del alma, y tenga libertad para servir a Dios. Porque en el servicio de Dios no tiene lugar el alma, sino en la medida en que está sujeta al espíritu, en cuanto es un instrumento para el espíritu.

Por eso Pablo dice: “porque nosotros somos la circuncisión , los que en espíritu servimos a Dios” (Fil.3:3).

Veamos esto con más detalle.

El espíritu es la facultad que nos permite tener conciencia de Dios. El alma nos hace conscientes de nosotros mismos, y el cuerpo

nos hace conscientes del mundo físico que nos r odea. Tenemos sentidos, y a través de ellos nosotros captamos los estímulos del mundo físico y esos estímulos pasan al alma, que es entristecida o es

alegrada por ellos. Luego estas sensaciones pueden afectar al espíritu, contristándolo o liberándolo.

El alma es el punto de encuentro del espíritu y el cuerpo; está ligada al mundo espiritual a través del espíritu, y al mundo material a través del cuerpo. El espíritu afecta al cuerpo sólo a través del alma, así como el cuerpo sólo afecta al espíritu a través del alma.

El espíritu no tiene contacto directo con el cuerpo, de modo que si queremos, por ejemplo, que nuestros ojos sean buenos, lleno de luz y no de tinieblas, esa luz y esa bondad deberán pasar a través del

alma. ¡Cuál sería la gloria del Señor Jesús, nuestro amado Señor, que aún la mujer que tocó su manto fue sanada! Esto significa que su espíritu era tan fuerte, y su alma tan sumisa, que el espíritu pasaba libremente a través de ella, embargando todo el cuerpo, al que llenaba

de luz y de poder, de ta l manera que incluso sus ropas eran alcanzadas. ¡Qué bendito es el Señor Jesús! Todo su ser estaba

rendido ante el Padre; su mayor deseo era hacer la voluntad de Dios y hablar lo que Él le había mandado. Nada hacía desde sí mismo.

Hay esperanza también pa ra nuestros cuerpos, porque aun siendo lo menos noble de nuestro ser, aún él puede ser utilizado para

bendecir a muchos. El Señor Jesús fue transfigurado en el monte.

¿Qué es eso sino una explosión de vida y de gloria, que estaban confinadas en lo íntimo d e su ser, en el espíritu, y que en ese momento se manifestaron hacia afuera, a través del alma y del cuerpo?

El Espíritu Santo ha de tener en nosotros toda la libertad que necesita para poder actuar. Necesita ser dejado libre, sin restricciones. Hemos de s er sumisos al Espíritu y dejarnos guiar por El, para que también nuestra alma y nuestro cuerpo expresen

fielmente la gloria de Dios. Demasiado tiempo hemos vivido por el alma, siendo seducidos por los estímulos del cuerpo. Es tiempo ahora

–cuando esperamos al Señor desde los cielos – que nuestra alma se rinda en obediencia, para que el Espíritu Santo y nuestro espíritu

tengan libertad y expresión.

Función decisiva del alma

El alma posibilita que el espíritu y el cuerpo se comuniquen y colaboren. El alma pued e inclinar la balanza a favor de uno u otro (espíritu o cuerpo); si está sujeta al espíritu, entonces puede el cuerpo

alcanzar la perfección del espíritu; si, en cambio, está rendida al cuerpo, entonces puede arrastrar al espíritu a la más grande caída. Ta mbién el alma puede centrarse en sí misma, y llegar a ser el centro o motor de la vida humana. Es así en los hombres que desarrollan al máximo sus facultades de pensar, sentir y decidir, todo ello separado

del espíritu, y muchas veces haciendo renunciación de los deseos del cuerpo. Es así en los grandes intelectuales y moralistas, en los

grandes artistas, cuya sensibilidad es muy sutil. En todos estos casos, es el alma con todas sus facultades, la que se ha desarrollado y

la que gobierna. Pero nosotros sabe mos que, si bien el alma puede alcanzar cierta perfección en sí misma, con todo, ella es absolutamente inútil en la obra de Dios. Por eso a nosotros no nos

asombra ni nos seduce un alma bien cultivada. Nosotros sabemos

que eso es carne y, por mucho que se desarrolle, sólo carne puede llegar a ser, jamás podrá transformarse en espíritu. Hay, pues, una

gran diferencia entre el alma y el espíritu.

El alma es el eje de toda la vida humana y es la sede de la

personalidad del hombre, con sus facultades de pensar, decidir y sentir. Aunque mucho se ha dicho acerca de que es la inteligencia del

hombre lo que le da su sello distintivo, para nosotros, en nuestro caminar con el Señor y en el servicio del Señor, es la voluntad la facultad más determinante del alma.

Es la voluntad del hombre la que decide si se inclina a Dios o a Satanás. El hombre tiene libre albedrío gracias a la facultad volitiva de su alma. Esta facultad es tan inviolable que ni siquiera Dios la

puede tocar. Si el hombre no fuera libre, no sería respon sable de sus actos y no podría ser condenado. Pero el hecho de ser libre en su voluntad, le hace responsable delante de Dios, y, por tanto, sujeto al

juicio de Dios.

De manera que es el alma y, dentro del alma, en especial la facultad volitiva, la que nos hace conscientes y responsables de nuestro yo y de nuestra personalidad.

Si el alma no se sujeta al espíritu, el espíritu puede ser impotente para actuar. Está ahí, pero está oprimido, contristado. Y no

es sólo el Espíritu Santo el que está así cuando el alma avasalla al espíritu. Es el Espíritu Santo más nuestro espíritu. Porque el que se

une al Señor una sola cosa es con Él. Y esta unión es por el Espíritu, de tal manera que nuestro espíritu no está solo, no está separado del

Espíritu Santo. El vino a ha cer morada en nuestro espíritu para venir a ser una sola cosa.

En Romanos 8 encontramos muchas veces la palabra espíritu. En nuestras versiones españolas de la Biblia, a veces la palabra “espíritu” está con mayúsculas, para referirse al Espíritu de Dios, y otras con minúsculas para referirse al espíritu del hombre. Pero los que saben griego afirman que en este pasaje, en el original griego, no es fácil distinguir cada vez a cuál de los dos espíritus se refiere. ¿Qué

significa esto? No que haya confusión, si no que el Espíritu Santo, con nuestro espíritu han llegado a ser una sola cosa en nosotros. Esta es

nuestra gloria, ser una sola cosa con Él.

Ahora bien, el alma nos ofrece bastantes dificultades cuando decidimos servir al Señor.

