La Primera Palabra... y La Última


Martha Kilpatrick
http://www.Shulamite.com
Esta es la Declaración de Fe de la autora:

Jesucristo, el unigénito Hijo de Dios,
vino en la carne, derramó Su Sangre Santa en la
Cruz del Calvario por los pecados del mundo.
Él es Señor del Universo, Rey de Reyes.

... y yo soy Su Sulamita.




El enigma del sufrimiento.

La perpetua cuestión es un desafío, no sólo al poder de Dios sino a Su naturaleza misma:

¿Cómo puede un Dios bueno permitir el sufrimiento?


El que tiene el poder de hacer cualquier cosa en cualquier
momento... ese es soberano.

Aunque no utilice ese poder. No hacer uso del poder no
significa que no lo poseas.



Hay una explicación, y ésta reposa

como prudente secreto

en las manos de un benevolente Creador…


Eso es suficiente.


La mente insaciable siempre busca explicaciones...
“Sólo confiaré si puedo entenderlo”

Al hacer la pregunta exigimos que Dios gane,
no sólo nuestra aprobación, sino nuestro consentimiento.
Tenemos que autorizar Sus acciones.

Si yo fuera Dios, lo detallaría todo, me haría explicar para que me amaran...
Pero Dios no es un Dios que se encorve

para pedir permiso para actuar.

Cuando llega la "desgracia inevitable”,

se mina nuestra confianza en Su absoluto dominio
y se tambalea nuestra confianza en que
Él es bueno, extraordinariamente bueno.

Y lo que en verdad creemos sale a regañadientes.

Le pregunté a un candidato a misionero,
“¿Enseña tu escuela que Dios es soberano?”

“Oh, sí, Dios es todopoderoso.”

Todos estamos de acuerdo en que es poderoso.
Pero, ¿soberano?

Soberano no es lo mismo que poderoso.
Lo poderoso puede... si quiere.
Lo soberano ES.

¿No es cierto que,
si en un único acontecimiento parece menos soberano

entonces NO es soberano?
Entonces tendríamos que buscar otra palabra.

Según el diccionario soberano significa: supremo,
autoridad suprema,
independencia y auto-gobierno.

La soberanía es un vocablo de absolutos.

Aunque la explicación total se escapa de la comprensión de
las finitas mentes humanas,
hay una respuesta.

La explicación implica que expongo mis porqués.
La respuesta implica que sólo tengo un porqué.

La respuesta no llega
por pensar
por imaginar
por deducir... no procede de las mente de los hombres.

La repuesta proviene sencillamente de Su Palabra.

YO SOY

Dios se identificó ante Moisés como... YO SOY.
Qué extraña forma de decirlo.

Nada queda al azar... en la más sorprendente revelación de sí mismo Dios lo deja dicho todo.

YO SOY Todo

Todo cuanto existe

Todo cuanto necesitas

No hay nada, ni hay otro

El Único.
























La Escritura es clara. De principio a fin.

Dios “es”. Y Él es Dios. Y no hay otro.

Somos nosotros los que catalogamos y etiquetamos los acontecimientos.
Así vivimos por el Árbol de la Muerte:
la pomposa creencia del hombre de que
sabe diferenciar
el bien del mal...

En ocasiones

el beso de un amigo es traición,

una muerte a destiempo es a su tiempo,

una inofensiva oveja esconde un colmillo despiadado.

¿Cuándo seremos capaces de ver cuán reducida
es nuestra visión

...y nuestra confianza?

Al mirar al mundo
(mi pequeño mundo, y el otro gran mundo) veo

inmensas fuerzas en acción... poderes en combate.
Hombres matan a hombres. Naciones pueden hoy matar a TODOS los hombres...

Déspotas encarcelan a otros y ejercen dominio.

Satanás está ahí. Sus poderes
se arremolinan... y parecen ganar la partida.

Luego estoy yo. Puedo destruir. Puedo hacer daño.

Por último, está Dios. ¿Hay poderes que sólo Él
pueda controlar?

Sí, hay poderes que se escapan al control humano. Potencias enormes y temibles. Mayores que yo, ¡más grandes que la tierra! Y si miro a lo que puede verse...
las veo.

Pero cuando miro con detenimiento a la Palabra de Dios,
nada hay que quede más claro,

nada hay más reiterativo que esto:

Dios en última instancia está al cargo de todas las cosas.

Él tiene la Última Palabra y el que tiene

la Última Palabra tiene todo el poder.




















Tiene que haber un llamado.
El hombre no escoje su lugar en las crónicas de Dios
ni su tiempo aceptable.

Las sendas de su historia personal han sido también marcadas
por mano de Dios, no por sí mismo.


Abraham, señalado por Dios, escogido
entre idólatras paganos
para conocer y seguir al YO SOY.
Conocerle por seguir Sus pasos...


Fue escogido para un lugar, un tiempo y
una manifestación específica de Dios.
Igual que tú.



Fue seleccionado para apadrinar naciones
pero Dios se cercioró de que pareciese

humanamente imposible y aun divinamente improbable.

Mucho antes de que Dios lo llevara a cabo, lo dijo.

Él es Dios sobre Todo, Único Gobernante e Interventor.
Cuando habla, el universo mismo
se adelanta para cumplirlo.

Las leyes naturales se derrumban al sonido de
Su Trascendente Voz.
Las voluntades humanas luchan hasta la extenuación, y después se rinden.

El eco de Su Palabra quiebra y crea,
hace y divide.

Y nada la retiene,
ni aun la inoportuna estupidez humana.

Educado en la amargura del error, Abraham aprendió que cuando Dios habla, su palabra se llevaba a cabo soberanamente.

¿Habría de hablar la Soberanía y NO suceder?



Pero lleva un trecho ver a Dios... como Dios.
Descubrir que aquello que Él promete
sólo Él puede entregarlo.
Dios nunca pidió la ayuda de Abraham,
sólo su rendición...

Pero al pensar que Dios necesitaba ayuda,
Abraham estuvo años alimentándose el amargo fruto
de forzar el cumplimiento de la promesa de Dios
antes de que ésta madurara.

Su pútrida creación de la Idea de Dios
le absorbió hasta agotar su última gota de esperanza.
Asimismo afectó a su matrimonio.

Poco a poco Abraham aprendió a orar en vez de obrar.
A esperar en vez de correr,
a ver a Dios y no a sí mismo.

Y sobre todo, descubrió cómo recibir:

Recibir la incomparable
bendición de Dios... sin merecerla.

Desistir de lo que más amaba, recibirlo
resucitado de una muerte de diseño divino.

Aceptar sin quejas su pavorosa insuficiencia
para afectar la voluntad de Dios ¡o incluso
para tratar de quedarse al márgen!

Isaac fue concebido cuando el hombre,
por el colpaso de su propia destreza,
fue destituido de intentar apoyar el plan de Dios
y fue dejado sin nada... excepto una fe desnuda
en el Único que ostenta el poder.

Cuando un hombre es reducido al
embarazoso nivel del simple recibir,
la promesa de Dios se ve libre de obstáculos para cumplirse...

no hay hombre altivo que pueda atribuirse el mérito
de lo que Dios hizo en su totalidad por Sí Mismo.

Pero nadie jamás vivirá de modo voluntario
en la extrema vulnerabilidad que significa recibir.

Es una desnudez excesiva, demasiado excesiva.


Ha de sufrir el oprobio de no tener otra opción.


Ha de ser imposibilitado en su determinación
de cumplir una visión que él no produjo.



La debilidad es la invitación final del hombre

que Dios espera con infinita paciencia.









Jacob, un hombre de acción. “Muchas gracias, pero me las arreglo para forjar mi propio destino”. No necesitaba la ayuda de Dios para llevar a cabo el plan de Dios.


Una dinamo humana... haciendo que funcione.


Cualquier medio justificaba el fin y él utilizó cualquier medio
para conseguir la bendición que le fue prometida en la matriz.
Como Dios la había prometido, robarla no era inmoral.

La voluble escala de integridad del ser humano.


El caso es que Jacob fue escogido de forma soberana, por lo que

a pesar del estropicio, Dios enmendaba.
Aunque huyera, Dios huia junto a él.
Por mucho que se hundiera, allí también estaba Dios.
Cualquier problema que tuviera era asunto de Dios.


No había Reproche Divino ni rechazo. Ah sí, hubo disciplina.
Hubo consecuencias.

Pero por encima de todo se hacía presente
la Entrega Absoluta y la Presencia Inequívoca...
hasta el fin mismo de todo.

La Soberanía es un verdadero amigo.
Jacob por fin se cansó de su penosa gestión

y estaba preparado para enfrentarse al hermano al que engañó.

Fue un hombre que resultó quebrantado
a consecuencia de su propia lucha vital,

pero estaba en tal desesperación, en tal frenética necesidad de Dios, que su asidero fue de hierro y
la fuerza que le quedó no descansaba ya
en logros humanos para alcanzar
los Fines Divinos

sino sólo en

el poder de una necesidad crítica:
aferrarse urgentemente a Dios al punto
de no dejarle marchar...

