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Busca La Perla

Detrás de una sencilla palabra puede estar la puerta para una vida nueva. Jesucristo, Nuestro Señor, realizó obras admirables con palabras breves, como cuando sanó al leproso diciendo “Quiero, queda limpio” (Mc 1,41). En otras ocasiones, movido de ternura entrañable, dio fuerza al alma agotada con la palabra “¡ánimo!” (Mt 9,2.22; cf. Mc 10,49). Y su voz llenó de sentido la existencia de muchos con esta sola palabra: “¡Sígueme!” (Mt 9,9; Lc 9,59; Jn 1,43; 21,19.22). Sobre los exorcismos, pon atención a lo que lees: “Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos” (Mt 8,16). Todo esto lo sabía muy bien aquel centurión que profesó su fe diciendo: “Mándalo de palabra, y quede sano mi criado” (Lc 7,7).

 
Indudablemente para Jesús era importante la riqueza de la palabra sincera en su brevedad, y por ello mostró su desconfianza de las muchas palabras: “Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados” (Mt 6,7); “Sea vuestro lenguaje: “Sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno” (Mt 5,37); “Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio. Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado” (Mt 12,36-37).

De aquí la firmeza de su enseñanza, llena de autoridad (Mt 7,29; 21,23; Mc 1,27; Lc 4,32), y también aquello que Él mismo dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35); “Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos Ángeles” (Mc 8,38; cf. Lc 9,26).

Por eso sus discípulos lo tenían por “un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo” (Lc 24,19); Él es el que tiene “palabras de vida eterna” (Jn 6,68); “porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida” (Jn 3,34). Y Él mismo llamó a todos a escuchar en aquello que dijo: “Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (Jn 6,63); “Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras” (Jn 14,10); “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis” (Jn 15,7).

También Dios ha colmado de su autoridad la palabra que concede a los Ángeles, debo advertirte, pues así te amonesta aquel pasaje de Gabriel y Zacarías, cuando el Ángel sentencia: “Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo” (Lc 1,20). Teniendo claro, sí, que no toda palabra inspirada tiene el mismo peso, por cuanto la obra de la salvación de los hombres, según te muestran las mismas Escrituras, tiene momentos culminantes en que un “sí” o un “no” es más grave o menos grave.

En lo que a ti respecta, debo decirte que he dejado perlas de amor en cada uno de estos mensajes. Veo que a veces los acoges con verdadera atención y reverencia, y a veces no. Gracias a Dios, puestos así por escrito, están para que vuelvas sobre ellos, y quizá en una segunda lectura encuentres lo que tu distracción o tu cansancio no te regalaron la primera vez. Busca en cada uno esa gema, pues no he dejado de regalarte en cada uno, según la gracia que Dios me ha concedido.

Por Ángel.

Martes, 1º de febrero del 2000