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Éxodo - La Salida

Nota:

Los capítulos de este libro corresponden a los capítulos del Libro de Éxodo del que Madame Guyón nos ofrece el comentario de todos sus capítulos, excepto en siete de ellos, en concreto: 9,21,22,30,37,38 y 39.

 

RECONOCIMIENTOS

 

Este libro —Éxodo— ha estado durante 100 años fuera de imprenta, apareciendo en inglés en sólo una ocasión, justo antes del comienzo del siglo veinte. En vez de volver a imprimir aquella vieja edición, nos hemos decidido a modernizar el comentario de Madame Guyón sobre el libro del Éxodo y sacar a la luz una nu eva edición en un español claro y moderno. La dolorosa tarea fue llevada a cabo por Ann Witkower, en California. Todos los que disfrutamos de este “nuevo” libro le d ebemos mucho.

 

INTRODUCCIÓN

Este, como todos los libros que son espirituales, como todos los libros que alguna vez han tratado de cosas espirituales, es un libro dirigido hacia personas espirituales , o hacia personas con una bú s queda espiritual en sus vidas. Una característica de estos libros es que normalmente hablan de forma muy distinta a las personas

que los leen, y siempre hay personas que no entienden —o malentie n den— su significado. Si usted tiene una búsqueda real del

Señor en su vida debe saber que sólo la experiencia en las cosas eternas, el abandono de nuestros caminos, y el amor a Dios nos pueden cond u cir a esa Verdad, y no existe ningún libro (sea espiritual o no) que haga ese milagro, ni hay receta ni fórmula que

nos acerque o nos permita conocer más a nuestro querido Señor, pues esa obra pert enece a otros ámbitos, invisibles para nosotros, y es llevada a cabo por las bondadosas manos de nuestro eterno Dios (y, casi siempre, por medios poco placenteros y gozosos). Pero de

algo puede estar s eguro: Jeanne Guyón no teorizaba. Ella experimentó al Señor. Y si en algo te consuela, hay un solo Dios... y Dios llena el alma y se revela a sí mismo (NO SUS DONES) en la

medida en que le dejemos lugar dentro... a cambio de una pérdida

mayor y mayor de nosotros mi s mos. El Dios de Pablo es tu Dios, el mismo. El Dios que habló a Moisés es el Dios que vive en mí. No estamos hablando de otro Dios, ni de otro poder. Las Escritura dice que Dios no da su poder con medida. Dios no tiene un “cuentagotas para la gloria”, ni tiene otro etiquetado como “cuentagotas para la gracia” o, “cuentagotas para el poder”, ¿o por qué no “cuentagotas para la felicidad”?. Tras leer este libro, quizás te des cuenta por primera vez que el vacío que hay en ti (si estás en ese estado) será llenado por Él. Cuanto mayor sea el vacío que sienta tu alma, más espacio está liberando, y más serás Suyo... hoy, ayer, y por siempre. Ánimo, su reino está cerca... ¡de tu cor a zón!

 

Los editores

1

A lo largo de la historia de la iglesia, Dios te ha ofrecido muchos ejemplos de individuos que han vivido sus vidas abandonadas a Él. Pero también te ha dado un ejemplo de todo un pueblo, una nación, de tal manera que todas las generaciones

por venir puedan tener un ejem plo visible de cómo andar por esa misma senda de abandono. En cuanto a ti, caso de que seas

llamado a este caminar del interior, debes saber que has de caminar a través de esta misma cautividad y pasar por todos los reveses que este pueblo experimentó.

¿Había nación más próspera que este pueblo mientras José vivía? Todo lo mejor del reino estaba en sus manos. Pero vemos que esta n a ción fue llevada al cautiverio. ¿Es diferente un creyente a Judá? No. T odo creyente que se atreve a caminar el

camino espiritual tendrá un gozó inefable; no obstante habrá otro favor que Dios también te otorgará. Se ha compr ometido a ello con todos aquellos niños suyos que le son fieles:

Les hace pasar por cautiverio.

Jesucristo fue el primero en entrar en esta experiencia. Fue el Jefe de todos los abandonados, pero no estuvo exento de esta

cautividad . Por lo tanto es imposible que estés exento.

Acuérdate siempre de que le plació salirse de todos los deleites que estaban ocultos en el seno de su P a dre, para hacerse el más cautivo de todos los hombres.

Recuerda también, que hace ya tiempo los Patriarcas Hebreos s iguieron la misma senda. Gozo, deleites... ¡ y cautiverio! Los primeros cr eyentes del nuevo pacto llegaron y siguieron el orden de los Patriarcas y de su modelo div ino, Jesucristo.

Pero preguntarás, “¿por qué todos tenemos que pasar por este c a mino? ¿Es para que todos lleguemos al punto de la infelicidad?” Claro que no. El gozo es una promesa en la tierra de

Abraham... una tierra que yace allí, más allá del cautiverio. ¿Qué tierra es esa? Esa tierra es... ¡poseer a Dios! Pero, ah, cuánto

queda por hacer para poseer esa tierra. ¡Hay sufrimiento que conocer!

Mira a Faraón. Dios usó a este hombre para hacer que los fieles H ebreos entraran en cautividad. Tampoco Faraón es el

único al que tu S eñor emplea. ¡Faraón también tiene capataces ! Juntos, estos Egipcios sobrecogieron al pueblo de Dios con trabajo , pensando que oprimirían a este pueblo y le impedirían

hacerse grande en número. (Ojo con dem a siada obra “cristiana”.)

Lo mismo es verdad hoy. A través de la historia se ha levantado a lgún poder o autoridad que decide extinguir al camino interior . Se valen de persecución, de grande griterío, de denuncias y de todo lo que está en su mano. Ah, pero es entonces cuando la vida interior más se multiplica. ¿Y cuál es el resultado? Cuanto más enseñan estos poderes en contra de un caminar así, y lo persiguen, tantas más personas se unen a las filas de aquellos que persiguen esta senda. Es la persecución la que establece e in crementa el número de personas del camino interior.

Los poderes de las tinieblas se unen para sobrecogerte y para a u mentar tu carga más allá de lo sostenible. Pero cuanto más cargada está el alma, y mayor debilidad experimenta, tanto más

se levanta allí ade n tro, como una palmera, algo de Dios. Y esta vida se multiplica por sí misma.

La más dura persecución que ha de sostener el pueblo de Dios es ver sus vidas malgastadas trabajando para las cosas del mundo, sabie n do todo el tiempo que están llamados para la mesa de Dios. Ese tipo de creyentes sabe que el trabajo sobre esta tierra no produce nada en a bsoluto. ¡Pero aquí están! Se han hecho totalmente terrenales, ellos mi s mos.

En este momento los enemigos de los discípulos del caminar interno se mofan. Los Egipcios contemplaban a un pueblo de Dios forzado a apartarse de las cosas que amaban, para ir a parar a construir ciudades para los Egipcios.

La persecución fue más allá del odio y de la esclavitud. Seguid a mente los Egipcios trataron de destruir el nacimiento de estas personas. Desafortunadamente, incluso en el mundo de lo que se supone que es verdadera religión, los hombres —

considerados como iluminados— tr a bajan con ahínco para conseguir que el cristiano principiante se aparte del camino

interior. Se parecen a los reyes. Son asignados por Dios para ser pastores de nuestras almas, y se ponen en contra suya. Se oponen al creyente que hace cosas que le llevarían a la mayor de las comuniones con Dios. Y esos líderes religiosos que no condenan este caminar, ta m poco lo autorizan. Al actuar así mantienen alejadas de la verdad y de la luz a tantas personas —o

más— como cuantioso es su número de fel igreses. A los principiantes, muy necesitados de recibir esta luz, se les impide

acercarse a J esucristo.

Hombres tan obstruccionistas no entran en el reino, ni dejan que otros entren.

Por favor, date cuenta que es el “niño varón” al que Egipto persigue. Esto alude al creyente valiente (sea ese creyente varón o hembra), uno que está dispuesto a abandonarse. A medida que vivas tu vida, observ a rás a hombres a tu alrededor que están bastante dispuestos a permitir que aquellos que les rodean vivan

en paz... ¡ siempre y cuando esas pe r sonas vivan en un amor comprometido con el Señor! De hecho líderes así disfrutan de la compañía de personas así, y les gusta tenerles viviendo a su

alrededor. Pero en cuanto a aquellos que están totalmente entregados a Él, y a un caminar interior, ¡ esos Egipcios no quieren ver a estos pro s perar! Estarían más tranquilos si esas pers onas no existieran.

Los hombres no pueden soportar un amor y un caminar así. Pero a medida que se avecina la destrucción del pueblo de Dios, algo espera n zador sucede. Se ha difundido la orden de erradicar un amor hacia Dios, pero unos, algunos de los que pertenecen al mundo Egipcio son llevados a este caminar celestial. Y entonces

éstos vuelcan sus energías en prot eger el camino celestial. Él, o ella, ha sido ganado por la acción de un c orazón sencillo . En raras ocasiones se puede llegar a ver esto en los más complejos, dotados y sabios, en especial si también son r eligiosos.

Son las parteras sencillas quienes evitan la destrucción del pueblo más especial de Dios.

Y esas sencillas parteras que protegieron a Sus niños “fu eron est a blecidas en sus casas.” Recompensa y premio son otorgados por el Esp íritu de Dios a aquellos que han protegido a los que Él ha llamado.

La persecución no bastaba, la esclavitud no era suficiente; la muerte fue el deseo último del enemigo de Dios. Faraón ha ordenado que todos los niños varones sean arrojados al río. Para

aquellos que se atr even a ser Suyos por completo, estáte seguro que estas personas son la n zadas al río, o bien expuestas a peligros extremos. ¿De dónde provienen estos pel igros?

¡De las tentaciones! ¡De ser forzado a seguir el camino del mundo! De la desconfianza y del miedo, introducidos entre el pueblo de Dios —y como resultado Sus más preciados seguidores son esparcidos, o per ecen.

A veces no queda más que la destrucción de la reputación de

uno mismo. Estos son peligros todos e xtremos. Tales “ríos” te

aguardan.

Según vaya transcurriendo tu vida en esta tierra, te darás cuenta de que sólo el “niño varón” es tocado. Ningún otro es desechado, ni pers eguido, ni es amenazado con el río. Estas gentes están seguras. ¡Su s uperficial caminar es garantía de que estarán seguros! La persecución y la calumnia pocas veces son

su po rción.

Al contrario, algunas veces te encontrarás con que estos últimos son elevados , con vistas a que otros sean aplastados.

2

 

¿Qué nos muestra el nacimiento y el re s cate de Moisés?

¡Aquel que habría de guiar al pueblo de la Providencia nace como niño de la Providencia! Puedes estar seguro de que un niño que estuvo expuesto a la impetuosidad de duros caminos, un día se levantará para ser un pastor del pueblo de Dios. El hecho de

que su madre le salv a guardara de la muerte es, naturalmente, una llamativa figura de Jes u cristo. Debemos recordar que la natividad del Señor, como Salvador del mundo, sigue el ejemplo de Moisés.

Echemos una mirada a la madre de Mo isés.

Confronta fuerzas de orden superior. Su intelecto dice “date

por vencida”, pero prefiere confiar solamente en Dios. Renuncia a su niño y le expone a las aguas, sin saber si esas aguas serán

misericordiosas o no. Es sólo en peligro extremo que puedes entender el verdadero aband ono; y es en esos momentos que Dios escoge, casi siempre, mostrarte Su bondad y Su providencia. ¡Y es a veces en el peligro extremo cuando m a nifiesta mila gros hasta entonces desconocidos!

Observa cómo arrojan a Moisés al río. ¿Será arrastrado por las c orrientes? ¿Qué esperanza hay para este crío? ¿Muerte? ¿Un entierro en las aguas? De cierto que la muerte parece inevitable. El pequeño esquife en que se encuentra no es más que un ataúd en vida. Sin embargo, es de este ataúd de muerte del que Dios le saca.

Aquí está un hombre que ha estado bajo la providencia de Dios de s de su cuna; una cuna que supuestamente iba a ser su tumba. ¿Diremos que la cuna era su ataúd? ¿O diremos que el ataúd era su cuna? Quizás lo segundo sea más cierto, pues — desde que su vida vio la luz— tuvo que pasar a través de los extremos corredores de la providencia de Dios, y vivir su vida en medio de los peligros de la muerte.

Es interesante reseñar que en el instante mismo en el que Moisés es puesto en las aguas, la hija del Faraón se acercó al río.

En los caminos de Dios, aquellos que nos condenan a muerte a veces son los que salvan nuestras v idas.

Sería poco usual en los caminos de Dios si un niño naciera bajo los designios de la providencia divina y luego fuera abandonado. Pero esa providencia sobre su vida le seguiría todos los días de su vida.

Puedes ver esta misma verdad en el hecho de que Faraón escoja a la propia madre de Moisés cómo niñera, ¡ sin que Faraón sepa nada de su p a rentesco!

¡Qué Señor tenemos! ¿Entonces, por qué no confiar en Él?

Por favor, ahora date cuenta que Moisés crece en las cortes de este mundo. Conoce el esplendor de la corte, conoce sus peligros. Como hombre maduro debe elegir entre vivir en esta vida de “Egipto”, o apa r tarse de ella. Externamente se parece a un Egipcio, y se le considera hijo de la Princesa. Pero en su corazón es Hebreo. Hay más riqueza en este hombre de lo que aparenta, pues los tesoros están escondidos por de n tro.

Pablo dijo, “El verdadero judío no lo es externamente, sino intern a mente. La verdadera circuncisión no es exterior, es la del corazón, en e s píritu, no en letra.”

Otra vez puedes ver aquí a Moisés como una figura de Cristo.

Externamente sólo aparentaba ser un hombre, pero

internamente había a lgo del verdadero Dios. Jesucristo se parecía a los pecadores, pero era el Santo de los Santos.

Aquí hay una lección: No somos juzgados por la apariencia exterior. Lo que sucede en lo profundo del hombre es lo que decide su curso y su dest ino.

¿Pero, puede hallar un hombre que es príncipe en la corte del Fa raón una salida ?

¡Vemos que Moisés pierde su lugar en la casa del Faraón!

¿Pero, por qué? ¿Cómo? En esencia es a causa de su corazón de pastor. Está cu idando de uno que pertenece al propio pueblo del Señor. Hay fidelidad en este hombre; hay un cuidar por el rebaño de Dios. Ten cuidado. Una preocupación verdadera por el destino

del pueblo espiritual de Dios pu ede meterte en problemas. ¡Aun la pérdida del d erecho a voto!

Moisés es arrojado al desierto . Está fuera de Egipto, ¡pero inmedi a tamente se encuentra en el desierto!

Una vez más la defensa de la verdad se ha visto secundada

por pe r secución a manos de los enemigos declarados. Esta no es una excepción. Asimismo, ninguno que siga en pos de Él será

una excepción.

Ahora vemos que Moisés huye. Está participando de la vida del cr eyente interior. Está siendo perseguido a causa de la rectitud de su cor a zón. ¿Pero hay alguna otra razón aparte de esa? Ahora Moisés se hace pastor de un pequeño rebaño en un desierto. Se nos dice que este es el designio divino de Dios para Moisés. ¿Qué hace Moisés allá en el d esierto?

Abreva el rebaño.

Moisés no es pastor de un grupo en particular, es el pastor de todo el rebaño. Ha defendido a las ovejas y ahora las apacenta. Todos los pastores verdaderos que siguen el ejemplo de Jesucristo son así. Dan de beber, defienden a aquellos que son del Señor... de Sus enemigos. Se aseguran de que el agua está ahí, libre de beberse aunque su enemigo obstaculice el b eber.

Hubieron pastores injustos allá en el desierto que trataban de evitar que esas ovejas abrevasen. Pero el agua les es dada a beber por Moisés, el pastor. Puedes esperar, si eres uno

abandonado a Él, que el Señor e n víe un Moisés a tu vida para darte agua en el desierto y para librarte de opresión y de pastores

ignorantes que obstaculizarán a la oveja para que alcance el agua.

Si los abandonados son fieles, no importa lo que hayan sufrido, p oco a poco encontrarán agua.

Los abandonados descubrirán la fidelidad de Dios. Él enviará a a lguien que les instruirá en los caminos del Señor.

Te darás cuenta que las mujeres que fueron auxiliadas por Moisés allá en el desierto volvieron a su padre para contarle lo

que les había acontecido. Ahí ves lo que cada uno de nosotros debe hacer: esto es, r egresar a nuestra fuente, nuestro Padre. El buen Pastor nos ha dado agua pura y nos ha hecho avanzar

hacia nuestro Padre.

Es ahora cuando la voluntad de Dios se ve tan clara. El padre de aquellos a quienes Moisés ayudó ha invitado a Moisés a su propia casa. Moisés encuentra allí la compañía de Séfora, alguien que compartirá con Moisés su llamado y su fidelidad. Junto a él hará una aportación a esa generación espiritual.

Aquí fue, en este lugar, donde Moisés halló cobijo hasta la

hora en que guiaría al pueblo de Dios. Ese es el propósito de todo desierto verd adero .

Y ahora obtenemos una introspección en la persona de Séfora, en el nacimiento de su niño. Cuando dio a luz a un niño, Eliezer 1 , se volvió de inmediato al Señor y le alabó diciendo, “el Dios de mi padre es mi pr otector y Él me ha librado de la mano del Faraón.”

Cuando ves a uno de los niños de Dios atribuyéndolo todo a la pr ovidencia de Dios ves algo del corazón de esa persona. La reproducción, nuestros niños —nuestro todo— viene de Su mano. Cuando andamos en ese conocimiento, dejamos entrever una verdadera visión en cuanto a Dios... mediante una fe viva, estamos reconociendo que Sus caminos son justos y que de Él recibimos nuestro soc orro.

Llegamos al cierre del capítulo dos con una poderosa escena que nos enseña mucho.

Moisés en el desierto siendo levantado por Dios. Pero el pueblo del Señor , allá en Egipto, ¡ no lo s abe!

Faraón muere; puede que en este momento esperen una liberación, pero no llega liberación alguna. Sus gemidos aumentan. Están sobrec ogidos y alzan sus llantos al cielo. Pero parece que el Señor no escucha. ¿Es eso cierto? ¡Sí que oyó!

Incluso en ese instante —invisible— Él está respondiendo. ¡ Claro

que se acordó de Su pacto con Abraham! A su d ebido tiempo

 

1 La versión católica de las escrituras que Guyón utilizaba difería de la nuestra.

mostrará compasión de ellos. Debes recordar que Dios tiene un pacto contigo y no importa lo que te ocurra en esta tierra, Él no ha o lvid ado ese pacto .

El pueblo de Dios en Egipto nos dice tres cosas: son personas de fe, de total sacrificio, y de perfecto aband ono.

Abraham es el padre de la fe . Isaac fue el marcado por el

sacrificio puro. Y Jacob, en su vejez, fue el perfecto abandono .

Tú, si has de cam inar por el camino interior, caminarás en base

a tres cosas: primero, por medio de una fe que es ciega en cuanto a los caminos de tu Dios, esto es, por una fe enclavada por completo en Dios... a pesar de . ¿Qué qu eremos decir con una fe total ? ¿Fe desnuda ? Es una fe que no pide señal, y es una fe que no busca el apoyo de la razón, de la lógica o de cualquier otra

fuente que la mente del hombre pueda perm itirse.

¿Qué es un sacrificio total? ¿Un sacrificio puro ? No sólo es la entr ega de todas las cosas que nos pertenecen y que están en

nosotros, sino todo lo que somos . Lo entregas todo, en la medida en que la gracia te ha permitido entr egarlo todo .

¿Y qué es un abandono perfecto y completo? Es un estado de una total expoliación a manos de Dios. Le decimos, “Señor, puedes hacer lo que sea dentro de mí, tu perfecta voluntad. Tu voluntad puede obrarse en mí.” Pero ten cuidado. Aquí estamos hablando en su mayor parte de cosas internas: Dios obrando

dentro de ti para traerte a la estatura pl ena... haciendo esta obra a través del tiempo , y obrando incluso a través de la etern idad .

Acuérdate de eso. Puede que no haya rastro alguno, pero Él es fiel. No ha olvidado. Está dispuesto a librar a esas personas que están en cautividad, aquellos que están oprimidos. Y aquellos en el desierto... que están en fe... en sacrificio... en abandono. ¡Por compl eto!

Aquí está la salida.

3

 

Llegamos ahora al capítulo tres de Éxodo. Moisés está cuidando las ovejas de su suegro. No lo sabe pero, en su

experiencia en el desierto, está a punto de ser llamado a la Montaña de Dios .

Moisés piensa que sólo está guardando un rebaño que el Señor le ha confiado. ¡No sabe que está siendo preparado para ser pastor de todo el rebaño de Dios!

Moisés ve una llama de fuego emitiendo su fulgor desde una zarza ardiente y la zarza ardiente no se consume. Lo que es más, el Señor le habla desde este matojo de llamas. Sabemos que esta llama es el mismo amor de Dios. A pesar de la debilidad del creyente, el amor tiene como de s tino final el interior del creyente.

Le plació a tu Señor darte a ti una gran porción de lo que Él tiene ardiendo dentro de Él. Esto es lo que pasó con Moisés.