Si hacemos brevemente un poco de historia en nuestro caminar en la fe, recordaremos que cuando recibimos al Señor, se operó en

nosotros un nuevo nacimiento. Este nacimiento afectó a nuestro espíritu (Jn. 1:12 - 13; 3:3,5) y, más aún, nos llenó del Espíritu. Entonces nos parecía que todo nuestro ser estaba sujeto al Espíritu; y hasta creíamos que todo nuestro ser era espiritual. Y nos asombrábamos de ver cómo muchos de los cristianos antiguos se veían tan impotentes y apagados. Nosotros sí que éramos espirituales.

Y de verdad, gracias a los gozos del primer amor, estábamos en la cúspide del monte.

Pero, poco a poco, el alma comenzó a retomar el control de nuestra vida, hasta que comenzó a causarnos problemas. Conforme el

espíritu se fue apagando, el alma fue creciendo y alzándose como un amo tornadizo y caprichoso. Luego, cuando quisimos dar pasos para

un servicio espiritual al Señor, nos encontramos con que teníamos serios problemas. Por eso, hemos de ver atentamente cuál es la

solución de Dios para los deseos del alma que interfieren en un servicio espiritual.

Para nacer de nuevo, sólo fue necesario creer y recibir al Señor en nuestro espíritu; para servir a Dios, en cambio, hemos de tratar día a día con nuestra alma, hasta que acepte someterse al espíritu, y ande en docilidad y sumis ión.

De manera que, de este versículo 5:23, prestaremos especial atención al asunto del alma y de cómo guardarla irreprensible para la venida del Señor Jesús.

Capítulo 9

LA SALVACIÓN DEL ALMA

Condiciones para el discipulado

“Entonces Jes ús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre

por su alma? Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras.

De cierto os digo que hay algunos de l os que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo

en su reino.” (Mateo 16:24 - 28).

De acuerdo a este pasaje, hay dos condiciones para el discipulado: a) El negarse a sí mismo, y b) El tomar la cruz.

Esto tiene q ue ver con salvar la vida (o el alma, porque en griego, la misma palabra da origen, en su traducción al castellano, a las palabras “vida” y “alma”), o con perder la vida (el alma) por causa del

Señor. Si se trata de perder el alma por causa del Señor es cl aro que no se refiere a perder el alma en el infierno. Notemos que aquí el

Señor le está hablando a los discípulos (es decir a salvados) y que no puede significar ir al infierno por causa de Él.

La salvación de la que aquí se habla no es la salvación etern a que se alcanza por medio de la fe, sino que se refiere a la salvación de

la vida (o del alma) por medio de las obras (“entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”, vers. 27) y con miras al reino (vers. 28).

En el versículo 25 podemos advertir la con traposición de dos ámbitos temporales: el presente y el futuro. Podemos mostrarlo así: “Porque todo el que quiera salvar su vida (ahora), la perderá (en el

futuro); y todo el que pierda su vida por causa de mí (ahora), la

hallará (en el futuro)”. Perder la vida (o el alma) aquí y ahora es por medio del negarse a sí mismo y tomar la cruz. Esto traerá recompensa

futura, en el reino. A esto se refiere la salvación del alma.

Este es un proceso largo (implica “seguirle”, es decir, es un

caminar) y penoso. “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas” ,

dice el Señor en Lucas 19:21. Notemos que este salvar el alma requiere paciencia, y, además, es un asunto muy nuestro. Aquí se habla de “vuestra” paciencia y de “vuestras” almas. De manera que la salvación del alm a se asocia estrechamente con “nuestra paciencia”.

Por otro lado, si lograremos o no salvar nuestra alma para el reino, sólo lo sabremos en aquel día, el día del arrebatamiento (o rapto).

Condiciones para ser arrebatado

Si miramos Lucas 17:28 - 33 vemos a do s personajes del Antiguo Testamento: Lot y su mujer: “Asimismo, como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas

el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos. Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste. En aquel día, el que esté en la azotea, y sus bienes en casa,

no descienda a tomarlos; y el que en el campo, asimismo no vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. Todo el que procure salvar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la salvará.”

Lot no estaba contento en Sodoma, él tenía su corazón afligido allí. Pero mientras Lot vivía angustiado por la conducta de los

sodomitas (Pedro dice que “el justo Lot (vivía) abrumado por la nefanda conducta d e los malvados” . 2ª Ped. 2:7), su mujer tenía su alma apegada a la ciudad. Sus afectos estaban “con sus bienes en casa” (v. 31). Por eso Lot fue salvado por los ángeles, no así su mujer. Ella no

estaba dispuesta a abandonarlo todo. Cuando los ángeles la sa caban de la ciudad, su alma se volvió a Sodoma (y sus ojos tras ella), y se

quedó allí, convertida en una estatua de sal (Gén. 19). “Acordaos de la mujer de Lot” , dice el Señor. “Todo el que procure salvar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la s alvará” (vv. 32 - 33).

Lot es una figura de los cristianos en los días del arrebatamiento de la iglesia. Aunque Lot cometió grandes errores en su vida (si lo comparamos con su tío Abraham), en el momento decisivo, por la

misericordia de Dios, cuando vino jui cio sobre Sodoma, Lot fue arrebatado por los ángeles. En Lot tenemos una figura clara acerca de

lo que es perder el alma en esta vida, para recuperarla después.

Distinto es el caso de su mujer. Su mujer miró hacia atrás en el

momento decisivo y se quedó al lí para siempre. Ella es figura de lo que es complacer el alma acá, para perderla después. ¿Con quién nos

asociamos nosotros?

Lot miró hacia adelante, hacia esa pequeña ciudad –Zoar – adonde Dios lo estaba llevando. Nuestra mirada también apunta

hacia Zoar , la ciudad de refugio, no hacia atrás. Hemos tomado la mancera del arado para no soltarla más.

Aquí tenemos un arrebatamiento y las condiciones para participar de él. Dos personas muy fuertemente unidas en vida, corren muy distinta suerte en el momento de cisivo. La diferencia está en los afectos del alma: el que está dispuesto a perderla, la salva, y

quien quiere conservarla, la pierde.

“Dos mujeres estarán moliendo juntas; la una será tomada, y la

otra dejada. Dos estarán en el campo; el uno será tomado, y el otro dejado” (Lucas 17:35 - 36). En estos versículos se mencionan dos

hombres y dos mujeres, que no se diferenciaban en nada (ellos estaban realizando el mismo trabajo), hasta el día del rapto. Entonces

se manifestó la diferencia (comp. con Malaquías 3: 16 - 18), porque arrebatan a uno y dejan al otro, toman a una y dejan a la otra.

Mientras estamos aquí abajo, podemos ser confundidos fácilmente; sin embargo, los ángeles no se van a equivocar ese día. El Señor los

enviará por los cuatro vientos de la tierra y recogerán todo el trigo de Dios y lo pondrán en su granero, antes de que vengan los juicios

sobre la tierra.

