Imprimir esta página

Tú diste alegría a mi corazón

Es muy triste ver a las personas apesadumbradas, pero es más lamentable cuando observamos que muchos creyentes viven continuamente aburridos. Es como si no tuvieran “nuevas de gran gozo”. No hay una nota de alegría en sus corazones, es como si para estos hermanos el Evangelio no fuera un mensaje renovador; han hecho de la tristeza una compañera inseparable. Se “casaron” con ella. Sus vidas son un “rosario de lamentos”, llanto, quejas y acusaciones. Su rostro es el reflejo de un alma enferma, y no han permitido que el Señor les de “…alegría a su corazón.” (Salmo 4:7).

Es importante meditar en el Salmo 100, versos uno y dos: “Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. Servid a Jehová con alegría; Venid ante su presencia con regocijo.” ¡Qué palabras tan estimulantes! “…Servid a Jehová con alegría… Venid ante Él con regocijo.” Estas palabras son un poderoso antídoto contra la tristeza. Es verdad que tenemos momentos de desanimo, preocupaciones y melancolía. Nuestra naturaleza es débil, mas no debemos permitir que la amargura eche raíces en nuestros corazones.

La alegría permanente en el creyente es señal de una fe robusta, producto de una permanente comunión con Dios. Es una demostración de madurez que implica un buen testimonio. Es una genuina señal del amor y gracia de Dios. En nuestro ser interior, es condición no sólo de la mente sino del corazón. Dios no quiere que sus hijos seamos hoscos, secos, intratables, como dice un escritor: “hay creyentes tan amargados que dan la impresión que los bautizaron con jugo de limón.” “Que vuestra gentileza sea conocida por todos los hombres…” nos dice Las Escrituras.

El Salmo 100 une hermosamente la adoración con el servicio y nos motiva a servir al prójimo, en cualquier área donde Él nos ha puesto, con dedicación, responsabilidad y gozo. Sólo una vida así puede expresar un poderoso testimonio con más efectividad que cualquier enseñanza, por profunda que sea. La bondad y amor de Dios en un siervo, es más eficaz que un doctorado en teología y que un diploma colgado en la pared, de cualquier instituto superior por prestigioso que sea.

La alegría verdadera no tiene ninguna relación con explosiones de risas intempestivas producto de mentes histéricas y enfoques doctrinales desfasados, productos de un cristianismo mal entendido.

La alegría de que nos habla el salmista es el producto de una buena relación con Dios, de un andar con Jesús y solo puede existir en corazones humildes, obedientes y compasivos, en vidas centradas en Cristo. Esta alegría no tiene nada que ver con ambientes religiosos “recalentados” por predicadores carismáticos expertos en manipular temperamentos extremadamente emocionalistas e inestables, que hoy nos ahogan con abrazos y atenciones, y mañana su rostro huraño y sombrío refleja la amargura que envenena sus almas.

Pero es justo reconocerlo: que en muchas de nuestras asambleas, los cultos han perdido la espontaneidad, naturalidad, frescura, cayendo en rutina, los mismos himnos, oraciones y comentarios bíblicos sin sustancia, en un mar de “sana doctrina” y cinco centímetros de profundidad. Con razón muchos creyentes no duermen y muchas visitas no vuelven.

Es posible que tan lamentable condición sea el producto de un legalismo que gradualmente se nos ha infiltrado. Satanás es astuto y por lo mismo, se ha ido perdiendo la fortaleza y libertad que en el pasado fueron parte de nuestra razón de ser como iglesias libres desligadas de la pesada carga de un clericalismo absorbente que controlaba hasta la libertad para que el pueblo del Señor escogiera los cánticos y ministrara la palabra sin talanqueras humanas, según los dones que cada creyente había recibido del Señor.

El gozo en la adoración se ha ido perdiendo en muchos corazones y en tal condición la alabanza en muchas asambleas es más mecánica que real; el congregarse se ha convertido más bien en un deber moral que debemos cumplir, para calmar nuestra conciencia y evitar la sanción divina.

Adorar y servir se unen y traen gozo, y a su vez, el gozo de Cristo nos impulsa a adorar y a servir. Es el círculo divino que nos proyecta a una vida rica en el Señor y que nos hará, como el salmista, cantar, servir, venir a Él con alegría y regocijo. Solo una vida así será como perfume suave y fragante que subirá ante el trono de gracia y que él retornará con más gozo y paz que nos es imposible dejar de manifestar aún en medio de las penas y dolores que nos depara la vida.