Los demás poderes se habían esfumado:
planes, trabajos, conquistas.
Le habían debilitado
y a la postre fracasaron en llevarle al
destino por el que había vendido
el honor de su alma.

Pero mediante ese poder último de brutal desesperación
al final palpó
la única fuerza humana que
mueve a Dios a tomar control...
la necesidad en estado puro.
Dios había estado con él observando,
esperando tras los atajos,

comprometido con el hombre aun
en su extrema independencia

pero ahora Jacob dejaba vacante el Asiento y

permitía a Dios tener Su Trono por Derecho.

Así pues Jacob, mediante una crisis interminable,
fue transformado en Israel.
El hombre de Dios se convirtió en el hombre EN Dios.


Dos hombres completamente diferentes.


La propia esencia íntima de aquel hombre había sido

transformada por

el entendimiento último de...


su completo fracaso de intentar ser Dios.


YO SOY.






Es curioso: el que no busca “porqués”

con el tiempo... sabe... la respuesta
a las preguntas que no necesitaba hacer.

Y sólo ese tipo de persona halla la respuesta.


José, ese héroe magnífico se convirtió en tal
porque en vez de

obsesionarse con el “por qué” trató con el “cómo”.

¿Cómo puedo agradar a Dios?
¿Cómo puedo servir a Dios?


Si alguna vez ha habido un hombre que tuviera el derecho hostil de preguntar “por qué”,

¿no habría de ser José?

Un hijo favorecido.

Un hijo fiel.

Limpio...
maleable pero lo bastante fuerte
como para dar aviso de las malas acciones
de sus hermanos... cuando fue preguntado por ello.

Cruelmente rechazado

por su sueño originado en Dios

y por su carácter sobresaliente.


No escuchamos un alarido estridente al estilo de
“Dios, ¿por qué?”
Sólo una simple adaptación a la circunstancia que en ese momento tenía que vivir.


La pregunta de José: “¿cuál es tu voluntad en esto?”

La pregunta humana es: “¿por qué?”
“Detállame Tus razones y entonces puede que te siga.”
La pregunta legítima,
la que puede obtener respuesta es: “¿qué?”

El “qué hago” de Dios es “haz lo que tienes entre manos.
Vive la vida que encuentras.”
Y José lo hizo.

Sólo para volver a sufrir, no por el pecado, sino
¡por no pecar!

Podría haber voceado, “¿de qué sirve esto?
Dios no es justo y no hay justicia!”

Ah, pero YO SOY.

En el infernal agujero donde cualquier persona razonable renuncia porque
su “por qué” le empapa las entrañas,

el José enjaulado volvió a preguntar... “¿qué... cuál?”

“¿Cuál es Tu voluntad?
¿Cuál es mi tarea?”

“Haz lo que tienes entre manos. Vive la vida en la que estás atrapado. Hazlo bien sustentado en la fe de que Yo tengo un Objetivo Divino”.

Y José lo hizo.
Aun allí.

La pregunta no es “por qué”, y
mediante la devota aceptación de lo que Dios quiere
emerge el “por qué” de Su propósito.

En algún punto que no sabemos, José recibió en su corazón la revelación del
inimaginable y brillante propósito de Dios.
Sabemos el fin de la historia. José no lo sabía.
Para él había sido un misterio vacío,
un rompecabezas sin solución.
Era el secreto de Dios. Sólo Él podía revelarlo.
Y lo hizo.

Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación.
Génesis 45:7

Lo supo. José supo por qué.
Era un propósito tan grandioso, tan heroico,
que estuvo dispuesto a sufrir para ver su cumplimiento.

El trauma crea un dilema con Dios, no sólo con la vida.
Deja en evidencia Su carácter,
Su poder y Su amor quedan en entredicho.
El sufrimiento distorsiona nuestra visión de Dios al punto de que Él parece tan insignificante como inepto.

El sufrimiento no necesita explicación.
Experimentarlo reclama sanidad, no razonamiento, pues
el sufrimiento te parte en dos,
crea una brecha entre ti y
tu propia existencia.
La actitud de intransigencia ante tu propio dolor personal,
procurando borrar los hechos
excluyéndolos de tu presente,
te convierten en tu propio asesino.


Pues tu sufrimiento tiene vida propia, bulle de ideas todavía no nacidas, palpitan con misterio,
están enriquecidas con el potencial que puede resolver tu futuro sufrimiento, y –aún más sorprendente– tu pasado también.
Tu sufrimiento guarda los secretos de tu designio y por tanto
es la fuente oculta de tu poder.

Para poder usarlo debes valorar tu sufrimiento
lo bastante como para extraer el tesoro que oculta.

Al final

José averiguó por qué.

Había estado en la escuela, forjándose como gobernante cuyo poder salvó muchas vidas.


El “por qué” se revela sólo a los que son fieles.

Para José, el YO SOY había sido suficiente.
Dios podía evitarlo. Dios no lo hizo.

Así que Dios tenía buenas razones.

La mayoría de los hombres nunca llegan al final… para comprobarlo.

Sus rabiosos “porqués” han corroído el gigantesco potencial

dejando sólo restos diminutos de amarga ineficacia…

mucho antes del fin.





Dios es tan Dios que ninguna persona le puede frustrar,
nadie le puede burlar y
nadie le puede utilizar.

Balaam es un nombre que simboliza la codicia… su historia así lo reflejará por los tiempos eternos.
La vergonzosa corrupción de un llamamiento puro.

El rey de los Moabitas quería pagar a Balaam para que maldijera a un Israel protegido. Y quería pagar muy bien para asegurar esa maldición. Al ser un profeta válido, Balaam preguntó a Dios.
La respuesta fue “no”, clara e inequívoca.


Así pues el rey elevó el precio. Balaam volvió a preguntar y la respuesta parecía haber cambiado a “sí”. Cuando preguntas a Dios una segunda vez significa que anhelas otra cosa más de lo que anhelas Su voluntad.

Y es frecuente que el Señor Soberano te deje campo libre.

Después tendrás que vivirlo.
Como anida en tu corazón tendrás que ver su
triste conclusión.

Ya no es Su voluntad, sino Su consentimiento. Pero
no te equivoques:

Su voluntad prevalecerá… con o sin ti.

Así pues el asno de Balaam le corrigió.
Las ganas que tenía Balaam de acudir eran tan fuertes que no se percató de que su orgullo acababa de ser insultado por el uso que hizo Dios del
más estúpido e infame animal.

Balaam desenvainó una espada para matar al animal
que osaba detener su próspera aventura.

Los asnos y los ángeles pertenecen a Dios.
Le sirven… en plena fidelidad.
Sólo la humanidad es lo bastante necia
como para pretender saber más que Dios.

Aún así Dios le dejó ir, incluso le envió allí. ¿Ves?
La soberanía no significa un control asfixiante.

El propósito de Dios no se ve amenazado ni un ápice por
nuestro fracaso de entrar en él.
Las acciones ilícitas tampoco limitan de ninguna manera
Su propósito final.


Había pronunciado bendición sobre Israel.
Ningún hombre podía igualar la apuesta
ni deshacer esa bendición.
La maldición de un hombre sobre lo que Dios bendice
sólo consigue que la maldición se vuelva en su contra en todo su horror.

Balaam, el hombre del dinero, lo intentó pero no pudo maldecir. Cuando abrió su boca de profeta sólo pudo pronunciar
una bendición victoriosa para Israel
y una clara profecía acerca del Cristo.

El hombre que se puede comprar quizás esté ungido pero no tiene la última palabra. Pagar por la Palabra de Dios puede ser una terrible corrupción en un hombre de Dios… Ten cuidado. Ten cuidado.

No puedes utilizar al enemigo de Dios para tu
propio engrandecimiento, ni al
mal para tu propio bien.
Semejante pago es una vileza.
No es necesario ceder, pues
Dios Mismo recompensa a sus siervos,

Espera el milagro del cuervo y la vasija de la viuda.

Dios usará a los hombres. Tiene ese derecho.
Puede utilizar, hacer naufragar, y enviar a un hombre.

Pero Él es honorable y esa persona será
recompensada y
sustentada por completo.
El Dios Único no tolerará que intenten utilizarle para incrementar la estatura de un hombre o el peso de su cartera.

Las motivaciones de ese hombre se expondrán a los cuatro
vientos y la condenación llegará, no sólo de parte de Dios, sino también de los hombres.
Al igual que los profetas y los asnos, el poder de una maldición
está sujeta sin paliativos
a los deseos del

Gran YO SOY.











Dios corona a los reyes. Reinan para Él.

Si dejan de reinar para Él, son destronados.

Saul era un ejemplo como hombre pero
de una entereza lamentable como rey.
Empezó bien, pero duró
muy poco como Soberana Elección.

Ser rey no le bastaba. También quería ser sacerdote.
Ser vencedor no era suficiente. También quería ser Dios:
decretando quién habría de vivir y quién de morir,
ignorando deliberadamente las directrices de Dios.

Ofreciendo una descerebrada misericordia que Dios no ofrecía

al enemigo que había jurado aniquilar Su propósito.


