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En el camino hacia Dios

Por Madame Guyón.


UNA VISIÓN CONCISA DEL CAMINO HACIA DIOS;

Y DEL ESTADO DE UNIÓN

“La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad”.

Evangelio de Juan 17:22

Traducción, hijo mayor de Epafrodito

“Que la luz del Eterno brille sobre ti, querido padre”


Primera impresión, diciembre 1998
Círculo Santo
Madrid


Traducida de la versión:
“On the way to God”
Edited by James W. Metcalf

New York:
Publicado por M.W.Dodd, Brick Church Chapel, City Hall Square 1853

Este pequeño tratado de Madame Guyón resume gran parte de lo que ella aprendió en los caminos de su Señor.

NOTA

Y ahora, amado lector, una última palabra como conclusión, proveniente del amor de Dios para contigo. Dios te ha guiado, en su Providencia, a abrir este libro para que te pueda hacer bien. Si, por medio, de su infinita misericordia, has tenido una experiencia personal de las cosas aquí relatadas, tu corazón sobreabundará de agradecimiento y adoración a medida que vayas leyendo. ¡Oh, lo que Dios ha forjado! Si no es así, encontrarás muchas cosas extrañas. Y no sería raro que te inclinaras por tachar muchas de ellas de falsedad. Cuidado. No desconfíes de las buenas nuevas de estos espías que Dios ha enviado delante tuya a la tierra prometida. Es una tierra que fluye leche y miel; y Dios luchará de nuestro lado para conseguirla.

El hombre natural no recibe las cosas de Dios, pues son locura para él; tampoco las puede conocer, pues se disciernen a través del espíritu. Si, por tanto, no has experimentado las cosas que siguen, no te extrañes de que suenen como algo falso. En el tiempo de Dios, serán percibidas, si perseveras en conocer. Espero que no recibas nada más que lo que se acompaña por el Amén del Espíritu de Dios en tu corazón; todo lo demás es vanidad de vanidades. Si lees de esta forma, en una absoluta dependencia, no en la sabiduría o enseñanza del hombre, sino en los susurros del bendito Espíritu interior, serás infaliblemente guiado a toda Verdad. Tal es la promesa de Aquel que no puede mentir.

PARTE I
EN EL CAMINO HACIA DIOS

CAPITULO I

EL PRIMER NIVEL: LA CONVERSIÓN


1. El primer nivel es el regreso del alma hacia Dios, cuando, siendo verdaderamente convertida, empieza a subsistir mediante la gracia.

CAPITULO II

EL SEGUNDO NIVEL: EL TOQUE EFICAZ SOBRE LA VOLUNTAD


2. Seguidamente, el alma recibe un toque eficaz y verdadero en la voluntad, que invita al alma al recogimiento, y la instruye en que Dios está en el interior y debe ser buscado allí; de que Él está presente en el corazón, y que debe disfrutar de Él allí.

3. Este descubrimiento, al principio, es fuente de gran regocijo para el alma, ya que es un indicio o promesa de la felicidad que ha de venir. Desde sus comienzos, el camino que ha de seguirse se abre y se muestra como aquel que pertenece a la vida interior. Este conocer es el más admirable, ya que es la primavera de toda la felicidad del alma y el sólido cimiento del progreso interior; en cuanto a aquellas almas que se inclinan hacia Dios solamente a través del intelecto, a pesar de que han de disfrutar hasta cierto punto de una contemplación espiritual, si no dejan esa senda y entran en esta del tocar interior, donde toda el obrar está en la voluntad, nunca pueden entrar a la unión íntima.

4. Aquellos que son guiados a este camino, aunque dirigidos por un ciego abandono, experimentan un sano y profundo conocimiento. No caminan con la luz del intelecto, como los anteriores, que reciben luces inequívocas que les guían, y quienes, teniendo una nítida vista del sendero, nunca se introducen en esos impenetrables desfiladeros de la oculta voluntad, que son reservados para los postreros. No. Los primeros siguen avanzando sobre la evidencia engalanada por su luz, auxiliada por su razón, y les va bien. Sin embargo, los postreros están destinados a seguir ciegamente una senda desconocida, la cual, a pesar de todo, les parece totalmente natural, aunque parece como si se les “forzara” a sentir su camino. Caminan, empero, con mayor certeza que los otros, que están sujetos a ser engañados en sus luces intelectuales, pues son guiados por una Voluntad suprema que les dirige a su antojo. Y como consecuencia, toda inmediata obra llevada a cabo se realiza en el centro del alma, esto es, en los tres poderes reducidos a la unidad de la voluntad, donde todos ellos son absorbidos, siguiendo inconscientemente la senda prescrita para ellos por medio de aquel toque al que nos hemos referido con anterioridad.

5. Estos postreros son aquellos que prosiguen el camino de la Fe y el Abandono absoluto. No tienen deleite ni libertad con ninguna otra senda; todo lo demás les limita e incomoda. Habitan en mayor aridez que los otros, ya que al no haber nada claro y definido a lo que sus mentes están unidas sus pensamientos divagan a menudo y nada tienen a donde poder fijarlos. Y así como existen diferencias entre las almas, algunas con deleites perceptibles, y otras más áridas, así es con aquellos que son guiados por la voluntad. La primera clase de creyente tiene mayor deleite y un aprendizaje menos sólido, y han de refrenar su excesivo entusiasmo en su temperamento, y sufrir el dejar pasar sus emociones, incluso cuando parece que se queman de amor. Los postreros parecen que son más duros y más insensibles, y su estado se muestra absolutamente natural, no obstante, existe algo frágil en lo profundo de la voluntad que sirve para alimentarles, y es, por así decirlo, la esencia condensada de lo que los otros experimentan en el intelecto y en el ardor del propósito.