Moisés tenía un gran torrente de amor. La primera cualidad del pastor es amor, pues d ebe arriesgar continuamente su propia vida por la vida de la oveja.

La zarza arde ahora con fuego consumidor y sin embargo no se co n sume. Hay un Dios que está lleno de un Amor que nunca se apaga. Esta dirigiéndose a un pastor. Está demostrando a ese pastor el amor que el pastor ha de tener: un amor inigualable; un amor que nunca se cansa y nunca se debilita.

Descubrirás que Moisés estaba consumido por un fuego interno, inmitigable fuego de amor hacia el pueblo de Dios. Más

tarde, cuando estaban a punto de ser escarmentados, fue su oración la que tanto tocó al Dios viviente. Moisés clamó con puro, violento, amor, “Señor perd ónales. Si es necesario borrar a

alguien del libro de la vida, entonces deja que sea yo.” (Éxodo 32)

Ahora ve Moisés esta zarza ardiente y se atreve a acercarse. En ese momento el Señor le dice a Moisés que se quite el calzado porque está sobre tierra santa. El Señor le está diciendo, “No te acerques a un amor de esta pureza, de esta grandiosidad, y de este parangón, hasta que tú mismo seas desposeído de cualquier

otro afecto.” Los pies de Moisés simbolizan otros afectos. Moisés ha de venir desnudo a su Dios sin que ninguna otra cosa perteneciente al mundo sea de su propiedad. Ya es esta suficiente preparación para la tarea que está ante él; para cuidar de este pueblo con justicia y equidad sólo hace falta amor. El terreno del amor es algo santo. Y es a partir de este punto central que el pastor sa ldrá a juzgar con justicia y santidad.

Ahora, por fin, el Señor le habla a Moisés acerca de librar al pueblo de la mano de Egipto. ¡Aquí nos encontramos al Señor mostrando a Mo isés la salida de Egipto!

Primero dice el Señor, “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de J a cob. He visto a mi pueblo en Egipto. He visto su sufrimiento. He oído sus súplicas. Sé cuán severos son sus capataces. Y al conocer sus tristezas, he descendido para

libertarlos de Egipto, de la opresión, ¡y de su hip eractiv idad! Tras muchas liberaciones, les llevaré a buena tierra.”

Una vez más vemos a Dios decirle a Moisés, “Has brotado de oríg enes que estaban bajo mi control. Estás bajo mi soberanía.” El Señor le anuncia a Moisés que Moisés va a ir al Faraón y va a guiar al pueblo fu era de Egipto. Será Moisés quien les mostrará

la salida de Dios, y les guiará a una región de paz y de s canso en Dios.

Dios deja saber a Moisés que Él, el Dios viviente, ha cuidado de este pueblo y ha conocido sus aflicciones. Moisés ahora sabe que sus oraci ones han sido escuchadas por Él.

El Señor le dice a Moisés que vaya a Faraón y libere al pueblo de Dios. Moisés, al oír esto, protesta de que sencillamente él no puede h a cer algo tan grande. El Señor responde, “Yo estaré contigo.”

Moisés protesta, “No puedo hacer esto que me has pedido que haga. Soy incapaz de hacerlo. El pueblo es muy grande, los problemas son muy grandes y la senda muy larga. Después de todo, ¿has de esperar que un pueblo de ese número, una muchedumbre tal de personas, se abandone en ciego abandono a

un Dios que ni siquiera pueden ver? ” Lo que le parece en especial imposible a Moisés es el pensamiento de sacar a este pueblo de

su presente dominación. Es difícil atraer almas y apa r tarlas de prácticas y métodos a los que por tanto tiempo han estado

acostumbrados... atreverse a invitarles a dejar estos hábitos, y esta s eguridad, aunque sea una esclavitud, ¡y salir andando al desierto! ¡Un d esierto ignoto! ¡El desierto de la fe!

Pero el Señor responde, “¡Estaré contigo, Moisés! ¡Seré yo el que ll eve a cabo esta gran obra!”

Moisés sigue con sus protestas. “¿Qué ocurrirá cuando vaya ante el pueblo de Israel y les diga, ‘el Dios de vuestros padres me ha enviado’? Me preguntarán, ‘¿Cómo se llama este Dios?’ ¿Qué les diré entonces?”

Moisés está diciendo, “Si voy a esa gente y digo que he venido en nombre del Dios del pueblo de Israel, o del Dios de la fe, o del Dios del sacrificio, ¡no sé muy bien cuál será su reacción! El Señor no está ofe n dido con Moisés. Observa lo que le dice a Moisés.

“¡YO SOY EL QUE SOY te ha enviado!” Esto es lo que Moisés tiene que decir al pueblo de Dios. ¿Y qué significa esta palabra? Quiere decir que Él es un Dios de libertad. Es libre de todo... pero nadie es libre de Él. Si sabes que tú mismo eres algo y no has visto que Él es el “YO SOY”, entonces no eres apropiado para ser

uno del pueblo de Dios. Les está d iciendo, “Yo soy la verdad; Yo soy la verdad a tal grado que todo lo demás es nada. Busco a un

pueblo que es nada. Yo lo soy todo.”

El Señor espera que vean la necesidad de poner a un lado sus ideas, sus conductas, y después abandonarse a sí mismos a este Aquel que se extiende de una eternidad a la otra; darse por completo a sí mismos al que abarca todas las cosas; salir de la tierra de la industria del hombre; seguir el camino del abandono.

Si lo hacen, de seguro que se verán guiados derechos hacia Él. Él será su salida .

Ahora el Señor le habla de nuevo a Moisés, “Dile a mi pueblo que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob te ha enviado a ellos.”

¡He aquí un consuelo! ¡Tu Dios era, y es, Señor de Abraham!

¡Él es Dios de aquellos que han hallado la salida! El Dios que te

guía es el mismo Dios de los antiguos. Camina de igual forma, y tiene las mismas e xpectativas.

Aquellos que hoy le siguen en abandono reciben la misma garantía que Él dio a Abraham y que Él dio a Moisés. El lo llevará todo a cabo por ti, igual que lo hizo por ellos.

Su ser es Su nombre. Su nombre es Su ser. Sin Él, nada existe. Al igual que Su ser lo encierra y comprende todo, Su nombre “YO SOY” lo expresa todo. Las criaturas son como si nada fuesen.

Necesitamos un nombre para distinguirnos unos de los otros, pero Aquel que en verdad es todo lo que de real existe no tiene necesidad de tal distinción. El nombre YO SOY atiende a Dios. Él

no necesita nombre. Él es. ¡Él lo es todo!

Aquellos que se ven a sí mismos como si fueran algo le despojan de Su nombre. Por lo tanto, Moisés está convencido de que aquellos que s iguen al Señor son aquellos que siguen su nombre. Su pueblo obedecerá Su voz sólo ante ese nombre. Tú y yo tenemos al Dios eterno dentro de nos otros. Dentro de ti está la misma voz de aquel que es YO SOY.

Ahora el Señor le da a Moisés instrucciones muy prácticas. Ha de reunir a los ancianos de Israel e ir ante el Rey de Egipto y decirle a F a raón que su Dios —el Dios de los Hebreos— les ha dicho que salgan al desierto por tres días y alzar allí un sacrificio

al Dios v iviente.

¿Un pueblo diciéndole al rey que se marchan? ¿Y adónde van? ¡A un desierto! El desierto de la fe desnuda. ¿Y qué harán una vez que salgan al desierto? Ofrecerán un sacrificio puro.

El capítulo concluye con una afirmación muy poco corriente y m a ravillosa. “No abandonaréis Egipto con las manos vacías. Despojaréis a la misma tierra que os ha retenido en cautividad.”

El Señor no se contenta con darte libertad, te enriquecerá con el botín, incluso con el vigor y la fortaleza de aquellos que evitaban que entrases en esta senda pura. Según vayas saliendo, bajo la poderosa mano de Dios, verás que te has asido a fuerzas que no son tuyas. ¡Tu salida se convertirá en una fuerza jamás

conocida! Proporcionalmente, aquellos que te ven ma rchar perderán fuerza.

“Al que tiene le será dado, y al que no tiene aun lo que tiene le será quitado."

4

 

A Moisés le está costando mucho llegar al punto de tener la fe suf iciente como para obedecer a Dios. Pide una señal. Es una gran ofensa depender más de una señal que de lo que Dios dice

—especialmente para alguien tan avanzado. Abraham, con una sola palabra de Dios, estuvo dispuesto a llegar al punto del filic idio.

¿Ves lo que pide Dios? “¿Qué tienes en la mano?” Moisés no tenía nada en la mano. Únicamente una vara. ¡Nada! Deja Egipto sólo con lo que tengas, aunque no sea más que un palo. Él proveerá el resto.

Pero siquiera un milagro no asegura a Moisés. ¿Qué es lo que pasa aquí? Entraña una dificultad acostumbrarse a cosas que pertenecen a otras esferas cuando uno aún está en esta.

Hasta ahora la duda de Moisés ha sido algo más o menos puro. En este momento se mueve hacia el terreno de las excusas: “No puedo h a blar.” Es característico del hablar de Dios absorber el nuestro.

El Señor recuerda a Moisés quién creó su boca, ¡y quién la creó igual a la Suya! Está introduciendo a Moisés en un entendimiento más alto de su soberanía. ¿Podía un Dios que creó

su boca pedirle que habl a ra si no podía? ¡Abandonar Egipto y el desierto no es suficiente si el S eñor que te creó dice lo contr a rio!

El Señor hace saber a Moisés que la habilidad para hablar de cosas espirituales no reside en lo natural, sino en lo divino. El Señor hablará por Moisés. ¿Y qué pide Él de ti? Sea lo que sea, reside en lo espiritual, y no en tu habilidad.

“Estaré en tu boca.” Alguien que es enviado (una persona apostólica) tiene esta ventaja: Dios habla por su boca. Estando abandonado a Él en todas las cosas, no se ve falto de esta peculiar necesidad.

Moisés quiere liberación. Pero su propio deseo en este punto es un obstáculo. Está aconsejando a Dios cómo llevar la carga de

Moisés. Todo deseo, aun santo y justo, debería ser borrado de cualquier alma aniquilada. Ese alma no debería desear nada más que la voluntad de Dios. A su tiempo, Él mismo hace que la carga quedé atrás. La marca de la aniquilación es una impotencia para querer o desear cosa alguna. El Señor se enojó

contra él por salir del estado de muerte total y emp ezar así a desear cosas.

Hasta ahora las palabras de Mo isés se habían pronunciado en ese es tado de muerte. Que espantoso es desviarse de ese estado de abandono. Moisés ganó una boca humana. A a rón.

No obstante, el Señor prometió a Moisés, que todavía está madurando, que estará con él.

Él alude ahora a Israel como a “mi primogénito”. Esto muestra el f a vor de Dios hacia aquellos que le pr efieren a Él.

Incluso Séfora, la esposa de Moisés, entra en escena. Ella le llama “esposo de sangre” mientras realiza la circunc isión.

Séfora no entiende la cruz... ni desea unirse a la cruz y hacerse uno con ella, para así participar de Su sufrimiento. Deja

a Moisés ante el primer indicio claro de la cruz en Su 2 vida... sin saber que la cruz es princ ipio de descanso.

El capítulo finaliza cuando Israel recibe la palabra de liberación de su Dios. ¡Y creen! Moisés no tiene pr oblemas en hacer saber la palabra de Dios. Israel entró en Su palabra.

Aquellos que estudian la Escrit u ra para conocer a su Dios se olvidan de que Él está en su más profundo interior; los intelectuales, esos que viajan los infinitos corredores de la razón,

no le hallan... pues Él no está ahí . Y esos que buscan señales,

ellos no se entregan inmediatamente, sino que sólo se rinden con

el uso de la fuerza. Pero aquellos que creen, s iguen en pos, y aman...hallan.

 

2 “Su”, con mayúsculas. La cruz de Él es la cruz de Moisés. La cruz de Moisés es la cruz de Él.

5

 

Moisés se presenta ante el F a raón y le dice lo que Dios ha dicho, que Israel desea irse y hacer un sacr ificio al Señor. Faraón nos ofrece una amplia y profunda visión de sí mismo. No conoce

al Señor, dice él —lo cual es muy cierto, pues sólo los simples de corazón le conocen—, y no sabe como obedecerle.

Faraón dice que el pueblo desea marchar y hacer sacrificio a su Señor porque no tienen otra cosa que hacer. Están demasiado

ociosos, dice él. Sin nada que hacer, por tanto, desean h a cer sacrificio a su Dios.

Aquí está la típica actitud de aquellos que acusan al creyente int erior de holgazanear. Algunas veces esta acusación proviene

del mu n do —de los Faraones — y a veces proviene de guías espirituales, no entendiendo que éste ha dejado su vida a un lado por la oración y para contemplar al Señor, y que ha llegado un

punto en su vida de sacrificar por completo su vida al Señor. El guía con falta de c onocimiento dice que esta persona está ociosa. No obstante, el Señor sabe cómo cuidar de lo Suyo, y traer a aquellos que desean vivir dicha vida a un lugar secreto, donde no pueden ser molestados por los hombres.

La solución del Faraón, natura lmente, es darles más trabajo que h a cer, para hacerles más externos. Faraón no es el único que lo hace. A menudo los ministros del Evangelio sobrecargan al pueblo de Dios con t oda clase de cosas externas, nunca guiándoles a lo i n terno.

Este capítulo aun nos dice con mayor claridad que cuando el

pueblo de Dios fracasa al hacer cosas exte rnas, son reprendidos, e incluso go lpeados. Y aunque puede que los hombres no sean golpeados con palos en nuestros días, no obstante se les dice que

han de sentirse culpables por no realizar servicios externos para el Señor. Este es un Evangelio y una forma de entender el Evangelio tota lmente superficial, y que no nos muestra cuánta importancia le da el Señor a aquellos que son amigos de Dios a través del camino de lo int erior.

Se espera de ellos que trabajen al mismo nivel, e incluso con menos material. Ni siquiera disponen de paja con la que volver a construir. Cuanto más tratan de hacer cosas externas, tanto menos son capaces de hacerlas. No hay descanso, y no hay fruto. Muy típico del que trata de vivir en las c osas ext eriores.

En este punto del relato nos e n contramos con que el pueblo está frustrado, y se acuerdan de que antes de que Moisés y Aarón llegaran a e s cena, aunque la crueldad era grande, no era tan grande como ahora; ahora son obligados a desriñonarse sólo porque habían pedido permiso para salir y sacrificar a su Dios.

Moisés acude al Señor con una pesquisa: “¿Por qué, Señor, me has enviado a hacer esto, cuando lo único que ha conseguido

es traer aflicción sobre tu pueblo?” Desde que se pr esentó ante el Faraón, la angustia del pueblo se ha incrementado, y la

lib eración parece estar más lejos que nunca.

Aunque Moisés está frustrado en esta oración, vemos que es un hombre de corazón compasivo, de corazón compasivo y un

verdadero pastor, que se preocupa del pueblo de Dios. I m plora y exhorta al Señor que libere al pueblo de la tiranía.

Cuando llega el momento en nuestras vidas de buscar al Señor, cuando buscamos salir del terreno del Faraón, es entonces, y sólo entonces, cuando empezamos a hacer retroceder los horizontes de lo que es Dios en realidad. Nunca es lo que imagináb a mos que era. El Señor ha prometido librar a Su pueblo y sacarlos fuera. Todo el mundo pensó, naturalmente, que Dios

hablaba de algo que ocurr iría de forma inmediata. Moisés no s a be lo que espera por delante, ni tampoco el pueblo de Dios. Oh, cuánto más pobres seríamos hoy si todos los obstáculos

interpuestos en el camino de Israel hubieran sido m ilagrosamente removidos. Cuánto aprendemos de Dios cuando

Él esp era. Cuánto aprendió Israel de su S eñor los días que siguieron. Cuánto aprendemos todos nosotros en cuanto a lo que

significa salir.

Permanecemos en mayor temor y temblor cuando nos damos cuenta de que cientos de miles fueron librados por medio de la inusual providencia de Dios, y sin embargo de todos aquellos cientos de miles que fueron librados de Egipto, sólo dos entraron

en la Tierra Prometida. ¿Quién puede entender los caminos de Dios? (Esto sabemos, es mejor estar en el desie r to, aunque uno no llegue más allá, que vivir en Egipto.) Es bueno y pr ecioso que Sus caminos estén ocultos a la criatura, incluso hasta el instante

mismo de manifestarse en hechos y realidades. Y Sus caminos

siempre se manifiestan en el mejor momento p osible —pero siempre en el momento que sólo Él escoge.

6

 

Cuán alentador nos es escuchar la réplica de Dios a Moisés. Vemos la debilidad de la criatura y la grandeza del Creador. En primer lugar el Señor le dice sencillamente a Moisés que esté en paz, que habrá de contemplar lo que Dios hará. ¡Qué simpleza!

Entonces el Señor declara si m plemente quién es Él: el Dios de Abraham, Isaac, y Jacob, el Dios que ha prometido una tierra

a Su pueblo. Le hace recordar a Moisés acerca de la fe, del sacrificio, del abandono. Le recuerda a Moisés que Su nombre es Adonai. Arenga a Moisés para que confíe en Su mano soberana y

los c a minos que Él Mismo escoge. Aprend erán más de esto —del ser mismo de Dios— a medida que reconozcan más su debilidad

y su propia nada.

El Señor está a punto de revela r se a Sí Mismo y de ampliar en gran medida la visión que Moisés tiene acerca Dios, y el propio

pueblo con ocerá muchísimo más de su Señor. No sólo eso, sino que el Señor está prov eyendo unos cimientos para nosotros, pues nos está dando a Moisés y al pueblo de Israel como una imagen perfecta en la que mostrarnos cómo es Jesucristo. A medida que

el pueblo de Israel en Egipto acepta más su v a cío, entrarán en una perfecta ador a ción de la soberanía de este santo Ser.

Estos sencillos esclavos y un pastor del desierto llamado Moisés v erán más del poder Dios del que vieron Abraham, Isaac y Jacob, simplemente porque “Yo lo he prometido.”

Las instrucciones de Dios para Moisés son bastante tremebundas. Le dice a Moisés que vuelva y le diga al pueblo lo que ya antes les había d icho, que “Yo el Señor libraré a mi pueblo de las cadenas de los Egipcios con m a no fuerte.”

El Señor ha oído sus gemidos; ha visto su predisposición para entregar sus vidas a Sus pies. Él sabe que e xtenderá Su mano y les librará, y lo hará por medios extraordinarios.

Más aún, les promete que s a brán... no por conocimientos, sino por experiencia... que ellos le pertenecen. El Señor siempre les dice a las almas abandonadas que hará de ellas un pueblo

muy particular, y que será su Dios de una manera muy particular, y que sabrán por experiencia que Él es su Dios. Aquí

hay una promesa apartada sólo para aquellos que con ocen el abandono y que se entregan a Él sin reservas. Él nunca se deja

con quistar por los dotados. Mas se entr ega a Sí Mismo en exceso a quien quiera que se rinde perfectamente a Él.

Entonces Moisés se vuelve y le dice al pueblo lo que el Señor ha d icho. En esta ocasión se encuentran en tal angustia de espíritu y tanto trabajo externo que no escuchan las palabras de

Moisés. Y así es con el mensaje de la vida interior. Hay m u chos que responden al escucharlo por primera vez; pero después,

cuando el sufrimiento ha llegado y la dulzura y los milagros adjuntos quedan atrás, encuentran muy duro seguir la senda donde sólo se atisba una cruz. Esta es una infidelidad que cometen a men u do las personas que empiezan por primera vez a seguir a su Señor hacia el desierto.

Ahora Moisés se vuelve al Señor y le dice al Señor que el

pueblo de Dios no está escuchando. Si Israel no ob edece y no responde, dice, seguro que entonces no tendrá ninguna posibil idad cuando se presente ante Faraón. Si el justo no oye, en verdad el impío no lo hará.

 

7

 

Al inicio del Capítulo 7, el Señor confirma a Moisés diciéndole, “Cuando estés delante de Faraón y te mire, te verá a semejanza de un dios, y verá a Aarón como un profeta de ese dios.”

Pueden ser maldecidos, pueden ser la escoria del mundo, no obstante aquellos que andan por el camino i n terior son observados por el mundo con admiración y respeto. De alguna

manera el mundo sabe que estos an iquilados están hablando las mismís imas palabras de Dios y articulando, a favor de otros, las palabras pronu n ciadas por Dios Mismo a través de v a sijas vacías.

Hay otra afirmación muy inter esante en este capítulo, que encontr a mos en el versículo 12. Los hechiceros observan cómo la

vara de Moisés se convierte en una serpiente. Ellos ta m bién son capaces de convertir sus v a ras en serpientes. Los hombres m a lignos pueden falsificar las cosas esp irituales: la doctrina —y cualquier otra cosa, parece ser—, al menos a prim era vista. Pero al igual que la vara de Moisés, convertida en serpiente, fue capaz

de comerse el fraude realizado por los hechiceros, aquellas cosas

que son del Espíritu de Dios absorben t odo lo restante y distinguen lo falso de la verdad. En breve la verdad deglute espiritualmente la falsif icación.

