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La ambivalencia del hombre

La eterna batalla que se debate en nuestro interior tiene su origen allá en el Génesis cuando el hombre (hecho libre por Dios para elegir ya que podía tener comunión con Él, y sólo Dios que es el único ser libre puede tener comunión con otra criatura tan libre como él) eligió el camino erróneo.
Desde entonces y hasta que el hombre halla nacido de nuevo no es libre para elegir, o mejor dicho, si que puede elegir pero siempre lo hace mal. La desobediencia está implantada en el interior del hombre y a menos que alguien rectifique la tendencia de nuestro corazón, que está inclinada de continuo al mal, como dice la Escritura, indefectiblemente cogeremos el camino equivocado, según la mente de Dios no según la nuestra claro.

Quizás alguien pueda pensar con mucha lógica que el ser humano, tú y yo por ejemplo, antes de conocer a Dios puede haber hecho "buenas obras", pero has de saber que todo aquello que no tiene su origen en lo alto no puede agradarle. No porque no sean buenas en sí, si no porque no nacen de Él que es la fuente de todo don perfecto.

Dios es Amor y todo lo hace en pureza divina sin ninguna doblez de fondo. Él ama simplemente porque es Amor. Ama porque esa es su mas alta naturaleza. No dice la Biblia que Dios es poder, aunque realmente lo es; no dice que es justicia, aunque nadie puede dudar que es justo. No, lo que la Palabra dice es que Dios es Amor.

Amor de tal envergadura, de tal clase que sólo puede entenderse a través del Espíritu Santo. En otras palabras solamente puede conocerse por revelación.

Ved al apóstol Pablo que fue uno de los hombres a los que más entendimiento se dio de las cosas celestiales, y abrumado por la revelación del amor de Dios exclama en cierto lugar: "por esta causa doblo mis rodillas... para que seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cual sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento" (Efe. 3:14-19).

Valga esta pequeña introducción como exponente claro de que uno es el Amor de Dios y otro muy distinto, y de infinita menor calidad, el amor del ser humano.

Volviendo al pensamiento anterior decíamos, que el hombre solamente es libre cuando ha nacido de arriba. Cuando la misma naturaleza de libertad plena de la que goza el Dios Altísimo, le es impartida a él por herencia, al ser constituido, potencialmente, hijo de Dios (Jn. 1:5-12). Ahora bien, una vez que el hombre ha nacido de nuevo, las cosas cambian; dan una vuelta de 180º. La noche se hace día, las tinieblas luz... y la esclavitud, ¡Libertad!

Veis, ya tenemos al hombre pudiendo elegir, ahora, lo correcto. Ya ha sido iluminado. Ante él se abre un camino de vida y un camino de muerte. Ahora, y solamente ahora, somos capaces de elegir lo bueno. Pero la pregunta es ¿Lo haremos? Si no lo hacemos, en cuyo caso haríamos lo incorrecto, o sea pecaríamos, abogado tenemos para con el Padre. Pero si elegimos bien, aparte de satisfacer el Corazón del Padre (que debería ser nuestro único fin), mostraremos a las potestades celestiales, de todo tipo, que hay un pueblo capaz de obedecer a su Dios sea cual sea el precio.

Ahora bien, hay dos formas de Obedecer a Dios, por amor o por temor. Empezaremos con la segunda. Por temor el pueblo no se acercó al monte que humeaba, por temor intentó guardar la ley, por temor no entró en la tierra prometida. Tal y como dice el popular refrán: "El miedo guarda la viña". Tal es también la condición del hombre. Si fijamos nuestra vista en el hombre caído, el miedo le hace cumplir la ley. Sabe que si no cumple aquellos preceptos que se le indican puede no sólo perder su libertad mas incluso la vida. El saltarse las normas, por ejemplo de circulación, le va salir muy caro, tanto económica como físicamente. El temor es una saludable forma de preservación.

Mirad a los niños, como el temor a la disciplina les lleva a la obediencia, aún en contra de su voluntad, sabiendo que si hacen lo indebido serán castigados. Es una manera primaria de ser guardados del error; error que de seguir haciéndolo podría conducirles a situaciones más trágicas que una simple azotaina. Como por ejemplo enseñarles, mientras son pequeños, que no crucen solos la calzada. De la misma forma también el creyente es guardado mediante la Ley, normas y preceptos, mientras es niño espiritualmente hablando, hasta la llegada de Cristo. (Gálatas 3:23-29.)

Así pues en el interior del creyente se mueve constantemente esta dualidad, enfrentada en una lucha a muerte desde el principio de los tiempos. Desde el instante mismo de la Creación el combate por el alma del hombre generó La Batalla de los Siglos. Por un lado el Maestro del engaño, Satanás, a través de los sentidos trata de ganar para él al hijo de Dios haciendo muy atractivo el pecado para todos nosotros mediante la concupiscencia. Por otro el Dios tres veces Santo, la Majestad, mediante el Divino Maestro, el Señor de Señores, el Cristo, y exclusivamente por amor, anhela ganar tu corazón para Él.

Dios, y lo digo con temor y temblor, podría perfectamente forzar al hombre para que lo amara (yo creo en la soberanía de Dios), pero que valor tiene, no ya para Él si no para ti, que un hijo tuyo te amara no de puro afecto sino mas bien obligado. Si tu no aceptarías un amor de tan baja categoría, ¿piensas que el Dios Trino, único verdaderamente digno de ser amado, se conformaría con algo menos? Por supuesto que Él te guiará, te pastoreará a lugares donde compruebes por ti mismo la esencia de su amor, te disciplinará como a hijo amado y corregirá tus errores con santa, que no blanda, reprensión, pero no dudes jamás que Dios desea que lo ames de ti mismo, que tus entrañas se conmuevan por Él como las suyas se conmueven por ti.

Ves pues que el perfecto amor echa fuera el temor. Y siempre ha sido así. No importa que hoy nos movamos por temor, subir al monte Santo del Amor es un camino muy arduo, tan arduo que está situado al final de la escalera (1ª Ped. 1:5-7).

Con la mano se acaricia y se golpea, se edifica y se destruye. Con la boca se alaba y se denigra, se ensalza y se humilla. Con los pies se corre hacia el bien, y se camina hacia las tinieblas. En nuestra mente se generan pensamientos divinos y pensamientos malignos; y en medio de todas estas decisiones estás tú que por amor, no por temor, debes elegir lo correcto en cada ocasión.

No debemos desmayar, el sendero es largo y lleno de dificultades, pero recuerda además que no estás sólo en tan titánico esfuerzo. Como dice el precioso himno, bandera de la Reforma, "... Él lucha a nuestro lado". De tan sólo pensar que el peso de "mi fidelidad" pudiera recaer exclusivamente sobre mis débiles hombros, me echo a temblar. Pero sé con absoluta certeza que nada menos que un amor profundo por nuestro buen Dios puede satisfacer su corazón de Padre.

Ten ánimo hermano, no desfallezcamos, estimulémonos los unos a los otros en el amor, que no en el temor, de Dios. Busquemos, pues el Camino más Alto. Que Dios nos bendiga.

Epafrodito