Aunque mantuvo el poder y la posición,
perdió el Favor de Aquel que entrona al hombre.

Por tanto su corona fue hueca y privada del brillo de las gemas.

Hasta aquí hemos llegado, dijo Dios.
No obstante los reyes son Suyos.
Los utilizará para Sus propios fines. Lo hará.

Así pues Saul se convirtió en el instrumento de la Divina Supremacía para entrenar a un sucesor al que odiaba.

Este fue el propósito original de Dios, y Saul
lo habría de cumplir por las buenas o por las malas…
¡y lo cumplió hasta la última tilde del último renglón!
Así pues, David aprendió de Saúl a cómo no reinar siendo rey

mediante el entrenamiento en…
su sufrimiento.


Esto es tan fundamental y valioso
como cuando el modelo a seguir
es el ideal perfecto.



Dios prevalece.

Su Brillante Diseño se cumple de un modo u otro.



¡Esto es Soberanía!
















David adoraba.

Nunca antes ningún hombre había alabado como David.
Quizás nadie más desde entonces.


Adoraba

siete veces al día,
continuamente.
En medio de la tribulación.
En y después de una tragedia.
Después de ser culpable, del castigo,
y de ser bendecido.

¡Emocional, creativa, poética… físicamente!

Oh, sí, se nos ordena alabar. Somos llamados y
creados para esa actividad.

Pero, ¿alabamos a Dios como respuesta directa ante...
un tesoro en cenizas?
una reputación robada?
una muerte a destiempo?
¿Ante lo injusto, lo hiriente,
lo ridículo, lo insoportable?


Ah, sí, Satanás está ahí y debe ser resistido,
incluso silenciado.
Pero, ¿no debería estar eso en un segundo plano en vez de ocupar la primera plana?
¿No está su actividad limitada a los márgenes que Dios establece?
¿No prueba definitivamente esto la vida de Job?

Oh, sí, hay consecuencias por mi pecado.
Cosecho el mal que siembro.
¿Pero no es Dios quien determina el alcance, el ámbito de esa cosecha? ¿No lo hizo así con David? Y David alabó aceptando ese coste.

Sólo puedo adorar y
sólo adoraré
en la proporción exacta a mi creencia en que
Dios es el Determinante Final de todo.
Adoraré hasta ese punto... al Dios verdadero.


El hombre adora. La cuestión no es si adora,
pues ese es su propósito inconsciente.
La pregunta es: ¿a qué adora?


La adoración es el centro de toda vida.
Adoras a lo que te posee y escoges
–muy deliberadamente– lo que ha de poseerte.

Todos somos huérfanos en busca de un Padre… que supla nuestra necesidad. Y aquello que percibamos que contiene nuestro sustento, esa fuente es donde empezamos a construir nuestro altar sagrado al que llamamos “padre”.
Construimos un altar al pie de la fuente de provisión,
haciendo acopio de lo que creemos que nos satisface…
una persona, un trabajo, una idea, un objeto.

Pero lo que necesitamos tiene poder sobre nosotros y
ese poder es temible e inquitante
por la vulnerabilidad que genera.

Así pues esta es la razón por la que las personas escogen a su dios:
Hay algo en la vida que consideras esencial.
Y esa esencial necesidad tiene poder sobre ti.
Y a lo que tiene poder sobre ti, temes,
temes en gran manera.

El hombre reserva su adoración a lo que posee
mayor supremacía.
La nobleza no entra en la ecuación.
Es el mero poder lo que nos atrapa y
nos hace súbditos.

Y adoras a lo que temes.
Puede que odies el objeto que adoras.
Puede que te escueza estar bajo él, pero no por eso deja de ser adoración.

Erramos al creer que adoramos lo que amamos. No es así. Es posible odiar con adusta fuerza a lo que está por encima de nosotros y no dejar de venerarlo.
Lo que necesitas es lo que tiene poder sobre ti.
Lo que tiene poder es lo que temes.
Y a lo que temes, deificas.
Eres poseído por lo que necesitas y por lo que temes. Y lo que te posee se convierte en tu dios.
No importa tu testimonio. No importan las palabras.
No importa tu opinión acerca de aquello a lo que rindes
pleitesía.

Entregas tu vida al objeto de tu adoración.
Asimismo morirás por tu objeto.
Vivirás y morirás por lo que crees
que mantiene tu vida en equilibrio.

Lo que necesitas, eso temes.
Lo que temes, eso adoras.
A lo que adoras, sirves… y mueres por ello.


Lo mismo se aplica al hombre. Si sufres constante miedo del hombre, entonces el hombre es tu dios. Si tu terror es la pobreza entonces servirás a la pobreza. Y así, sucesivamente.

David aprendió Quién era soberano en las colinas traicioneras de Israel. Descubrió al Dios que tenía más poder que el oso y el león. Por ello cuando Goliat le amenazó ¡David no tenía miedo! El Dios que le dio fuerzas para enfrentarse a las bestias dominaría al gigante.
¡Y así fue!

El valor de David podría atribuirse al concepto que tenía acerca del poder del gobierno de Dios.
El valor no es una cualidad del carácter.
Es el resultado de lo que crees que tiene poder.
La fe de David en un Señor Soberano le introdujo en
batalla y le dio la victoria.
Pero el tirano chiflado, Saul, a punto estuvo de matarle y con
su poderoso trono de monarca intimidó a David.
Y el suelo que tenía bajo sus pies se tambaleó
por el temor a la muerte que le sobrevino.

Su valor le abandonó y corrió para ocultarse.
¡Su honestidad le abandonó y su mentira conllevó la muerte de 85 hombres! “Hombres que vestían con efod de lino”. Siguiendo sus pasos, su dignidad también sucumbió al punto de intentar salvarse dejando que las babas le chorrearan por su barba.

Te postrarás ante tu ídolo, ante tu objeto de temor.
Lo harás… y te convertirás en algo semejante a él.

Pero en algún lugar de aquellas yermas colinas,
el fugitivo acosado puso las cosas en orden.

No hubo cambios en Saul que demostraran que Dios era grande. No se vindicó la inocencia de David. Pero de algún modo éste halló de nuevo a su Señor Soberano y la paz de aceptar Sus extrañas formas de control.
Recuperó su adoración, y junto a ella su heroismo para
luchar de nuevo contra poderes extraordinarios… y ganar.

Jamás alzó de nuevo su mano para protegerse, para enderezar entuertos, ni siquiera para matar al rey (aun con razón hacerlo) cuando pudo conseguirlo con harta facilidad. Su Gran Maestro era el Señor de todas las cosas. Él habría de procurar y cuidar por su liberación.

¿Quién puede imaginarse los lamentos de agonía de David procurando resolver su arraigada tribulación?
¿Quién pudiera alcanzar a medir sus tratos y comunión con Dios en los páramos para aferrarse de nuevo a su fe?

En los años subsiguientes, como Rey con poder para matar, cuando se vio frente a una necia boca que le acusaba injustamente… supo que provenía de Dios. Y Dios fue capaz de bendecir a David a través de lo malo al igual que de lo bueno porque
nada le frustraba, nadie le detenía.

Una vez más, cuando su propio hijo sitió el trono de David, lo dejó todo en manos de Dios, abandonó la Ciudad –no para luchar– sino para dejar la refriega a la determinación de Dios,

rindiendo su corona a la única protección de Dios.

Hay un nivel de fe que se aferra, se enzarza y engancha. Y esa es fe es buena. Pero otro nivel de fe se rinde por completo al Dios Todopoderoso y esa fe es más alta. Una fe más alta en un Dios Más Alto.

David fue un adorador porque Su Dios era Dios,
lo bastante grande como para gobernar y lo bastante bueno para ser justo en Su gobierno.

Su Dios era soberano.
Pero también era bueno.


































La historia no descansa en puños de reyes enérgicos sino en
las manos implorantes de aquellos que rezan.

La historia le pertenece a Dios y Él puede cambiar su curso
bajo el efecto de una pequeña vida.

Ester era una vida insignificante, una doncella desconocida prisionera de un rey asilvestrado.
Condenada por su belleza a ser esclava en su harén.

Pero un Dios Soberano no está limitado por lo que a nosotros nos limita.
La situación imperfecta es una simple transición
a Su estado de Triunfo,
a la señal inequívoca de Su Victoria Ascendente.

El favor de Dios puede hacerte invisible o
exponerte como una almenara.
Esa preferencia Divina de una persona sobre otra
se basa únicamente en Su elección predestinada.
No por mérito o valía… ni por un amor preferente.

Ester actuó en su insignificante vida con excelencia y
sencillez; siempre con deferencia hacia los que gobernaban sobre ella y nunca se le ocurrió imaginar que cada movimiento que hacía tenía gran importancia.
Vergonzosa y sin pretensiones,
fue obligada a dejar que la pusieran en
pleno centro de un peligroso feudo.
En ese lugar se convirtió en una mujer
cauta en sus pasos.
Ester permitió ser apadrinada por un primo de adopción.
Permitió que la sabiduría de alguien mayor que ella la guiara.