 

8

 

S egún leemos el versículo 17 de este capítulo vemos que Aarón golpea el polvo de la tierra y lo convierte en piojos. Los hechiceros no pueden h a cerlo; por tanto declaran, “¡En verdad dedo de Dios es éste!” Y aunque los hechiceros creen, no obstante

el cor a zón de Faraón sigue endurecido. As imismo es cierto que todas las maravillas que Dios trae a beneficio del creyente

interior únicamente si rven para endurecer los corazones de sus enemigos. Esto parece imposible, pero a diario se ve que es verdad. A veces el más malvado se ve obligado a confesar que es el dedo de Dios, y puedes estar seguro de que hay otros en ese mismo sitio, presenciando y oyendo los mismos milagros, cuyos corazones sólo se ven afectados por el hecho de volverse más duros que nunca.

En el versículo 23, el Señor d eclara que pondrá “redención entre mi pueblo y el tuyo.”

¡Cuán cierto! Dios separa a Su pueblo de aquellos que no están di s puestos a ser Suyos. Y mientras los perseguidores

experimentan la agonía de despiojarse de su vanidad y mal icia, y ven que no hay descanso en esta interminable tarea, el alma

afortunada que de forma secreta pe r tenece a Dios mora contenta en un lugar de paz.

10

 

En el Capítulo 10 nos hallamos ante la prodigiosa narración

del osc u recimiento de los reinos celestes, y t odo Egipto siendo lleno de tinieblas. Y no obstante parece que hay luz en el lugar donde el pueblo de Dios mora.

Todos los que pretenden estar en la luz, como los Egipcios, pero cam inan en tinieblas, se encuentran que cuanto más pretenden estar en la luz, más ignorantes son.

Cuando uno está unido al Señor sólo mediante la fe, habita en luz. N a da puede mitigar esta luz. Siempre es un día perfecto.

Incluso cuando uno parece haber perdido toda luz, es il u minado por lo divino. Este no es un tema que se entienda fácilmente, pero puede juzgarse por aquellos que están experimentados en ello. Lo que abso rbes de Dios para tu sustento siempre es verdadero, porque Dios Mismo es verdad . Aquello que se obtiene del manantial del hombre, que siempre está basado en nuestros

sentidos e xternos o nuestro razonamiento y nuestra lógica, yerra a menudo. El hombre, después de todo, no es otra cosa que vanidad y mentiras. Por tanto, el camino infalible para entrar en la verdad pasa por morir y vivir. Y esa verdad consiste en encomendarse solamente a Dios en todas las cosas, y creer en todas las cosas como se ven desde los ojos de Dios.

11

 

En el Capítulo 11, versículo 5, los Egipcios que mueren son los prim ogénitos. Un primogénito Egipcio es un símbolo del pecado y de los pecad ores, pues lo que es pecado sólo puede dar lugar al pecador. Los primogén itos de Dios siempre son las almas

in teriores, sin importar cuál es su orden de nacimiento o su sexo.

El Egipcio siempre quiere de s truir a los que son interiores porque el Egipcio es exterior. Pero Dios, como permanece al lado de aquellos de lo interior, humilla al pecador; y mata el pecado.

Es el ángel ministrador de Dios quien, utilizando el poder de Dios, hace morir a los primogénitos del mu n do.

Piensa en ello cuando te des cuenta de lo estimados que son los primogénitos del mundo ; ellos confían en cosas vanas, mientras que los pr imogénitos de Dios sólo están seguros bajo Su protección. Los primogénitos de Egipto en verdad que están

seguros ante la vara de medir de los hombres; sin embargo los primogénitos de Dios son maltratados por hombres crueles, sólo para que puedan recibir una c orona.

Los primogénitos de Dios nunca son golpeados a causa de Su

ira, sino que sólo son golpeados en Su miser icordia. Es el Egipcio el que es golpe a do con ira.

12

 

En este capítulo vemos que cada familia lleva un cordero a su casa, un cordero sin ma n cha.

Los creyentes interiores sólo pueden distinguirse por la señal de Dios, y esta señal es la sangre del Cordero. Están marcados con esta s eñal. ¿Y qué queremos decir con esto? No teniendo

mérito alguno por su cuenta, todo lo poseen en Cristo J esús. Es en Su sangre, y por Su sa n gre, que son guardados. Es esta sangre la que hace que cada uno de ellos crea en contra de la esperanza. Desesperan de sí mismos, y esto les empuja felizmente a poner plena co n fianza en Dios.

Este cordero es sin mancha, po rque nunca hubo pecado alguno en J esucristo, y es Su justicia la que arrasa por completo

nuestra i n justicia.

Después de que Su pueblo ha comido del cordero, toman su sangre y la ponen en el dintel. Asan al fuego este cordero y lo

comen la noche a n tes de marchar, junto al pan sin lev a dura y las hierbas amargas. Estos son los preparativos para dejar Egipto.

Aquí está una parte de la s a lida .

La salida exige que no sólo estés lavado y marcado con la sangre del Cordero; también es necesario que s eas partícipe de Su carne. Es al co n sumir a Cristo dentro de ti que creces y das fruto. Aquí está la fuerza nec esaria para ti con la que poder dejar Egipto atrás y adentrarte en el temible desierto de la fe de s nuda.

Y aunque hallarás libertad allá afuera en ese desierto, y muchas du lzuras celestiales que te sostendrán a lo largo de un

duro peregrinaje, no obstante ese desierto es un lugar m u cho más difícil de soportar que tu primera cautividad.

Ya ves, el amor hacia el yo antes prefiere estar sobrecargado de trabajo, actividad y aun haciendo ladrillos, que estar libre y empleado en la pos esión de reinos celestiales (la Tierra Prometida, y el propio Señor). El h echo de ser cautivado por las cosas que comportan la conquista del reino c elestial, asesta un duro golpe a la mismísima naturaleza de la vida del yo porque —

aunque sea la única r a zón— en este tipo de trabajo no hay resultados visibles. Un amor hacia el yo gusta de ver lo que ha conseguido llevar a cabo, y de una forma exterior evalu a ble.

Las hierbas amargas nos traen a la memoria cosas pasadas

que fueron amargas, y también nos hacen reco rdar las cosas que deben hacerse morir dentro de nosotros a medida que nos mudamos al desierto de la fe. Cuando entras en el desierto de la

fe, pasarás por muchas mortif icaciones.

El pan sin levadura se hace con pocos preparativos. Aceite y harina horneados; no se añade nada más. Esta es la vida

sencilla, el estado se ncillo del creyente. A partir de ahora dispondrá de alimento sencillo. No existe una elaborada preparación para este alimento. No hay nada en él que esté corrupto, y tampoco tiene nada que sea dulce y exquisito. Por delante espera un sustento sencillo, el senc illo sustento del Señor Jesús —no el a borado, como la mayoría de los hombres participan de Él en sus r ituales religiosos.

En cuanto a la carne del cordero, fíjate en que está hecha al

fuego y está asada. No se hierve, ni se fríe, s ino que se asa —el tipo de elaboración más alta para esta clase de comida. Cuando

consumes a Cristo de esta forma, el fuego del Señor viene a ti. Hay un fuego de amor; somos ince n diados al ser partícipes, y al comer, de este Cordero, el cual es sin ma n cha.

Ahora se le dice al pueblo del S eñor que han de comerse el cordero al completo, y si queda algo cuando ll egue la mañana debe ser quemado con fuego. Es obvio que en esta fiesta j u día estamos viendo una imagen de la venida del Señor Jesucristo, ofrecié n dose a Sí Mismo como alimento nuestro.

Pero hay algo más aquí, y es un recordatorio de que nuestro sacrificio, asimismo, ha de ser puro, como lo fue el Suyo. El alma debe ser consumida en Dios allí afuera... en el desierto de la fe.

El sacrificio debe ser completo ; no puede haber reserva

alguna, no se r etiene nada. Es una ofrenda en el fu ego, un holocausto que es totalmente quemado; no queda nada. Todo debe ser consumido y devorado: la cabeza, los pies, las partes

internas, las pr ofundidades más interiores del alma —todo debe

ser destruido para que no pueda quedar nada, da igual el qué, en Él interior así como en el e xterior.

Se le dice al pueblo de Dios que incluso las partes más íntimas, aun las entrañas, deben ser quemadas. Aquí hay un sacrificio completo. Pero no te engañes. ¡Cuán difícil es este sacrificio! ¡Cuánto más le cuesta al alma de lo que nunca podría ser de s crito! ¡Cuánto sacrificio hay antes de que la propia rendición llegue!

¿Y dónde están aquellos, donde está ése que nada retiene?

Sin embargo, por muy difícil y por muy anómalo que parezca, todo sacrificio a medias nunca puede llegar a la altura de este holocausto. He aquí un sacrificio que Dios se reserva de una forma muy peculiar para Sí —una consagración que Él hizo únic a mente para gloria Suya, y Él llama a otros a este sacrificio puro, que es e s pecíf icamente Suyo.

Es algo deplorable que muchos ilustres cristianos de renombre se h a yan dejado sacrificar de tantas fo rmas, pero

retengan sus “entrañas” — sus partes más íntimas — sin ser sacr ificadas . ¡Oh, si conocieran la gloria que Dios extrae del sacrificio puro y total , y el beneficio que vendría sobre ellos por

hacer dicho sacrificio! Cuán generosos se harían entonces en rela ción al abandono de sí mismos sin r eserva alguna.

En este mundo, se dice a men u do, “Oh, mira qué gran pérdida”, cuando lo que precisamente están presenciando es ganancia . Y con tanta frecuencia se dice, “Oh, menuda ga nancia”, cuando precisamente están asistiendo a una gran pérdida . El pe rderlo todo por Dios es ganarlo todo. Perder todo lo que respecta a nosotros mismos, dejarle a Él introducirnos en Su gloria soberana sin mezcla o int erés personal alguno —ese es el cam ino supremo y el más sublime testimonio del puro amor.

Pero el sacrificio puro es el sacr ificio de Dios que está reservado sólo para Él. Es el sacrificio divino de J esucristo. Los demás siguen su patrón. En este sacrificio Él desea que todas las cosas sean destruidas.

¡Oh, santa y pura víctima! Es de tu total inmolación, oh

Señor, de lo que están compuestos todos los s a crificios puros.

eres su origen, y el espíritu, poder y perfección de todos los

sacrificios se encuentran en tu s a crificio. Todos lo demás sacrificios no son más que imágenes del sacrificio puro y total.

En todos los demás hay algo que la criatura desea y espera recibir. Hay algo que la criatura quiere que se le reconozca.

Ahora vemos que el Señor le dice al pueblo que se marche comiendo. ¡Salimos al sustentarnos simple y ll a namente de Jesucri s to!

Entonces Él les da más instru cciones sobre “la salida”. Les dice: “Ceñidos vuestros lomos, vuestro ca lzado en vuestros pies, y vuestro bo rdón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente.” Esta es la pascua, este es el pasadizo de Dios.

¿Qué significa ceñirse los lomos? Expresa la pureza de obediencia a la voluntad de Dios. Es un feliz lazo. La pureza exterior de la carne no es más que un símbolo de la pureza interior , que es del espíritu . Hoy en día los hombres están muy dispuestos a ser puros exteriormente en las cosas que hacen o dejan de hacer, sin darse cuenta de que esto no es más que un

símbolo , una inferencia, de lo que d ebería estar por dentro . Ha de haber una pureza del espíritu. Toda pureza exterior emana de una pureza interior . Y si sólo lavamos el exterior, lo interior queda corrupto . Todas las cosas deben empezar desde adentro y obrar hacia afuera.

La pureza interior consiste en una conformidad para con la voluntad de Dios. Cuanto más inminente sea esta conformidad, más puro es el e s píritu.

A esto se le puede seguir el rastro con facilidad. En primer lugar, la v oluntad del creyente es hecha conforme a la voluntad del Señor en todas las cosas. En segundo lugar, la voluntad del creyente se iguala y uniforma con la del Señor. Y, a continuación, es transformada en la voluntad de Dios. En este punto es donde

toda voluntad del yo está muerta, y debe ser an iquilada, y se adentra en forma de c eniza en la voluntad divina. De este punto

en adelante no hablamos de otra cosa que de la voluntad de Dios Mismo: Su voluntad... en Él y en la cri a tura.

¿Y qué diremos de los pies? V imos que Moisés tuvo que descalzarse ante la zarza ardiente. Pero aquí o bservamos que el calzado está en los pies, y esto representa un peregrinar. El creyente del Antiguo Testamento está comiéndose el cordero con prisas. Está a punto de iniciarse una trav esía. El sacrificio puro se está cons u miendo dentro de ellos, y está llevando a cabo su

devastadora v oluntad. Y los pies están calzados; esto quiere decir que se está adentrando en Dios. Aquí hay un vacío, y el Señor se está convirtiendo en la plenitud de esta i n mensa oquedad.

En el verdadero consumir de un sacrificio, un hueco sólo puede llena r se por Dios Mismo; si cualquier otra cosa lo llena, no es un sacrificio puro y verdadero. El Señor vacía el alma de pecado, y en la medida que lo hace llena el alma de dones y gracias. De s pués vacía esa misma alma de Sus dones y gracias con el propósito de llenarla únicamente con Sí Mismo. Y este vaciar sirve para arrebatarle al alma su capacidad natural de

ensa n charse. El hombre natural es abla n dado y abierto para el penetrar de la Vida divina.

Después de esto debe venir un extirpar del residuo de la

infección del pecado. Él prepara un fuego para e s to. El fuego es muy sutil, pero ta m bién así muy destructivo. El fuego parece dañar el alma en vez de purif icarla. La belleza de esta obra sólo puede verse después de ser llevada a cabo, no durante ese período. Es n ecesario que el fuego se lleve el residuo radical del

alma, de forma que no queden impurezas. Si no puedes ver

ahora las impurezas de tu propia v ida, y cuán profundas y cuán

sutiles son, está más claro que nunca que tal op eración ha de ocurrir en tu vida.

Cuando este alma fiel ha llegado a una pérdida total de su propiedad y sus parapetos, es entonces que ese alma se está preparando para la unión... esto es, para una unión ínt ima.

Como he dicho, Él no deja nada vacío, y rellena con Sus dones el hu eco resultante en las facultades de ese creyente; después se lleva los dones y rellena el hueco con Sí Mismo.

Un vacío total sólo puede llenarse por el Todo increado. Él ensancha la capacidad de recibir que tiene el alma en proporción

al llenado, y llena en proporción al ensanche. Jamás existe un vacío en el alma.

¿Puede el alma dilatarse y co n traerse? Esta es la pregunta.

Cuando hay dureza en el alma, parece hacerse literalmente pedazos cuando se la d ilata para recibir más del Señor. Pero el creyente debe darse cuenta que es exactamente eso lo que está pasando —ensanchamiento, para más de Cristo. Cuanto más

permita el cr eyente que el alma sea rasgada, tanto más rápida será la operación.

He de observar aquí que es muy difícil para el creyente someterse a estas dilataciones y contracciones. Trata de protegerse lo más posible del daño aparente de todo esto. Y

aunque el creyente está convencido de la ve rdad aquí expuesta, fracasa trist emente al ponerla en práctica...¡fracasa más allá del

punto de lo inimaginable! Cuanto más resiste el alma, tanto más prolonga su dolor. Por tanto, a causa de su infidelidad, muchos

nu n ca llegan a esta vida de completo v a cío y completa p osesión.

Hay aquellos cuyas vidas tran s curren entre el edificar y el destruir, sin ser capaces de soportar un vacío en su propio

interior. En el momento que llega el vacío, se produce una in mediata reposición con elementos de su propia hechura —

ciertamente un deseo de acapararlo todo y de no pe rder nada. Las profundidades de la V ida divina y el caminar de esa vida nunca se otorgan plenamente a un alma hasta que haya un sitio

vacío al que pueda m u darse esa Vida.

Casi nadie se rinde a esto, y aquellos que han experimentado lo que estoy diciendo entienden perfe ctamente lo que digo.

Ahora, en el versículo 15, el S eñor le dice al pueblo que coma pan sin levadura durante siete días, y a lo largo de ese tiempo no

ha de haber pan leudado en sus hogares.

Yo veo esto como un período de tiempo significativo. Quizás estemos viendo aquí una referencia a un p eríodo de siete años,

en los que el alma del creyente debe pasar por un perí odo de pérdida —la paulatina pérdida de sus propias fantasías— antes

de que sea posible entrar en el desierto de la fe desnuda. El Señor deja bien claro que aquellos que guarden el pan leudado y coman el pan leudado serán cortados de Israel —esto es, nunca podrán obtener un interior purificado.

En el versículo 23 el Señor hace una promesa de que Él herirá a los Egipcios, y cuando vea la sangre en el dintel, pasará de aquella puerta y no destruirá a los de dentro. No hay nada que temer para los marcados con el sello y con la sangre del

Señor Jes u cristo. Él es fiel para con los que e s tán experimentando su salida de Egipto, quienes han depositado su

confianza sólo en Su sangre, y en n a da más; quienes por la pérdida de t oda justicia propia se ven felizmente obligados a desesperar por completo de lo que está en su interior. Están más

a salvo que si poseyeran todas las cosas, pues están marcados con Su sangre; y todo su mérito reside en esta sangre. No hay otro m érito.

Cuándo el Señor les dice, “En los años venideros vuestros hijos pr eguntarán, ‘¿Qué Pascua fue esta? ¿Qué es este rito vuestro? ¿Qué h icisteis allí?’ Y vosotros responderéis: ‘Esta fue la Pascua, cuando el Señor pasó por encima de nosotros e hirió a los Egipcios’”.

¿Qué forma de glorificar a Dios es ésta?

Cuándo pregunten “¿Qué signif ica todo esto?”, diles que aquí está el sacrificio puro del Señor, que está r eservado solamente para Él. Es la ma rca que indica el comienzo de la salida, cuando el alma se ha adentrado en Él con la pérdida de toda norma

establ ecida. Y en esa hora la persona verd a deramente interior hará como hicieron los Hebreos; inclinará su c a beza, se someterá, y adorará ante este hecho: el desprendimiento de todo

lo de la criatura para restaurarlo todo en Dios.

El Señor le dice a Moisés que esta es la forma de llevar a cabo la Pascua y que ningún extraño comerá de ella. Yo veo esto como el estado del alma en un misterioso p a sadizo — trasladándose desde Egipto hasta el desierto de la fe desnuda. Si

un cr eyente no le pertenece completamente al Señor, esta experiencia será algo que no pueda entender y de la que no pueda participar. Sólo el abandono permite una correcta

nutrición. Aquí hay un alimento que es sencillo, amargo y difícil

—un estado de de s pojo. No puede saborearse por extr a ños, ni tampoco puede alimentarles. Así que no te sorprendas de que

tales ni siquiera puedan comprenderlo. P ero en cuanto a aquellos que son ll a mados y escogidos, aquí hay una comida verdaderamente d eliciosa.

Ahora llegamos a un punto cr u cial, y muy interesante. Los extraños no comerán de esta comida ni partic iparán en esta travesía a menos que se circunciden. Hay aquellos que han s ido llevados al punto de ver el camino interior de la mano de personas en particular elegidas por el Señor para compartir tales

cuestiones. Aquellos comen de este camino. Pero también existe un mercenario. Este mercenario busca sus propios intereses. No

puede comer de esto, porque pidió de comer sólo porque especula sobre espera n zas de ganancia personal. Ha sido vetado.

Y si un extraño se allega y desea unirse a ellos y entrar en

este estado, que primero corte todo lo que aún ti ene de sus antiguas prácticas. Que se le permita venir y asociarse con ellos

sólo después de una disociación de Egipto. Que se le permita

entrar junto a ellos en el mismo estado y allí co m partir la comida de la travesía .

Ahora el Señor nos dice en el ve r sículo 49 que sólo hay una ley, tanto para el extranjero como para el nacido natural

(aquellos que entran con fac ilidad en los caminos de Su Reino, y aquellos que lo encuentran difícil). Hay para ambos una misteriosa an iquilación de las cosas interiores, una travesía indispensable para ambos. El Señor no cambiará la ley de las cosas que son espirituales.

13

 

Hay una cosa interesante que el Señor hace en el versículo diecisiete. Declara que no permitirá que Su pu eblo, recién salido de Egipto, escape por tierra de Filisteos; entonces expl ica Sus razones: Si el pueblo de Dios ve guerra en este momento, se des a nimará tanto que volv erá a Egipto.

Aquellos que empiezan su viaje fuera de las tierras de Egipto y que acaban de entrar en el desierto de la fe muy raramente atraviesan grandes tribulaciones durante este período. Ya tienen a sus espaldas muchas cosas que soportar. Enfrentarse a los Filis teos, enfrentarse ahora a los poderes de las tinieblas sería

una gran pérd ida. Si la tentación empieza atacánd oles en el

comienzo mismo, hay una gran posibilidad de que vuelvan a sus antiguas prácticas. Necesitan algo de tiempo para reafirmarse en esta nu eva senda por la que cam inan.