6. Sin embargo, al ser este apoyo sumamente delicado, con frecuencia se vuelve imperceptible, y se esconde de las cosas más insignificantes. Esto da pie a gran sufrimiento, especialmente en tiempos de tribulación y tentación, ya que al ser el deleite y el apoyo frágiles, y estar disimulados, la voluntad participa en gran manera del mismo carácter de la persona, de manera que tales almas no tienen una fuerte voluntad como la de aquellas almas. Su estado es más indiferente e insensible, y su naturaleza más tranquila. Pero esto no les evita el tener tan intensos, e incluso más serios problemas que otros, porque al no hacerse en ellos nada por impulso, todo toma lugar, por así decirlo, naturalmente, y su débil, insensible y oculta voluntad no puede ser hallada para estar avizor contra sus enemigos. Su fidelidad, empero, con frecuencia sobrepasa la de otros. Date cuenta de la llamativa diferencia entre Pedro y Juan; uno parece sobreabundar con extraordinario celo, y se va a pique a la voz de una criada; el otro no hace manifestación externa, y permanece fiel hasta el fin.

7. Entonces, me preguntarás, si estas almas no son acuciadas por influencia violenta, sino que caminan en ceguera, ¿hacen la voluntad de Dios? La hacen, y aún mejor, aunque no tienen clara garantía de ello. La Voluntad de Dios está grabada con caracteres imborrables sobre su más recóndito interior, de manera que ellos llevan a cabo con un frío y lánguido -más firme e inviolable- abandono, lo que los otros logran por las meditaciones de un exquisito placer y deleite.

8. De esta forma continúan caminando bajo la influencia de este tocar divino, de un nivel a otro, por una fe más o menos percibida de una manera consciente, y experimentan constante alternancia entre aridez y disfrute de la presencia de Dios, pero siempre encontrando que el disfrute se va haciendo sin cesar más profundo y menos perceptible y, así, más delicado e interior. También descubren que, en medio de su aridez, y sin ninguna luz nítida, no son los menos iluminados, porque este estado es luminoso en sí mismo, aunque oscuro para el alma que mora en él. Y tan cierto es esto que se encuentran a sí mismos más familiarizados con la verdad; me refiero a esa verdad implantada en su interior, y que causa que todo se rinda a la Voluntad de Dios. Esta Voluntad divina se va haciendo más familiar para ellos y se les permite, en su insulso caminar, penetrar en muchos misterios que nunca hubieran podido ser descubiertos por la luz de la razón y del conocimiento. De una forma indiferente y gradual se están preparando, sin darse cuenta de ello, para los estados que vienen a continuación.

9. Las dificultades de este estado son alternancias de sequedad y humedad. El primero purifica el apego o tendencia y deleite natural que tenemos hacia el disfrutar de Dios. Así pues, todo este nivel transcurre entre alternancias de gozo, aridez, y humedad, sin mezcla de tentaciones por medio, excepto muy transitorias, o ciertas faltas; porque en cada estado, desde el comienzo en adelante, las faltas de la naturaleza son mucho más propensas a superarnos en épocas de aridez que en estaciones de gozo interior, cuando la unción de la gracia nos protege de miles de males. En todos los anteriores estados hasta aquí el alma estaba envuelta en combatir sus malvados hábitos, y en esforzarse para vencerlos por medio de toda clase de dolorosas negaciones del yo.

10. Al principio, cuando Dios cambió la mirada del alma hacia su propio interior, tanto la influenció que la enemistó consigo sí misma, y se vio obligada a amputar todos sus gozos, incluso los más inocentes, y a cargarse a sí misma con toda clase de aflicción. Dios no da respiro a algunas personas con respecto a este tema, hasta que la vida de la Naturaleza, esto es, la de los sentidos exteriores como se manifiestan en apetitos, gustos y aversiones, es completamente destruida.

11. Esta destrucción de los apetitos y repugnancias de los sentidos exteriores pertenece al segundo nivel, que yo he denominado el toque eficaz en la voluntad, en el cual la más alta y mayor virtud es practicada, especialmente cuando la meditación interior es vigorosa y la unción muy perceptible. Porque no hay artimaña que Dios no descubra al alma con el fin de capacitarla para conquistar y vencer al yo en todo, por lo que, finalmente, por medio de esta práctica constante, acompañada por la misericordiosa unción a la que anteriormente nos referíamos, el espíritu se impone a la naturaleza, y la parte interior entra en sujeción sin resistencia. No hay, por tanto, más problemas producidos por esta fuente, como tampoco habría si se hubieran llevado todo sentimiento externo. Este estado es confundido por aquellos poco iluminados por un estado de muerte. Es, ciertamente, la muerte de los sentidos, pero todavía queda un largo camino para aquello del espíritu.

CAPITULO III

EL TERCER NIVEL: PASIVIDAD Y SACRIFICIO INTERIOR


12. Cuando hemos disfrutado por algún tiempo el reposo de una victoria que nos ha costado tanto problema, y nos suponemos aliviados para siempre de un enemigo cuyo poder ha sido completamente destruido, entramos en el tercer nivel, próximo en orden al otro, el cual es un camino de fe más o menos perceptible, de acuerdo con el estado o condición. Nos introducimos en una condición de alternativa sequedad o humedad, como ya he expuesto, y en esta sequedad el alma percibe cierta debilidad exterior, defectos naturales, los cuales, aun leves, la cogen por sorpresa. También siente que la fuerza que había recibido para la lucha se está desvaneciendo. Esto es causado por la pérdida de nuestra activa fuerza interna, porque aunque el alma, en el segundo nivel, se imagina a sí misma estar en silencio ante Dios, no es totalmente así. No habla, ciertamente, ni por boca ni por corazón, pero se encuentra en una activa lucha por conseguir a Dios y en un constante transpirar de amor, de tal manera que, siendo la súbdita de la más poderosa actividad amorosa, ejercida por el Amor Divino hacia Sí Mismo, está de continuo saltando, por así decirlo, hacia su objeto, y su actividad es acompañada por una deliciosa y casi constante paz. Ya que es de esta actividad de amor que adquirimos la fuerza para vencer la naturaleza, es entonces cuando practicamos la mayor de las virtudes y las más duras mortificaciones.