Ester se dejó ayudar… enseñar, y así consiguió
secretos de eunuco con los que obtuvo favor.

Y el tiempo… tiempo es el digno precio a pagar para desarrollar
el espíritu de una mujer.

Seis meses con óleo de mirra,
la amarga sustancia del sufrimiento.
Se tomó su tiempo para aceptar el sufrimiento de su vida…
lo que parecía ser una pérdida total hacia un
vacío sin sentido. ¡No había escapatoria!
Privada de su pueblo y de una vida de
libres elecciones.

¡Menudo sufrimiento hubo de aceptar y
cómo permitió que éste la ablandara!
Cuando terminó su trabajo de aflicción
y permitió a Dios escogerle lugar… entonces

estuvo seis meses con
“perfumes aromáticos y afeites de mujeres”.

El sufrimiento no produce fragancia.
Una vida perfumada exuda de una rendición a
la mano limitante de Dios, y sólo esto es
bocanada de dulzura,
una vida enigmática debido a su extravagancia.

Sus adornos no eran llamativos aderezos.

La verdadera belleza yace en la sencillez…
en el despojo, no en la dote.
La auténtica elegancia proviene del íntimo misterio del corazón,
reteniendo más que dando.

Vestía con la dignidad y la gracia de una reina, diseñado así
por Dios en un precioso crisol, velado y terrible.


El rey no la escogió, sencillamente la reconoció.
La que había sido una del montón se convirtió en la única.
Por tanto, Ester tomó su lugar en el orden de Dios…
fue exaltada a través de la rendición.

Aprendió a estar alejada de su pueblo y a solas con su
secreto de identidad judía. Una mujer rodeada por cientos
y cientos de mujeres
pero que estaba sola más allá de lo definible.
Y entró en esa soledad, ese
terrible desamparo,
con la sumisión interior –a Dios–
que produce nobleza.

La causa de su éxito personal fue que
siempre estaba en su lugar.
Por una intensa aceptación fue capaz
de ver sus límites y
de tolerarlos con quietud.
Ni por exceso ni por defecto.
Ciertamente murió a su propio destino, ni soñando siquiera que precisamente por ese perecer estaba en el umbral de ese destino.


Dado que renunció a tener poder sobre su propia vida,
le fue confiado el Poder
de salvar a la nación que habría de
amamantar al Cristo niño.

El poder que poseía no sólo era el poder de su posición, (ese poder es obvio).

Su poder oculto era inherente, la fuerza interior de la abdicación… el gran poder de la rendición a las cambiantes
ráfagas de los vientos de Dios.

Todos y cada uno de nosotros tenemos fuerza natural a la que aferrarnos. Pocos han agotado sus reservas y así poder abdicar.

Y aún menos son los que entienden que en esa renuncia
la Soberanía de Dios no tiene fronteras, pues no tiene rival.


Él puede exponer un complot de asesinato a la persona adecuada. Puede dar insomnio al rey y guiar su mano a un libro
de memorias y crónicas. Y Él puede dar a una doncella insignificante un papel crucial y decisivo en el curso de la historia:

preparadla… “para este tiempo.”

La crisis llegó. Con su pueblo amenazado de extinción,
su único poder de salvación pendía de Ester.

Su reticencia natural le hacía estremecerse pero
su valor adquirido le hizo someterse de nuevo.
Someterse al peligro más terrible que jamás hubiera enfrentado:
revelar su secreto y verse obligada a compartir el
destino de aniquilación que le esperaba a su pueblo.

Su posición social no garantizaba el
favor automático del rey.

Era un monarca bajo público escarnio
por culpa del insurgente Vashti.


No era alguien accesible.

Así pues, ella y sus doncellas ayunaron en silenciosa desesperación. Y la Sabiduría llegó, y aconsejó que diera
antes de pedir.

Exaltar al hombre que la había encarcelado.
Reconocer con reverencia su poder otorgado por Dios.
“Alimentar” su hambre secreta.

Mostrar a los demás su esplendor para contentar
el orgullo legítimo del rey. Ella entregó lo más precioso
de su femineidad
para él, por él.
Justo lo que Vashti se había negado a hacer.
Tomó su vida destilada, reunió sus riquezas secretas,
y se reveló al rey por entero, sin reservas,
en presencia de ese mundo expectante
que le rodeaba.

Ester entendió la necesidad que el rey tenía de ella antes
de solicitar que la suya propia fuera atendida.

Reconoció su corona y
honró su trono
antes de que la coronara con el cetro
de la mitad del reino.

Se ganó, y digo SE GANÓ, su favor antes de que ella pidiera
el suyo.

Se inclinó con humilde rendición,
le dio un merecido margen de perfecta libertad,
sin dictar ni forzar su decisión.

Sabía que era… ¡Rey!
Y dejó que lo fuera,
reconociendo su vasto poder sobre ella…
literalmente poniendo su vida en su mano reinante.

Y él le dio todo cuanto pidió y más. Mató a su enemigo
en vez de a su pueblo, y le entregó a su primo-padre
la posición más cercana al trono.


Ese es el poder de una mujer
que se entrega a Dios y
a la vida que Dios escoje para ella:

Poder de influencia para cambiar el flujo de la historia
en la dirección de Dios.


Porque ceder poder es ser visitado por la
Presencia Interventora

de Aquel que tiene Todo el Poder…


y que gobierna a los gobernantes.







Satanás pidió a Job prestado.
YO SOY, la Fuerza Protectora, estuvo de acuerdo.
¿Por qué el YO SOY habría de hacer tal cosa?
Los amigos de Job sabían por qué: Sin duda algún crimen oscuro y oculto
había cometido Job para merecer su sufrimiento,
o de lo contrario no estaría sufriendo.

Dios, desagradado con amigos que se movían en orgullosos porqués,
en explicaciones humanas de divinos inexplicables…
nunca se justificó.


No era un asunto de “sembrar y cosechar”,
de justicia, de “causa y efecto”.

Se trataba sencillamente de lo que Dios había elegido para Job.

Cuando se es Dios, no debes ninguna
explicación, ni de Ti Mismo ni de nadie.

Dios sencillamente escogió las experiencias de Job.


En vez de responder a preguntas de un hombre con luchas internas,
Dios hizo unas cuantas preguntas de Su propia cosecha.

“Job, ¿dónde estabas tú cuando YO ERA?”

“Job, ¿quién eres tú para pedir un porqué a Aquel que
lo hizo todo?”
“Job, ¿crees que puedes decirme algo
que Yo no sepa?”

Esas preguntas, terribles preguntas, mostraron a Job la
laguna que existía entre su intelecto y el de Dios. Al darse cuenta de esto empequeñeció... y vio a Dios, en verdad que vio QUIÉN ES ÉL por primera vez.

Los amigos de Job se perpetúan… siempre hallando porqués imaginarios en el relato: “Era el orgullo de Job”… pero Dios Mismo había dicho que no había tacha en aquel hombre.

Tendremos las respuestas que queremos
aunque tengamos que improvisarlas.

La concupiscencia de los amigos de Job nunca se queda satisfecha ante los misterios. La respuesta final de Dios al asunto fue, “YO SOY (y eso significa soberano).
Eso es cuanto tengo que decir.”

Lee el libro hacia atrás. Léelo hacia delante, la conclusión no deja nunca de ser que Dios dijo sencillamente que YO SOY EL QUE SOY.

A Job le presentaron un Dios Formidable.
Su Dios era tan pequeño que sólo podía bendecir a Job
con bendiciones. No sabía que necesitaba a un Dios que fuera lo bastante grande como para bendecirle mediante una gran catástrofe.


El temor de Job consistía en que el YO SOY no era capaz de
protegerle a él y a su mundo.
El Dios de Job no era absoluto.

Y Dios amó a Job lo suficiente como para engrandecerse
ante aquel hombre.


Cuando sufrió y las bendiciones se esfumaron, el carácter de Dios se puso en duda. Así ocurre con nosotros.

Cuando habló acerca de la criatura viviente más terrible que había sobre la tierra, Dios argumentó Su supremacía por haber formado a esa criatura. El temor de Job en la vida, el temor de la propia vida, le impedía alcanzar una adoración más alta.
Dios no consideró su temor un mal condenable, tan sólo
humana ingnorancia, y es así que

Dios resolvió su miedo, y le llamó a que sólo temiera…
al Único Soberano.

YO SOY. Ningún otro es.

Ni el leviatán.
Ni el hombre.
Ni Satanás.
Ni Job.







Habacuc se sentó en total impotencia,
testigo del derramamiento de sangre, de la injusticia, la idolatría,
y la cruel destrucción de Judá a manos
de impíos Caldeos.

Cuando se hartó de ello hizo lo que cualquier hombre honesto hace. Puso de relieve la ausencia de Dios.
Preguntó, “por qué, qué está pasando y hasta cuando.”


La diferencia entre Habacuc y otros es esto: él increpó deliberadamente a Dios Mismo. Entre nosotros nos decimos que es un Dios impotente y por dentro nos quejamos de los que consideramos son Sus fracasos.
El común de los mortales carece de
la integridad para enfrentarse a Él y
del coraje para escucharle.