En vez de ir a la tierra de los F ilisteos, deben tomar una ruta más larga. A medida que el pueblo se adentra en el desierto, no confronta guerra, pues, de aquí en adelante, s erá el Señor quien pelee por ellos. Pu ede que otros peleen batallas y la gracia les

sostenga, pero en esta nu eva vida de fe no es así. El alma se en cuentra bastante debilitada, muy susceptible para el amor,

pero no tan fuerte para la batalla. Es mejor atr a vesar el desierto de la fe que pasar por algún amago de guerra. Puede que el desierto te parezca un lugar más protegido. En realidad, la ruta a

tr a vés del desierto es más larga y ta m bién más dolorosa.

Ahora, fíjate en ellos mientras caminan adentrándose en el desierto, donde el paisaje es siempre el mismo. Miran al cielo y ven una nube. Habrá luz de día y habrá luz de noche. Este es el Señor Mismo, que cuida de estos abandonados. Él es lo único que ah ora les queda. Él Cuidará de ellos y Él les guiará. No les deja solos ni un momento. A medida que sus pisadas avanzan

por la arena, miran hacia arriba y se dan cuenta de que Él les va guiando. Por primera vez, están aprendiendo a seguir en pos de

un Señor de luz y de guía.

¿Y qué quiere decir esto para ti según te vas adentrando en el desierto de la fe? Significa que hay una luz dentro de ti, una

nube y una columna de fuego. El Cristo interno, el que h a bita en el interior, está ahí para guiarte. Ya no mirarás más a cosas objetivas que te sirvan de guía. Las cosas externas y superficiales cada vez encontrarán menos sitio bajo la dirección del Señor.

Seguirás a una nube y a una colu m na de fuego.

Esta no es una luz del todo pe rceptible; es bastante vaga.

Con esto se evita que el alma se distraiga fáci lmente: distraída al saber demasiado acerca de lo que el Señor está hacie n do.

El Dios que atenúa el calor del día también disipa algo las tinieblas de la noche del desierto. Esta gracia otorgada por Dios es una de las cosas que permite preservar al alma en este temible desierto. La nube y el fuego no le fallan a aquel que se atreve a salir de Egipto y sigue el camino de salida a través del desierto de la fe en Él.

14

 

Ahora el pueblo del Señor ha d ejado Egipto y viene sobre ellos la pr imera prueba del desierto de la fe. Deben pasar del

miedo a la cruda realidad. Los Egipcios les están dando alcance, y están muy asustados. Le dicen a Moisés, “¿No había ya suf icientes sepulcros en Egipto? ¿Por qué nos traíste a este lugar para morir?”

El camino de la fe es algo nuevo para ellos. Son novatos. No conocen los caminos del Señor. Hay muy pocos lo suficiente abandonados a Él para no arrepentirse de su decisión en su primer encuentro con el desierto. Por un lado están a punto de caer en las manos del enemigo, por el otro están a punto de ahogarse en el mar. La muerte parece inevitable. Y si la muerte es inevitable, ¿entonces por qué no haber muerto en Egipto?

¡Egipto es mucho mejor!

Moisés les dice, “No temáis.”

Y yo diría, querido amigo, “No temas.” La muerte es inevitable; no puedes ser librado de ella. Tu fuerza te ha sido arrebatada, y tampoco vas a encontrar ayuda en cualquier otra criatura viviente. Tu Señor sabe de una salida, justo por en medio del temible mar. Sólo tienes una cosa de qué preocuparte, y esta es que no dejes el est a do de abandono.

En este punto el alma no puede recordar los milagros. Todo está osc u ro. La angustia va más allá de lo que puede expresarse, y todo se tiñe con la imagen y la sombre de la muerte.

Ánimo, alma querida. Has llegado al borde del Mar Rojo, donde pronto verás al enemigo recibir su recompe n sa. Continúa por tu senda presente. Manténte inamovible, como una roca. No

busques una excusa para moverte de donde estás.

Ahora el Señor luchará por ti. Muchas personas se vienen abajo en este lugar. No encuentran la salida. Se paran aquí y nunca siguen ava n zando.

Es importante, si estás ayudando a otro cristiano en esta disyuntiva, tener amor y paciencia, sobrellevar todas las quejas que emergen de su temor a la pérdida.

Moisés no sabe qué hacer, y ac u de al Señor. El Señor dice, “¿Por qué clamas a mí? Dile a mi pueblo que marche.” Su bondad

y Su poder rel u cen en el momento de extrema nec esidad. ¿Qué es lo que necesitas en este punto? Coraje y abandono es t odo lo necesario. Y este mar profundo, que se engulle a todos los

demás, se hallará en seco para los que verdad eramente se abandonan. Hallarán la vida donde otros hallan la muerte. Sólo

tienes que marchar hacia ad elante.

Moisés tuvo que tomar una dec isión. La decisión albergaba la posib ilidad de caminar sobre tierra firme. Es necesario que tu espíritu esté s eparado de tus sentidos exteriores. Cuando esa división está hecha, el alma puede caminar en un ciego abandono y cruzar felizmente el mar. Aquello que es roca de destrucción para unos es la salvaguardia del puerto para tales.

Y ahora se aparece el ángel del Señor, y los Egipcios están a un lado del ángel y el pueblo de Dios está al otro, de forma que los dos camp a mentos no puedan acercarse durante la noche.

Aquí hay una bella imagen de sustento que sólo proviene de Dios. Israel no posee ningún otro. Incluso aquí son conscientes

de poco o ni n gún sostén divino. Esta es la dispos ición adecuada con la que entrar en el mar —sin una garantía de apoyo, y

enfrentando pérdida. Parece que ah ora no tienen nada que provenga de Dios. No hay nada de Él que les sea familiar. Pero el

ángel de Dios está detrás de ellos, invisible, protegié n doles. Nunca han estado más proteg idos que ahora . Tal es Su proceder con aquellos que salen. El Señor anula los poderes de Satanás

sobre almas así.

Ahora Moisés levanta la vara y un fuerte viento empieza a soplar. El mar se seca y el mar se divide. Su pueblo camina sobre tierra seca.

Por favor, hay que darse cuenta de que es el Espíritu Santo quien hace posible la separación entre las dos partes —la parte de nosotros que es animal y la parte de nosotros que es

espiritual. Aquí el agua sirve como pared para proteger al pueblo escog ido de Dios. El agua, que de manera natural es algo

mortífero, escuda y garantiza la seguridad ante un at a que. Pero observa una cosa: que fue Moisés quien extendió su mano para

dar la señal de división de las dos partes. El Espíritu Santo hizo el tr a bajo.

La división del yo no es realizada por medios humanos; esto está rese rvado únicamente para el Espíritu Santo. En el desierto de la fe, los t órridos vientos en medio de una oscura noche secan

las peligrosas aguas. Él divide lo exterior, los sentidos exte rnos, del profundo y rico espíritu. D ivide el alma del espíritu. Esto

puede llevarse a cabo con mucha facilidad cuando el alma se

reduce a su estado último de agotamiento. Cuando el a lma se encuentra en el estado de e xtrema sequía debido a la pérdida de

sus habilidades interiores y de todos los poderes de sus posesiones, en esos tiempos cuando una sequía tan generalizada

hace que todo fluya h a cia el centro, entonces el Espíritu puede discernirse mejor.

Ahora los Egipcios persiguen al ocadamente al pueblo de Dios con c a rros y caballos. Entonces llega la intervención del Señor.

Todo Egipto es envuelto en medio de grandes olas.

Cuando el alma Egipcia encara este momento, puede llegar a creerse que ella también puede pasar sobre tierra seca. Pero será atrapada y e n gullida por las olas.

Sólo el Señor es quien puede emitir la llamada divina para ir

hacia adelante. Es sólo el Señor quien m odela el alma y la reduce a la nada. Es Él, cuando Él es la autoridad y el d irector espiritual, quien hace que estas cosas sucedan. El único elemento que falta a la salida, en este punto, es que el alma ofrezca un consentimiento pleno a todo lo que le plazca a Dios

que haya de sobrevenirle a ese alma, tanto si es algo que el alma sabe como si no.

15

 

La salvación ha llegado y de r epente el pueblo de Dios prorrumpe en una alabanza triunfal. Entonces, al ver echados en

la mar a caballos y j inetes por mano del Señor, se levanta un salmo de agradecimiento.

El alma, cuyos ojos están abie r tos, canta al Señor un nuevo canto tras una primera liberación tan gra n diosa. Aquí está la primera verdadera felicidad de la liberación. Dicha exp eriencia debe llegar tarde o temprano a todos los fieles y abandonados.

Hasta ahora ha habido milagros y extraord inarias providencias, pero los ojos del pueblo de Dios no estaban lo suf icientemente abiertos para las marav illas de Dios. Ahora lo están, y ellos cantan y alaban y dan gracias con inspiración. Han llegado a

entender alguno de los atributos de Dios, y atribuyen a este Dios todo lo que les ha acontecido. Fielmente, le rinden toda la gloria por lo que ha hecho en beneficio suyo.

Los abandonados alaban.

Ahora en el versículo 22 vemos que, habiendo cruzado por en medio del mar, se adentran en el desierto de Shur. Caminan durante tres días por el desierto y no encuentran agua. Este pueblo que sigue a Moisés y sigue a Dios dispondrá en un futuro de una base muy firme para poder cruzar el desierto abrasador que se extiende ante ellos. Pero ese sólido cimiento aún no ha llegado. Les esperan por delante cosas mucho más espantosas que tres días sin agua.

Siempre pensamos, cuando h emos salido de Egipto y cruzado un mar de muerte, ¡que este es el fin de nuestras

miserias! Sí, parece ser que siempre pensamos esto. De hecho,

¡ las calamidades no han hecho más que empezar! Hemos disfrutado de una nueva vida, hemos disfrutado del bienestar — todo parece haberse cu m plido. Ahora nuestros problemas se han quedado atrás. Pero haber hallado a Dios no es haber poseído tota lmente a Dios. Y lo que es más, en verdad este estado no es

un estado donde nosotros mismos seamos p oseídos por Él. Un estado tal exige un amor que tenga una enorme pureza en sí —

mucho más del que este pu eblo, con tres días de desierto a sus espaldas, p osee.

Es fascinante que tanta gente tenga el coraje de cruzar el Mar Rojo, ¡y que haya tan pocos que se avent u ren a caminar lo que sigue tras el Mar Rojo! Lo vamos a ver claramente.

Te es necesario estar libre de t oda actividad externa y de todo

interés externo, y que nunca empieces otra vez nada de lo que has dejado atrás.

Debes saber que en los muchos estados involucrados en la

vida int erior, cada nueva etapa, cada nuevo n ivel, está precedido por un sacrificio. Después viene un abandono , y segu idamente siempre hay un estado de absoluta miseria . Y esto no sólo oc u rre una vez en tu vida, sino una y otra vez, a medida que eres

atraído más y más al Señor.

En la ruta de la purificación de tu amor por el Señor, tu

alma pasa primero por el sacrificio —esto es, una ascensión de sí misma hacia Dios. A continuación , el alma se abandona a Él. Después ella misma se deja de s poseída ante Él —o bien simplemente se la deja desposeída ante Él — y, puede que quizás, por mano Suya.

Las profundidad de cada estadío varía según la capacidad y la luz oto rgados al cr eyente en cada etapa.

Paulatinamente el alma del cr eyente entra en el estado que yo den omino “fe desnuda.” Aquí el creyente ve que su alma es tan diferente de otras y de su estado pasado que incluso h a ce un nuevo sacrificio: permanecer en un constante estado de

sacrificio, abandono e i n digencia.

Puedes pensar que en este punto un creyente así habrá

avanzado a un estado de madurez interior; sin e m bargo, es todo

lo contrario . Regresa de la edad adulta a la infancia —casi al estado de ser nacido de nu evo.

Bien, pero ahora ocurre que a lgunos se dejan a sí mismos despose ídos de todo, ¡pero solamente en un área y no en otra! Y algunos que se las arreglan tan bien en un área fr a casan en otra. La mayor parte de los que se entregan al caminar interior se

repliegan tras haberse entregado a él, o retienen algo de sí mismos en algún área.

Dicho esto, es con una plena s eguridad que digo que tras el Mar Rojo siempre hay un desierto. Es un lugar extraño, de extraña apariencia, que debe ser atravesado de parte a parte. La grave lentitud de la expoliación v enidera será a tal punto tediosa que la mayoría se cansará de ello.

Entretanto el alma del creyente ya no tiene ninguna posesión que aquí le sirva para sí misma. Por lo tanto nada satisface el alma, y se ve a sí misma en un desierto sin agua. Al creyente no le cabe la menor duda de que morirá de sed.

Ahora el pueblo de Dios llega a Mara. El agua de allí es amarga, y se preguntan qué van a b eber.

En este punto, cualquier agua que es dada desde las altas esferas es tan amarga que no puede beberse. Cierto es que

muchos no pecan en este arrebato de murmuraciones. S u yo es el instinto de supervivencia; éste no es un murmurar del espíritu.

Sin embargo, también es verdad que los instintos naturales de supervivencia pueden atacar al espíritu, y este murmurar puede dejar de ser una cuestión instintiva de supervivencia y

convertirse en amargura y rebelión. A lo mejor esto es difícil de entender, pero el murmurar ¡puede ocurrir en un estado de abandono ! (No sucede en un estado de e xpoliación.)

Ahora el Señor le muestra a Mo isés un árbol; el árbol es echado en las aguas y las aguas se e n dulzan.

Estamos viendo aquí el árbol de la cruz que es echado en las aguas de la amargura y que tiene el poder de endulzar lo amargo. Esas cosas que llegan a nuestras vidas se hacen más llevaderas por medio de la cruz. El Señor da un respiro al alma en este horrible desierto, y el alivio llega a través de la dulzura de la cruz.

Esto es difícil de entender por aquellos que no lo hayan experime n tado.

¡Cómo habrá de entenderse que en un estado de vacío, en el desierto de la fe, donde el alma no exper imenta ni dolor ni placer,

se inserte el sufrimiento con el fin de aliviar al a lma de este problema! ¡Menuda par a doja! Pero el amor propio es extraño. Es

tan celoso de poseer algo... lo que sea... ¡que antes prefiere sufrir a no tener nada ! Soportaría mejor una gr a vosa enfermedad que no sentir ni bien ni mal. ¡Ha de sentir algo !

Aquellos que han experimentado este estado, este preliminar a un vacío absoluto, tendrán que confesar que lo que digo aquí es

cierto. No hay nada más espantoso que un vacío absoluto . Y si subsistimos en base a algo, da igual cuán terrible sea el dolor,

est a mos más contentos que cuando ten emos un sentir de v a cío.

Entonces es cuando vemos algo de lo más inusual: Dios está otorga n do, aquí en el alma del creyente, un consuelo . ¡Es un consuelo que es s u frimiento! Sufrimiento que riega el alma del creyente y, por tanto, trae consuelo.

Enseguida el pueblo de Dios llega a Elim, donde hay doce fuentes de aguas, y setenta palmeras. Después del Mar Rojo, después de mucha fat iga y aflicción, el Señor proporciona un tiempo de sanidad. Siempre hay un lugar de refrigerio, donde hay

sombra y agua. Es la manera que usa el Señor para dar un respiro tras el padec imiento de la cruz.

El alma que no está muy exper imentada en los caminos del Señor se imagina que ya ha obtenido la victoria en este punto. Sí, es verdad que las cosas del mundo y las cosas del reino de las tinieblas estén en el Mar Rojo. Pero aún queda el Señor con quien lidiar. A Él le corresponde una gran parte de los padecimientos del cr eyente.

Observa que aquí hay doce fue n tes, una por cada tribu. Doce fuentes para doce tribus forman, no obstante, un sólo grupo de personas interiores. Estas doce fuentes son el Señor Jes u cristo fluyendo desde las partes pr ofundas de Sí Mismo hacia las partes profundas que hay dentro de los que son fieles.

16

 

Tras partir de Elim, los Hebreos, hambrientos y sin comida, murmur a ron contra el Señor y contra Moisés. Hubieran preferido morir en Egipto, donde tenían suficiente para saciarse, antes que morirse de hambre en el desierto. El Señor envió maná para su alime n to.

Un hombre que trata de vivir por medio de su propia fuerza, aparte del espíritu, es verdaderamente débil y necio. Sin embargo, un cristiano m a duro tiene la responsabilidad de estos débiles, y os exhorto a que seáis p a cientes con ellos. Están

empezando a descubrir cuán poco tienen para ofr ecerle al Señor (igual que cualquier otro en un asunto como este) y ven que ese

hecho es difícil de sobrellevar. Su infidelidad natural les impide mantenerse en el estado pasivo que Dios desea para ellos.

Culpan a sus maestros y consejeros de su malestar. La luz y la

dulzura que solían exper imentar en el Señor se les escurre e n tre los dedos. Lo que no terminan de ver es que el fervor que sentían por el Señor en aquel delicioso estado tenía más de sensual que de es piritual .

¡Es difícil para nosotros, seres carnales, volvernos espirituales y sólo contentarnos con una fe en Dios! A menudo dejamos a un lado nuestro caminar interno por períodos tiempo

—no porque queramos, sino sencill a mente porque nuestra naturaleza ca rnal, sufriendo al verse despojada, toma la sartén por el mango y hace lo que le viene en gana.

Muchos de los que progresan en el camino interno están al

margen de lo que les está ocurriendo (con el b eneplácito del Señor). Piensan que agradaban más al Señor en su estado

temprano, más complaciente. Pie n san, “Si hubiese muerto en aquel e ntonces , mi condición ante Dios habría sido muchísimo

mejor que la prese n te.”

Vemos la bondad de Dios, que respondió al murmurar de

este pueblo —con maná celestial . Esta misma r ecompensa, este sustento, que Dios les concedió, muestra que su descontento no

era un acto de su voluntad.

Aquellos de vosotros, quizás más viejos y maduros en el Señor, que tengáis personas como estas bajo vuestra tutela — tened compasión de ellas. Son dignas de ello. Comportáos con ellos como Dios se comporta; y sobre todo, dadles ánimos para que continúen buscando al Señor en el interior. Cuanto más débiles sean en apariencia, tanto más necesitan de una comunión con su Señor para n u trirles y fortalecerles. Como el maná, el Señor anhela que, mientras estén necesitados, le

reciban a Él cada día como alimento, con el fin de que, c omo Él dice, “pueda yo probarles, a ver si andan o no en mi estatuto.”

Esta es la única prueba que Dios anhela en este momento para estas almas fieles. La prueba impuesta co n siste en saber si aceptarán o no aceptarán las bendiciones que Dios les ofrece. A menudo se ven tentados, a causa de su infidelidad, a apartarse

de su cercano caminar con el Señor; pero Dios anhela probarles, para ver si cada día le aceptarán fielmente. Esta es Su manera

de confrontar su obediencia. Él quiere saber si obed ecerán a pesar de su propia reticencia, y al mismo tiempo estarán dispuestos a admitir su repu lsa.

El Señor ofrece días de descanso cuando Dios Mismo impide que rec ojamos el maná que Él ya ha apartado para nosotros.

Pero este estado es sólo transitorio. El Señor da un breve descanso, y luego hace que el creyente vuelva a la diaria labor de procurarse su comida. No obstante, el creyente sigue sustentándose del maná oculto que recibió y continúa extrayendo de él una doble ración de gracia. Estos momentos de descanso en Dios pr oporcionan al creyente más de lo que son capaces sus propias labores.

La paciencia de Dios hacia estos débiles creyentes debería servir de ejemplo a todo aquel que tenga bajo su cuidado a

jóvenes santos. Es un claro indicio del avance de una pers ona no sorprenderse ni enojarse al ver las debilidades de otros, y

juzgarlas según la verdad. En cambio, aquellos que tienen poca luz cargan a los d ébiles de reproches y penitencias. Al hacer de la

perfección una meta ina lcanzable, estos poco comprensivos maestros les disuaden de seguir ad elante.

En el maná del cielo, ¡qué imagen contemplamos de la comunión 3 inte rna con Cristo! Vaya un glorioso mist erio, que aquel que sólo recibe una pequeña porción no tiene menos re a lidad interior de Cristo que aquel que más recibe. Y aquel que toma un trozo mayor no tiene más que aquel que es partícipe de

menos. Cada cual no r ecibe más, ni menos, de lo que puede comer —en otras palabras, todo lo que es Jesucristo, todo ello inserto en la porción más pequeña, así como en la mayor.

En esta maravillosa realidad del maná, oh Señor, Tú Mismo te ofreces plenamente a todo aquel que te bu s ca.

Esto también es una imagen del estado Divino; cada creyente tiene la plenitud de la vida de Cristo —cada uno según su capacidad. El princ ipiante está lleno, al igual que el más

avanzado. Aunque el cristiano más maduro posea una capacidad mayor, no obstante es el mismo Dios el todo en todos, y ese todo,

en cada uno de ellos. Sólo Él puede formar su plen itud y verdadera satisfacción.

 

3 Del original “partaking”; la comunión tiene el sentido de “participar del almuerzo que Cristo, el anfitrión, ofrece: su propia carne”.

17

 

Los israelitas refunfuñaron, ac u sando a Moisés de sacarles de Egipto para ir a morir de sed en el desierto. El Señor prometió darle a Moisés una roca singular; Moisés golpeó la roca, y brotó

agua de ella.