La gratificación del alma

“También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pen saba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.” (Luc. 12:16 - 21)

En este pasaje tenemos un r ico que satisfacía su alma con reposo, comida, bebida y alegría. En el alma está la facultad de hallar

deleite. Quien lo busca, sin embargo, hace para sí tesoro, pero no es rico para con Dios. Todo lo centra en sí mismo. Por esto, Dios lo considera un neci o.

El rico tuvo la satisfacción en su vida (incluso ni eso), pero a la hora de la muerte, la esperaba una gran tristeza y frustración: había invertido muy mal su vida. Todo su esfuerzo fue vano.

Alguien puede decir: ¿es que acaso la comida, la bebida, el reposo y la alegría no son cosas legítimas? ¿No podemos disfrutar de ellas? Sin duda que son parte de la vida humana, pero hemos de ver la diferencia entre lo que es la satisfacción de una necesidad natural y lo que es gratificar el alma.

La necesidad natu ral de comer puede transformarse en un deseo obsesivo, en gula; el beber puede transformarse en un deseo desenfrenado que no mide las consecuencias, y que lleva al hombre a una esclavitud; el reposo puede llevar a tal autocomplacencia que evitará la más mí nima molestia. Ese reposo, ¿no es una falta grave en uno que ha sido comprado por precio para no ser ya más suyo, sino

de Aquel que lo compró?. Luego, el regocijo. ¿No dice acaso la Escritura: “¡Ay de los que ahora ríen, porque ellos llorarán!?”. Sí, y tam bién dice: “Bienaventurados los que ahora lloran, porque ellos reirán”.

El regocijo del alma no es aquí en este pasaje un regocijo santo. Nosotros vemos en la Escritura que la viuda es una figura de la iglesia, mientras está aquí abajo, lejos del Señor. S i ella está lejos de su Señor, ¿cómo podría estar contenta y regocijarse? ¿Cómo podría

ella hacer fiesta? ¿Cómo podría decirle ella a su alma que se regocije,

si no tiene al esposo a su lado? El Señor dice a los suyos: “Vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo” (Jn. 16:22). En la Escritura vemos también una mujer que sí se deleita aquí abajo, ella es Babilonia. Ella es reina, no viuda. (Apoc. 18:7 - 8), pero los juicios sobre ella será n terribles. Así, pues, nosotros no estamos llamados al

disfrute ni al deleite de las cosas de esta vida, cosas todas que gratifican el alma, y la pierden.

Si bien las necesidades naturales siempre deben ser suplidas (a

menos que por motivos más nobles re nunciemos a ellas ocasionalmente), hemos de desechar, en cambio, los deseos carnales

asociados con ellas.

Si comparamos Génesis 3:6 con 1ª de Juan 2:16 nos damos cuenta que la causa de la caída de Eva y Adán fueron los deseos carnales que se gestaron a pa rtir de una necesidad natural como es el

comer. “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer (“los deseos de la carne”) , y que era agradable a los ojos (“los deseos de los ojos”) , y árbol codiciable para alcanzar sabiduría (“la vanagloria de la vida”) ...”. Vemos que tales deseos del alma no provienen de Dios, sino del mundo, y que buscan gratificarla. Gratificar es complacer, es regalar,

es proveer para su deleite.

Aquí vemos al alma siendo seducida en cada una de sus facultades por el pecado, y recib iendo el pago correspondiente: la muerte. Con este acto de Eva, el alma se fortaleció, se desarrolló en forma desproporcionada, pasando a ser el centro de su vida. Y al

mismo tiempo, ella y su marido ya no pudieron mirar a Dios cara a cara. Cuando el alma ocupa la preeminencia, entonces se pierde la comunión con Dios.

El alma se engruesa con los deleites y comienza a reclamar todo para sí. Si la complacemos un poco hoy, mañana exigirá más, y luego

tendrá el gobierno de la vida del hombre. ¡Qué pérdida es qu e un hijo de Dios sólo viva para dar deleite a su alma! ¡Qué pérdida para el

testimonio de Dios es que un hijo de Dios, que tiene el Espíritu Santo, que tiene todos los recursos de Dios a su alcance para trastornar el mundo, para libertar a los cautivos, p ara dar vista a los ciegos, se vuelva esclavo de los placeres y de los deleites, como el más vil de los

pecadores!

¿Quiénes son los sensuales y divisivos de que se habla en Judas

19, que andan “según sus propios deseos” (v.16), sino los que gratifican su alma?

Todos nosotros tenemos necesidad de guardar el alma irreprensible. Este guardar no es guardarla de la cruz, sino guardarla para la Venida del Señor, perdiéndola en esta vida, para hallarla después, en el reino.

Cuando la entrega es insuficiente

“Grandes multitudes iban con él; y volviéndose les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.

Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo:

Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si

puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mi l? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y

le pide condiciones de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. Buena es la

sal; mas si la sal se hiciere insípida, ¿ con qué se sazonará? Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera. El que tiene oídos para oír, oiga.” (Luc. 14:25 - 35)

En este pasaje aparece de nuevo el asunto del alma. Y está

asociado a tres ejemplos: el de la torre que no se acaba de edificar, el de la guerra que no termina en victoria y el de la sal que pierde su

sabor.

Muchas veces pensamos, al mirar este pasaje, que lo que el Señor quería decirnos era que debíamos pensarlo bien antes de consagrarnos, no fuera que si fracasábamos de spués, todos se rieran de nosotros. O bien, temíamos que el enemigo, en el caso de la guerra, nos pudiera derrotar, y quedaríamos postrados en el camino.

Sin embargo, tenemos que ver que la causa de por qué estos tres ejemplos terminan mal es porque hubo una entrega insuficiente. Aquí el asunto es que no se renunció a todo (v.33). Pero si la entrega es

total y sincera, no hay ninguna posibilidad de fracaso. Lo que hemos de ver, entonces, no es si podremos seguir o no hasta el final (esto lo dejamos al Seño r), sino que hemos de ver que nuestra entrega al Señor sea completa y que nuestra renuncia a lo nuestro sea absoluta.

Lo único que hemos de temer es no entregarnos del todo. ¿Qué cosas implica ese “todo”? Pues, es todo. La mitad de una entrega es insuficie nte, el noventa por ciento es insuficiente, y aun el noventa y nueve por ciento es insuficiente. Tiene que ser el cien por ciento.

Porque, cuando hay una entrega insuficiente, hay una torre que no se

acaba de edificar, hay una guerra que no termina en vict oria y hay una sal que pierde su sabor y que termina desnaturalizándose. Una

sal así ¿para qué sirve? Ni para la tierra (que tipifica el reino) sirve, ni para el muladar (que tipifica el infierno), sirve, porque tal creyente es salvo. ¿Qué hacen con él? Lo arrojan fuera, fuera del reino.