Pero Habacuc bramó en su indignación moral. “La justicia nunca prevalece”, decía. “La destrucción y la violencia están ante mí.”

EL YO SOY contestó con presteza. Pero en vez de pacificar
al hombre indignado al que amaba, Dios procedió a incitarle
aún más. Le dejó estupefacto al decirle algo “que nunca
antes se había oído.”

La brutal nación que destruia a Judá había sido
enviada deliberadamente por la Mano Controladora de Dios.

¿Los malvados enviados contra los justos para hacerles
más justos? ¿Entregar al mal un poder predeterminado sobre el pueblo de Dios, una crueldad enviada con el expreso propósito…
de hacer sufrir?
La idea de Habacuc acerca de la justicia se tambaleó.
“¿Cómo es posible que Tú, inocente de todo mal,
uitlices ese mismo mal para Tus propósitos?

Así pues aquel hombre interrogó a Su Dios Endeble por Su inacción y empezó a acusarle de no ser fiel a Su propio carácter. Y a Dios le gustó la contienda.

Hay muchos que nunca le dicen a Dios a la cara lo que Él escucha en sus corazones y ellos creen que no puede oir.

Entonces Habacuc se subió a la fortaleza para mirar
y escuchar. Le dio a Dios la oportunidad de responder. Pocos harán eso. “Velaré para ver lo que se me dirá.”
Y se puso a esperar.

Lo que llegó fue la promesa cierta de Justicia Divina de
la boca misma de la Propia Justicia:
La cuestión no era “si lo haría o no”, sino sólo “cuando”.
“Aunque la visión (de la justicia) tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará.”

La justicia no está formada por lo que “YO” estimo justo. La rectitud es lo que Dios ordena.
YO SOY… justicia.
Y la justicia que creemos que ha llegado a destiempo
no es una justicia denegada.

“Mas Jehová está en su santo templo.” Dios está en el trono.
Nadie ha usurpado jamás ese trono. Nadie lo hará jamás.
Nadie podría. Nadie le engaña, le detiene
o le confunde.

“Calle delante de él toda la tierra.”
El hombre no tiene nada verdadero que decir contra Dios y no tiene consejo para Él. Puesto que Él es el YO SOY, tú cierra la boca.

Dios es Dios… gobernante y omnipotente.
Puede hacer lo que quiera, cuando quiera y por
cualesquier propósito no declarado que le parezca conveniente.

El hombre que lucha contra Dios siempre sale de la lucha
con un drástico cambio de vida. Pero el que se empecina en criticarle sin ton ni son cristaliza
en su oposición y duda.
Se queda… sólo… pensando que tiene razón.

A Dios le apasionan la lucha honesta.
No respeta a los cobardes.
Él gana. Siempre gana.
Esto también lo sabía Habacuc de antemano.
Se situó en la fortaleza para ser corregido
y deseaba que le corrigieran.


El Dios Todopoderoso nunca se equivoca.
Siempre se te adelantará.
Dalo por hecho… pero en esa maravillosa derrota tuya alcanzas a tocar Su gloria ardiente y se purgan las amargas sospechas levantadas en Su contra.

Dios viene al hombre que busca Su consejo, y al hacerlo
la respuesta
es siempre la misma… Él Mismo. Este es el YO SOY.
Soberano.
Su Eminente Presencia hizo tambalear a este hombre y lo situó en su debida pequeñez. Cuando estudias a Dios crees que le has dominado.
Pero encontrarte con Él significa ser diezmado.
Habacuc era débil de cuerpo,
su obstinada carne fue apaleada.


Hecho añicos por Sus Palabras y Presencia, Habacuc acabó siendo reducido a una fe desnuda ante un Dios Sobrecogedor.

El hombre no adquiere la fe. Es reducido a ella…
mediante humillación.

La pobreza ya no le separaría de Su Dios.
Nunca más las incertidumbres perturbarían sus certezas.
Y nunca más desconfiaría del Trono.


La sima que había entre sus emociones y sus creencias se disipó. El vacío existente entre lo visible y lo invisible se rellenó.
Habacuc saltó de alegría por ser capaz de reconocer a Dios.
Un Dios Magnífico, una Fuerza Abrasadora,
fortaleza extrema en los cielos:

El sol y la luna se pararon en su lugar;
A la luz de tus saetas anduvieron,
Y al resplandor de tu fulgente lanza.

Y sobre la tierra, no deja de ser un Dios Temible:

Se levantó, y midió la tierra;
Miró, e hizo temblar las gentes;
Los montes antiguos fueron desmenuzados,
Los collados antiguos se humillaron.

El hombre que se encuentra con “YO SOY” –cara a cara– sabe todo cuanto tiene que saber,
y después sólo le resta disfrutar su camino en la vida.




Libre elección y gobierno soberano.
Parece una contradicción insalvable.

No los soportamos al mismo tiempo y por ello
saltamos de uno a otro.


Aunque Dios ES soberano (porque la cruz de Cristo ha conseguido recuperar a Su creación), se ha limitado a Sí Mismo hasta donde llegan Sus propios derechos.
No violará la insustituible libre voluntad del hombre.

El gran don de la Cruz (después del perdón) es el
magnánimo don de la elección. Es una verdadera libertad ante Dios, real y específica.

La autonomía es un hecho.

Sin embargo toda elección, por muy pequeña que sea, es
un asunto de vida o muerte.

En nuestra feliz ignorancia estamos ciegos al respecto. Vemos “esto, o aquello”. Si no tomo este camino siempre me queda este otro.


No funciona así con Dios. Él tiene un Plan y no
tiene segundos apaños.
El hombre que escoge una senda alternativa pierde a Dios.
Por completo.

La voluntad de Dios no admite sustituto por muy sabroso que sea el fruto.
Él no es flexible.

La elección está ahí. Real, pero dual, no múltiple.
Sólo queda sí… o no.
Su voluntad o nada. Esa es la única elección.


Jonás escogió. Era libre de hacerlo pero ignoraba que
la vida le golpearía alejándole del Plan.
La naturaleza se le opuso.
Los demás le dejaron en evidencia y le utilizaron.
Estar con él les sujetaba al mismo peligro que a Jonás.

No hay duda de que la ira de Dios reposa sobre los desobedientes.

Puedes oponerte al Plan. ¡Puedes!
Pero descubrirás que hacerlo es peor que el propio Plan.

Dios no empujó a Jonás hacia Nínive. Él nunca fuerza.
Sólo deja las cosas claras, así como las consecuencias.

Lo que hizo fue orquestar la tierra para que Jonás pudiera
vislumbrar que era una crisis de vida o muerte.
No se trataba de Nínive o de un viaje.
No era esto o quizás aquello…
era vida verdadera o muerte literal.

Dios ES vida. Todo lo demás es muerte. Con Él está la Vida y aparte de Él está la Muerte. Y eso no puede ser alterado o disminuido.

En las entrañas de la ballena, Jonás se dio cuenta del coste de resisitir.
Nosotros apenas lo discernimos.
Cuán bienaventurado es el hombre que lo vive y experimenta.

Fuimos creados para Dios…
ni para la esposa, ni para los hijos. Ni para obras o trabajos.
Ni para logros. Ni siquiera para habilidades humanas.
Para Él… para nada más.

Y Dios no tiene ninguna obligación de apoyar
nuestra existencia o nuestra agenda personal
si éstos se entregan a cualquier otra cosa aparte de
Su Intención,
Su Idea.

Tenemos libre elección, pero es solamente un
derecho a escoger la muerte.

Dios controla a los peces, al mar y al viento… y a hombres desconocidos. El flujo de la vida y de los acontecimientos existen para Dios. Todo cumple Su deseo. Todas las cosas le sirven y le rinden cuentas. Los grandes poderes del universo se inclinan hacia Él y oponerse a esa enorme marea atractora implica ponerse a merced de un ahogamiento fatídico.

No es culpa de Dios.
No es a Él a quien culpar si afirmo mi rostro contra la tempestad y el curso natural de los acontecimientos me cala hasta los huesos.

Jonás tuvo el privilegio excepcional de comprobar que uno puede rechazar a Dios pero no escapar de Él.
Cuando Jonás se marchó, Dios no buscó a otro hombre.
Dios no admite segundas opciones.
O era Jonás o nadie.


Abrigamos esta ilusión:
Cuando Dios llama y nos faltan las agallas de decir “sí”, pensamos que con no decir nada hemos pospuesto la cuestión.
Pero la falta de respuesta se considera un no.
Un buen sustituto se considera un no.
Un receso se considera un no.

Cualquier cosa aparte de un sí es un no. No es posible desconcertar a Dios mientras tratamos de formar nuestro
castillo de naipes en el aire.

¿Quieres que haya un océano entre ti y esa necesidad brutal de Dios que Él Mismo despierta en ti?
Entonces tendrás el océano. Sus simas y sus horrores.
Su fortaleza y su inmensidad.

Entre las asquerosas babas de la ballena, Jonás hizo tres
nuevas elecciones para rescindir su estúpida elección.