La angustiosa sed que debe s oportarse en este sendero es un sím bolo del amor propio. Este pueblo, apreciado y escogido, murmuraba contra Dios. Pero Dios, en Su infinita misericordia,

no se cansó de proveer para ellos. Brotó agua de la peña (las aguas de la gracia) para aliviarles; y Dios vigilaba esta peña, porque Él es la fuente de esta gracia. Es muy difícil permanecer

totalmente rendido al S eñor, y sie m pre habrá aquellos que — ahora y antes— se retraigan. No ob s tante, Dios hace brotar agua de la p eña, como prueba de la inmutabilidad de Sus bendiciones

hacia aquellas mismas personas que en ocasiones le son infieles.

Moisés le dio un nombre verdad ero a la falta de este pueblo al llamarla tentación , porque ellos dijeron, “Vamos a ver si el Señor está o no con nosotros.” Estaban tentando a su S eñor.

Es imposible no llegar a desear señales, en especial cuando somos guiados, como este pueblo lo estuvo, a través del desierto.

La duda nos hace vacilar . No somos capaces de dejar que nos desnuden por completo. Esto hace que nuestro tiempo de

residencia en el desierto se alargue en la misma medida. Por esta razón casi todos mueren en el sendero antes de llegar a la Tierra Prometida.

Los israelitas confrontaron un enemigo formidable, los Amalequitas, y Moisés envió a Josué a luchar co n tra ellos; mientras tanto Moisés se situaba en una colina. En el momento

que alzaba sus manos, Israel preval ecía, pero cuando bajaba sus manos, Amalec prevalecía. Aarón y Hur se situaron a ambos lados de Moisés p a ra sostener sus manos, y así Josué venció a Am a lec.

Para aquellos llamados a seguir al Señor es seguro que habrá pers ecuciones. En su afán de destruirlo, el hombre natural

pelea contra este pueblo. El alzar de las manos de Mo isés representa nuestra fidelidad de seguir con el corazón alzado hacia Dios mediante el abandono y la fe, y nuestra determinación

de sólo mirar a Dios, cualesquiera enemigos podamos tener. Y mientras estamos en este estado alcanzamos fácilmente la vict oria.

Mas cuando Moisés baja sus m a nos —esto es, cuando volvemos a caer en una absorción propia del yo, y h a cia el yo— enseguida somos derrot a dos. Nuestra propia naturaleza, viéndose inmersa en su debilidad, pierde el rumbo en vanos ires

y dir etes desde el momento mismo en que empieza considerarse a sí misma en vez de considerar a Dios. Desde ese instante entramos en el campo de la duda e incertidumbre, del dolor e

in quietud —lo cual conlleva nuestra d errota. En este estado, Amalec (que denota el amor propio y el amor nat u ral, que son los únicos enemigos que le restan al creyente que ha llegado a este

punto) toma rápidamente la ventaja.

Para evitar dicha derrota, si m plemente debemos permanecer en la roca —sujetarnos con firmeza en un estado de rendición y

habitar en el r eposo del abandono— al tiempo que la fe y la confianza, como manos alzadas hacia Dios, nos sostienen en

nuestra angustia.

18

 

El suegro de Moisés, Jetro, llegó al campamento de los Israelitas en el desierto, y vio que Moisés llevaba toda la carga, tanto de los asuntos secul a res como de los espirituales. Aconsejó a Moisés que designara varones de virtud para manejar

problemas y di s putas menores, con el fin de que Mo isés pudiera ahorrar sus fuerzas para la guía espiritual. Moisés aceptó el consejo de Jetro y lo puso en práct ica.

El consejo de Jetro fue un exc elente consejo para los guías espir ituales, y hay dos reglas importantes que aprender aquí.

Primero, Jetro instruyó a Moisés en que su tarea (y la de los líderes e s pirituales en general) consistía en permanecer alejado de los asuntos mundanos de su pueblo, y dedicarse a cuidar que

la gloria de Dios perman eciese en ellos y por su perfección, dejando las tareas diarias a otros. De esta forma, los líderes espirituales no se verían agobiados con esta carga, que les robaría el tiempo que neces itan para darse a cosas de consecue n cias eternas. Además, como Dios no les ha impuesto que manejen asuntos temporales, no deben interferir en ellos.

En segundo lugar, aquí hay un ejemplo maravilloso de la humilde aprobación por parte de Moisés del consejo de su suegro. Aunque Moisés estaba tan lleno del espíritu de Dios, y

Jetro ni siquiera pertenecía a su pu eblo, es necesario acoger la verdad y el buen consejo sea cual sea el lugar del que provengan.

Dios a menudo envía vasijas muy inferiores en dignidad y gracia para mostrar a los líderes que sólo Él es el autor de toda bu ena luz.

19

 

Los Israelitas acamparon delante del monte Sinaí. Moisés

subió a la montaña, donde Dios le habló dicie n do que si los Israelitas obedecían Su voz y guardaban Su pacto, serían Su

pueblo, un reino de sacerdotes, y una nación santa. Moisés expuso estas palabras en presencia de los ancianos del pueblo. Entonces el Señor vino a Moisés en una nube espesa y dio in s trucciones al pueblo de que no se acercaran a la montaña o morirían.

Dios, bajo Sus tiernos cuidados, provee un maestro (o consejero) a aquellos a quienes Él dirige en la fe; lo hace para ayudarles a entender la voluntad del Señor. Aunque todos los

pueblos le pertenecen a Dios, el pu eblo interior son pueblo Suyo de una forma especial. Esto quiere decir que, si se rinden a Dios por completo, s erán tan llenos de Dios que ninguna otra cosa podrá encontrar sitio dentro de ellos. Dios dice que serán escog idos de entre todos los pueblos.

Con el fin de que el pueblo de Dios, tan estimado para Él, llegue a un estado tan bendito, todo lo que les pide es que le obedezcan y sigan re n didos a Él. La expresión, “guardad Mi pacto”, podría expresarse, “permaneced en Mi unión”.

El “reino” representa el poder a bsoluto que Dios tiene sobre las almas que no le ofrecen ninguna resistencia en nada. Él es su

único maestro. No pasa lo mismo con otros —con aqu ellos que se poseen a sí mismos— po rque, siendo llenos de su propia voluntad, desean miles de buenas c osas que Dios no desea para ellos. Él sólo les concede estas cosas a causa de su debilidad ; pero Él reina a modo de rey sobre aquellos que ya no tienen voluntad que les pertenezca .

Así pues, cuando Él enseñó a Sus discípulos a orar y a pedir que Su re ino viniera (esto es, que Él pudiera reinar por completo

sobre ellos) ta m bién añadió que Su voluntad fuera hecha, como en el cielo , así también en la tierra. Esta oración pedía que la voluntad del Señor pudiera hacerse en la tierra al igual que los

benditos la hacen en los reinos celestes, sin r esistir, sin vacilar, sin excepciones, y sin tarda n za.

El Señor le añadió a Moisés que Su pueblo sería un “reino de sace rdotes”, pues este reino está formado por sacerdotes. Le serían una nación santa; después de que toda la maldad en ellos relativa al hombre hubiese s ido destruida, no quedaría en ellos n a da más que la santidad de Dios. Serían santos para Dios, y no

para ellos mismos. Dios no dijo sencill a mente, “Seréis una nación santa”, s ino “Me seréis una nación santa”.

Cuando el pueblo de Dios oyó por vez primera acerca del camino por el que Él les quería guiar, dieron su aprobación unánimemente , ofrecié n dose a sí mismos como un don y un

sacrificio. Dios es tan bueno que trata de conseguir nuestro consentimiento antes de introducirnos en Sus cam inos, los cuales, Él nos advierte, impl icarán soledad y sufrimiento.

Aunque Él es un rey soberano, realiza sus funciones mandatarias con gran ca u tela respecto a nuestra libre voluntad. Pero una vez que sentimos un poquito de dolor, ¡ tendemos a olvidarnos de nuestro consentimiento y de nuestro sacrificio!

¡Cuán prestos y dispuestos est a mos a ofrecernos en sacrificio! En nuestro fervor olvidamos nuestra d ebilidad, nuestra repulsa al sufr imiento. Enseguida contestamos, igual que este

pueblo, “Haremos lo que Tú quieras”. Si sólo nos detuviésemos en ese momento a considerar nuestra flojedad, nos daríamos

cuenta que no podemos nada por nosotros mismos. Y si recordásemos nuestro abandono a Dios, sabríamos que no nos

queda ninguna voluntad — ¡ ni siquiera la v oluntad de dejarnos por completo en las manos de Dios! En este punto, lo m ejor que podríamos decir sería, “Que el Señor nos haga hacerlo todo, y lo

h a remos, pues nuestra confianza está en Él. Por nuestra cuenta y riesgo somos débiles y pecaminosos.” Pero si uno confía y se apoya en sí mismo (lo cual es un orgullo secreto) después sie m pre viene una caída.

La “espesa nube” muestra que Dios anhela que Su pueblo interior crea (con sólo la fe como base) que es Él el que habla para dirigirnos; ¡no deberíamos depender de las señ ales !

Con el propósito de entrar a un nuevo estado, gobernado por una nueva ley, esta santificación que Dios anhela es una nueva pureza —aquella del amor puro.

Al haber pasado ya por el estado de muerte, a Moisés le fue permitido permanecer en la montaña donde e s taba Dios —Dios, el origen de este estado de amor puro. Como estaba ya

purificado, él fue guiado a la fuente misma del amor.

Si algún otro trataba de tocar esta montaña, o siquiera acercarse, le costaría su vida. El propio Señor dice: “Ningú n hombre me verá y vivirá.”

¿Pero, cómo moriría? No sería por mano de hombre; Dios Mismo envi a ría saetas para perforar su corazón, porque nadie puede amar al Señor con pureza sin perder su propia vida. Dios le hará añicos con piedras, pues su corazón, que no se ha dejado ablandar por las bendiciones que Dios derrama sobre él, no es

más que un corazón de piedra. Dios debe arreb a tarle este corazón de piedra con el propósito de darle un corazón de ca rne, capaz de amar puramente —un corazón blando y fácilmente

manej a ble, un corazón puro y nuevo.

A muchos les gustaría creer que la Palabra de Dios es todo

dulzura. Ciertamente, eso es verdad si se co n sidera Su Palabra en sí misma, o cuando es acompañada por un tierno derramar

de gracia, ¡como el que se encuentra en los albores de la vida espiritual! En ese momento es dulce y agradable. Pero más tarde, para las almas que están siendo tratadas por el Señor, la Palabra

de Dios puede ser terrorífica.... pudiendo parecer que sólo conlleve amargura.

Cuando Dios se le apareció a Moisés por vez primera, en una zarza ardiente, a Moisés no se le permitió aproximarse al fuego sin quitarse su calzado. En el Sinaí Él invita a Moisés a

introducirse en el fuego mismo . Esto es posible a causa de la pureza del amor de Moisés, que se ha visto inf initamente desarrollado. Cuando a n taño Dios se le apareció a este fiel ministro para impartirle Su verdadero amor, lo hizo desde el

fuego. Ahora que Él anhela ofrecer la ley del amor puro, también se presenta ante los hijos de Israel en el fuego del amor, ya que

Él es el amor mismo. Es neces a rio como mínimo un fuego así para encender tantos c orazones.

¿Pero cómo puede ser, Amor mío, que parezcas Tú aquí tan terrible? Te presentas así ante aquellos que sólo te ven externamente y bajo las cons ecuencias de tu amor, el cual, en la superficie, parece cruel con las almas que te son devotas; pero internamente y en sí mismo, no cabe duda de que tu amor es

agradable a un corazón rendido.

¡Qué maravilloso que Dios le h a ble al creyente, y el creyente le esc u che! ¡El creyente le habla a Dios, y Dios también le escucha! Pero hay muchas más cosas que están oc u rriendo entre

Dios y el creyente ind ividual que nadie más sabe. Para co n seguir esto, Dios hace que este esc ogido suba a la cima de la montaña del amor. Es acogido en Dios Mismo, pero de una forma tan

sublime e inefable que no hay modo de describirlo.

En un tiempo así, todo lo que queda en el exterior (o parte

más inf erior del hombre) es cambiado y ren ovado por la pureza de tal amor. Este hombre es saturado por lo divino, no sólo por dentro, sino incluso por fu era. Estos santos, o más bien este santo entre muchos millones de sa n tos, no sólo asciende a la montaña, sino que sube hasta la propia cima de la montaña; porque era necesario que le fuera administrado este amor puro,

tanto para sí mismo como para otros. Debe extraerlo de este

manantial de fuego, convirtiéndose en un horno c a paz de anunciar el fuego santo a m u chas personas.

Vemos a Moisés en un estado d iferente, cambiado. En una ocasión, en su humildad, se tuvo por indigno de hablar al Faraón

y al pueblo de Israel. Ahora, en su profunda aniquilación, asciende sin dolor o renuencia al más alto nivel en Dios para hablar con Él con familiaridad, y para ser Su vasija escogida llena a rebosar de la vida de Dios. Es la aniquilación lo que hace que el hombre no se mire más a sí mismo o mire su maldad. Al estar por debajo de toda bajeza, está por enc ima de toda alteza.

¡Cuán bueno es estar unido a almas santas como estas! Consiguen aquello que ellas mismas poseen para la persona que esté unida a ellas. Aunque todo el pueblo estaba unido a Moisés

como los niños a su padre, A a rón estaba entrelazado con Él de

una forma especial —eran hermanos tanto físicos como espirituales. Hay pers onas a quienes Dios une de esta forma bipartita; y todos los demás, aunque puede que estén unidos a Él como hijos suyos, no son iguales a ellos en el ministerio. Había muchos sacerd otes en la línea de Aarón, mas sol a mente Aarón subió a la montaña. Sin embargo, Aarón no era en todo igual a Moisés; no fue levantado hasta el mismo nivel. La comunicación desde Dios Mismo hasta Dios Mismo de una forma tan sublime

estaba reservada para Moisés.

20

El Señor entregó a Moisés Sus mandamientos en el monte Sinaí. El pueblo, al oír los truenos y el sonido de la bocina, al ver los relámpagos y la montaña cubierta de humo, tuvo miedo. Le dijeron a Moisés, “Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos.” Moisés les dijo que no temieran, pues Dios había venido para probarlos, para que no olvidasen su temor y para que se abstuviesen de pecar.

Dios, anhelando someter al ho m bre a Su ley, le recuerda primero las gracia que le ha otorgado, de forma que ese hombre

no encuentre esta ley difícil de cumplir. Dios anhela que el hombre tenga la confianza de que este Dios, quien le ha sacado del cautiv erio, no le volverá a poner bajo el yugo sino que, al contrario, proporcionará a tal la gracia y la fuerza necesarios pa ra guardar Sus pr eceptos divinos.

“Pondré Mi Espíritu en vuestro medio,” dice Él, “y os haré

andar en Mis preceptos, y guardar Mis estat u tos, y hacer Mis buenas obras.”

En otras palabras, Él Mismo ll evará a cabo Su ley en aquellos que, abandonándose por completo a Él, le permitan

actuar en ellos sin opos ición.

Por esta razón Su primer ma n dato es no tener a ningún otro Dios delante de Él —no depender en ninguna otra fuerza para observar Su ley, sino la Suya solamente. Él es un Dios poderoso,

quien todo lo puede hacer por Su soberano poder. También es un Dios celoso. No permite al hombre reivindicar que puede obedecer los mandamientos de Dios por su propia fidelidad, por su propio esfuerzo, su propia diligencia —en otras palabras, por nada excepto por la fuerza misma de Dios. Siempre que nos

manteng a mos en esta relación con Dios, sin r obarle nada que sea Suyo, la ley se vuelve f á cil.

No estamos mirando a la ley pr opiamente dicha (cuando hacemos eso, nos es muy difícil obedecerla); en vez de ello, la contemplamos en Dios, y es aquí donde se la ve acompañada de

poder Divino , y de vida Divina, que supera toda dificultad y vive... h a ciendo las veces de nosotros.

Este poderoso y celoso Dios pr omete vengar la iniquidad de aquellos que le odian. No está hablando de aquellos que

simplemente violan la ley, puesto que tales violaciones no son todas intencionadas. Él está h a blando de aquellos que a sabiendas se desvían. Los que se desvían de Él p a ra seguir sus propios caminos se h a cen a sí mismos esclavos de la ley.

Estos pecan en contra de la ley misma. Han caído en una

sutil idol a tría, atribuyéndose a sí mismos la fuerza de Dios . “Esta fuerza mía me ha permitido hacerlo.” No lo ha hecho. La vida de Dios es lo único que puede dar la talla. Esta idolatría Dios no la perdona; Él juzga todas sus obras por esta ley. Estas personas se

han hecho esclavos de sí mismos, pues Dios v isita la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta gener a ción.

Cuando un hombre se vuelve hacia sí mismo en busca de fuerzas, todas sus obras son puestas bajo e s cla vitud.

Pero en aquellos que aman, el amor se basta para cumplir la ley. A estos Dios confiere abundante gracia. La palabra “gracia” aquí significa el perdón de cualquier falta cometida en relación con la ley. Dios ni siquiera mira tales faltas. Cuando contempla la rectitud de sus corazones y el deseo que tienen de agradarle, Él se co n tenta con su amor por la ley. No se fija en su fracaso al observar la ley. Les libra de su atadura. Por tanto, se dice que en

el amor no hay temor, s ino que el perfecto amor echa fuera el temor; pues este creyente está tan a bsorto en el amor de su Dios que sólo puede considerar este mismo amor, y no pensar en otra cosa. A través del fluir de este amor Divino, se olvidan de la ley y

no obstante la cumplen a la perfe cción.

Recordar el descanso de Dios —el Sabbath— significa permanecer en él; y no hay nada más seguro que pr oduzca santidad que sencillamente descansar en el descanso de Dios,

pues es el reposo de Dios en Sí Mismo —el reposo de Dios dentro del alma rendida, y del alma en Dios.

Aquí se mencionan tres tipos de desca n sos.

El primero es Dios reposando en el alma que ha llegado a una unión con la voluntad de Dios; Dios habita en el alma y reposa allí. Esto es lo que Jesús describe cuando dice, “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.”

El reposo del creyente en Dios solamente puede acontecer tras la r esurrección, pues fue por medio de la resurrección que Él fue recibido en Dios. Entonces encuentra su perfecto descanso en Él; sus dolores e inqui etudes han quedado por siempre atrás.

Previamente Dios reposaba por co m pleto en el creyente, pues carecía de pecado y su voluntad estaba confo rmada a la propia voluntad de Dios; pero el creyente aún no hallaba su r eposo en Dios, puesto que caminaba por un sendero lleno de

incertidu m bres, dolores, y dificultades. Sólo h a lla su verdadero descanso cuando ha entrado en Dios, donde mora en un estado

tranquilo y duradero, ya no más a merced de las inciertas vicis itudes de la vida.

Sin embargo, el reposo de Dios en Sí Mismo es el descanso que Él disfruta en un alma que está co m pletamente rendida a Él.

Aquí todo lo que pertenece a la criatura ha des a parecido; solamente queda Dios. Aquí Dios descansa —pero en Sí Mismo.

No lo hace a causa del creyente, el cual ha entrado totalmente en Dios, y no tiene un reposo diferente al Suyo. Él ha reivindicado todo lo que le pert enecía mediante la perfecta aniquil a ción de la criatura. Él es todo en todos, como Pablo lo expresó, y este es el reposo de Dios en Dios.

Al igual que los Israelitas cuando vieron y oyeron los

atemorizantes i n dicios de la presencia de Dios, el cr eyente que ve a Dios aproximándose teme morirse. Sabe que para poder verle es necesario morir. Desde el momento en que da comienzo el

est a do de muerte (que abarca un largo p eríodo) el creyente empieza a experimentar extraños temores, y piensa, “Mejor haría deteniéndome aquí antes que pasar por más des a gradables pruebas.” Guarda las di s tancias y quiere guarecerse de la muerte. Piensa erróneamente que se está acercando a Dios,

cuando en realidad se está manteniendo a di s tancia. Engañado por el amor propio, preservará con celo su propia vida antes que

dejarse llevar por una muerte santa, que felizmente le volv ería de nuevo a la vida — en Dios .

Esto le empuja a decir (más por sus acciones rebeldes que por pal a bra) al cristiano más sabio y más m a duro que le está aconsejando, “Háblame tú mismo; pues mientras que sólo me

hables tú, y acate las palabras del andar de hombre y del andar humano (al menos lo que mi mente alcance a entender), no

moriré. Pero depender solamente en la pal a bra de Dios, ser guiado por Él en la oscuridad de la fe plena —tengo mi edo 4 de que únicamente me lleve a una muerte y a pérdida.”

Moisés le dice al pueblo “no t emáis”. Esto simboliza al sabio cons ejero que asegura a los que están bajo su consejo que esta vez no hay nada de qué temer. La hora de la muerte aún no ha llegado; esto es sólo una prueba que Dios pone en nuestras vidas, para ver si tenemos el coraje de entrar en la senda de la mue r te.