El todo que el Señor reclama está desglosado en el versículo 26: están ahí los afectos humanos y aun también el amor a sí mismo. La renuncia a todas estas cosas legítimas y nobles significa cargar la cruz y seguirle (v.27). El día que hayamos solucionado este gran problema, que es renunciar a todo lo que poseemos, sean afectos,

sean bienes, vamos a entrar en una carrera de utilidad, en un desarrollo espiritual profundo y continuo. Que el Señor nos socorra para que esto sea p osible ya.

Una alegoría del alma

En 1 Samuel 6:7 - 12 tenemos una buena alegoría de lo que es un alma que se niega a sí misma para seguir al Señor.

Samuel nos cuenta que en los tiempos de Elí los filisteos capturaron el arca de Dios Pero como la permanencia del arca entre ellos les causara mucho daño, decidieron deshacerse de ella de modo

tal que pudieran saber si los males recibidos habían sido causados por el arca o había sido una mera coincidencia. Pusieron el arca sobre

un carro tirado por dos vacas que c riaban, luego las enyugaron, dejando sus becerros atrás. Entonces ocurrió un hecho sorprendente,

que superó los dictados de la naturaleza, porque “las vacas se

encaminaron por el camino de Bet -semes, y seguían camino recto, andando y bramando, sin apartars e ni a derecha ni a izquierda.”

La figura es clara: esos animales somos nosotros, el arca es Cristo, el camino a Bet - semes es el camino angosto, los becerros son el padre, la madre, la esposa, los hijos y todo lo que tenemos. Contra el llamado de nuestros afectos, de nuestra naturaleza humana, hemos de caminar derecho, aunque nuestra alma sufra y quiera

volverse atrás. Irá gimiendo de dolor por el vínculo roto, pero no se apartará ni a derecha ni a izquierda, sino que irá firme hacia adelante. Cuando nuest ros afectos nos quieran traer de vuelta, cuando el afecto por nuestro hijo, o hija o madre, por lo que somos y tenemos, venga a apartarnos del camino, miremos hacia adelante,

hacia Bet - semes, donde nos espera la gloria de Dios.

Es significativo que las vac as fueron enyugadas. Esto nos trae al corazón el llamado del Señor a llevar su yugo sobre nosotros.

Vemos aquí también que ambos animales, al llegar a Bet - semes, fueron ofrecidos en holocausto. ¿Qué otra cosa nos espera, a los que

pretendemos servir al Se ñor, sino ser ofrecidos cada día en holocausto grato a nuestro Dios? El fin de nuestra alma en esta vida

es la muerte, no la vida.

Vemos también aquí que el alma no sigue espontáneamente al espíritu. Tiene que haber una fuerza superior, más fuerte que los dictados del alma, que sea capaz de hacerla doblegarse y caminar derecho hacia adelante. Este poder, el Espíritu Santo en nuestro espíritu, es el único capaz de atraerla, y quebrantar su fortaleza.

Tiene incluso, a veces, que hacerle violencia hasta romper sus lazos afectivos.

¿Estamos dispuestos a esto?

Si hemos de ser lo que el Señor quiere, en esta generación, si hemos de edificar la torre hasta terminarla, si hemos de ganar las batallas de Dios, si hemos de ser una sal que sale todo el tiempo, necesitar emos avanzar aunque nuestra alma gima, y aunque tengamos que ser sacrificados. Ese es el fin inevitable, pero también la condición básica para un servicio espiritual y fructífero.

Hemos de estar dispuestos a que nuestra alma sufra ahora, para que disfrute en el reino (2 Tim. 2:12). Tenemos que someter nuestra alma a restricción para que el Señor sea expresado por nuestro espíritu, alma y cuerpo.

Teniendo un espíritu fortalecido, podremos hacer fuerza contra

el alma para someterla al Señor Jesucristo. Tendre mos que hacerlo una y otra vez. Poco a poco irá siendo más sumisa y será menos

grande el dolor de la cruz. El alma no sigue espontáneamente. Y aunque el Espíritu nos socorre, nosotros también debemos poner en

ejercicio esa facultad preciosa que es la volun tad, para decirle al alma: “Yo te ordeno que sigas al Espíritu, que mengües para que el

espíritu crezca”. Tiene que ser quebrantada su fortaleza, tienen que ser rotos todos sus lazos. Que así sea para la salvación de nuestra alma, y para que sea hallada ir reprensible cuando el Señor venga.

Capítulo 10

EL AMOR FRATERNAL

Hemos visto en 1ª Tesalonicenses que hay 3 virtudes o gracias que el Señor dio a esa iglesia y que ha dado a todas las iglesias: estas son la fe, el amor y la esperanza .

La fe se asocia con la entrada al camino de la vida. Dice en Romanos 5:2 que por la fe tenemos entrada a esta gracia en la cual estamos firmes. Es la fe la que nos abre la puerta. Los apóstoles

llegaron a Tesalónica predicando una palabra que despertó en el

corazón de los hermanos una fe poderosa y por esa fe los hermanos hallaron al Señor, y surgió así la iglesia. Por tanto, la fe la encontramos siempre en el comienzo de la vida cristiana, y en el punto de partida de una iglesia local.

Pero no es sólo la fe, porque también está el amor . El amor permite que la vida de la iglesia se exprese y llegue a su plenitud. El

amor permite que las cosas de Dios abunden más y más. Encontramos en esta epístola dos referencias importantes al amor.

Una de ellas es 3:12, donde dice “ Y el Señor os haga crecer y abundar en amor, unos para con otros y para con todos, como también lo hacemos nosotros para con vosotros, para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre ...” Aquí el apóstol desea que el Señor les haga crecer y abundar en amor.

En el versículo 13 aparece una consecuencia de ese crecer y abundar en amor: el corazón es irreprensible en santidad. El punto de partida

para un corazón firme, puro y santo es que crezca en él y abunde el amor de Dios. La otra está en 4:9 - 10 : “Pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis unos a otros; y también lo hacéis así

con todos los hermanos que están por toda Macedonia. Pero os rogamos, hermanos, que abundéis en ello más y más ...”. Aquí el apóstol reconoce que el amor es una práctica habitual en la vida de la iglesia, por ello no ve la necesidad de explayarse sobre el tema, sino

que se limita a exhor tarlos a que permanezcan en ello, abundando más y más.