13. Pero justo en la misma proporción en que esta actividad decae, y se pierde en una pasividad amorosa, así nuestra fuerza de resistencia se hunde y disminuye, y, al avanzar en este nivel y el alma volverse más y más pasiva, se hace más y más débil en combate. A medida que Dios se hace fuerte dentro, así nos volvemos nosotros débiles. Algunos consideran esta imposibilidad de resistencia como una gran tentación, sin embargo no ven que todo nuestro trabajo, auxiliado y asistido por gracia, sólo puede concluir en la conquista de nuestros sentidos exteriores, tras de lo cual Dios toma un poseer paulatino de nuestro interior y se vuelve Él Mismo nuestro purificador. Y de la misma manera en que Él exigió toda nuestra atención cuando nos auxilió en la actividad amorosa, así exige Él ahora toda nuestra fidelidad para dejarle trabajar, mientras comienza a hacerse a Sí Mismo Señor por la sujeción de la carne al espíritu.

14. Porque debe de ser observado que toda nuestra perfección externa depende y debe seguir a la interior, de tal manera que, cuando estamos ocupados en devoción activa, por muy simple que sea, estamos ocupados activamente ni más ni menos que contra nosotros mismos.

15. El segundo nivel lleva a cabo la destrucción de los sentidos externos; el tercero, aquello de lo interior, y esto se produce por medio de esta perceptible pasividad. Pero entonces, a medida que Dios está trabajando dentro, Él parece descuidar lo externo. De ahí el reaparecer de defectos que, aunque débiles y sólo en tiempo de aridez, creíamos extintos.

16. Cuanto más nos aproximamos al término del tercer nivel, tanto más largas y frecuentes son nuestras sequías, y tanto mayor nuestra debilidad. Esta es una purificación que sirve para destruir nuestros sentimientos internos, del mismo modo que la actividad amorosa puso fin a nuestros sentimientos externos, y, en cada nivel, hay alternancias de sequedad y disfrute. La sequedad sirve como purificador de su tendencia a la aridez y la debilidad. Tan pronto como cesamos, por incapacidad, de practicar mortificaciones de nuestra propia cosecha, aquellas de la Providencia toman su lugar... las cruces que Dios dispensa conforme a nuestro nivel. Estas no son elegidas por el alma; sino que el alma, bajo la guía interior de Dios, a tales recibe en la manera en que Él asigna.

CAPITULO IV

EL CUARTO NIVEL: FE DESNUDA


17. El cuarto nivel es fe desnuda; aquí nada tenemos excepto desolación interna y externa; porque la una siempre sigue a la otra.

18. Cada nivel tiene su principio, progreso y consumación.

Cada nivel tiene su principio, progreso y consumación.

19. Todo lo concedido y adquirido hasta ahora con tanto esfuerzo es quitado poco a poco de manera gradual.

20. Este nivel es el más largo, y sólo finaliza con una muerte completa... si el alma está dispuesta a ser tan afligida como para morir por completo al yo. Pues hay un infinito número de almas que nunca pasan los primeros niveles, y de aquellos que alcanzan el presente estado hay muy pocos en los que su perfecta obra es concluida.

21. En algunos esta desolación toma lugar con violencia, y aunque sufren mayor angustia que otros tienen, sin embargo, menos razón para quejarse, pues la severidad de su aflicción es una especie de consolación. Hay otros que experimentan únicamente un debilitamiento y una especie de repugnancia para con todo, lo cual tiene la apariencia de ser un descuido en las obligaciones y una mala disposición a obedecer.

22. Primero somos privados de nuestras obras voluntarias y nos hacemos incapaces de hacer lo que hacíamos en los niveles anteriores; y a medida que esto va a más empezamos a sentir una incapacidad general con respecto a todo, lo cual, en vez de disminuir, aumenta día a día. Con esta debilidad e incapacidad poco a poco tomando posesión de nosotros, entramos en una condición en la que decimos: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.” (Rom. 7:15)

23. Tras ser así privados de todas las cosas, tanto interiores como exteriores, las cuales no son esenciales, la obra da comienzo sobre aquellos así dispuestos, y en la proporción en que la virtuosa vida de volverse Cristiano, la cual considerábamos con tanta complacencia, desaparece, igualmente somos nosotros despojados de un cierto deleite interior y de un importante apoyo. A medida que este apoyo se vuelve más débil, y más sutil, más perceptible se hace su pérdida. Debe ser observado, empero, que no existe pérdida alguna salvo para nuestra propia consciencia, ya que aún existe apoyo en el alma, pero de manera imperceptible y sin aparente acción. Si no estuviera oculto, la muerte y la pérdida del yo no podrían ser llevadas a cabo. Pero se retira al interior, y enmudécese de tal manera que el alma no se da cuenta de su presencia.

24. ¿Preguntas por qué se sigue este sendero? Todo el propósito del camino hasta ahora recorrido ha sido provocar al alma pasar de la multiplicidad a la certeza palpable sin multiplicidad; de la certeza palpable a la impalpable certeza; y, seguidamente, a la palpable falta de certeza*, la cual es un deleite mucho menos concreto y atractivo que el otro. En sus comienzos este sendero es vigoroso y enérgico, e introduce al alma desde lo perceptible a lo imperceptible, que es un más puro pero menos exquisito placer que el primero; en primer lugar, de lo perceptible (certeza palpable), a la fe sostenida y obrada por medio del amor (impalpable certeza); pasando de esta manera de lo sensible (sentimientos y sentidos) a lo espiritual. En segundo lugar, de lo espiritual, a la fe desnuda, que provocando en nosotros el estar muertos a toda experiencia espiritual, nos hace morir a nosotros mismos y entrar en Dios, para que de aquí en adelante podamos vivir solamente por la vida de Dios.

* Puede traducirse también por “discernimiento”. Así pues, los grados pueden quedar como siguen:

Multiplicidad Un discernimiento palpable (un Dios perceptible por los sentidos) Un impalpable discernimiento (lo espiritual con una fe sostenida y obrada por medio del amor) Una palpable falta de discernimiento (fe desnuda).

25. Conforme a la medida de la gracia, he aquí que comenzamos con las cosas sensibles, continuamos con aquellas que son espirituales, y terminamos por guiar gradualmente al alma hacia su centro, y uniéndola con Dios.