Tres “voy a hacer”.
“Mas aún veré tu santo templo.”
Dios no nos retorcerá el cuello para que se vuelva en Su dirección. Es nuestro trabajo girarlo. Y el lugar al que miramos es el lugar al que nos encaminamos. Este es tu primer movimiento deliberado… cambiar el lugar al que fijas tu mirada para enfrentarte a Su dolorosa incursión en tu lamentable corazón.

A continuación Jonás determinó,
“Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios.”
La ingratitud es la causa recurrente por la que abandonamos El Camino. Nunca pensamos que Dios ha hecho lo bastante por nosotros hasta que vemos que la pérdida nos amenaza.

Y el agradecimiento es el sacrificio voluntario del hombre que
ha llegado al final de una vida que no morirá. Al final a ninguno de nosotros nos quedará otra cosa aparte de la vergonzosa pobreza de no poseer nada que poder ofrecer sino alabanza. Ni lealtad, ni éxito, ni pureza…
una nada encogida, y una absoluta devastación.
“Lo he estropeado todo. Todo cuanto me queda es alabar al increíble Dios que me ha humillado más que a ninguna otra forma de vida. Pero alabaré.”

¡Alabar a Dios en esta encrucijada es un sacrificio!
Es la entrega del entendimiento,
la rendición de una mente arrogante.
Es deponer tu derecho a hacerlo a tu modo,
la muerte de la voluntad.
Es la ofrenda de tus terrores,
la sumisión de emociones errantes.
La alabanza atraviesa mente, voluntad y emoción
y se detiene ante la rodilla doblada en pura aquiescencia.

La alabanza es dar a Dios lo que es Suyo
olvidando mi control orgulloso.

Es un reconocimiento de que Dios tiene razón y que
Él es el único

QUE ES.

La tercera determinación fue
“Pagaré lo que prometí.”

Jonás se había comprometido con la obediencia
y había vuelto a ella.
El coste es siempre mayor del que preveemos,
decir ‘sí’, es siempre más fácil que llevarlo a cabo.


Fue la propia promesa de Jonás lo que dio a Dios el derecho
a acorralarle.
Dios no usurpa derechos que no hayamos
entregado, pero los acuerdos que hagamos voluntariamente
los recibirá como un contrato.

Y no deja de ser amable que nos ate a nuestra oferta,
para “ayudarnos” a mantener nuestra palabra.

No podemos escapar de Él con facilidad. ¡Qué reconfortante!

Si yo fuera Dios, con gusto me desharía
del que no me quisiera.

Pero el Amor atrae a la ballena, y no es crueldad.

Sólo las crisis nos hacen lamentar nuestra deslealtad.
La Sabiduría Final nos conoce bien.

Las elecciones rebeldes nos sumergen en la ballena
pero la elección de ser poseídos nos hace libres.

Con Dios todo es una paradoja:
Jonás salió del control de la ballena cuando entregó
por completo el gobierno de su destino.

Nada tiene el poder de retener al hombre
que ha entregado el control al
Bendito Controlador.

La vida es un inmenso tapiz tejido por el huso de Dios.
Los acontecimientos se entretejen entre sí, se conectan con un significado.

No hay experiencia ni persona aislada.
Hay bordes que tocan y colorean lugares distantes.
Años pueden separar su conexión –algunos quedan siempre en el anonimato– pero Dios teje, siempre lanzando su aguja sobre muchos hilos, cosiéndolos inexorablemente de formas que no pueden deshilarse. Nosotros somos los hilos y somos cruzados sobre otras cuerdas, unidas, sosteniéndose una con la otra
en un tapiz definitivo e inexcrutable de humanidad que llamamos “vida”.


Todos tenemos un Nínive que nos espera, y que está a nuestro cargo: nuestra ciudad de vidas desesperadas.


Debemos estar dispuestos a ser “secados”, estirados y exprimidos a favor de Nínive. No nos atrevamos a estropear ese patrón inmenso, no obstante secreto, ni siquiera por un puntada de resistencia.

Dios nos permite el gran privilegio de ser importantes.
Pero sólo es importante en cuanto que encaje en Su esquema.
Dios se mueve. Coronará a Su Hijo. Se lo dará todo a Él.
¡Lo hará!

Se mueve inexorablemente, sin pausa hacia ese fin.
Podemos unirnos a Su marcha, pero Él no se unirá a la nuestra.

Hay un papel marcado para cada uno. Pero los que no lleven
fruto serán puestos a un lado y lo inútil será quemado.


Así pues nadie es imprescindible y nadie es necesario. No obstante, todos están invitados a ser necesitados… a unirse al “movimiento”.

Dios lo terminará.

En última instancia no depende de nosotros pero
se digna a revelarnos Sus metas eternas,
condesciende a compartir Su escenario y el
botín de Su victoria.
Ir a Nínive es un privilegio inefable.

… y, sin embargo, bajo la Absoluta Soberanía es algo que depende por completo de la libre elección.

Pero Jonás no se había librado todavía de la terquedad.
La ballena no le curó del todo.
Le puso en el camino correcto pero todavía no estaba
en el de un corazón recto.

Deseaba que los rebeldes ninivitas fueran tratados con la misma
intransigencia que su propia revolución le había procurado a él. Pero el Dios que le estrujó no tenía en mente la misma técnica para la ciudad.
En vez de ello había previsto una gracia sin castigo.
A Jonás aquello le pareció injusto y empezó a hacer pucheros.


La humanidad siempre sustituye los caminos de Dios por
un modelo de justicia centrada en sí misma.


Jonás había reconocido que Dios había ganado
pero aún le quedaba por conceder que Dios tenía razón.


EL YO SOY… siempre tiene razón.





Maravillosas, así son las personas cuyo Dios es Soberano.
Como Daniel.

Soportó a la muy vulnerable edad de 16 años
que su hogar y su ciudad fueran quemados.
Vio a sus padres, hermanos, hermanas, amigos…
masacrados.

Llevado prisionero a una tierra extraña de crueles paganos y
retenido para servir a los asesinos de su pueblo.

Privado de su hombría,
desnudado hasta los propios huesos de la existencia humana.

¿Qué hubieras pensado de Dios en semejante situación de apremio?

¿Dónde encajarías Su Soberanía en todo este horror?

¿Cómo hubieras tú evaluado Su bondad?

Sin embargo, de algún modo… Daniel logró humillarse.

Cuando Daniel relató la historia, lo expresó así:

“… vino Nabucodonosor rey de Babilonia a Jerusalén, y la sitió. Y el Señor entregó en sus manos a Joacim rey de Judá… y los trajo a tierra de Sinar, a la casa de su dios…”

Para Daniel, la Causa de la causa era Dios.
Si pierdes de vista la mano gobernante de Dios, tu mundo entra
en un caos automático. El orden –aunque quizás no el entendimiento– proviene de la certeza en el Dominio de Dios.

Sólo se puede postrar ante Dios el que sabe que Él es el Poder
Detrás de Todo,
Sobre Todo.

Dios no le dio paz a Daniel en este desorden abismal.

Lo que Daniel creía acerca de Dios era lo que le daba paz.

Dios estaba sobre todo.
Dios era bueno.


Nos sometemos al que creemos que tiene poder sobre nosotros. Lo hacemos. Dejamos de pelear en el momento en que vemos el auténtico poder de un gran adversario.


Daniel habría de convertirse en siervo.
Esa era la idea de Dios, y Daniel entró en contacto con ella y asintió.
Mediante largas pruebas de servidumbre, fue aderezado para ser gobernador, con inmenso poder sobre aquellos mismos que le hicieron prisionero.

Nadie puede servir a un enemigo con fidelidad y plena honestidad.
Debe ver a su enemigo como un Instrumento Divino.

Pues el odio engendra odio, y
la amargura, amargura.

Si piensas que es un ser humano el que está tratando contigo
tratarás de matar a ese hombre… y él lo sabrá.
Y aunque seas una persona de confianza, no confiará en ti.
Aunque seas elogiable, nunca te elogiará…

Esta creencia acerca de su Dios, una vez hubo actuado en las entrañas,
dio a Daniel una Gran Fe.

Y cuando llegó la crisis, pudo esperar que Su Dios no sólo
interpretara un sueño ajeno, sino también escenas olvidadas.

“El muda los tiempos y las edades;
quita reyes, y pone reyes.”

Para Daniel, Él había sido “Dios del cielo”, “gobernador de lo invisible.” Después lo contempló de un modo nuevo, como “Dios de mis padres”. Al haber podido intervenir en sus vidas, Él también estuvo disponible en lo práctico.
Daniel salió por su propio pie de su tragedia y entró en una esfera de tremenda influencia.

Una visión lloriqueante de Dios deja al hombre en mediocridad.

Dado que Dios era la Fuerza Invisible tras la mano de los reyes,
Daniel no peleó con el hombre.
No amaba a sus reyes crueles porque se hicieran de querer.
Trataba a cada uno de ellos con reverencia, a aquellos paganos crueles, porque habían sido designados por Dios.