Y luego está la esperanza , que se asocia con la venida del Señor Jesucristo. Si vemos en el 4:13, la última palabra de ese versículo es

“esperanza”. Dice que no debemos entristecernos como los otros qu e

no tienen esperanza. Nosotros tenemos esperanza, porque esperamos

encontrar al Señor Jesucristo y con él a todos los que ya partieron antes de nosotros. La esperanza es una cosa gloriosa, porque nos

mantiene expectantes respecto a la Venida del Señor y a l reencuentro con los que ya han partido en el Señor.

De manera que tenemos la fe en un comienzo; luego tenemos el amor que lo envuelve todo en la vida de la iglesia, y tenemos también la esperanza relacionada con la venida del Señor. Si miramos en 1ª Cori ntios 13:13, hallamos de nuevo estas tres virtudes, con un énfasis especial en el amor: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.” Así que, sin

menospreciar la fe, y sin menospreciar la esperanza (que siguen estando en nosotros), tenemos que reconocer que el mayor de ellos es

el amor. Sin duda, el amor, que aquí en esta epístola es “el amor fraternal”, merece que le prestemos una atención especial.

La justicia y el amor

En Lucas 11:42 el Señor Jesucri sto hace una fuerte apelación a los fariseos. Les enrostra el hecho de que ellos diezmaban de las cosas pequeñas, como la menta, la ruda y toda hortaliza, pero habían pasado por alto lo más importante: la justicia y el amor de Dios. En efecto, ellos, no co nociendo a Dios, habían descuidado estas cosas que son como los pilares de la vida cristiana. Primero la justicia,

luego el amor.

En los primeros capítulos de Romanos se diserta ampliamente

acerca de la justicia, la cual se asocia con la fe, porque es por la fe que somos justificados para con Dios: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”

(5:1). La justicia la tenemos en primer lugar en Romanos. Sin

embargo, llegamos al capítulo 5:5 y allí nos encontra mos con el amor: “... Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” Esta es la primera vez, en el desarrollo de la epístola, que se menciona el amor. * Así que primero está la justicia, es decir, el que Dios nos haga justos, y luego, el amor.

La justicia no está sola, sino la justicia con el amor. La fe y la justicia nos habilitan para estar delante de Dios, para recibir de su Espíritu y para recibir el derramamiento de su amor. Una vez justificados, tenemos algo más por delante: el amor. Gracias a Dios por Romanos 5:1; pero también gracias a Dios por Romanos 5:5.

Las palabras dichas por el Señor Jesucristo a los fariseos encuentran aquí una confirmación plena. Nosotros no podemos dejar de lado la jus ticia y el amor de Dios, porque están en nosotros.

Ocurre con muchos de nosotros que conocemos bastante sobre la palabra de la justicia. Durante muchos años hemos escuchado, hemos creído y hemos declarado la palabra de la justicia de Dios, y en verdad nos ha traído mucha bendición, pero ¿cuán versados somos en el amor? Hemos hecho a veces ostentación de la palabra de justicia, pero ¿cuánto hemos vivido la palabra del amor?

La Escritura dice: “Pero si por causa de la comida tu hermano es contristado, ya no a ndas conforme al amor” (Rom. 14:15 a). Esto nos sugiere que hay un andar conforme al amor. No es solamente por la comida o la bebida que Pablo dice esto, es todo un camino. Es un

andar conforme al amor.

Así que, hay un andar en amor y hay un caminar en jus ticia.

El camino de Juan

La Escritura nos dice que Juan el Bautista vino en camino de justicia (Mateo 21:32), pero no dice que viniera en el camino del amor. El fue un gran profeta, el más grande que produjo el Antiguo Pacto.

Era el hombre más grande naci do de mujer (Mat. 11:11). Era un

hombre rudo que vivía apartado en el desierto (Mat. 11:7 - 8), su carácter era santo y justo y no se contaminaba con los pecadores

(Mat. 11:18 - 19) y era hasta violento en su celo por Dios (Mat. 11:12), se atrevía incluso a re prender públicamente al rey Herodes (Luc. 3:19). El Señor dijo que Juan era el Elías que había de venir (Elías, el profeta del fuego y del juicio a los profetas de Baal).

El mensaje de Juan era el de un hombre santo y justo, que predicaba el arrepentimien to y que reclamaba justicia aun de los pecadores (publicanos y soldados, entre otros). El demandaba una

justicia sin conversión (porque quien bautizaría en el Espíritu Santo sería el Señor, más adelante), y anunciaba juicio (Luc. 3:9,17). Por

eso, siendo J uan el más grande profeta nacido de mujer, “el más

pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él” , dijo el Señor (Mat. 11:11). El mismo Juan, al dar testimonio del Señor, se identifica a sí

mismo con el amigo del esposo, no con la esposa. Y sabemos qu e el que experimenta los gozos del esposo es la esposa, no el amigo. En

este sentido, todo creyente tiene un lugar más privilegiado que Juan (Juan 3:29).

El camino de Juan no era perfecto. ¿Por qué no lo era? Porque él

seguía la justicia, pero no el amor. El amor aún no se había revelado, porque Cristo aún no había muerto en la cruz por los pecadores.

Juan es el último y más grande profeta del Antiguo Pacto, pero es menor que el más pequeño del Nuevo.

El camino de la justicia puede llevar a la presunción, y, de hecho, así lo parece a muchos. Cuando nosotros le creemos al Señor respecto de la justificación por la fe, somos rápidamente

malinterpretados y tachados de presumidos y arrogantes. Dicen:

¿Cómo un hombre puede ser justo sólo por creer, sin obras? Sue na arrogante. El camino de la justicia puede sonar a arrogancia, e

incluso puede caer, por causa de quienes lo sustentan, en la arrogancia. Por eso, es por el amor que nosotros tenemos que mostrar

que somos verdaderamente discípulos del Señor. Los efectos del amor son inconfundibles y evidentes.

Pero no el amor sin la justicia.

El equilibrio perfecto

Lo perfecto tiene dos vertientes: la justicia y el amor de Dios. Este es el equilibrio perfecto y en esto deben andar los hijos de Dios (1ª Juan 3:10)

Ahor a bien, ¿son excluyentes el camino de la justicia y el del amor?

Como dijimos, en los primeros capítulos de Romanos se enfatiza el camino de la justicia; luego en el 5:5 se introduce el amor, para constituirse en el capítulo 14 en un andar conforme al amor .

Creo que es innecesario destacar la importancia del amor. El primer fruto del Espíritu es el amor (Gál.5:22), y es la culminación de la escalera de los “añadid”, que comienza con la fe, en Pedro (2ª Ped.

1:5 - 7). De manera que el amor es el sello, es la g arantía de la perfección de Dios, porque Dios es amor. Cuando estamos unidos en

amor se alcanzan las riquezas de pleno entendimiento (Col.2:2), y aún más, es por el amor que todos conocerán que somos discípulos del Señor (Juan 13:35).