26. A mayor profundidad que se retire este imperceptible apoyo (v.23), tanto más enhebra al alma, por lo que no puede continuar multiplicándose a sí misma en miles de cosas sobre las cuales no puede ya influir ni percibir; y, despojada por completo, se ve poco a poco obligada a abandonarse incluso a sí misma.

27. Es, por lo tanto, desnudada sin misericordia, equitativamente y al mismo tiempo, de todo lo habido, tanto dentro como afuera, y lo que es peor, es entregada a tentaciones; y cuánto más es así entregada a la tentación, tanto más es privada de fuerza para resistirlas desde afuera; así es debilitada todavía más, al tiempo que es sujeta a más ataques violentos, y, por último, su soporte interno es extirpado, el cual, mientras servía de asilo y excusa, era una evidencia de la bondad de Dios, y de su fidelidad consigo mismo.

28. Por lo tanto puedes ver a un hombre siendo perseguido por un poderoso adversario. Lucha, y se defiende de la mejor forma que puede, sin embargo, siempre ingeniándoselas para acercarse más y más a la protección de una fortaleza; empero cuánto más lucha, más se debilita, mientras que la fuerza de su oponente incrementa de continuo. ¿Qué hará? Ganará la entrada de la fortaleza tan hábilmente cómo pueda, pues allí encontrará abundante ayuda. Pero al llegar ve que está cerrada, y se encuentra con que, lejos de rendirle socorro alguno, los guardianes han cerrado con barricadas toda posible salida para refugiarse. Debe caer a manos de su poderoso enemigo, al cual reconoce, cuando indefenso y desesperado se ha entregado, como su mejor y más fiel amigo.

29. Ten por seguro, pues, que este nivel comprende todas estas cosas; la privación de todo bien, el acumular de toda clase de debilidades, impotencia de defensa, ningún asilo interno, Dios a menudo aparece como enfadado; y, para rematarlo todo, tentaciones.

30. Perfecto -creo oírte decir-, siempre y cuando pueda estar seguro que mi voluntad no estaba en armonía con la maldad de la naturaleza y la debilidad de los sentidos. ¡Ah!, que feliz serías. Pero eso no puede ser. En la proporción en que tú te debilitas y eres destituido de toda operación y actividad de amor, aun insignificante, la voluntad, que estaba fundada en ese vigor de amor, haciéndose más y más débil cada día, desaparece poco a poco, y, desvaneciéndose así, es seguro que no toma parte en nada que le está ocurriendo al hombre, sino que está separada. Pero como no se manifiesta a sí misma por ninguna parte -por ninguna señal- no permite un soporte seguro al alma, sino todo lo contrario, pues, no encontrando ya más a la voluntad en una actitud de resistencia, el alma cree que lo consiente todo, y que se ha unido con la voluntad animal, que es la única perceptible.

31. Me recuerdes, quizás, que antes he expuesto que, en la primera contienda de la actividad amorosa, la naturaleza y los sentidos se habían, por así decirlo, extinguido y subyugado. Es cierto; pero el espíritu del yo, a través de las mismas victorias que la gracia así le ha adquirido, se ha vuelto altruista, se aferra con mayor tenacidad a lo que considera bueno, y se hace aún más indomable. Dios, que está resuelto a subyugarlo, hace uso para ese propósito de una aparente resurrección de aquella misma naturaleza que el alma suponía muerta. Pero observa que Él no usa la naturaleza hasta que ha extraído su maldad, la ha destruido, y ha separado la voluntad superior de aquello que la hacía violenta y criminal. Extrae el veneno de la víbora, y lo usa entonces como antídoto para el espíritu. Cualquiera que ha de llegar a familiarizarse con la admirable medida de gracia y sabiduría de Dios en traer al hombre a un total sacrificio del yo será lleno de deleite, y, aun sin conocimiento, expirará de amor. Las pequeñas trazas de ello que han sido reveladas a mi corazón, me han sobrecogido a menudo con embeleso y éxtasis.

32. La fidelidad en este nivel nos pide el sufrir destrucción hasta el punto en que se alcancen los designios de Dios, sin estar preocupados por nosotros mismos, sacrificando a Dios todos nuestros intereses, tanto por un tiempo, como por toda la eternidad. Nada debe ser un pretexto para conservar o retener el más mínimo átomo, pues la más mínima reserva es la causa de una irreparable pérdida, evitando que nuestra muerte sea completa. Debemos permitir a Dios trabajar a su absoluto placer y sufrir los vientos y tempestades arremeter sobre nosotros desde cada esquina, sumergidos, como a menudo podremos estar, bajo las tumultuosas olas.

33. Es percibida aquí una cosa maravillosa. Lejos de ser separados por nuestro sufrimiento y miserable estado, es entonces que Dios aparece, y si alguna debilidad ha sido aparente, Él nos da alguna muestra de su inmediata presencia, como para asegurar al alma durante por un momento que Él estaba con ella en su tribulación. Digo por un momento, porque no tiene una utilidad posterior como punto apoyo, sino que más bien está destinado a señalar el camino e invitar al alma a una superior pérdida del yo.

34. Estos estados no son continuos en su violencia. Hay remisiones, las cuales, además de dar un espacio para tomar aliento, sirven al mismo tiempo para hacer la subsiguiente prueba más dolorosa, pues la naturaleza hará uso de cualquier cosa para preservar su vida, como un hombre al ahogarse se sostendrá a flote agarrándose a la hoja de una cuchilla, sin advertir el dolor que le causa, si no hubiera nada más a su alcance.