Este pueblo ya estaba bien ava n zado en el camino interior, sin emba rgo se mantenían a distancia; temían la muerte. Pero Moisés, quien ya h a bía pasado por la muerte y había sido revivido en Dios, no podía morir de nuevo. Por lo tanto no tenía miedo: para él Dios ya no era un extraño. Dios y Moisés habían entrado en la unidad conjunta de una vida, la vida Divina. Dios era tanto el propio Mo isés como Él era Dios Mismo. En este estado, lo que causa muerte a otros da v ida a Moisés.

Vemos aquí a Moisés entrar en la densa oscuridad donde Dios estaba, para enseñarnos que sea cual sea la manifestación que Dios escoge en esta vida, siempre se esconde de nuestro

entendimiento. Como máxime sol a mente podemos tener un conoc imiento limitado de ello, atado y cubierto por el velo de la fe.

 

4 Nuestro amor propio no quiere reconocerlo, y ni siquiera nos damos cuenta de que nuestro corazón tiene estos temores, pero todo esto es verdad. Tenemos miedo de que nos guíe por tierras de sombra y de muerte.

¡Señor, necesitamos una revelación de tu amor para rendirnos a ti sin temor!

23

 

El Señor hizo preciosas promesas a los Israelitas. Dijo que enviaría un ángel delante suyo para guardarles en el camino e introducirles en la tierra prometida. Pidió que el pueblo

obed eciera a este ángel y refrenara sus te n dencias de rebelión. Además, les prometió que el ángel iría delante de ellos contra las tribus extranjeras del territorio y las destru iría.

Dios nunca falla en darnos este ángel en la medida que lo necesit emos. Este ángel es una imagen de aquellos que en su gracia Él nos da como guías en los caminos de Dios. Estos sólo pueden guiarnos hasta el lugar preparado para nosotros. Des pués de esto, solamente Dios es nuestro guía.

El Señor nos pide respecto a e s tos hombres de sabiduría que les ob edezcamos y no les rechacemos, porque Su nombre está en ellos. En otras palabras, tales hombres repr esentan Su persona, llevan Su palabra, y actúan en Su a u toridad.

24

 

El pueblo se comprometió a ob edecer a Dios, y fue hecho un pacto entre ellos, sellado con sangre. Moisés y setenta ancianos

de Israel subieron al monte Sinaí, vieron a Dios, y c omieron y bebieron en Su presencia.

Dios dijo a Moisés que subiera solo a la nube de Su gloria, y Moisés permaneció allí cuarenta días y cu a renta noches.

Nadie más había alcanzado un estado tan sublime y un amor tan p u ro. Moisés era un manantial desde el cual la Fuente se repartía al resto.

Moisés escribió las palabras del Señor, con el fin de dejarlas para la posteridad. Dios hace que Sus siervos escriban lo que les ha comunicado acerca de Sus verdades Divinas y ocultas, con el

fin de que estas verd a des permanezcan. De esta forma m u chos se benefici a rán de ellas.

Moisés envió a los jóvenes de los hijos de Israel para ofrendar sacrificio de paz al Señor. Este es un sacrificio que está reservado

para los nuevos creyentes; su sacrificio es paz y du lzura. No pasa igual con los creyentes avanzados; ellos han de ofrecer

holocaustos 5 . Sabemos que existen niveles diferentes entre los hijos de la gracia. Están aquellos que acaban de llegar al terreno del espíritu y al camino, y e s tán aquellos que se han vuelto niños otra vez porque han llegado lejos. De igual manera Moisés

distingue entre dos sacrificios —uno de paz, apropi a do para los hijos jóvenes, y el otro de holocaustos, apropiado para el más

maduro.

Cuando Moisés leyó la ley, el pueblo enseguida dijo con plena seg u ridad que la guardarían. Pero él los conocía demasiado bien como para no apreciar un orgullo secreto en medio de su certeza. Se apoyaban en sus propias fuerzas y no desconfiaban lo

 

5 Aunque en su Biblia (RVA 1960) usted lea el término “holocausto” en Éxodo 24:5, no obstante este holocausto es una ofrenda de paz; de ahí que al referirnos a los creyentes más maduros, sí que empleemos el vocablo “holocausto” con todo el sentido que esta palabra encierra (una destrucción total por el fuego), el cual está reservado para los postreros.

suficiente de su naturaleza caída. No buscaban la fidelidad en su propio manantial —la bondad de Dios.

Moisés roció sobre ellos la sangre que estaba en los tazones. Esto fue un símbolo de la sangre de Jesucristo, para recordarles que la ley no podía cumplirse sin la fuerza proporcionada a través de Su sangre. Deben lavarse y ataviarse con esta preciosa sangre. El rociamiento de la sangre por parte de Moisés también les confirmaba que todo pacto entre Dios y el hombre se establece con esta sangre como telón de fondo. No existe otra base para un pacto entre Dios y el hombre.

Moisés se encontraba en Dios. Sin embargo, toda la montaña apar ecía cubierta de oscuridad para los demás. Para el observador que esté fuera, este estado se muestra terr iblemente oscuro. Se puede decir tan poco por parte de aquellos que lo

experimentan, que a los otros les cuesta creer lo que están oyendo —no i m porta cuantas señales obtengan— hasta que lo experimentan por sí mismos.

Aunque Moisés ya había intim a do con Dios, conversando familia rmente con Él, aún tuvo que esperar seis días, como si fuera un período purificador, antes de estar tan cerca de Dios.

¡Cuán puro es Dios! Al sé ptimo día Dios llamó a Moisés de en medio de la nube; y Moisés, al entrar, fue rodeado por completo,

y estuvo allí cuarenta días y cuarenta noches. Cuando por fin regresó, estaba ren ovado y transformado, portando la gl oria de Dios.

Dios procede por niveles, tanto al revelarse a Sí Mismo como al conferir Su gracia. Él amplía la capacidad de la criatura poco a poco, y no de una vez. Obra sólo hasta la medida que su hijo puede soportar.

Miremos a Moisés. No da un solo paso por sí mismo; no avanza por su propio movimiento. No se mueve ni un milímetro hasta que Dios se lo dice, sin embargo se apresura en hacer lo

que ha sido ordenado. Esta es la fid elidad necesaria en el estado de total pasividad, y más aún en la aniquil a ción. En este estado el creyente que ha muerto a sí mismo se aplica a todo lo que Dios

anhela de él. No se antic ipa a su Señor, ni tampoco se le r esiste.

25

 

El Señor empezó aquí a instruir a Moisés en la construcción del tabe rnáculo. Vemos los patrones del arca, del propiciatorio (o trono de la miser icordia, o expiatorio) y sus querubines, y del candelero.

Este santuario, llamado el Tabe rnáculo, representa el centro del alma, y también el espíritu, la morada del Señor. Aquí toma

lugar la unión de Dios y el hombre; aquí la Trinidad habita y se revela a sí misma. Este diminuto lugar ha de estar reservado sólo para el Señor. Debe estar vacío de todo lo demás, de tal forma que el Señor pueda allí morar y manifestarse a Sí Mismo. Este santo lugar es sólo para Él.

El arca estaba en este santuario; desde ella misma se

declararía el or á culo de la palabra de Dios. Hasta ah ora Dios había hablado con Su pueblo a distancia, sin permanecer en un

s itio en particular. De aquí en adelante Él desea hablar y habitar en medio de ellos y hacerse conocer y oír a Sí Mismo en el santuario del centro de sus almas.

El oro fino y puro del propiciat orio denota la pureza que este centro del alma debe poseer con el fin de que Dios pueda aparecer y pronunciar aquí Su parecer (Su oráculo). Antes de

servir en el propiciatorio, todo lo que sea terrenal e impuro debe ser purif icado con el fuego. Después debe ser probado bajo el ma r tillo.

Los dos querubines que cubren la mesa propiciatoria son la

fe desnuda y el abandono absoluto. En esto v emos una imagen de cómo la fe e n vuelve al creyente, evitando que se examine a sí mismo. El abandono protege al creyente en el otro lado, evitando que considere su propia pé rdida o ganancia —obligándole a abandonarse ciegamente. Sin emba rgo la fe y el abandono también se m iran entre sí, al igual que los dos querubines que

cubren el arca. El uno no puede existir sin el otro en un a lma bien administrada; y la fe corre s ponde perfectamente al abandono, al tiempo que el abandono está sometido a la fe.

Cuando el Señor describe los e n cuentros que tendrá con Su pueblo, y cómo les hablará desde encima del propiciatorio, quiere dar a entender que desde ese momento en adelante se hará oír a

Sí Mismo desde el centro del alma, no desde los sentidos exte rnos.

El patrón al que Dios se refiere, que había sido mostrado a Moisés en la montaña, es Dios Mismo (en quien existen las ideas eternas de todas las cosas) y Jesucristo, Su Palabra, el c u al expresa estas ideas. Todo lo que se hace para santificación de las

almas debe ser acorde a este modelo.

26

 

En el monte Sinaí, Dios instruyó a Moisés en cómo levantar el tabern á culo actual, con un velo que dividiera el santuario de lo santísimo.

Dios deseaba que el santuario estuviese dividido del lugar santísimo. El santuario es el centro del alma, y el lugar santísimo es Dios Mismo. Están unidos, pero separados. Están unidos, ya que el centro está en Dios, y Dios está en el centro. Sin embargo

están separados por una diferencia de est a do; porque poseer a Dios en el centro es algo tremendo; pero que Dios h a bite en Sí Mismo para Sí Mismo —este es un nivel aún más sublime.

Este velo de división entre el santuario y lo santísimo también r epresenta la división substancial que existe eternamente entre Dios y Su criatura, junto a la inexplicable unic idad que se establece entre el amor y la transformación que es operada a través de la aniquilación del alma en sí misma y en

su reflujo hacia Dios. Dios sigue siendo Dios, en verdad algo distinto del alma transformada, au n que el alma —transformada por la v ida Divina y por esta inefable unión— se hace una con Dios 6 .

 

 

6 Juan 17:21; 1ª Cor 6:17

27

 

Este capítulo sigue con los det a lles que Dios dio a Moisés en lo con cerniente a la construcción de Su tabernáculo. Dios le dijo

a Moisés que Aarón y sus hijos debían preparar lámparas y mantenerlas ardiendo d elante del Señor desde la tarde hasta la mañana. Esta adoración debía ser perpetua para los hijos de

Israel. Esta lámpara puede compararse a la lá m para de nuestro amor por nuestro S eñor, que siempre ha de mantenerse viva, brillando ininterrumpidamente en su presencia.

28

 

El Señor le describió a Moisés la ropa que Aarón y sus hijos debían ll evar cuando le ministraran. En el pe ctoral del juicio que habrían de llevar puesto, se le dijo a Moisés que pusi era Urim y Tumim. Yo veo el Urim y el Tumim como la Doctrina y la Verdad.

Hay tres cosas que pueden di s tinguirse en esta cosa misteriosa ll a mada el pectoral del juicio: juicio, doctrina, y verdad. El juicio es menos seguro que la doctrina, o enseñanza, ya que depende de la persona que juzga. (Aplica a una situación

en pa r ticular lo que ha aprendido.) La doctrina es más fiable que el juicio; consiste en el uso del conocimiento y de la experiencia, por medio de los cuales juzgamos. Pero la verdad está por encima de todos. Es necesario atravesar juicio y doctrina para entrar en la verdad —la realidad de Dios— la cual es la fuente de ambos.

¿Por qué fueron grabadas estas palabras sobre el pectoral? Para mo s trar que nuestra razón es ejercitada mediante el uso de nuestro juicio; que el juicio se somete y es instruido por la doctrina; pero sobre todo, que la doctrina recibe toda su luz de la verdad. El juicio está en nosotros; la doctrina se comunica a

otros para atraer su obediencia y sumisión; pero la verdad mora en Dios . Debemos e s tar en Dios para estar en la verdad. Por esta

razón el Espíritu Santo se llama el Espíritu de ve rdad.

Dios instruyó a Moisés para que hiciera una lámina de oro puro y que grabara en ella las palabras, “Santidad a Jehová.” Era necesario que el nombre de Dios se grabara en la frente, pues este nombre es el todo de Dios.

TODA LA SANTIDAD RECAE SOBRE AQUEL QUE ES.

La frente representa aquí la parte suprema del alma, donde el creyente lleva este alto y santo nombre de Dios. Si no se

obtiene un estado s u premo, en su estado natural el cr eyente no puede conocer el todo de Dios ni la nada del hombre. Muchos piensan que tienen este conocimiento, pero sólo lo tienen de una forma s u perficial. Únicamente la aniquilación puede traer una convicción exper imental de ello.

¿Por qué añade la Escritura, “para que obtengan gracia delante de Jehová”? Porque Dios no puede op onerse a un hombre que reposa en la verdad del todo de Dios y en su propia nada. Al

entregar a Dios la justicia a Él debida, se abre a sí mismo al cu idado y bendiciones de Dios. Y esta es la verdad que de hecho lleva en la frente, y de forma simbólica en el pectoral.

La razón humana sólo puede c onocer la verdad de Dios de manera superficial y metaf órica.

Dios ha grabado Su verdad en el lugar más santo del alma. La puso ahí en el momento de la creación. Ante la trágica caída del hombre, el pecado la eliminó. Pero Jesucristo ha reestabl ecido —e incrementado— Su verdad en almas vaciadas de interés propio.

29

 

El Señor le dijo a Moisés qué s a crificios había que ofrecer, y cómo. También habla acerca de la unción y preparación de Aarón

y de sus hijos como sacerdotes.

Tanto la sangre como el aceite se usaron aquí para consagrar las vest iduras sacerdotales. El sacerdote, para ser consagrado a Dios, tenía que ser ungido. El aceite de la consagración anuncia la unción del Espíritu Santo. La sangre rociada sobre aquellos que son escogidos como sacerdotes nos enseña que no pueden

tener otra a u toridad más que la dada por Jes u cristo. La sangre también simboliza que, de ahí en adelante, cualquier c osa que se llevara a cabo se llevaría a cabo en Su sangre. Toda santidad y

sacerdocio debe ser consagrado m ediante el derramamiento de esta sa n gre.

Hay algo de especial en el holocausto . Cualquier otro sacrificio tiene algún interés propio mezclado en él; se ofrecen para obtener perdón por los pecados, o bien para ser librado de

angustia, o para aplacar la ira de Dios, o para suplicar alguna

gracia a Su bondad. Todos estos sacrificios y sus ofrendantes se guardan algo para ellos mismos. Es sólo en el holocausto donde todo se consume. Es este pe r fecto sacrificio el que representa la

aniquilación y el que sólo le pertenece a Dios. Crea un aroma balsámico, un dulce sabor, para Dios.

31

 

Cuando el Señor había terminado de hablar con Moisés en el monte S inaí, le dio a Moisés una copia escrita en dos tablas de piedra de todo lo que había dicho, escrito por el propio dedo de Dios.

Con Su dedo Dios graba Su ley en piedra; lo hace cuando el creyente ha llegado al estado de profundo de s canso en Dios. En este punto el cr eyente no tiene otra ley aparte de la escrita en su corazón. La ley de Dios se ha hecho algo familiar para él. El

alma, al igual que la piedra, recibe la ley escrita por el dedo de Dios.

Ahora depende de Dios Mismo hacer cumplir Su ley en este santo, a Su buen placer. He aquí un santo i n merso en el puro amor; y el amor es la perfección de la ley (Mateo 22:40). Por

tanto, en esta etapa, el santo vive en la perfección de la ley, y en su verd a dero cumplimiento. El creyente, ya perfectamente sometido a Dios, no tiene que cavilar sobre la ley. La sigue

fielmente en cada punto, así de senc illo. Está unido a la voluntad de Dios, y está transformado en esa misma voluntad , superando toda ley gracias al infinito e inabarcable amor de Dios.

32

 

Cuando Moisés se retrasó esta n do en la montaña, los Israelitas pidi eron a Aarón que les hiciera ídolos que les guiaran.

Los Israelitas representan al hombre que está abandonado a Dios y ya muy avanzado en Sus caminos. Sin embargo, vemos que este hombre aún puede pecar en un área fundamental: la idolatría. Pudiera ser criticada por hombres doctos al hacer tal afirm a ción; por tanto lo explicaré en mayor medida.

La idolatría puede perpetrarse de más de una manera. Sólo existe un ser que merece adoración, y éste es el Dios único y verdadero. De este modo los hombres cometen idolatría cuando

alaban a alguna persona o cosa cre a da puesta en el lugar de Dios, o cuando creen en más de un solo dios. (¡Que es lo mismo que no creer en ningún dios en absol u to!)

Hay otra forma de idolatría más sutil y escurridiza. Alabamos

a Dios, pero al mismo tiempo ofrecemos parte de la alabanza, honor y confianza d ebidos a Dios a alguna cosa o cosas creadas.

Cuando somos tan injustos con el único y verdadero Dios, de cierto estamos adorando a los ídolos al igual que los Israelitas hici eron.

Por ejemplo, Pablo dice que están aquellos que hacen de su barriga un dios; eso es idolatría. Hay muchas formas similares de interés propio, mediante el cual amamos algo de esta creación más de lo que amamos a Dios. Incluso puede que no nos demos

cuenta de ello, pero en realidad est a mos alabando a las posesiones, al éxito, o al placer, y de este modo r obamos a Dios parte de la adoración que m erece.

Vemos a los Israelitas, en este punto, rendirse a este tipo de idola tría. Aman a Dios, pero su amor está mezclado con el propio interés. Han hecho grandes progresos en la senda del espíritu, entregándose por co m pleto al Señor. Pero ahora han vuelto a sumirse en sí mismos; al actuar así se exponen a una gran caída.

Hasta ahora, Dios no juzgó con demasiada severidad las muchas d ebilidades de este pueblo. Por Su gr a cia, todas sus quejas y murmuraciones fueron pasadas por alto. Dios continuó

bendiciénd oles.

Pero ahora el pueblo comete id olatría ; han abandonado su caminar interno con el Señor. Esta vez no s erán capaces de volver atrás sin un milagro de misericordia. Esta idolatría se comete cuando extraemos nuestra voluntad de su unión con Dios; t omamos la decisión de depender una vez más en nuestra propia fuerza. Nos cansamos de depender de Dios; dej a mos atrás nuestra destitución y nuestra pérdida en Dios. Tratamos de

encontrar, mediante nuestra propia fuerza y actividad, lo que

sólo puede ser hallado en Dios.

Vemos en el vergonzoso relato del becerro de oro una imagen del cr eyente infiel que se aparta de Dios y que pasa a depender de sus propios esfuerzos para obtener la gracia que había recibido de Dios. ¡El hombre de este relato afirma ahora que ha esc a pado de la cautividad por sus propios medios! ¡De ahí que añada la blasf emia al pecado de la idol a tría!

Alabamos a Dios con nuestra mente así como con nuestro corazón. Alabamos a Dios con nuestra mente al reconocer que

sólo Dios es supr emo. El primer paso hacia la idolatría llega cuando el creyente aparta su mente de la alabanza debida sólo a Dios, y reconoce cualquier otro poder soberano fuera de Dios. La alabanza del corazón es el amor que tenemos hacia Dios. De este modo, cuando un hombre ama alguna cosa aparte de Dios, comete idol a tría en el corazón.

Tu estado correcto es uno de constante y secreta adoración de tu Dios, reconociendo Su supremo p oder, Su soberanía sobre todo lo que acontece en tu vida, dejándote llevar por Él sin preocuparte de las cons ecuencias. Confiamos que Dios cuidará de todo, siendo conscientes de que estamos sujetos a caer si dependemos en nuestra propia fuerza. Apartarse de este estado

equivale a cometer idolatría en el espíritu .

Como he dicho, los Israelitas en la base del monte Sinaí representan un avanzado estado en el caminar del creyente. El

creyente que se ha des a rrollado hasta este punto no puede pecar más que en este asunto de la idolatría.

Ya ves, siempre que el espíritu no se substraiga de este descanso, ni la voluntad se separe de su unión con la perfecta voluntad de Dios, el creyente no puede pecar a pesar de su propia debilidad. Ambos estados —(1) reposo en la voluntad de Dios y (2) pecado — son incompatibles. Si peco, inmedi a tamente dejo de estar unida a la v oluntad de Dios. Si estoy unida a la voluntad de Dios, no me encuentro en un estado activo de

pecado.

Juan expresó esta verdad cuando escribió (1ª Juan 5:18), “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca.” Ser nacido de Dios consiste en permanecer unido a Él en mente y corazón mediante un perfecto abandono.

Mientras el ho m bre esté en este centro de Salvagua rdia, ni el pecado ni el malvado pueden tocarle. Pero tan pronto como salga

de este estado por medio del interés pr opio, es traspasado por las saetas del pecado y del malvado.

Todas las personas experiment a das me ente n derán.

Date cuenta de que cuando Dios hace bajar a Moisés para

tratar con los pecaminosos Israelitas, llama al pueblo el pueblo de Moisés , y no el Suyo , como antes. Esto es a causa de su pecado. En el momento en que este pueblo había empezado a cometer idolatría, se hicieron como animales; cambiaron totalmente, y, perdiendo toda razón, provoc a ron la ira de Dios.