Pero, volvamos a la pregunta, ¿son excluyentes el camino de la justicia y el del amor? Veremos lo que nos dice la 1ª epístola de Juan.

Cuando Juan escribe esta epístola, está viviendo en tiempos de gran peligro y apostasía. Nosotros sabemos que los últimos cuatro libros de l a Biblia (excepto Judas) fueron escritos por Juan. En los tiempos de Juan se habían introducido falsos hermanos, así que para distinguir lo verdadero de lo falso, Juan se remite al principio del amor.

“En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (3:10). Esto mismo, dicho en positivo, diría: “El que hace justicia y ama a su hermano, es de Dios” . Aquí tenemos la justicia y el amor juntos, de modo que no es la jus ticia sin el amor, ni el amor sin la justicia. El asunto no es si son excluyentes (que no lo son), o si son compatibles solamente. El punto es que son absolutamente

necesarios el uno al otro, e inseparables.

En realidad, ambos se regulan, tal como el poder , el amor y el dominio propio lo hacen en 1ª Timoteo 1:7. La justicia sin amor nos

sugiere santidad sin la capacidad de perdonar. Nos sugiere un carácter justo, pero sin ternura ni compasión. Uno puede decir: “Yo

soy justo; aquél es injusto” sin misericord ia y sin amor. Por otro lado, el amor sin la justicia puede caer en la filantropía, o en un

humanitarismo que lo perdona todo indiscriminadamente, haya o no arrepentimiento. Es un amor que deja de lado el necesario juicio que

también debe haber en la casa de Dios. Es el amor como una mera emoción de la carne.

¿En qué se reconoce un hijo de Dios? En que hace justicia y en que ama a su hermano.

Porque somos justos aborrecemos el pecado, pero porque tenemos el amor de Dios, amamos al pecador.

El verdadero amo r procede de un corazón hecho justo por la fe.

A ese corazón ha llegado el verdadero amor, el amor de Dios.

Tenemos que declarar solemnemente que la filantropía no es amor genuino; que el entregar el cuerpo para ser quemado y el dar los bienes a los pobres no son necesariamente pruebas del amor de Dios. Muchas veces esas acciones pretenden encubrir un problema de

conciencia, y buscan sólo acarrear justicia para un corazón injusto. Gracias a Dios tenemos los requisitos para vivir el amor, porque hemos hallad o la justicia de Dios por la fe en Cristo Jesús, y porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones.

El amor fraternal

Pero miremos en detalle los pasajes de 1ª Juan 3:10 - 18, y 4:17 - 18, para conocer las características del amor fraternal.

Ha llamos en el primero de estos pasajes, la reiteración de la palabra “amor” y de la palabra “hermano”. Aquí no se habla de obispos, diáconos y fieles, aquí sólo se habla de hermanos. Es este,

entonces, el amor fraternal de que nos habla 1ª Tesalonicenses 4: 9.

Esto es lo que significa Filadelfia. El amor nos hace a todos iguales. Desde el más agraciado apóstol, profeta o maestro, anciano o diácono, hasta el último de los hermanos. A todos nos iguala el amor. El amor

nos hace descender de toda posición alta a las rodillas, para lavar los pies del hermano. Cristo bajó de su trono de gloria, bajó todo lo imaginable, (porque dada su alta posición era quien tenía que bajar

más), para llegar a lavar los pies de los discípulos, y no sólo lo hizo Él, sino que dijo que nosotros también debíamos hacerlo. De manera que siempre seremos deudores en cuanto al amor.

En estos versículos, podemos establecer una línea que une “hijos del maligno”, “Caín”, “obras malas”, “muerte”, “aborrece”, homicida” y

“mundo”. Y una segunda lí nea que une “Hijos de Dios”, “justicia”, “amor”, “obras justas”, “Abel”, y “vida”. Aquí tenemos un paralelismo

antitético, que contrapone, como es común en las Escrituras, dos elementos contrarios, el bien y el mal, la luz y las tinieblas, etc. Aquí tenemo s dos caminos contrapuestos, y tenemos, a su vez, aquí dos orígenes, dos formas de vida. Nosotros hemos de reconocer cuál es nuestro lugar como hijos de Dios.

“En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justici a, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (3:10). Aquí vemos que la justicia y el amor son el sello que distingue a un hijo de Dios de un hijo del diablo. El que no hace justicia y no ama a su hermano no es de Dios.

“Porque éste es el mensaje que hemos oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros” (3:11). Aquí se dice que el amor es el

mandamiento que hemos oído desde el principio, es el mismo mandamiento antiguo.

“No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas” (3:12). Caín mató a su hermano porque sus obras eran malas. Caín lo aborreció por lo que había en su propio corazón, no por lo que había en Abel. El amor, como el aborrecimiento, dependen del sujeto, no del objeto. No de aquel sobre quien recae el amor o el odio, sino de quien procede. ¿Fue culpa de Abel? No, sino de Caín, porque sus obras eran malas y su corazón estaba entenebrecido. El sujeto no

puede culpar al objeto de su desamor. ¿Amaremos a aqué l porque es digno de nuestro amor? ¿Aborreceremos a aquél porque es digno de

ser aborrecido?

El amor que tenemos es de tal calidad, que la causa de nuestro amor no tenemos que buscarla en aquél, en su simpatía o atractivo,

sino simplemente en el carácter d el amor de Dios. La generosidad de nuestro amor no hemos de buscarla en aquél, sino en la nobleza del

amor que ha sido derramado en nuestros corazones. Es un amor que se derrama sin mezquindad hacia todos los hombres. De manera que

no hay ninguna excusa pa ra no amar. No hay ninguna excusa para aborrecer. Las obras de Caín eran malas, y se llenó de aborrecimiento

hacia su hermano; por eso, quien aborrece a su hermano ha elegido el

camino de Caín y permanece en muerte. Aún más: “El que no ama a su hermano per manece en muerte” . No es necesario llegar al aborrecimiento, basta con sólo no amar. No solamente el que

aborrece, sino también el que no ama permanece en muerte.

Alguien puede decir “Yo no aborrezco a aquél hermano, aunque

reconozco que no le amo”. Quien dice así ¡permanece en muerte! No hay excusa para no amar a los hermanos, ni siquiera sus malas obras

son una excusa suficiente.