CAPITULO V

EL QUINTO NIVEL: MUERTE MÍSTICA


35. Atacados de este modo por todos lados y por tantos enemigos, sin vida y sin apoyo, no tenemos más recurso que expirar en los brazos del Amor. Cuando la muerte es completa los más horribles estados no provocan más inquietud. No reconocemos la muerte por el hecho de haber pasado a través de todos estos estados, sino por una absoluta carencia de poder para sentir dolor, para pensar o cuidar del yo, y por nuestra indiferencia a permanecer allí para siempre sin manifestar el más leve signo de vitalidad. La vida se evidencia por una voluntad o una repugnancia hacia algo, pero aquí, en esta muerte del alma, todas las cosas son iguales. Permanece muerta e indiferente a todo lo concerniente a ella misma, y, al permitir a Dios llevarla a los extremos que Él desea, no siente repugnancia. No tiene elección entre Ángel o Demonio, porque no tiene ya más ojos para sí misma. Es entonces cuando Dios ha situado a todos sus enemigos bajo sus pies, y, supremamente reinando, la toma y la posee en la medida en la que se haya abandonado a sí misma. Pero esto toma lugar por niveles.

36. Permanece allí por algún tiempo, incluso tras la muerte, un pequeño rastro de calor viviente, el cual sólo se disipa de forma gradual. Todos los estados surten algún efecto en la limpieza del alma, pero aquí se completa el proceso.

37. No morimos espiritualmente de una vez por todas, como lo hacemos de forma natural. Es llevado a cabo gradualmente. Vibramos entre la vida y la muerte, estando a veces en una y otras veces en otra, hasta que la muerte ha conquistado por fin a la vida.

38. No es que la nueva vida no llegue de repente. Aquel que estaba muerto, se encuentra a sí mismo viviendo, y posteriormente nunca puede dudar que él estaba muerto y que de nuevo está vivo; sin embargo, no era entonces algo establecido; es más bien una disposición hacia vivir, y posteriormente un estable estado de vida.

39. La primera vida de la gracia empezó con lo sensible y se hundió continuamente al interior, hacia el centro, hasta que, habiendo reducido al alma a la unidad, la hizo expirar en los brazos del amor. Porque todos experimentan esta muerte, pero cada cual por medios característicos de sí mismos. Pero la vida que ahora se ha comunicado se levanta del interior; es, por así decirlo, una semilla viviente que siempre existió allí -aunque pasó desapercibida- y que demuestra que la vida de la gracia nunca se ha ausentado por completo, aunque haya tenido que soportar el permanecer escondida. Ahí permanecía, incluso en medio de la muerte, y no era menos muerte porque la vida estaba oculta en ella... al igual que el gusano de seda permanece por largo tiempo muerto en la crisálida, pero contiene un germen de vida que lo despierta para una resurrección. Esta nueva vida, después, hecha brotes en el centro, y crece desde allí, desde allí se extiende de forma gradual por todas las facultades y sentidos, impregnándolos con su propia vida y fecundidad.

40. El alma, encariñada con esta vitalidad, experimenta un infinito contentamiento; no en sí misma, sino en Dios; y esto especialmente cuando la vida está bien avanzada.

41. Sin embargo, antes de entrar con los efectos de esta admirable vida, dejadme decir que hay algunos que no pasan a través de estas muertes dolorosas; sólo experimentan una mortal languidez y desvanecimiento que los aniquila y los hace morir a todo.

42. Muchas personas espirituales han dado el nombre de muerte a las tempranas purificaciones, las cuales son, en cierto modo, una muerte en relación con la vida comunicada, pero no una muerte total. Éstas resultan en una extinción de alguna de las vidas de la naturaleza, o de la gracia; pero eso es completamente diferente de una extinción general de toda vida.

43. La muerte tiene varios nombres, de acuerdo a nuestra diferente manera de expresión o concepción. Es llamada una salida, esto es, una separación del yo para que podamos entrar en Dios; o una pérdida, total y completa, de la voluntad de la criatura, que causa al alma el estar ausente de sí misma para que pueda existir sólo en Dios. Ahora, ya que esta voluntad está en todo lo que subsiste en la criatura, por muy bueno y santo que pueda ser, todas estas cosas deben ser necesariamente destruidas, hasta el punto que dejen de subsistir y hasta que la buena voluntad de hombre desaparezca de ellas, para que sólo pueda permanecer la voluntad de Dios. Todo lo nacido de la voluntad de la carne y la voluntad de hombre debe ser destruido. He aquí que nada queda, excepto la voluntad de Dios, la cual se convierte en el principio básico de la nueva vida, y, poco a poco reanimando la ya ha tiempo extinta voluntad, toma su lugar y la transforma en fe.

44. Desde el momento en que el alma expira místicamente, generalmente es separada de todo lo que fuera un obstáculo a su perfecta unión con Dios; sin embargo, debido a todo aquello, no es recibida en Dios. Esto causa en ella el más extremo sufrimiento. Objetarás aquí que, si estuviera completamente muerta, no puede sufrir más. Déjame explicar.

45. El alma está muerta tan pronto como es separada del yo, pero esta muerte o defunción mística no es completa hasta que ha pasado a Dios. Hasta entonces sufre muy grandemente, pero su sufrimiento es general y poco definido, y continúa únicamente por el hecho de que todavía no ha sido establecida en su lugar apropiado.

46. El sufrimiento que sigue a la muerte es causado por nuestra repugnancia a los medios que se emplean para producirla. Esta repugnancia hacia los medios aumenta cuando estos medios reaparecen o se vuelven más ásperos, pero en la medida que nosotros morimos, nos volvemos más y más insensibles, y parece que nos endurecemos bajo los golpes, hasta que, a lo último, la muerte llega en verdad a través de un completo cese de toda vida. Dios ha perseguido implacablemente nuestra vida en todos sus encubiertos lugares de escondite, porque tan maligna es que, cuando se la presiona duramente, se fortifica a sí misma en sus refugios, y hace uso de los más santos y razonables pretextos para su existir. Pero, siendo perseguida y seguida hasta su último refugio, en unas pocas almas -¡ay, qué pocas! - es obligada a abandonarlo por completo.

47. No queda pues, dolor que se levante en contra de los medios que han causado nuestra muerte, y que son exactamente los opuestos a aquellos que servían para mantener nuestra vida. Cuanto más razonables y santos son los últimos en apariencia, tanto más irrazonable y corrompida es la apariencia del otro.

