TEMA: LA GRANDEZA DEL REY DAVID


TEXTO: 2 Samuel Caps. 1-12

DAVID, REY DE JUDA (caps.2-4):

Muerto Saúl, David oró, ¿qué hacer?... el Señor le dijo, “vete a Hebrón”, ¡y eso hizo David!... y en Hebrón fue ungido como Rey de Judá, donde reinó por 7 años. Pudo ser muy fácil para David ir a Jerusalén para reclamar el reino, pero él no lo hizo así. En todo tiempo como creyentes debemos depender del Señor, dejarnos guiar por su voluntad y no nuestro deseo, así nos pueda asistir “algún derecho” o tengamos “la razón”, es bueno depender del Señor. Tuvo que esperar 7 años para tener todo el reino. 7 representa lo perfecto. En el tiempo delicioso del Señor fue exaltado. Antes hubiera causado un gran desastre en medio del pueblo.
DAVID, REY DE TODO ISRAEL (caps.5-10):

Muerto Is-boset, David fue ungido Rey sobre todo Israel (5:3). La Biblia dice que David se dirigió a Jerusalén, la conquistó, y estableció allí la capital del Reino unido, desde donde reinó David por 37 años. Tiene Jerusalén dos montes: Sión, que es la “ciudad de David”, y el Monte Moria, donde se construyó el Templo. Los filisteos lo atacaron, ¡y David oró!, y Dios le dijo, “sube, de cierto los entregaré en tus manos”, ¡y los derrotó!. Por segunda vez atacaron los filisteos, y por segunda vez David oró, y esta vez el Señor le dice, “no subas, rodéalos por detrás... porque Jehová marcha delante de ti para derrotar al ejército filisteo”, ¡y David hizo lo que Dios dijo, y los batió! (cap.5)

Qué bueno es cuando nosotros nos dejamos guiar por el Señor, en todo tiempo. Ni tu sapiencia, ni tu inteligencia, ni tus habilidades ni siquiera tus victorias pasadas deben ser motivo para dejar de depender del Señor. David pudo haber confiado en sí mismo y desechar la voluntad de Dios, resulta grave para un líder espiritual obviar la soberanía de Dios, y llega a envanecernos y guiarnos por nuestra propia prudencia.

DAVID, PASTOR DEL PUEBLO (5:2):

Siempre a David lo asociamos sólo como el Rey, y nos olvidamos que también fue el pastor del Pueblo: “Jehová te ha dicho, apacienta mi Pueblo”, en 5:2, y lo repite en 7:8 y en 1Cro.11:2.El Profeta Ezequiel expresa esto muy bien en su cap. 34: el Señor dice 10 veces, “yo mismo apacentaré mis ovejas, y yo mismo las llevaré a la majada”, en los versos 11-22... pero, en el verso siguiente, en 34:23, el Señor dice, “suscitaré para ellas un pastor único, que las apacentará. Mi siervo David. Él las apacentará, él será su pastor”.

EL GRAN PACTO CON DAVID (7:8-16):

David quería construir una casa, un Templo a Dios, para que habitara en ella. Pero Dios le dijo a través del profeta Natán, “Jehová te edificará casa a ti; y cuando se cumplieren tus días, y te duermas con tus padres, suscitaré a tu linaje, después de ti, el que saldrá de tus entrañas, y afirmará su reino... permanente será tu casa, y tu reino será para siempre ante mi rostro, y tu trono estable por la eternidad” (2Sam.7:8-16). Dios siempre rompe nuestros esquemas. Generalmente cuando lideramos, planeamos las cosas de un modo, pero es el Señor mismo, dueño de la obra, quien hace y deshace como Él quiere. Más perfectos son sus caminos que los nuestros. Qué bueno es cuando en un ministerio, se le permite no sólo estar presente sino actuando al Espíritu Santo. ¡Espíritu Santo tienes amplia libertad para hacer lo que quieras, porque eres Soberano!. Esa debe ser la oración de todo siervo que desee agradar a su Señor.

Dios le había prometido un reino ¡eterno!, ¡permanente!, ¡estable!, ¡para siempre!... ¡no hay más palabras... estaba hablando de su hijo Salomón, ¡pero no era exactamente Salomón!, sino que Salomón era sólo el tipo del verdadero Rey eterno, del Mesías, ¡de Jesucristo!, ¡del Hijo de David!, de Mat.1:1, 20:30, 21:9, 22:41-45. ¿Y dónde está ese reino ahora?, porque si es eterno, y permanente y estable, ¡tiene que existir ahora! ¡y gracias a Dios existe!. Se refiere a la Iglesia de Jesucristo. Es un reino donde su base no reside en un hombre ni tampoco en unas ideas, sino en Jesús mismo. La Biblia agrega que aún las puertas del infierno no lo podrán destruir”.

Hoy Jesús quiere que todos seamos parte de ese reino, que nos volvamos súbditos suyos, pero voluntarios. Conquistados por la fuerza de su amor, no convencidos sino que esa sumisión sea producto de un acto libre del hombre. El Señor dijo una vez, he aquí pongo delante de ti la vida y la muerte, escoge pues tú.

De: Americo Davila
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