En Apocalipsis 2, el Señor nos dice que aborrece las obras de los

nicolaítas (6) y que aborrece la doctrina de los nicolaítas (15), pero no dice que aborrezca a los nicolaítas. Esto debe enseñarnos a separar el

ámbito del juicio, del ámbito del amor. Porque somos justos aborrecemos ciertamente las obras de injusticia y las doctrinas de error, y porque tenemos el amor de Dios ama mos a los hermanos,

aunque sean nicolaítas. Respecto de Onesíforo Pablo dice: “Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel día” (2ª Timoteo 1:18). ¿Qué había hecho Onesíforo? No lo sabemos. Pero algo

malo hizo, de tal manera que Pabl o ruega que halle misericordia en

aquel día. Pablo tenía la percepción de que Onesíforo era un hermano, por eso tiene un corazón lleno de misericordia para con él.

El hecho de que fuera un hermano bastaba para desearle el bien

delante del Señor, independie ntemente de cuál había sido su conducta para con Pablo.

De modo que el aborrecimiento y el juicio aquí es respecto a las obras y a las doctrinas herejes, pero no hacia los hermanos.

“Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece” (3:13).

Vemos qu e es el mundo el que aborrece a los hijos de Dios. Los hijos de Dios aman a los hermanos. ¿Qué hace el mundo? El mundo aborrece a los hermanos. Los hermanos no aborrecen a los hermanos.

El mundo entero está bajo el maligno. Caín era del maligno, y Caín abo rreció a su hermano. El mundo no recibe a los hermanos, los hijos de Dios sí reciben a los hermanos.

“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte” (3:14). Si comparamos e sta frase con Juan 5:24: “...el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” , vemos que en ambos se habla de pasar de muerte a vida. ¿Cómo se pasa de muerte a vida?

Eso lo dice Jua n 5:24: Creyendo en el Hijo de Dios. Ahora bien,

¿cómo puede uno saber que ha pasado de muerte a vida? Ciertamente no repitiendo Juan 5:24, ni aseverando que es así sólo porque la Escritura lo dice. Lo sabemos ¡en que amamos a los hermanos! Si no amamos a los hermanos significa que no hemos pasado de muerte a vida, y que no hemos creído verdaderamente en el Hijo de Dios. Es decir, la realidad de pasar de muerte a vida es producto de la fe, pero el conocimiento de esa realidad es producto del amor hacia los hermanos.

Porque podría suceder esto: que alguien diga en forma muy fría y como repitiendo una fórmula: “Yo he pasado de muerte a vida, porque así lo dice Juan 5:24”. Aquí en el versículo 14 se nos muestra

cómo nosotros podemos conocer de verdad si un hom bre ha pasado de muerte a vida, y es que ama a los hermanos. Una cosa es el

testimonio y otra cosa es la realidad. Uno puede asegurar su propio corazón comprobando si ama o no a su hermano, y también nos

puede servir para determinar si cierta persona que n os merece dudas es salvo. Porque inevitablemente, si es salvado, nosotros veremos y

sentiremos que ama. Lo veremos moverse entre nosotros amando y sirviendo a los hermanos. En tiempos de confusión, en tiempos

peligrosos como los que estamos viviendo es bue no, de acuerdo a la luz de la palabra, diferenciar bien.

“Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él” (3:15). El que aborrece a su hermano es homicida, como Caín lo fue porque era del

maligno y mató a su hermano. Para ser homicida basta con matar a un solo hombre. Así también, con aborrecer a un solo hermano, ya soy homicida. No importa si entre mil hermanos amo a novecientos

noventa y nueve. Basta con que aborrezca al hermano número mi l, y ya soy homicida. El que aborrece busca el daño del otro, busca poner

tropiezo delante de él. Quiere verlo destruido. Esa intención no procede de Dios: No hace así el amor de Dios, sino que ese es un aborrecimiento que procede del maligno.

“En esto hem os conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (3:16). Aquí se habla de poner la vida por el hermano. Hay Uno que puso su vida por nosotros, y luego hay muchos que ponen la vida por los hermanos. La acción de uno desencadena la acción de otros muchos. Un grano de trigo primero, después muchos granos de trigo. ¿Qué significa poner la vida por el hermano? ¿Es darla en caso

de peligro de muerte? Tal cosa es relativamente fácil, porque r equiere de un solo acto de amor (algo así como un impulso heroico), pero

poner la vida por los hermanos todos los días, requiere de muchos y sucesivos actos de amor, en la paciencia de la vida cotidiana. Esto

puede pasar perfectamente inadvertido, no es al go heroico. Pero nosotros no somos héroes: somos discípulos del Señor Jesús. El puso

su vida por nosotros, no sólo en la cruz, él se negó a sí mismo cada minuto de su vida. Esto es ofrecer la vida en servicio de los hermanos, por amor.

“Pero el que tiene b ienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (3:17). Aquí se nos habla de tener el corazón cerrado o abierto para con el hermano. Este asunto de cómo tiene el corazón un hermano es algo que se puede advertir fácilmente. Tú puedes notar si su corazón se cerró para ti: su mirada no puede ser franca ni limpia

si su corazón está cerrado: su abrazo no puede ser cálido si su corazón está cerrado. ¿Cuántas veces hemos sufrido al abrazar a un hermano porque sentimos cerrado su corazón? ¿Y cuántas veces otros

habrán sufrido porque nosotros les abrazamos con un corazón cerrado para ellos?

Pero no sólo en la mirada y en el abrazo, sino en algo más práctico aún: en compartir los bienes con el que padece necesidad. Esto es una prueba concreta y práctica de si está o no el amor de Dios en el corazón. No puedo decir: “Anda, caliéntate, pásalo bien”, si

el otro está desnudo, hambriento y con frío. Más aun, es una ofensa

decirlo, como también lo es pensar: “Dios proveerá para él”, porque Dios no proveerá sino a través de nosotros. No es normal que un

hombre sea alimentado por un cuervo (aunque Dios lo puede hacer). Dios nos tiene hoy a nosotros para ver las necesidades del hermano y socorrerlo.

“Hiji tos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (3:18). Aquí se nos dice que el amor de palabra y de lengua no es verdadero. La palabra y la lengua son útiles en la predicación, pero son absolutamente inútiles en cuanto al amor.

Hem os conocido hombres elocuentes que han dicho grandes verdades, pero sin amor. ¡Ay de los que hablan de parte de Dios grandes verdades sin amor! El amor es la piedra de tope para conocer a todo verdadero hombre de Dios. Por eso quienes tienen la comisión de predicar la palabra han de ser muy cuidadosos en esto, no sea que la mucha palabra les quite la acción de amar de hecho y en verdad.