48. Pero esto sucede después de la muerte -que es la causa de la salida del alma del yo, esto es, de su perder cada cualquiera que sea pues nunca sabemos nosotros cuán fuertemente nos aferramos a objetos hasta que son quitados, y aquel que piensa que no está apegado a algo, normalmente está muy equivocado, estando atado a miles de cosas, desconocidas para sí mismo- tras la muerte, repito, el alma se libra por completo del yo, pero al principio no es acogida en Dios. Aún existe allí un algo, no sé exactamente qué, una forma, un remanente humano. Pero eso también desaparece. Es una mancha que es destruida por un sufrimiento general y poco definido que no tiene relación con los medios que producen la muerte, ya que éstos han pasado y terminado, sino que es un malestar y desasosiego que surge del hecho de haber sido extraída del yo sin ser acogida en su gran Original. El alma pierde toda posesión del yo, sin lo cual nunca podría estar unida a Dios. Sin embargo, es sólo de manera gradual que se vuelve completamente poseída de Él por medio de la nueva vida, la cual es completamente divina.

CAPITULO VI

UNIÓN CON DIOS: PERO AUN NO ACEPTADA


49. Tan pronto como el alma ha muerto bajo los abrazos del Señor, es unida a Él en verdad y sin ningún intermediario, pues al perderlo todo, incluso sus mejores posesiones, ha perdido los medios e intermedios que moraban en ellas; e incluso estos mismos grandes tesoros no eran más que intermediarios. Por tanto, desde ese momento está unida a Dios de forma inmediata, pero ella no lo acepta, ni tampoco disfruta los frutos de su unión hasta que Él la anima y se convierte en su principio vivificante. Una esposa que se desmaya en los brazos de su marido está estrechamente unida a él, pero ella no disfruta la bendición de la unión, y puede que no sea consciente de ello; pero cuando él la ha contemplado por algún tiempo, desfalleciendo de exceso de amor, y la trae de nuevo a la vida por sus tiernas caricias, entonces ella percibe que está en posesión de aquel al cual su alma ama, y de que ella es poseída por él.

PARTE II

EN LA UNIÓN CON DIOS

CAPITULO I

LA RESURRECCIÓN


50. El alma poseída así de Dios encuentra que Él es tan perfectamente Señor sobre ella que ya no puede hacer nada sino lo que Él desea y de la manera en que Él lo desea; y este estado va en aumento. Su falta de poder no es ya dolorosa, sino agradable, porque está llena de la vida y del poder de la Voluntad Divina.

51. El alma muerta está en unión, pero no disfruta los frutos de esa unión hasta el momento de su resurrección cuando Dios, haciéndola entrar a Él, le otorga tales promesas y certidumbres de la consumación de su divino enlace que no puede dudar por más tiempo, pues esta inmediata unión es tan espiritual, tan refinada, tan divina, tan íntima, que es igualmente imposible para el alma el tratar de concebirla o dudarla. Porque podemos observar que todo el camino del cual hablamos está infinitamente alejado de cualquier imaginación. Estas almas no tienen la más mínima imaginación, pues tienen el intelecto desocupado, y están perfectamente protegidas de las decepciones e ilusiones, ya que todo toma lugar adentro.

52. Durante su travesía por el camino de la fe, no tenían nada que poder discernir*, -pues el discernimiento es completamente opuesto a la fe- y no podían disfrutar de algo así, y sólo se les permitía tener algo general e indeterminado como fundamento sobre el cual todo les era comunicado. Pero de muy distinta manera es cuando la vida se vuelve avanzada en Dios, porque aunque no tienen nada nítidamente discernido para ellas mismas, lo tienen para otros; y su luz, de uso para otros, aunque no siempre recibida por aquellos a los que estaba destinada, es lo más seguro debido a su inmediatez y, por así decirlo, naturalidad.

* Se refiere a un discernimiento con el cual somos capaces de percibir algo con nitidez o claridad; profundamente relacionado con el v.24. (Ver NOTA v.24)

53. Cuando Dios levanta a un alma, -o lo que es lo mismo, la recibe en Sí Mismo- y la semilla viviente -la cual no es otra que la Vida y el Espíritu de la Palabra- comienza a aparecer, forma en ella la revelación de Jesucristo, (GAL 1:16) el cual vive en nosotros por medio de la pérdida de la vida de Adán que subsiste en el yo.

54. El alma es así recibida en Dios, y allí es cambiada y transformada de forma gradual a Su semejanza, de la misma forma en que la comida se transforma en aquel que ha tomado de ella. Todo esto toma lugar sin ninguna pérdida de su propia existencia individual, como ha sido explicado en otra parte.

55. Cuando comienza la transformación se la denomina aniquilación pues, al cambiar nuestra propia forma, se nos aniquila en relación con lo que es nuestro, para que podamos adquirir lo Suyo. Esta actividad continúa de manera constante durante toda la vida, convirtiendo al alma más y más a semejanza de Dios y concediéndole de forma continua una cada vez mayor participación en las cualidades divinas, haciéndola impermutable, inmutable, etc. Pero Él también la hace fructífera en Sí mismo, y no fuera de Sí mismo.

56. Esta fructificación se extiende a ciertas personas, las cuales Dios otorga y sujeta al alma, comunicándole a ésta última Su Amor, rebosante de Caridad. Porque el amor de estas almas divinas hacia las personas así conferidas sobre ellas, al tanto que está muy alejado de los sentimientos naturales, es infinitamente más fuerte que el amor de los padres para con sus niños, y aunque parezca precipitado y ansioso, no es así, pues aquel que lo exhibe simplemente está siguiendo el mover que está impreso sobre él.

57. Para hacer esto inteligible debemos saber que Dios no privó a los sentidos y a las facultades de su vida para dejarlos muertos porque, aunque hubiera vida en el centro del alma, aquellos continuarían muertos si esa vida no les fuera también comunicada. Esta vida aumenta por niveles, anima a todos los poderes y sentidos, -los cuales, hasta entonces, habían permanecido yermos y estériles- los amplía proporcionalmente a su relación, y les permite estar activos, pero con una actividad proporcionada y regulada por Dios, acorde a sus designios. Las personas en una condición de estar muriendo, o de muerte, no deben condenar la actividad de tales almas, pues nunca podrían haber sido puestas en un movimiento divino si no hubiesen pasado por la más maravillosa de las muertes. Durante todo el periodo de fe el alma se queda sin movimiento, pero después de que Dios ha infundido en ella la divina actividad su esfera es extendida infinitamente; sin embargo, tan enorme como pueda ser, no puede ejecutar un solo movimiento originado en el yo.