Moisés, siendo inocente, se inte rpone entre Dios y el pueblo a modo de barrera, para evitar que sople sobre ellos el torrente de Su cólera. Aquí vemos algo sorprendente. El hombre que está vacío de sí mismo tiene un poder hacia Dios —aun un poder para

influenciar a Dios. Y Dios actúa en su provecho, incluso en asuntos de vital importancia.

Dios casi parece suplicarle a Moisés, “Anda, desciende; déjame s olo.” El hombre que es amigo de Dios evita que Su ira se encienda, como si Dios no fuera omnipotente; porque un hombre que ha entregado su propia vida, y sólo posee a Dios, en cierto

modo tiene algún poder sobre Él. En aquel entonces el Señor era

en ve rdad... el Dios de Moisés. Moisés alte rca con Él, “Oh Jehová,

¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo?” Le recuerda a Dios que ellos son su pueblo, y no el pueblo de Moisés; y le recuerda las grandes bendiciones que ha derramado sobre ellos.

Ora para que todo lo que Dios ha hecho por ellos hasta ahora no haya de ser en vano.

Moisés ruega al Señor que no destruya a los Israelitas, porque e n tonces los Egipcios podrían decir, “Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra.”

Al igual que Moisés, los hombres maduros de Dios, al ver la caída de los santos más jóvenes, oran a Dios con fervor para que no rechace a Su pueblo a causa de sus pecados.

Una de sus preocupaciones es que este caminar interno con el Señor sea desprestigiado por sus detractores si aquellos que

comienzan ese cam inar acaban sucumbiendo. Estos d etractores dirán, “No está bien encomendarse por completo a manos de Dios; puede llevarse a extremos. Es mucho mejor confiar en los propios esfue rzos de uno.”

¡A lo mejor las personas que h a cen una afirmación como esa harían bien en mirar a su alrededor y ver el estado del pueblo que confía en sus propios esfuerzos!

Moisés también le recuerda a Dios acerca de la fidelidad de Sus promesas. Dios había jurado que si alguno seguía la senda de la fe pura, llegaría a la Tierra Prometida, que consiste en la unión con Dios y en Su hacienda real y verdadera. ¡Cuán bueno es Dios, en contener Su justa venganza ante una simple palabra

de uno de Sus siervos que no tiene int erés propio y sólo se preocupa por la gloria de Dios! Moisés no se queja de las

molestias que este pueblo le causa a Moisés. No menciona la pena que él soportaría si tuviera que verles per ecer. A Moisés no le preocupa lo que se diga de él, ni todo de lo que puedan

acusarle. Su único temor es que Dios pueda ser culpado y puesto

en tela de juicio. ¡Oh, cuán admirable es un hombre sin int ereses propios!

La expresión “desenfrenado” en el versículo 25 bien describe

el estado de este pueblo caído. Ya habían renu n ciado a su propia fuerza cuando co n sintieron en ser conducidos hacia Dios con el

fin de poder vestirse con la propia fuerza de Dios. Así que ah ora, cuando pecan, son doblemente desnudados. Pierden la fuerza de

Dios por causa de su pecado, y ahora ya no hallan las suyas propias para frenar el retroc eso.

Para estas personas es difícil vo lver otra vez al camino interior. S egún el autor de H ebreos (Hebreos 6:4-6), “Es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepent imiento.” Aún pueden ser salvos, pero para ellos es muy difícil volver a rec u perar el nivel desde el cual han caído. La forma de

arrepentirse es muy di s tinta de la necesaria para otros pec a dores que no están avanzados en los caminos del Espíritu.

Ahora, sin la fuerza de Dios o la suya propia, están en manos de sus enemigos. Estos enemigos no podían herir al creyente interior mientras éste permanecía en Dios como en una fortaleza.

Pero ahora que hallan al creyente sin defensas, estos mismos

enemigos se deleitan en tomar ve n ganza. Desde la puerta del camp a mento dijo Moisés, “¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo.” Y fueron los Levitas quienes respondieron a su llamada. Moisés quiere encontrar aquellos que, en medio de un pecado colectivo, no se han dejado corromper por la idolatría generalizada. Les ll a ma a que se unan a él; toda la tribu de Levi, que más tarde constituiría el sacerdocio, obedece. Estos

sacerdotes del Altísimo, que representan los cr eyentes del puro sacrificio, se manti enen en su sacrificio, y no lo abandonan, aun cuando todos a su alrededor han caído. A través de la singular fidelidad de los Levitas, se ganan el derecho a unirse a Moisés en

el oficio del s a cerdocio.

¡Pero mira el precio de la fidel idad de los Levitas! Se les ordena m a tar a cualquiera que pudiera guiarles a cometer idolatría en el futuro —incluso a hermanos, amigos, y seres

queridos. Mediante este acto los fieles Levitas les muestran a los superv ivientes en qué consiste el verdadero arrepentimiento.

Ese conocimiento, haciendo que los presentes desesperen, les vuelve a llevar a desconfiar por completo de ellos mismos, y a perderse a sí mi s mos en Dios. Sin mirar atrás a su caída, por muy manifiesta y desmes u rada que sea, deben entregarse a Dios

para servirle eternamente. Ahora ven claramente su imp otencia.

En este punto, haciendo morir toda sus fuerzas, los creyentes arr epentidos se deshacen sin misericordia del amor e interés propios que caus a ron su idolatría. En esencia se con vierten en el instrumento de la destrucción del amor e interés

pr opios. Mediante un nuevo y puro sacr ificio depositan en las manos de Dios el perdón de su falta, encomendánd osela a Su Voluntad —para lo que más exalte Su gloria, sea lo que sea. No pretenden —ni siquiera desean— ser afianzados en Su

miser icordia.

En el versículo 28 y 29 vemos a los Levitas cumpliendo la palabra de Moisés. Aquel día cayeron ante sus espadas tres mil hombres.

Los creyentes que toman parte activa en una caída... luego deben e n tregarse en cuerpo y alma a la miser icordia de Dios. La confianza que tengan en Su misericordia les permite arrepentirse

y obtener un perdón de sus pecados. Pero aquellos que hayan llegado hasta este punto deben actuar sin interés propio, con el fin de l evantarse de nuevo en arrepentimiento y reponerse de su caída saliendo m ejor parados que antaño —fortalecidos en el amor. Deben ofrecerse a la just icia Divina, dispuestos a aceptar el castigo que se merecen. Mira cómo se echan encima de la

misericordia del gran amor de Dios, sin pedir un pe rdón para sus pecados, sino únic a mente solicitando Su voluntad y gloria excelsa. Y Su amor cubre en un in s tante multitud de terribles pecados. De este modo sacrifican sin miser icordia todo interés propio (simbolizado aquí en el hijo, el he rmano, y el amigo).

Este tipo de arrepentimiento, el arrepentimiento del creyente interior, tiene el poder de hacer volver al alma al estado del que

ha caído. Cualquier otro tipo de arrepentimiento ciert a mente podría asegurar su salvación, pero nunca le reestablecería al estado del que ha caído. Al contrario, otras formas de

arrepentimiento pudieran incluso alejarle más de ese estado,

haciendo que el creyente entrara a mucha mayor profundidad en su pr opio interés.

Este modo de arrepentimiento, tras la caída de tales creyentes, es d ifícil. Es extremadamente doloroso p a ra el amor propio, que aún mora en ellos. De hecho, estos creyentes

pref erirían antes ser desollados vivos, b ebiendo la condena de su falta y dejándose devorar por las abrasad oras llamas de la confusión, que senc illamente descansar. No obstante, cuanto más aniquilador sea para el hombre dicho arrepentimiento, tanto

más glorioso es para Dios. Y ese arr epentimiento es tan puro que, en el momento que el creyente regresa a él, aquel es reestablecido en el estado del que cayó. Lo que es más, es reestabl ecido con ventajas de las que antes no disponía.

Este arrepentimiento es el me n cionado en Ec.10:4,

Si el espíritu del príncipe se exaltare contra ti, no dejes tu lugar; porque la mansedumbre hará cesar grandes ofensas.

El lugar que le corresponde a c a da creyente es ese lugar donde Dios había situado a ese creyente antes de su caída. (Por muy miserablemente que hayamos caído, no debemos abandonar

este lugar.) Un devoto de Cristo debe regresar sencillamente a este lugar y seguir por su camino, confiando en que, si se mantiene en paz en esta abyecta condición —rendido al plan que Dios disponga p a ra él— Dios aplicará sobre él sublimes medicinas. Por medio de estos rem edios divinos el creyente será sanado de sus pecados, e incluso verá un aumento de las bendiciones.

Ya que lo que estoy diciendo aquí es de suma importancia, vosotros guías espirituales, os es necesario entender este consejo,

de tal modo que, en vez de sorprenderos ante las caídas de creyentes avanzados , podáis sostenerlos en su desolación: procurad que obtengan un nuevo v a lor, haced que tengan la esperanza de un feliz regreso junto a Dios. Dadles aliento para

que sean fieles... no para que regresen deliberadamente a sus antiguas prácticas, sino para amar aun su estado actual de confusión p a ra que puedan exaltar todavía más la gloria de Dios.

De esta manera el cr eyente hace un arrepentimiento pacíf ico y pasivo en el lugar mismo del camino interior donde cayó.

Así fue el arrepentimiento de D a vid. Como vemos, su arrepentimiento fue aceptado de buen grado por el S eñor; después de la caída y del arr epentimiento de David, el Espíritu Santo continuó hablando por boca de David, y dictándole salmos,

igual que antes de su pec a do.

Date cuenta también del arr epentimiento de Pedro. Pedro negó a su Señor, pero no por eso rechazó la c omisión que había recibido de Jes u cristo. (Jesucristo le había escogido para ser el primero entre los apóst oles.) En vez de eso, unos cuantos días después se podía ver a Pedro ejerc itando su don con coraje divino.

Ninguno de estos grandes ho m bres abandonó la posición que Dios les había dado en Su iglesia, a pesar de su pecado. Esto nos

enseña que no es necesario, no importa cual haya s ido nuestra ofensa, abandonar el nivel de vida interior que hayamos

alcanz a do, pues el Doctor Divino tiene rem edios para todos nuestros males y estados. Lejos de querer que nos vo lvamos atrás, tu Señor anhela doblar el ritmo de tu marcha, y que le

entr egues tu mano con perfecta confianza y total abandono. Haciendo esto lleg a rás aún más lejos.

Aunque el pecado es el mayor de todos los males, Dios es capaz de usar aun el pecado p a ra perfeccionarnos.

Por medio de la confusión que el pecado nos produce, y por

la exp eriencia que nos otorga de nuestra d ebilidad, el pecado nos libra (al aplastar nuestra propia existencia y amor propio) de

estos grandes obst á culos interpuestos en nuestra an iquilación, y de nuestro fluir hacia Dios. Dios ha permitido que dichas caídas

sucedan en muchos de Sus santos para que luego pudiese

guia r los, incluso con mayor presteza y fi rmeza, únicamente hacia Sí Mis mo.

Por lo general, el arrepentimiento de personas espirituales que han ca ído es muy doloroso porque su caída se lleva la seguridad en vez de ofrecer garantías de aquella. En

consecue n cia, hay pocos que sean lo suficient emente fieles como

para mantenerse en un estado tal de incertidumbre. Como resultado, hay pocos que, tras dichas caídas, sean reestablecidos

a su est a do. Pero si tú mismo te hallas en esta peligrosa situación, sé firme y con s tante en llevar el peso de este yugo. No

quieras ser aliviado por tus propios esfuerzos . ¡Encuentra el Suyo! ¡Menuda ventaja ganarás entonces! ¡Y menuda gloria para Dios!

En el versículo 30 oímos a Moisés decir al pueblo, “Vosotros habéis c ometido un gran pecado, pero yo subiré ahora a Jehová; quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado.”

El carácter de un verdadero pa s tor es un amor desinteresado. Moisés —y cualquier buen pastor— empieza recriminando al pueblo por su pecado y haciéndoles saber ese pecado. De s pués habla con Dios para que los pe rdone, ofreciéndose a llevar, él mismo, la pena que merecen por crimen

tan grande.

¡Oh, cuán admirables son sus palabras! “Señor,” dijo, “te ruego que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu

libro que has e s crito.” El libro al que refiere es el Libro de la Vida , en el cual sabía Moisés que su nombre estaba escrito. Este t ipo de oración fuerza a Dios a perd onar; un amor tan puro y desinteresado obtiene todas las cosas. Pablo, el gran guía de las

almas, hizo el mismo tipo de oración cuando anhelaba ser anatema por la salvación de sus hermanos. Tanto Moisés como Pablo sabían por experiencia cuánto podía conseguir el sacrificio de un amor pe r fecto.

33

 

J ehová dijo a Moisés, “Anda, s u be de aquí, tú y el pueblo que sacaste de la tierra de Egipto, a la tierra de la cual juré a Abraham, Isaac y Jacob, diciendo: A tu descendencia la dará.”

Estás dispuesto, Señor, a pesar del pecado, a recompensar a

este pueblo i n grato e infiel. Lo haces a causa de la fidel idad de tu palabra, y lo haces en favor de la fe, del sacrificio, y del abandono que ant eriormente practicaban. Pero permíteme que te diga, que estas mismas recompensas son terribles castigos, pues todo lo que sea agradable a los sentidos daña el espír itu.

Dios siguió diciendo, “Y yo envi a ré delante de ti el ángel... (a la tierra que fluye leche y miel); pero yo no s u biré en medio de ti, porque eres pu eblo duro de cerviz, no sea que te consuma en el camino.”

Vemos que el Señor está desea n do dar bendiciones, consuelos y mil a gros a Su pueblo, como, por ejemplo, ángeles visibles que les acompañen en su camino de luz. Un hombre ign orante puede estimar en gran medida estas maravillas; pero

no ve el horr ible castigo que contienen. El castigo es ejemplar. Dios les dispensa todos Sus bienes y de ese modo les priva de Sí Mismo. ¡ Qué terrible amenaza! Qué terrible condición. Sin embargo, ¡un estado que conocen demasiadas pe rsonas !

Llévate todo lo demás, Señor, y danos de Ti Mismo. Con eso basta.

Este, pues, es el castigo con el que Dios atormenta a un pueblo i n grato, carnal, e inter esado.

Date cuenta que estas palabras, “porque yo no subiré en medio de ti,” expresa el modo en que Dios otorga Sus dones en lugar de Sí Mismo. Muy a menudo las personas ven tal “bendición” como una recompensa, cuando en realidad es un castigo.

El Señor sigue diciendo que es a causa de su testarudez que

Él no irá con ellos; si siguiera a su lado, se v ería obligado a

consumirles y aniqu ilarles... porque si va con ellos está resuelto a guiarles por el camino puro y desnudo. Este es el camino por

m edio del cual podemos seguir avanza n do hacia Dios, y Él había visto que eran incapaces de superar esta pru eba. La destrucción sería la inevitable co n secuencia.

Y cuando el pueblo de Israel oyó esto, se lamentó, y ninguno se puso sus atavíos.

El crimen del pueblo no les había arrancado del todo el recuerdo de la verdad, y actuaron con gran sabid u ría. Se vistieron de luto a causa de la decisión del Señor. No dieron

ningún valor a los dones del Señor, y se de s pojaron de sus adornos, mostrando a Dios que deseaban ser despojados de todos sus bienes para poder tener la felicidad de poseerle en

medio suyo. Esta es una forma correcta de actuar con el fin de ganar a Dios.

Dios quería probar a este pueblo, para ver si realmente le

ansiaban a Él, o únicamente ansiaban a Sus d ones. Les amenazó consigo Mismo de una manera terrible: “Si subiera en medio de vosotros siquiera un in s tante,” dijo, “os consumiría. Ahora pues, quitáos vuestros adornos (todo lo que quede de Mis favores), para

que sepa qué hacer con vosotros.”

Hay muchos de nosotros que, en un momento así, diría, “Que el ángel de Dios nos guíe, ¡y conservemos Sus dones! No pasa nada si Dios no viene con nosotros.”

Esta es, en gran medida, la co n dición actual de la iglesia.

Pero, en esta ocasión, este pueblo bien instruido hace todo lo contrario. Por medio de su silencio demuestran que, aunque les cueste algo, prefieren a Dios antes que cualquier otra cosa; de inmediato se despojan de todos sus atavíos.

¿Pero por qué nos dice primero la Escritura que no se habían puesto sus atavíos ceremoniales, y ahora dice que se despojaron

de sus atavíos? Yo lo entiendo de esta manera. No se p onen las misericordias que Dios les daba en lugar de Sí Mismo; al contr a rio, las desprecian. Y para mostrarle aún más que es a Él

a quien desean y no Sus dones, se despojan incluso de los dones

que les quedaba, que h a bían recibido con anterioridad. Con tal

de que Dios les guíe, prefieren a n tes la aniquilación que t odo lo demás.

No acababan de efectuar esta exfoliación cuando Moisés levantó ante ellos el tabernáculo del pacto, como para asegurarles de que Dios Mismo les acompañaría. Tan pronto como Moisés hubo entrado en el t a bernáculo, el Señor Mismo se le ap a reció allí y, al igual que antes, hablaba desde la nube.

Estos pobres criminales enco n traron su refugio en el tabernáculo; allí pedían a Dios todo lo que neces itaban. Por la columna de humo s a bían que Dios estaba con ellos, e inmediatamente adoraban desde sus tiendas —esto es, desde el

lugar de reposo. Aquel que está rendido en lo profundo sabe cómo adorar en todo lo que hace sin abandonar su reposo. Esta forma de adoración es más pe r fecta que ninguna.

El pueblo adoraba desde lejos, puestos en pie; porque la perfecta adoración, hecha en espíritu y en ve rdad por medio de la fe y el amor, sa lva toda distancia y no depende de ninguna condición o posición del cuerpo en concreto. La adoración y los

adoradores suben hacia Dios. Sin embargo, aunque esta

adoración del pueblo arrepentido estaba muy ad elantada, no se acercaba a la de Mo isés.

Este escogido y excepcional am igo de Dios habla con Dios cara a cara, en la más íntima de todas las uni ones, elevada por encima de las facu ltades humanas. Por el bien esta amistad, Dios elevó la capacidad de este hombre y se rebajó a Sí Mismo.

Ahora Dios y un hombre hablan cara a cara. Dios trata a Su

amigo de un modo tan familiar que podría comp a rarse a la forma en que nos compo r tamos con nuestros más íntimos amigos. Dios no esconde nada de él.

Cuando Moisés volvió al camp a mento, Josué no se apartaba del t a bernáculo. Es costumbre en los santos que son jóvenes,

aquellos que acaban de entrar en el camino int erior, mantenerse de continuo en la oración; están tan extasiados con la presencia

de Dios que no pueden z a farse de ello. Un amor dulce y pen etrante, aferrándose a estos creyentes ardientes, les mantiene

enterrados en sí mismos. La fuerte y viva presencia de Dios que les llena, les recluye con tanta fuerza en sí mismos (como en un tabernáculo) que no quieren ma rchar.

El director que es sabio, siguie n do el ejemplo de Moisés, les deja en sus oraciones, pues aún no ha llegado el tiempo de

sacarles de ahí.

Ahora Moisés oró para ver el rostro del Señor, para conocerle, y p a ra hallar gracia ante Sus ojos; y oró para que el Señor pudiera mirar fav orablemente a Su pueblo.

Esta oración de Moisés puede p a recer atrevida, insultante para Dios... y lo que es más, ¡ totalmente inútil! Cierto, la oración de Moisés podría llamarse atrevida; pues, ¿qué hombre mortal

podría aspirar a tener una v isión clara de Dios? Dicha oración podría considerarse insultante para Dios, puesto que el que está orando asume que Dios revela Su semblante (aunque algunos

digan que Dios no hace una tal cosa en esta vida ). Y, por último, esta oración podría tacharse de inútil, ya que la Escritura dice

que Dios ya había hablado cara a cara con Moisés. Pero la oración de Moisés no es ninguna de aquellas.

La petición de Moisés en esta ocasión era justa, puesto que no est a ba actuando por cuenta propia, sino por una gran nación de personas int eriores. Moisés quiere de verdad saber (al igual

que su pueblo) si Dios Mi s mo, y no Su ángel, les habrá de guiar.

Tratan de tranquilizarse sabiendo que sólo Dios será su guía en el viaje h a cia Él Mismo a través de la senda amenazadora que aún tienen que r ecorrer. (Esta senda se está volviendo más peligrosa cuanto más cerca está el fin.)

Moisés deseaba ver si Dios gui a ría a este pueblo. Quería saber si I s rael había sido reestablecido en la gracia; y deseaba

juzgar el peligro que entrañaba este camino que iban a t omar. Moisés debe ver también el ro s tro de Dios —tener una vista y entendimiento claros acerca de las palabras que ha oído— de

modo que pueda enseñar esas palabras sin error.

Es curioso que un creyente pu eda disfrutar y entender algo por sí mismo, y no obstante estar falto de luz y facilidad de expresión para hacer que otros lo entiendan. Pablo establ eció

una distinción entre dos dones diferentes: el don de hablar en dis tintas lenguas, y el don de interpretar esas lenguas. Y entre

los dones del Espíritu Santo, existe una gran dif erencia entre la

sabiduría , el entend imiento , y el consejo .