“En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así s omos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde

el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (4:17 - 18). ¿Cuántos temores hay en el corazón del hombre? ¿ Cuántos temores hay en el corazón del creyente, que tienen que ser quitados, como esos espinos

de la parábola del sembrador? El temor es un gran espino. Cuántas veces ha pasado que hemos tenido temor de acercarnos a un

hermano para pedirle perdón o para bu scar una reconciliación, sólo porque tememos su reacción. Pensamos que tal vez nos vamos a

encontrar con un corazón duro, que nos va a rechazar, o que nos va a humillar. Hay tantos temores. Pero aquí dice que en el amor no hay

temor. Cuando el amor es perf eccionado, entonces no hay temor. Tenemos que ser perfeccionados en el amor ahora. ¿Tenemos temor al castigo? ¿Tenemos temor al día final? Pongámonos en paz con Dios

ahora. Arreglemos cuentas con el Señor ahora. O con el hermano,

ahora. Antes que seamos ll amados a juicio. ¡Qué cosa más perfecta es el amor! Porque Dios es amor. y todo aquel que ama es nacido de Dios.

Al mirar un poco el camino recorrido, vemos que hemos sido faltos en el amor. Ha habido grandes misterios revelados, pero ha habido también h ermanos con necesidad, con corazones heridos, y nosotros hemos sido demasiado justos como para amarlos en sus

debilidades y flaquezas. Es verdad; ellos no han sido rectos en su caminar, y nosotros hemos pensado que por ser ellos así, estamos eximidos de am arles.

Al mirar 1ª Tesalonicenses 3:13 vemos que el amor tiene que abundar más y más. Tiene que crecer y abundar en el corazón para que éste sea purificado, afirmado y santificado. Es urgente sanar el

corazón delante del Señor. Y esto se produce por el amo r, arrancando toda forma de aborrecimiento y toda raíz de amargura. Delante del Señor tendremos que juzgar nuestro corazón, y, a medida que el Señor nos vaya dando luz, y que identifiquemos los temores que tiene,

los pondremos delante del Señor para que se an quitados. No albergaremos nada que no sea del Espíritu. No daremos lugar de

ninguna manera a las insinuaciones del enemigo o de la carne; luego, en la medida que seamos purificados y limpiados así, y que el corazón

se vaya llenando de amor y de libertad , podremos mirar a todos los hermanos cara a cara, y orar por todos, y bendecirlos a todos, y

también alcanzaremos el corazón del hermano que está amargado y aún en tinieblas.

Al terminar la palabra de 1ª Tesalonicenses, teníamos que hablar del amor, porqu e es la más importante de las tres virtudes o gracias. Incluso en el gobierno de la iglesia, donde se ven los grandes asuntos de la iglesia, ahí donde se marcan los rumbos, allí no puede

estar ausente el amor y la misericordia. Porque la misericordia triun fa sobre el juicio. Allí también debe permanecer e incrementarse más y

más el amor generoso, abundante, perdonador, y restaurador. En todos los ámbitos de las iglesia, tanto en los de mayor

responsabilidad, como en los de menor responsabilidad, el amor tie ne que gobernar, y la paz de Dios.

Que así sea, para la gloria de Dios.

Apéndice

EL INMINENTE REGRESO

Esto que hasta aquí hemos desarrollado era (y es) el testimonio de la iglesia que estaba en Tesalónica: ella vivía en la esperanza de la venida del S eñor. Varios siglos han pasado. A nosotros nos puede parecer inútil la esperanza que ellos sostenían, tan lejos de su realización. Pero, ¡cuidado!, no fue estéril: ved el fruto abundante que produjo aquella esperanza.

Y nosotros, que estamos más cerca del Señor, de su venida, muchas veces hemos dado oídos, en cambio, a los burladores que

dicen: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como

desde el principio de la creación” (2ª Pedro 3:4). He aquí os digo, burladores: “¡ Porque ahora está más cerca nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, se acerca el día ...! (Rom. 13:11 - 14) Nuestra salvación está cada vez más cerca. Las señales de

los tiempos nos anuncia n que Él ya viene. La higuera ya tiene sus

ramas tiernas y brotan las hojas, muy luego va a dar fruto, porque el verano está cerca. La semana milenial ya se está cumpliendo, viene pronto el 'sabath' de Dios. ¡¡Cristo está a las puertas!!

Un día de éstos, v an a quedar muchas cosas a medio hacer.

Un día de éstos, una mujer quedará con sus quehaceres en la mitad, una joven quedará con un libro abierto, y un empleado de oficina no alcanzará a terminar su labor diaria.

Un día de éstos, el Señor vendrá como ladr ón en la noche, mientras el mundo duerme, y se acabará esta dispensación y

cambiarán los tiempos, y la atmósfera se hará pesada aquí abajo, y los días se tornarán agobiantes, pero nosotros, hermanos amados, no

estaremos aquí, estaremos más allá de las nube s, nos iremos, y estaremos para siempre con el Señor, tomando parte en los eventos

más gloriosos que jamás la mente humana pudo imaginar.

¡Oh, Señor!, interrúmpenos no más en nuestra rutina diaria; no

sentiremos dejar inconclusa esa obra que iniciamos, esa meta que no se logró, esa casa que estábamos a punto de comprar, o el auto que

estábamos a punto de cambiar. No temas interrumpir nuestro pequeño trabajo diario, Tú tienes plena autoridad, tienes toda

preeminencia. No sentiremos nada de lo que queda aquí abajo, ninguna de estas cosas nos retienen, porque ninguna de estas cosas

es comparable a la gloria que compartiremos contigo.

¡Oh, ven, Señor Jesús!

Pero, entretanto, permítenos seguir mirando atentamente las cosas perfectas para ser perfeccionados en su misma semejanza.

Permítenos seguir mirando, primeramente tu Rostro precioso, para ir siendo transformados en tu misma imagen. Luego, también seguir mirando tu palabra, porque en ella encontramos el modelo para

nuestro servicio, para la iglesia, para todas las cosas eternas. Así miraremos las cosas normales a la luz de Tu rostro, y si Tú en tu

misericordia lo permites, nos introduciremos en ellas más y más, e iremos dejando tiradas por el camino todas las cosas que nos

estorban y el peso que nos asedia. Sí, Señor, a medida que nos vayas abriendo los ojos, y atrayendo el corazón, iremos siendo más libres para Ti, sólo para Ti, Señor.

Encendidos en la fe, en el amor y en la constante esperanza, trabajaremos sin descanso, predicaremos, serviremos, nos gastaremos por entero por el Nombre tuyo, y por tu bendita gloria, para que tengas la iglesia que quieres tener en este tiempo, aquí en este pequeño ámbito en el que nos has puesto, y si es posible, les diremos también a todos los de Macedonia y a los de Acaya cuán grandes cosas ha hecho Dios con nosotros. Y lo haremos, si tu misericordia nos guía y tu luz nos ilumina y tu mano nos sostiene, hasta que Tú vuelvas.

Que así sea, Señor. Amén.

Eliseo Apablaza F.
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