CAPITULO II

LA VIDA EN DIOS


58. No hay más que se ha de decir aquí de los niveles; el de la gloria siendo todo lo que queda, todos los recursos siendo dejados atrás y el futuro consistente en nuestro disfrutar de un infinito manantial de vida, y ésta, más y más abundantemente (Juan 10:10). A medida que Dios transforma el alma a Su semejanza, su vida le es comunicada más copiosamente. El amor de Dios hacia la criatura es incomprensible, y su diligencia inexplicable. Algunas almas Él persigue sin descanso, las protege, Él mismo se sienta a su puerta, y se deleita a Sí mismo en estar con ellas y en llenarlas con las marcas de su amor. Él imprime este casto, puro, y tierno amor sobre el corazón. San Pablo y San Juan el Evangelista sintieron al máximo este afecto maternal. Pero para que sea como lo he descrito debe ser dado al alma en el estado de gracia del que acabo de hablar, de otra manera tales emociones son puramente naturales.

59. La oración del estado de fe es un absoluto silencio de todos los poderes del alma y un cese de toda obra, por delicada que sea, sobre todo cuando su fin está próximo. El alma en este estado, no pudiendo percibir más oración, y no siendo capaz de separar unos tiempos fijados para ella -ya que todos los tales ejercicios han sido arrebatados- es guiada a pensar que ha perdido por completo toda clase de devoción. Pero cuando la vida regresa la oración vuelve con ella, y acompañada de una maravillosa facilidad, y a medida que Dios toma posesión de los sentidos y facultades su devoción se vuelve dulce, tierna, y muy espiritual, pero siempre para Dios. Su anterior devoción le hacía sumergirse en su propio interior para poder disfrutar a Dios, mas aquello que ahora posee la saca del yo, de tal manera que pueda estar más y más perdida y cambiada en Dios.

60. Esta diferencia es bastante acusada y sólo se puede lograr entender por la experiencia. El alma está callada en el estado de muerte, pero su quietud es estéril y acompañada de un desesperado divagar que no deja más señales de silencio que la propia imposibilidad de dirigirse a Dios, sea con labios o corazón. Pero tras la resurrección su silencio da fruto, y es asistido por una unción en sobremanera pura y refinada, la cual es deliciosamente difuminada por los sentidos, pero con tal pureza que ocasiona no poder resistirla, y no conlleva impureza alguna.

61. Es ahora imposible para el alma tomar lo que no tiene o desprenderse de lo que tiene. Recibe con una pasiva voluntad cualquier impresión que se realiza sobre ella. Su estado, aunque sobrecogedor, estaría libre de sufrimiento si Dios, que hace que se mueva hacia ciertas cosas libres, le otorgara la necesaria correspondencia. Pero ya que su estado no lo va a soportar, se hace necesario que lo que Dios desea que ella tenga le sea comunicado por medio de sufrimiento.

62. Sería incorrecto que tales personas dijeran que no desean estos medios; que sólo desean a Dios. Él está preocupado de que estas personas deban morir a cierto soporte interior del yo, el cual les hace decir que sólo desean a Dios; y si rechazaran estos medios, ellas mismos se apartarían del orden de Dios y pondrían bajo arresto a su progreso. Sin embargo, al ser otorgados sencillamente como medios, aunque fructíferos en gracia y virtud -a pesar de ser secretos y estar ocultos-, finalmente desaparecen cuando el alma se encuentra unida a los medios en Dios, y Él se comunica a sí mismo directamente. Entonces Dios retira los medios, sobre los cuales ya no imprime más movimientos en dirección a la persona a la cual están sujetos, pues puede que entonces sirvieran como impedimento al ser por fin reconocida su utilidad. Por consiguiente el alma ya no puede tener lo que tenía, y permanece en su primera muerte con respecto a ellos (los medios), aunque aún están estrechamente unidos entre sí.

63. En este estado de resurrección llega ese silencio inefable por el cual no sólo subsistimos en Dios, sino que tenemos íntima comunión con Él, el cual, en un alma muerta así a su propio obrar y muerta a su generalizada y fundamentalizada forma de auto-apropiación del yo, se convierte en un flujo y reflujo de la comunión divina, con nada que mancille su pureza, pues no hay nada que lo impida.

64. Entonces el alma se hace partícipe de la inefable comunión de la Trinidad, donde el Padre de los espíritus imparte su fecundidad espiritual y la hace un espíritu con Sí mismo. Aquí es cuando tiene comunión íntima con otras almas, si aquellas son lo suficientemente puras para recibir sus mensajes en silencio, de acuerdo a su nivel y estado. Aquí, cuando los inefables secretos son revelados -no por una momentánea iluminación, sino en Dios mismo, donde todos ellos están escondidos- el alma no los posee para sí misma, ni tampoco los ignora.

65. Aunque con esto he dicho que el alma tiene entonces algo nítido* (discernible), no es nítido en referencia a sí misma, sino a aquellos con los cuales tiene íntima comunión; porque lo que dice es dicho naturalmente y sin atención, pero parece extraordinario a los oyentes, quienes, no encontrando ese algo en ellos -a pesar de que pudiera estar allí- lo consideran algo nítido y maravilloso, o quizás fanático. Las almas que todavía están habitando entre los dones tienen iluminaciones nítidas y momentáneas, empero estos últimos sólo tienen una luz general, sin los rayos definidos, la cual es Dios mismo. De ahí extraen ellas lo que quiera que necesiten, lo cual es nítido cuando quiera que es solicitado por aquellos con los cuales ellas están conversando, pero después no queda nada de eso junto a ellas.