Dios desea que manifestemos la paz y el deleite en todas nuestras relaciones y actividades, como personas que disfrutamos de la gracia y bondad redentora de nuestro amado Señor. Sólo así es que podemos involucrarnos constructivamente en el ministerio a que Él nos ha llamado (Romanos 12:5-8).

Uno de los motivos porque los siervos de Dios hacen conferencias, campamentos, etc., es con el propósito de animar, instruir y estimular al conocimiento, crecimiento y comunión del pueblo de Dios, creando un ambiente de sana alegría y recogimiento espiritual. No dudo del valor de estos eventos de carácter religioso. Sé de la sinceridad y buen propósito de los que promueven y planifican los campamentos, también del beneficio que nos traen las enseñanzas de algunos maestros de La Palabra, traídos de otras tierras. Lo anterior es de provecho y debe seguir haciéndose, mas existe un peligro, y es real: muchos creyentes creen que las conferencias y campamentos son en sí la solución de sus situaciones difíciles, que requieren consejería de hermanos (as) idóneos. Van con la ilusión de salir completamente renovados y felices; esto es tan cierto que muchos creyentes andan de campamento en campamento y sus vidas cristianas siguen tan tibias y mediocres como siempre, han tomado estos eventos como unas “vacaciones religiosas” que los estimulan por un corto período a nivel emocional, sin que haya habido un verdadero impacto en su corazón.

La razón es obvia: ninguna enseñanza, estudio, por especializado que sea, podrá sustituir el cultivo diario de nuestra vida interior con el Señor que es en definitiva lo único que nos dará el gozo permanente. Esa fue la mejor parte que escogió María. Sólo a los pies de Cristo seremos fortalecidos, renovados y su gozo será el nuestro, Él es la fuente de nuestra alegría. Fue la experiencia del salmista y también la nuestra, porque no hay sustitutos.

Creyente: No habrá alegría permanente y verdadera, si en nuestros corazones existen fortalezas espirituales contrarias al Señor que nos negamos a rendirlas al Espíritu Santo.

El problema, en muchas personas, no es la falta de doctrina. Se puede ser maestro de otros y resistir la voluntad del Señor. Es la dureza de nuestro corazón la que nos impide ser más bendecidos. Nuestro orgullo le es una barrera para que el gozo fluya como es Su propósito para nuestras vidas. ¿Cómo podrá existir alegría permanente en un corazón dividido? Pablo disfrutó de ese gozo: “ahora me gozo en lo que padezco por vosotros…” (Colosenses 1:24). Es la paradoja cristiana: gozo, alegría y paz permanente, aún en medio del dolor, tristeza, enfermedad, o aún pobreza extrema y persecución. ¿Difícil? Sí, pero realidad, porque “… Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (FILIPENSES 4:13).

Un escritor cristiano lo expresa así: “Es el misterio de Dios en el creyente, aunque nuestro rostro esté bañado por las lágrimas y la tristeza llegue a nuestro corazón, nuestro carácter puede ser dulce, reflejando un rostro sereno y amable…”

Amado lector: no conozco tu pena y tristeza, si buscas refugio, en Él podrás experimentar la fortaleza del Señor y decir con Pablo el apóstol: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (II de Corintios 12:10).

Servir a Cristo con alegría provee al creyente de todos los recursos divinos para vivir en una dimensión superior que traerá gloria al Señor, y a su vez Él nos utilizará como vasos comunicantes del vino divino de una alegría continua que será una fortaleza en nuestro diario andar.

Así, cuando nos lleguen los días duros, difíciles, cuando experimentes la soledad de tus mejores amigos, hermanos y familiares, cuando la decepción, la melancolía y amargura, quieran anidar en tu corazón, puedes cantar con el himnólogo: “El gozo del Señor mi fortaleza es. Y su gozo sin medida Él me da” ¡Alabado sea el Señor porque su gozo es nuestro… si queremos!

El hermano Tulio Gómez, es un hombre anciano, que ha dedicado su vida al servicio del Señor. Trabajó en la Obra del Señor 17 años como predicador de medio tiempo, sosteniéndose económicamente con sus propias manos en las labores del campo tales como la agricultura y la construcción. En la actualidad reside en la ciudad de Santa Rosa, Risaralda, Colombia, América del Sur, dedicado a escribir para el Servicio del Señor Jesucristo y la edificación del pueblo de Dios.


COMENTARIOS Y CORRESPONDENCIA:

TULIO GÓMEZ

CALLE 25 Nº 24 – 02

HOGAR “BET- SEAN”, CIUDADELA FERMÍN LÓPEZ

SANTA ROSA, RISARALDA,

COLOMBIA, S.A.

TELÉFONO: 57-6-3643856