La prueba asombrosa de su entereza radicó en que fue estimado
por un rey al que anunció condenación para después ser honrado por el enemigo de ese rey.

¿Qué clase de hombre tenemos aquí, con semejante resistencia?

Bendecido por reyes a los que siempre daba malas noticias,
plácido conquistador de sus asesinos, en apacible compañía
de leones hambrientos.
La Soberanía sirve al hombre con diligencia.

La paz impregna su historia.
Paz con autoridad.
Paz impuesta por la fuerza a sus enemigos.

Sú única desazón eran sus visiones. ¡Esas visiones! Empezaron con sueños, interpretando enigmas a sus reyes. Pero cada visión excedía en alcance, en relación con eventos futuros y también
con el dominio sobrecogedor de Dios.

Sus visiones predecían la caída de reyes antes de que se produjeran. Porque entendió que Dios era el Autor de la Historia, le fue otorgado el privilegio de ver los eventos de la historia que el Autor estaba planeando en detalle... de antemano.
Muy, muy de antemano.

Daniel veía visiones.. Después vio a Dios en Su trono y al Hijo del Hombre. Una vista de Dios... que cualquiera habría envidiado, y anhelado.
La vista de Daniel cambiaba continuamente, se expandía.

Los nombres con que nombraba a Dios reflejaban una revelación en continuo cambio:

Al principio le llamó Dios de los Cielos
Soberano de lo Invisible

Después le vio como Dios de los Padres
Gobernador de mis Ancestros

Más tarde era Dios de dioses
Soberano sobre otros poderes

Dios Altísimo
Señor de la tierra

Mi Dios
Gobernador sobre mí

Anciano de Días
Soberano del pasado

El Excelso
Soberano sobre todo

El Gran y Terrible Dios
Señor de Su propia Palabra

E incluso... Mesías Soberano sobre el pecado
Después de cada crisis, la luz de Daniel brillaba más.

Su Dios era más grande,
La visión mayor,
Y la exaltación personal de Daniel
crecía en igual proporción.

Pero lo que más resalta es que, al final de la crónica de Daniel,
su extraordinaria visión de Dios produjo una extraordinaria intimidad entre ellos, no implícita en los capítulos anteriores. Dios compartía Sus secretos más ocultos con el hombre, y Daniel, envenenado de pasión, no dejaba de llamarle...
“Oh, mi Dios."

El potencial no sólo descansa en la inteligencia, pues hombres y mujeres diestros caen.

El potencial de valor eterno yace en saber esto:

“... el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien Él quiere...

... el cielo gobierna.”

Daniel 4:25,26


















La raíz de toda alabanza no ofrecida a Dios es una adoración a uno mismo. Adoras lo que necesitas, y por ello tú mismo eres el que estás en el centro de tu universo y tú eres el motivo de todo cuanto haces.

Tú eres tu propio amante.

La espantosa raíz de la demencia de Nabuconodosor era, única y sencillamente, haber desplazado a Dios para deificarse a sí mismo.

Nabuconodosor decretó la adoración de sí mismo. Tres judíos se negaron a inclinarse. Su extraordinaria creencia era que Dios podría librarlos si así lo deseaba. ¡Aquel gigantesco horno no era un obstáculo para su Dios!

Su Dios se enseñoreaba de la pomposa crueldad de diminutos
potentados de cuello erguido. Además, no tenían miedo.

Nabuconodosor fue testigo de primera mano, no sólo de su supervivencia, sino de la presencia de su Dios en la flama. Durante cierto tiempo se regodeó en la maravilla de ese Dios y le dio Su debido honor. Pero su sueño le advirtió de que aún codiciaba el lugar de Dios.

El hombre que piense que lo ha conseguido
–que crea que tiene el control–
sufrirá una periodo de humillación bestial.
Eso es una certeza y un hecho inevitable.

La Posición de Gobierno de Dios no tolera competidores. Es santa e inaccesible. Aunque Dios sea accesible, Su Posición no lo es.
Él es Dios, y ese hecho nos da celos. Codiciamos Su trono.

La raíz de nuestra perversión es similar a la de Satanás, “Seré como el Altísimo.” Y no nos conformamos siquiera con eso... con ser “como” Dios, semejante a Él. Tenemos que ir más allá,
“Exaltaré mi trono por encima del Altísimo.”
Y en el fondo nuestra idea es que Dios debería ser nuestro siervo.

Se acaricia un pensamiento insano.
Si te permites el capricho durante mucho tiempo, la
locura asumirá el cargo.

El Rey recogió una cosecha que duró siete años por usurpar
el dominio:

... aislado de la compañía de hombres normales.
... una existencia fundamentalmente bestial, expuesto a la naturaleza, hasta que llegó a un reconocimiento absoluto (número siete) de que había una diferencia entre él y Dios.

Son simbologías de experiencias reales:
desolación interior y escarnio público.

Sólo renunciaremos a ser dioses cuando nos obliguen.
Sólo nos pueden bajar de nuestro pedestal
mediante la vergüenza.
Sólo el martillo echa nuestra rodilla en tierra.
Nuestros rostros han de conocer el simple sabor de la hierba y
nuestra semejanza con las bestias.

Hemos de ser empapados con el rocío
del abandono de los cielos
para comprender por fin su categórico gobierno.

El estado de parálisis dura lo que dure comprender esto hasta su última coma:
“el Altísimo gobierna en el reino de los hombres, y
lo entrega a quien él quiere.”

Nabuconodosor pensaba que era rey porque era un ser noble, y sólo él podía serlo. Tuvo que aprender que era rey porque Dios se dignó a ello y no por razones que dependieran de él mismo.

“el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere y pone sobre ellos al más humilde de los hombres."
Y él era uno de ellos...

El soliloquio de Nabuconodosor es digno de meditarse:

“Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre:

Cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?

En el mismo tiempo mi razón me fue devuelta, y la majestad de mi reino, mi dignidad y mi grandeza volvieron a mí, y mis gobernadores y mis consejeros me buscaron; y fui restablecido en mi reino, y mayor grandeza me fue añadida.

Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia.”

Nabuconodosor entendió quién era él y quién era Dios
y el espacio insalvable entre ambos.

Cuando tomó su lugar se mantuvo dentro de los límites
fijados por Dios, fue bendecido, e incluso exaltado.
Dios puede dar mucho al hombre
que permite que Él tenga Su trono.

En la práctica de la vida, si tratamos de orquestar el universo
que tenemos a mano orando para que Dios nos obedezca, respaldando nuestra agenda,
nos convertimos en Nabuconodosor.

Existe una desgraciada ignorancia en cuanto a este control.
Estar ciego es una cosa, pero cuando estás ciego respecto a tu ceguera, eres peligroso y alguien tiene que pararte los pies.

Y como Nabuconodosor descubrió, Dios está a la altura de las circunstancias.

Sólo la Interferencia Soberana de Dios
puede convencerte de la...
soberanía.






Yo caminaba con furiosos “porqués”, enterrados en una
profunda cámara de tortura.

Mi madre sufrió una muerte horrible cuando yo tenía 15 años, convirtiendo un corazón cándido en un mundo mezquino e inhóspito. Ese joven sufrimiento clamaba por
una explicación razonable... que me satisfaciera.


Un enorme conflicto rugía en lugares secretos. No lo supe hasta
que Dios lo reveló. Este era el conflicto:
¿Quién se llevó a mi madre?
¿Era Dios? Oh, no, Dios es
bueno... Dios no pudo ser.

La muerte de mi madre
fue algo muy malo para mí.
Pero a la postre Dios tiene el control.
¿No?

¿La fuerza maligna de Satanás? Sí,
Sin duda.
¿Fue la voluntad de Dios?

¿Cómo pudo ocurrir?
¿O fue culpa de ella?


Había sido una pregunta que venía de largo, una pregunta empapada en sudor... sin atisbo alguno de solución.
Cuando por fin Él pudo sacar el “¿por qué?” de la oscura cueva
donde yacía, Él respondió. Pero, por favor, ten en cuenta que no dio explicaciones:


“Sostengo las llaves del infierno y de la muerte.
Sí, Marta, Yo me llevé a tu madre, tal y como sospechabas.

Pero no hay contradicción entre mi Bondad
y su muerte...
Soy Dios. Y soy bueno. Y me llevé a tu madre,
por ende la muerte de tu madre fue buena.

Ahora adórame.”

Así pues le agradecí por aquella situación que me había resquebrajado, por aquello a lo que había estado resistiendo durante años. De algún modo fue fácil.

Pero seguía sin haber explicación.
Sólo que aquello fue bueno, para mi propio bien, porque Él es bueno.


Su dulce respuesta resolvió mi división, sanó mi dolor.
De alguna manera estaba profundamente satisfecha.
Después de todo no había necesitado saber “por qué”.


Había necesitado saber si Dios estaba irrevocablemente al mando. Si yo era era en realidad vulnerable a la vida y al mal... a cualquier cosa que quisiera hacerme daño. Si mi mundo podía venirse abajo casi de la noche a la mañana, como adolescente protegida y más bien indefensa, entonces cualquier cosa que pudiera ocurrirme, cualquier horrible posibilidad, era una ruina en ciernes.

