“Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.” (I Timoteo 4:12).

En el patio de mi casa hay una pared que nos separa de la casa vecina. Esto es necesario con el fin de conservar nuestra respectiva intimidad a nivel hogareño; paredes, ventanas y puertas son pues necesarias, nos aíslan y protegen del mundo exterior.

Sí, hay barreras físicas necesarias, como también en el campo moral y espiritual, Dios ha establecido para Su pueblo barreras que son indispensables, con el fin de preservarnos de la corrupción que nos rodea: “14No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? 15¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? 16¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. 17Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré…” (2 de Corintios 6:14-17).

Mas hay barreras que no son de bendición, barreras que no ha puesto el Señor, sino que son producto de nuestro pecado personal, barreras que son una maldición.

Hay muchas malas barreras: Primero, el nacionalismo llevado hasta los extremos, un patriotismo barato. Segundo, el racial, cuando el hombre cree que su raza es la más pura, inteligente y superior. Cómo este perjuicio ha traído sufrimiento, desolación y muerte a millones de personas en el mundo, aún en nuestros días. Tercero, político, cuando una ideología se levanta y dogmáticamente pretende dirigir a los pueblos aún contra su voluntad, creando privilegios especiales para sus seguidores y persiguiendo hasta el exterminio a los que no comparten sus puntos de vista. Sí, hay muchas barreras que traen desdicha e infelicidad; pero existe una barrera o perjuicio muy común y universal y es sobre ésta que me he permitido hacer esta reflexión: LA BARRERA GENERACIONAL.

Es doloroso decirlo, pero en grado mayor o menor, consciente o inconscientemente, aún en las asambleas cristianas, muchos cristianos, sin diferenciar edades, quizás sin proponerlo, hemos pecado en esto ante el Señor, levantando también barreras. Hace algún tiempo un hermano muy anciano me dijo con amargura: “¿porqué los jóvenes no me tratan, ni me visitan, si yo los quiero?”, el arrugado rostro del ancianito reflejaba tristeza.

Es muy posible que los jóvenes, en muchos casos, sean un reflejo de conductas vividas por sus mayores en sus propios hogares, pero si lo contrario explica en parte tan errado proceder, no lo justifica, porque como creyentes debemos ser distintos… “Porque las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas.” (2 de Corintios 5:17). ¿Verdad? Es comprensible que los jóvenes por su misma edad tengan muchas cosas en común, tales como trabajo, estudio y aún por su estado juvenil son atraídos con fines románticos, porque es natural que de allí salgan los futuros esposos. Mas el joven cristiano tiene el gran privilegio de conocer a Cristo y Su Palabra y tiene el deber y responsabilidad de compartir su sincera amistad, la cual es muy valiosa, con aquellas personas que están en el terminal de sus vidas, por esta razón necesitan no sentirse relegadas a un segundo plano, como trastos inútiles por sus jóvenes hermanos (as).

Amado hermano, las malas barreras hablan mucho de nuestra personalidad; “gritan” a los cuatros vientos el tipo de cristianismo que practicamos. Las barreras que levantamos miden nuestra pequeñez o grandeza, nuestra carnalidad o espiritualidad, cuando el círculo en que nos movemos es excluyente y sólo cabe en él nuestra familia o uno que otro privilegiado, porque los demás no nos gustan. Si permitimos que el amor de Cristo llene nuestro ser y si nos ocupamos en AMAR, SERVIR, ORAR Y ENSEÑAR, entonces el consejo de Dios no será sin fruto y nuestra personalidad se enriquecerá, teniendo el gozo permanente que Cristo nos dará.

“5vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; 6al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; 7a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. 8Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.” (2 DE PEDRO 1:5)

Que así sea en nuestras vidas, para gloria de Dios y para bendición de nuestro prójimo y hermanos.

1989

El hermano Tulio Gómez, es un hombre anciano, que ha dedicado su vida al servicio del Señor. Trabajó en la Obra del Señor 17 años como predicador de medio tiempo, sosteniéndose económicamente con sus propias manos en las labores del campo tales como la agricultura y la construcción. En la actualidad reside en la ciudad de Santa Rosa, Risaralda, Colombia, América del Sur, dedicado a escribir para el Servicio del Señor Jesucristo y la edificación del pueblo de Dios.


COMENTARIOS Y CORRESPONDENCIA:
TULIO GÓMEZ
CALLE 25 Nº 24 – 02
HOGAR “BET- SEAN”, CIUDADELA FERMÍN LÓPEZ
SANTA ROSA, RISARALDA,
COLOMBIA, S.A.
TELÉFONO: 57-6-3643856