* Ver nota v.52 y v.24

CAPITULO III

LA TRANSFORMACIÓN


66. Hay miles de cosas que se podrían decir acerca de la vida interior y celestial del alma llena así de vida en Dios, la cual muy amorosamente Él abriga y protege para sí, y a la cual Él cubre externamente con humillación porque Él es un Dios celoso. Pero requeriría un tomo entero, y sólo tengo que cumplir con tu petición. Dios es la vida y alma de esta alma, que ininterrumpidamente vive así en Dios, como un pez en el mar, en inexpresable felicidad, aunque cargada de los sufrimientos que Dios extiende sobre ella por causa de otros.

67. Se ha vuelto tan sencilla, especialmente cuando su transformación está avanzada, que va caminando perpetuamente sin un solo pensamiento para ninguna criatura o para sí misma. No tiene más que un propósito: hacer la voluntad de Dios. Pero al tener que relacionarse con muchas de las criaturas que no pueden alcanzar este estado, algunas de ellas le causan sufrimiento al tratar de forzarla a tomar un cuidado de sí, a tomar precauciones y cosas así, -cosas que no sabe hacer- y otras criaturas por su necesidad de ver una correspondencia con la Voluntad de Dios.

68. Las cruces de tales almas son las más severas, y Dios las deja bajo las más miserables humillaciones y un muy común y débil exterior, aunque ellas son su deleite. Entonces Jesucristo se comunica a Sí mismo en todos sus estados y el alma es dispuesta en sacrificio, con sus inclinaciones y con sus sufrimientos. Ella entiende lo que el hombre le ha costado, lo que su falta de fe le ha hecho sufrir, qué es la redención de Jesucristo, y cómo Él ha soportado a sus niños.

69. La transformación se reconoce por la falta de distinción entre Dios y el alma, ya no siendo ésta capaz de separarse a sí misma de Dios. Todo es igual a Dios, porque ha entrado en su Fuente Original, es reunida en su TODO, y es transformada en semejanza a Él. Pero es suficiente para mí el perfilar los contornos generales de lo que deseas saber. La experiencia te enseñará el resto, y habiéndote mostrado lo que debería ser para ti puedes juzgar lo que soy en nuestro Señor.

70. En la medida en que su transformación es perfeccionada el alma encuentra un más amplio carácter en sí misma. Todo es expandido y dilatado, haciéndola Dios partícipe de su infinidad, de tal manera que a menudo se encuentra a sí misma inmensa, y toda la tierra no parece más que un punto en comparación a esta maravillosa extensión y amplitud. Cualquier cosa que esté en el orden y voluntad de Dios la expande. Cualquier otra cosa la contrae, y esta contracción la contiene de perder el conocimiento. Ya que la voluntad es el medio de llevar a cabo la transformación -y el centro no es más que todas las facultades unidas en la voluntad-, cuanto más transformada es el alma tanto más es su voluntad cambiada e introducida en lo referente a Dios, y tanto más Dios mismo es el que desea para el alma. El alma actúa y obra en este deseo o voluntad divino (que de esta forma es substituido por el suyo) de manera tan natural, que no puede decir si la voluntad del alma se ha convertido en la voluntad de Dios, o la voluntad de Dios se ha convertido en la voluntad del alma.

71. Con frecuencia Dios exige sacrificios de las almas así transformadas en Él, pero no les cuesta nada, ya que ellas lo sacrificarán todo a Él sin repugnancia. Los más pequeños sacrificios son los que más cuestan y los más grandes los que menos, pues éstos no son exigidos hasta que el alma está en un estado que le permite admitirlos sin dificultad, para lo cual tiene una tendencia natural. Esto es lo dicho de Jesucristo de su venida al mundo; “Entonces dije, he aquí, Yo vengo: en el tomo del libro está escrito de mí; me deleito en hacer Mi Voluntad, o mi Dios; ¡sí!, tu amor está dentro de mi corazón.” (Salmo 11:7, 8 *) Tan pronto como Cristo llega a cualquier alma para convertirse en su principio viviente, Él dice lo mismo acerca de ella; Él se convierte en el eterno Sacerdote que sin cesar lleva a cabo dentro del alma su función sacerdotal. En verdad esto es sublime, y continúa hasta que la víctima es llevada a gloria.

* El manuscrito original así lo cita, aunque tal salmo no corresponda con la cita, y ello puede deberse a un error de transcripción; o bien su causa podríamos encaminarla al hecho de que la versión francesa de los Salmos pudiera diferir de la nuestra; los Salmos han dado lugar a diversas traducciones a lo largo de toda la historia, y todas ellas varían entre sí. Notemos el pronombre posesivo “Mi”, que no es lo mismo que “Tu”.

72. Dios destina a estas almas para el auxilio de otras en las más enrevesadas sendas, pues, no teniendo más inquietud ya con respecto a sí mismas, ni teniendo nada que perder, Dios las puede usar para introducir a otras al camino de su pura, desnuda y segura voluntad. Aquellos que todavía están poseídos por el yo no podrían ser usados para este propósito, ya que, no habiendo entrado aún en un estado en el cual ellos siguen ciegamente la voluntad de Dios por sí mismos, sino siempre mezclándola con sus propios razonamientos y falsa sabiduría, de ninguna manera se encuentran en una condición como para ocultar nada al transmitirlo a otras almas de una manera ciega*. Cuando digo “ocultar nada”, me refiero a aquello que Dios desea en el momento presente, porque con frecuencia Él no nos permite mostrar a una persona todo lo que les es de estorbo, y lo que nosotros vemos debe pasar de largo con respecto a esa persona, excepto en términos generales, ya que ésta no lo puede sobrellevar. Y aunque algunas veces puede que digamos cosas duras, como Cristo dijo a los Cafernaítas, a pesar de ello Él otorga una fuerza secreta para soportarlo. Al menos así lo hace con aquellas almas a las cuales ha elegido exclusivamente para Él... y este es el quid de la cuestión.

* Es una manera de decir que aquellos que no están preparados para ello, al intentar comunicar cosas espirituales a otras almas, normalmente lo dicen todo de una vez. No saben hasta donde deben llegar. Si uno está preparado para ello (cuando Dios posee al alma verdaderamente), pronunciará las palabras que el Espíritu le guíe a decir, no más.

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