La sabiduría es el discernimiento de las verdades Divinas al degustarlas por medio de la experiencia . El ente ndimiento permite que puedan ser bien comprendidas. Pero el consejo es la habilidad de expresar a otros clar a mente las verdades Divinas.

Por esta misma razón dijo Pablo que el se m blante mismo de Dios le había sido revelado; “por tanto, nosotros todos,” dijo, “mirando

a cara descubierta c omo en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gl oria en la misma im a gen.”

Vemos otra vez que Moisés no estaba pensando en sí mismo mie n tras oraba, cuando añade, “Mira que esta gente es pueblo Tuyo; pues es por su causa que hago esta petición.”

Dios sigue diciéndole a Moisés que tiene la especial protección de Dios. Promete a Moisés un lugar de descanso. En otras palabras, el propio Moisés siempre encontrará a Dios, siempre tendrá descanso en Él; no tiene que angustiarse por otras cosas.

Pero el gran corazón de Moisés, olvidando todo interés propio y sólo pensando en su rebaño, rehusa tener esta ventaja. Sigue rogándole a su Dios. Moisés protesta que si no ve a Dios marchando ante su pueblo, no puede permitirles que salgan de este lugar.

Moisés pidió al Señor, “¿Y en qué se conocerá aquí que he hallado gr a cia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?”

¿Qué esperanza de perdón tendr emos? ¿Cómo tendremos victoria sobre nuestros enemigos? ¿Cómo podemos andar confiadamente si Tú Mismo no vienes con nosotros?

¡Un discípulo del Señor prefiere antes perderlo todo que perder a su Dios! ¡Cuán a salvo estamos cuando andamos bajo el

liderazgo de Dios! Mas si andamos en cualquier otro camino, estamos expuestos a multitud de pel igros.

Dios le concede a Moisés lo que pide, pues le conoce por su nombre: un pastor fiel y legítimo, lleno de amor desinteresado. A causa del amor puro y apasionado de Moisés, Dios no puede rehusarle nada. Esto es lo que Dios llama “hallar gracia en Sus ojos.” Sin embargo, en esta ocasión sólo le concede a Moisés

victoria sobre sus enemigos. Esto no quiere decir que no

concederá lo restante; pero a Él le agrada hacerle esperar y anhelar un premio tan prodigioso, que merece la pena sufrir para ganar, y merece bu s carse con un d eseo ardiente.

Un hombre así no se contenta con una recompensa limitada o una recompensa terrenal. Moisés suplica de nuevo el mismo favor, aunque se expresa de forma diferente. “Te ruego que me muestres tu gloria” dice, como queriendo decir, “No me contentaré hasta que vea tu gloria, y lo que eres en ti Mismo.” Dios promete a Moisés que le mostrará toda Su bondad. En realidad Él Mismo es el bien más alto, y el centro de todo lo bueno.

La respuesta de Dios, no ob s tante, parece conllevar una afrenta con Moisés por formular rogativas tan ardientes. Le dice: “Tendré miserico rdia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré cl emente.” Pero, Moisés, no dejes que esta aparente rudeza te aleje. La ve rdad es que este será para ti un bien mayor que todos los cuidados prec edentes. Es, ciertamente, una señal de que el Señor, en Su gran amor hacia ti, te concederá todo lo que desees.

Cuando Dios promete sus bend iciones a Sus siervos, Él otorga esas bendiciones junto a miles de mue s tras de afecto; pero ... concede el m a yor de los bienes cuando aparentemente rechaza. Cuando Dios rechaza exteriormente, es para poder

introducirse interiormente. Por eje m plo, cuando Jesucristo rechaza a la mujer cananea, únicamente lo hace para escucharla con mayor comp a sión.

El hombre natural debe ser de s truido en sí mismo antes de que pu eda ser recibido en Dios. Debe saber que sólo puede mirar

a la bondad p u ra de Dios en busca de esta gracia inefable. En términos de Pablo (al e xplicar este mismo versículo), “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene miser icordia.”

Dios le dice a Moisés que no pu ede contemplar su rostro, porque no le verá hombre, y vivirá.

Dios rechaza la petición de Mo isés. Al hacerlo, le instruye en la act itud necesaria para el disfrute total de Dios. Nadie que no

esté verdader a mente muerto a toda vida propia pu ede ver a Dios

—de hecho, nadie que no esté muerto a todo lo que no sea Dios. Por eso no dice, “nadie me verá si no muere”, sino “nadie me verá, y vivirá.” Quiere que entendamos que para llegar a este supremo gozo, no basta una muerte —ni muchas. No debe quedar ni la más mínima part ícula de vida propia.

Hay varias muertes espirituales, todas necesarias para la purificación del alma —la muerte de los sentidos, de las facultades, y del centro. Cada una de estas muertes sólo se

produce por la pérdida de muchas vidas; ya que hay muchos

apegos y apoyos n a turales que sostienen la vida propia del hombre. Con el fin de ver a Dios, de estar unido a Él mediante la más íntima de las uniones... el creyente debe estar completamente privado de todas estas vidas. Si la llama santa del amor no aniquila nuestros apegos y apoyos naturales en esta

esfera t errenal, el fuego purificador debe dev orarlos en la esfera espiritual.

Entonces el Señor le ofrece un lugar a Moisés en una roca desde donde pueda ver a Dios de espaldas, después de que haya pas a do.

Este lugar donde disfrutar a Dios se encuentra cerca de Él;

más aún, este santo lugar está en Él Mismo... y es Él Mismo.

Con el fin de poseer este inestimable tesoro, debemos estar establecidos sobre la roca de la in a movible naturaleza de Dios.

“Cuando pase mi gloria,” dice el Señor, “te c u briré con la mano de Mi protección, para que así puedas soportar un favor tan

grande como este, que de otra forma te consumiría. No obstante, sólo me verás como a través de una pequeña abertura, o una

hendidura de la peña”... (lo cual representa el punto más sutil del espíritu).

“Cuando este majestuoso estado de Mi gloria, la cual sólo puede ser vista en esta vida como un destello de luz, haya pasado, retiraré Mi mano, que te protegía de ver Mi gloria (a no ser que tu alma se separase de tu cuerpo; porque tu armazón natural es demasiado débil para sobrellevar el peso de dicha gloria). ¡Entonces me verás! Entonces de alguna manera

comprenderás, al vislumbrar fuga zmente Mi Divinidad que te daré, que YO SOY EL QUE SOY, y que en Mi está... todo .”

A Moisés le fue permitido ver a Dios de espaldas. Moisés sólo verá lo que puede ser comprendido por un hombre —incluso un hombre levant a do a su estado más sublime. Siquiera en un

estado elevado, solamente pu edes percibir la superficie de lo que Dios es.

34

 

Dios ahora le dice a Moisés que alise dos tablas de piedra como las que fueron quebradas, de forma que pueda escribir de nuevo s obre ellas.

Dios mira a Moisés con una du lzura y atención singulares al permitir ser visto por él; pero Su ley será e s crita en tablas de piedra con la cond ición de que no serán quebradas de nuevo . Dios muestra aquí que anhela grabar Su ley en corazones que,

deb ido a su perseverancia, están en un lugar fuera del alcance de la infidel idad.

Moisés, cuando saborea la felic idad de contemplar a Dios en la mo n taña, expresa el gozo de un hombre que recibe un don como ese. Sus p a labras nos indican que aquellos que son visitados por Dios en su centro del interior, al sentir estas deliciosas caricias, sólo pueden dejar que el fu ego de su 7 propio amor (con el cual son encendidos) se evapore en miles de

alabanzas que ofrecen a su Dios. Aquí hay una imagen de la novia recibiendo su más nítido conocimiento del Señor. Él se revela a ella. Ella le llama Señor, Dios, verdadero, misericordioso, s u frido. No puede alabar lo suficiente Sus cualidades divinas; las ama a t odas por igual, Su justicia así como Su misericordia, Su

poder así como Su virtud. Como ella le mira intens a mente sin interés propio, se embelesa en el hecho de que estas son las

pe r fecciones de Su Dios resplandeciendo sobre Sí Mismo, o también a causa de Sus hijos.

Moisés hace uso de este m omento de bendición para obtener lo que anhela. Primero adora a Dios; luego le suplica que guíe a Su pueblo, de forma que, como dice Moisés, “Puedas perdonarnos y tomarnos por heredad.” El más claro indicio del perdón de los pecados es ser poseído por Dios y poseerle a Él dentro de uno mismo, pues Dios no puede morar donde exista pecado. Cuando Dios perdona los pecados, debe volver a tomar

 

7 El Señor nos permite contemplarle. Esto no quiere decir que lo que veamos sean sus dones. Por eso lo que en realidad enciende el corazón de aquel que ve a Dios, no sea el Amor propio de Dios, sino el amor que brota de su interior (Viene de la página anterior) ... hacia el Dios que ha permitido contemplar Sus atributos (no sus dones).

posesión del corazón y reest a blecerlo en Él como estaba antes de su muerte en el pecado.

Dios promete a Moisés lo que d esea. También asegura a Moisés que Dios tiene bendiciones para él aún mayores que todo

lo que ha haya r ecibido hasta ahora. Cuando Dios anhela habitar dentro de nuestros e s píritus, debemos ser desnudados, mediante el obrar de Dios en nos otros, de todo cuanto poseamos. Pero cuando Dios, que es la fuente de toda bendición, ocupa su morada junto a nosotros, trae con Él bendiciones que no se parecen en nada a lo hayamos experimentado jamás. Dichos

dones, al igual que los atavíos de Su atrio interior, sin Él no pueden existir.

Dios amonesta a Moisés que no haga pacto de amistad con los hab itantes de la tierra en la que están a punto de entrar. De esta manera, Dios aconseja a los que le buscan que no tengan nada más que ver con aquellos que viven en sí y para sí mismos. Para los creyentes existe aquí el peligro de que puedan ser apartados de su estado de pérdida en Dios, de que puedan seguir

el ejemplo de estos compañeros indignos y vo lverse a sí mismos. Esto conllevaría su ruina.

Dios vuelve a ordenar a los Isra elitas que no adoren a ningún otro Dios, como últimamente han hecho; pues Su nombre es Celoso, Dios celoso es .

Oh mi Dios, ¡santo celo tienes por el corazón y el espíritu de tus criaturas! Tú quieres que sólo sean tuyos y que nunca más se dejen seducir por ninguna idol a tría.

En el versículo 16 vemos que Dios advierte a los Israelitas que no se casen entre sí con los pueblos que e n contrarán en la tierra prometida —y da buenas razones. Dios usa el símbolo de casarse entre sí para r epresentar la idolatría; incluso llama a la idolatría fornicación. Al igual que el pueblo de Dios sólo debe pertenecer a Dios, nosotros, como pueblo Suyo, únicamente debemos ofrecerle a Él nuestro corazón. En el momento en que

alejamos nuestros corazones de Él y los entregamos a cualquier otra cosa, cometemos adulterio. Santiago está hablando de lo

mismo cuando clama, “¡Oh almas adúlteras! ¿No s a béis que la

amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues,

que quiera ser amigo del mu n do, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4:4).

Cuando Moisés bajó de la mo n taña, el fulgor de su rostro era una señal visible de su fluir hacia, y s u blime transformación en Dios Mismo. La plenitud de este experiencia se desbordó,

haciéndose incluso palpable en su ap a riencia física.

Sabiamente, Moisés, que había destapado su rostro delante del S eñor, tapó de nuevo su cara cuando hablaba al pueblo. Su conducta aquí es un ejemplo para nosotros, para mostrarnos que

personas de este nivel no deben hablar acerca de los secr etos que les son revelados, ni acerca de lo que experimentan, con otros

que no hayan tenido experiencias similares. Un conocimiento así sólo asustaría y daría pie al rechazo a creyentes que no están en disposición de entender. Estos secretos sólo han de conocerse por Dios y por aquellos a quienes han sido revelados. Para otros, todo está oculto tras un velo, imperceptible por su espíritu (por muy perceptivos que ellos mismos crean ser). Si este velo se

levantara, no podrían resistir el e s plendor que irradiaría una persona que ha sido inmersa en la gloria de Dios.

35

 

El Señor ordenó a los Israelitas que no encendieran fuego en sus m oradas el Día de Reposo. Este mandato habla acerca del

reposo que debe di s frutarse por parte de aquellos que h a yan entrado en el día de reposo de Dios. No deben hacer nada por sí

mismos, sino simplemente mantene r se como están, guardados por Dios.

Encender el fuego significa f omentar un pequeño afecto, para gua rdar en calor ese sentir del amor de Dios. Esto se permite en

aquellos que no han alcanzado este descanso total en Dios. Para ellos aún es necesario mantenerse activo y sustentarse por medio de algún tipo de señal; pero esto ya no debe hacerse en el Día de Reposo (en el estado de reposo en Dios). A estas alturas, hacerlo impl icaría violar la santidad del sabbath, interrumpiendo el descanso de Dios.

Los que estéis llamados a este descanso santo, entrad, y

quedáos ahí sin miedo. Ten respeto por la maje s tad de Dios, que desea ser adorado en perfección dentro de ti por medio del

silencio y del reposo. Recuerda que éste es el sabbath que nos queda por la ley de la gracia, como dice Pablo en Hebreos 4:9.

Una vez que vosotros, pueblo de Dios escogido de entre t odos, hayáis sido introducidos en este sabbath, seguid celebrándolo. Ni

s iquiera la muerte os separará de este estado, porque el sabbath de Dios es eterno.

Ahora el Señor pide que el pueblo le haga una ofrenda; y les pide que den con un corazón dispuesto. Estas primeras ofrendas que Dios demanda son las primeras buenas obras. Este es el comienzo de la vida espiritual la cual, recién nacida para el amor de Dios, podemos consagrar a Él, pues es un acto que puede salir de nos otros. Todas nuestras acciones deben estar remitidas a Dios, sin retener c osa alguna para nosotros mismos. Por medio de esta ofrenda voluntaria de todo lo que está en nuestro poder, Dios santifica y consagra para Sí Mismo todo lo que resta, puesto que le hemos hecho una donación libre de nuestra voluntad. De

tal forma posee Él absolutamente toda nuestra pers ona que, de

ahora en adelante, trata con nosotros como trata un Rey con Sus sú bditos leales.

Este es el camino más corto y s eguro (quizás debería decir el

único camino) para adquirir la perfección: abandonar tu corazón al poder de Dios, para que Él pueda hacer con tu corazón lo que a Él le agrade. Una persona lo suficientemente generosa como para hacer esto, se libra de sí misma. Y al deshacerse de sí misma, ¡ se quita de encima el mayor enemigo de su perfección!

Ahora que está f elizmente puesta en las manos de Dios, ha perdido todo poder sobre sí misma.

Pero sólo ha perdido su poder al entregárselo voluntariamente a Dios. No podía un hacer uso mejor de su voluntad que devolviéndola y cons a grándola a su Dios (que fue quien primeramente le dio libertad.) Esto no quiere decir que no

pueda reclamar su libertad por medio de la infidel idad. Hay muy pocos que hagan de ello un verdadero regalo. La mayoría se rese rvan algo para sí.

Pero si este perfecto sacrificio se hiciera de una sola vez, seríamos perfectos en ese instante mismo; en realidad no puede

subsistir imperfe cción alguna en el lugar donde la v oluntad de Dios reina y actúa sin resistencia.

Estas ofrendas naturales son una imagen de los sacrificios

espirituales que Dios desea de nosotros; y muy f elices son aquellos que ofrecen dichos sacrificios con contentamiento y

en tendimiento.

Sólo es necesario ofrecer al Señor estas primicias de nuestra voluntad y el libre derecho que tenemos sobre nosotros mismos, para que Él haga en nosotros la obra del tabernáculo. Dios, por

mano de Moisés, en este d esierto (y durante el tiempo de desca n so que Su pueblo disfruta allí), instruye a todas las personas espir ituales en el camino que han de tomar para tener éxito en la obra de su m a durez cristiana; y quien tenga suf iciente entendimiento para poder p enetrar estas sombras, contemplará con deleite esta senda.

El tabernáculo es el habitáculo de Dios. A partir del momento mismo en que hayamos rendido a Él nuestros

derechos, es Él Mismo quien constr u ye esta morada dentro de nosotros. Sólo necesitamos apartarnos de lo creado, mediante un

apacible, pero firme, control de nuestros pens a mientos y corazones. Nos apartamos de lo creado para así vivir solamente

con Dios en el medio de nuestro esp íritu. Sólo tenemos que levantarnos por encima de nuestra propia flaqueza y

zambullirnos en Dios, para enco n trar allí todo lo que necesitamos. Entonces Dios empieza a llevar a cabo Su obra en

nosotros.

¡Él es pródigo en recursos! Hace uso de todo lo que esté a su

alcance con el propósito de construir Su pal a cio interior. Él hace que todo ayude a bien a los que le aman y a los que conforme a Su propósito son llamados (Romanos 8:28). Incluso utiliza las

malas intenciones de todos aquellos que se oponen a nosotros.

Estas m a las intenciones hacen las veces de martillo, para alisar

el exterior del edificio de Dios por medio del sufr imiento que nos causan. Mientras tanto Dios Mismo trabaja por dentro y construye allí Su tabern á culo.

Para que esto suceda, repito: D ebe ofrecerse todo libremente y con un corazón abierto . La Escritura dice que todos los Israelitas ofrendaron volu n tariamente. Esto muestra que Dios

nunca viola nuestra libertad. Cuando trata con nosotros Él usa el amor, de modo que le entreguemos libremente lo que tengamos para ofrecer.

36

 

Todo lo bueno tiene su tiempo y período para llevarse a buen término 8 . ¿Puede haber algo mejor que ofrecer a Dios que aquello que uno posee? ¿Por qué dice la Escritura, en el versículo 5, que los Israelitas ofrecen aquí más de lo necesario? La explicación reside en que una vez que hemos ofrecido l ibremente a Dios nuestra voluntad, no es necesario volverla a entregar; ¡ya no es

nuestra! Nos veríamos obligados a aceptar la devolución del talento p a ra volverlo a dar.

No obstante, podrías decir que siempre podemos ofrecer nuevas vi r tudes. Es cierto que siempre podemos ofrecer nuevos

frutos —siempre y cuando poseamos el árbol. Mas cua n do hemos renunciado a la raíz, sería ridículo desear aún ofrecer los frutos

del árbol. Obviamente los frutos ahora pertenecen al dueño de la raíz, y no podemos ofrecerlos de nuevo sin aceptar la devolución de nuestra co n cesión de propiedad.

Sin embargo es normal ver a j óvenes creyentes seguir ofreciéndose al Señor. Hay muchas razones para que un joven creyente haga esto: Quizá el talento no se ofreció en toda su pe r fección desde un principio. Quizá el creyente desee renovar su comprom iso tras haberse retractado de ese compromiso a causa de infidelidad. A veces la repetida entrega del talento

simplemente es un rebose de amor que surge de un corazón lleno, que se complace en confirmar todo lo que el creyente ha

hecho por su Dios. Por último, Dios Mismo, a quien le ap a siona ver este sacrificio de amor m u chas veces renovado, puede haber pedido al creyente esta confirmación en la entrega de su t a lento.

Moisés mandó pregonar por el campamento que no habría más ofrendas, pues se había reunido lo suficiente para el proyecto que tenían entre manos. De hecho, aun sobr a ba.

Moisés, un líder sabio y bien instruido en los caminos de Dios, prohibe a hombres (símbolo de Cristo) y mujeres (símbolo de la Iglesia) ofr ecer más talentos. La ofrenda del yo que ha sido

 

8 Lo bueno al final siempre llega. El tabernáculo será construido.

hecha es suficiente para dejar a Dios actuar, y para construir Él Mismo Su santuario, según Su propósito eterno.

Ya se habían excedido en el ma n dato que Dios había dado. El amor hacia la propia actividad a menudo nos lleva a entregarnos

cuando —para ser precisos— no deberíamos hacerlo más. Este “darse de nuevo” sería eterno si los que están al frente no nos advirtieran en su contra, con p a ciencia y firmeza; o si Dios

(haciendo uso del derecho adquirido sobre n osotros a través de nuestra ofrenda voluntaria) no nos incapacitara para hacerlo, debilitando nuestras habil idades y minando nuestras fue rzas.

 

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Tan pronto como termina la obra del tabernáculo, conforme

al propósito de Dios, Él viene de inmediato a ll enarlo con Su presencia, con signos manifiestos de que Su Majestad reside allí.

De igual forma, tan pronto como nuestro interior ha sido preparado como Dios quiere, Él llega para morar allí. Viene envuelto en un manto , de manera que sólo por la fe podamos reconocerle. Aunque esta nube no es Dios, Él está dentro de la nube.

Cuando este tabernáculo interior, o centro del alma, es lleno

de Dios Mismo, ninguna otra cosa puede e n trar —ni siquiera cosas que parezcan muy, muy santas. Todo lo que es de Dios se desintegra en Dios a medida que Él se acerca, y no puede disti n guirse; y todo lo que no es de Dios se queda fuera.

El santuario interior debe estar completamente vacío para que la m a jestad de Dios pueda llegar a morar dentro de ti. Que Dios así te halle en ese Día.

 

><> FIN <><