¿Tenía yo alguna protección? ¿Estaba yo acaso segura?

Mis asideros se tambaleaban. Una explicación de por qué había
sucedido no habría contestado a mi verdadera necesidad:
la necesidad de saber si la vida podía sacudirme
sin misericordia mientras Dios observaba con indiferencia o,
aún peor, impotencia.


La respuesta fue YO SOY. Y eso es lo que más necesitaba
saber. Él ERA Dios. Lo era de verdad.

Un Dios... no un Árbitro Observador, sino una
Fuerza Muy Presente.

Salí de la enfermedad oculta que mi solitario ‘por qué’
había causado.

Pues no era su muerte lo que originó mi agonía, ni ninguno
de los sufrimientos en relación con ella... sino mi fracaso de comprender al Dios por encima y por detrás de todo el asunto.
Mi cuestión más profunda no tenía demasiado que ver con los sucesos (como yo creía), sino con Su Innata Bondad y Su Poder Primordial.

Después de todos los errores del hombre y sus consecuencias; después de que todo el mal evidente se saliera con la suya,
¿seguía Dios siendo Dios? ¿Tenía Él la última palabra?

Vi que Su Bondad y Su Poder eran tan vastos que
ningún mal, ningún sufrimiento tiene

poder para dañarme dentro de Sus dominios.


Todo desastre es absorbido por Su supremacía y se vuelve,
no sólo benigno, ¡sino beneficioso!


El problema no era el sufrimiento... era mi separación de
Dios mientras lo padecía. En el momento en que lo desenterré
–no, cuando Él lo desenterró–
y lo situé dentro de Su Soberanía, el dolor se fue.



Cuando alguien ya no sufre más dolor en el sufrimiento,
¿qué importa el sufrimiento?



La transformación de aquellas creencias relativas
a Quién ES Él me hizo una persona completa,
y en mi diario vivir veía la prueba de ello.


Aturdida, incrédula, supe que Dios me había dado la llave para
la sanidad del dolor del hombre interior. Percibí que había tocado, no sólo mi propia solución, sino una cura eterna. ¡Una afirmación audaz, sin duda!



Pero de cuya certidumbre estuve, y seguiré estando,
absolutamente convencida.

Una verdad que era clara como cristal y
era innegable en Su Palabra.



La llave: una simple creencia y una simple respuesta, basada en
la Escritura:

Dios es soberano.
Le doy gracias por ello.

Porque

Dios es... ¡y Él es Dios!










Pasaron 12 años antes de encontrar la escritura que presentaba la verdad que había vivido y mediante la cual había alcanzado seguridad.
Era Romanos 1:21 y siguientes...

Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.

Su eterno poder... eso es soberanía.
Su naturaleza divina... eso es bondad.
Éstos están escritos en la naturaleza, claramente
en la creación. Visibles e inconfundibles.

Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias,

Dios es obvio. Evidente. Nuestra respuesta debería ser sobrecogimiento ante Su poder y
gratitud por Su bondad. Fracasar en responder de este modo significa empezar una espiral hacia un
desastre sin fin.

sino que se envanecieron en sus razonamientos,

Los pensamientos que están privados de Su soberanía y bondad generan una mente ineficaz.


y su necio corazón fue entenebrecido.

La mente alimenta la futilidad del corazón. Y el corazón comienza a escupir emociones de oscuridad y estupidez.

Profesando ser sabios, se hicieron necios,

Mentes huecas en lo secreto hacen corazones necios. En breve el necio se hace publicamente notorio y piensa que su turbio ingenio es sabio.

y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.

Debemos tener un dios. Desdeñar al Verdadero implica fabricar una absurda falsificación, muerta e inútil.

Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos,

La inmoralidad sexual es la evidencia (y el resultado) de olvidar al Dios de Todo, que ES placer y plenitud.


ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira

Dios no sólo es Verdad sino que Él es Realidad.
Y Él es la única
fuente de ella.

Donde Dios está... está la Verdad.
Donde Dios no está... la mentira vive
llenando la vacante.

honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos.

Si no sirves al Creador que
te creó para ser Suyo te harás siervo de
las cosas que Él creó.

Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza,
y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres,

Más y más abajo, de mal en peor. Un Dios
desdeñado implica a Satanás entronado. Y este amo engendra en ti su obsesiva perversión hasta la pérdida de la magnificencia de tu propio género.
y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío.

Hay consecuencias terribles por retorcer Su orden para alimentar nuestras lujurias.
Una retribución merecida, que escogimos y
alimentamos.

Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen;

La enfermedad mental es la elección que hacemos para poder negarnos a aceptar lo que sabemos... que Dios es bueno y que
Dios es Dios.

estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades;
murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres,
necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia;

Problemas complejos y pecados atroces
tienen dos raíces sencillas y básicas: una,
rehusar reconocer al Dios todopoderoso,
y la otra, ausencia de simple gratitud
por ser quién es.









Dime que Dios es soberano y me estremezco.
Dime que también es bueno y hay bostezos por doquier.

Pero Su soberanía se hace tolerable por Su
inconmensurable bondad.

De hecho, la palabra “bueno” es insípida cuando se utiliza en relación con Su bondad. El “bueno” de Dios se sale de los márgenes del vocabulario.

Cuando Jesús fue llamado “maestro bueno”, Él dijo

“¿Por qué me llamas bueno?
Ninguno hay bueno sino uno: Dios”

“Ninguno hay bueno...” Eso excluye a cualquier otra apariencia de bien. De hecho, según esa afirmación,
no hay bien excepto Dios.

Todo cuanto produce el hombre no es bueno. Los actos nobles, las gestas heroicas, el comportamiento generoso
–todo el bien del hombre– no es bueno. No es auténtico bien.

Su bondad nos es incomprensible. Y el ardid favorito
del enemigo es cegarnos cruelmente a esa bondad...
presentar pruebas de que no existe y dejarnos con el temible
dilema de todo ello.

Cuando se habla de Dios no suele cuestionarse si es “Santo”. Lo santo lo admitimos. Pero la bondad, la bondad auténtica, ah, eso es un asunto diferente.
La bondad de Dios no sólo se vindica por todo cuanto Él restauró a Job, sino por los recalcitrantes amigos de Job que recibieron una fuerte desaprobación divina.

Su bondad se observa en Su plan divino para José. Estaba completamente sólo, en medio de un diseño secreto, preparándole para un bien, siquiera cosas espléndidas: el gobierno de Egipto y la salvación de su pueblo, aquellos mismos que le ocasionaron un sufrimiento tan injusto. ¡Dios fue bueno con aquellos hermanos traicioneros!

“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.”

Jeremías 29:11

Dios siempre tiene Sus planes: apasionantes, un orden
espléndido de futuro.

¡A Daniel le entregó el inimaginable gobierno de la nación de sus captores! Y aparte de ello a Daniel le otorgó un lugar eminente en todas las épocas de los hombres y por la eternidad.

A Abraham le hizo rico en medio del incidente en que fue desleal a Sara... colmado de riquezas por el rey a quien tanto sufrimiento causó su mentira. La bondad de Dios no conoce límites excepto aquellos que nosotros creamos.

Dios puede bendecir al que sabe que Él es Dios
y no se opone a ello.

Pero más conmovedor y más inescrutable es el ofrecimiento de Su propio Hijo a un sufrimiento atroz. ¿Por qué? Para poder conceder Su bondad a una humanidad que sólo merecía Su ira. Nunca podremos llegar a asimilarlo. Raro es siquiera el que de nosotros se acerca a recibirlo. Pesamos Su bondad en nuestra balanza: por lo sensual, por paz o felicidad, por las cosas que Él da. Y por ese externo juicio le juzgamos.

No poseemos una visión auténtica de Su extenso bien,
de Su completa bondad.

La bondad de Dios se sitúa en una esfera de una motivación pura, la motivación de Su propio amor frente a nuestra indignidad de merecerlo. Es una integridad absoluta, un carácter impecable, en los cuales jamás puede ser acusado de hacer mal o siquiera de la más leve injusticia.

Él no es el “Dios que alimenta a los cinco mil”.
¡Él es el “Dios de las doce canastas sobrantes”!

No nos ha negado una sola cosa e incluso
va más allá de lo que necesitamos,

Él ha dado todo cuanto tiene, aun
el gobierno del mundo, ¡un trono junto a Su Hijo!

¿Entiendes? ¡No nos ha negado nada!
“toda bendición espiritual en los lugares celestiales...”
“... todo es vuestro.”
“El que no escatimó ni a Su propio hijo...
¿como no nos dará también todas las cosas?”
El problema nunca, nunca es de parte de Dios.
El problema sólo estriba en nuestra receptividad.
Compramos la mentira de antaño...
Dios no es bueno, y la prueba de ello es todo lo que nos niega.

Con lo cual desterramos a nuestros amargados corazones de Su generosidad.

Nos aferramos a nuestras transgresiones por no ser capaces de reconocerlas y cuando no experimentamos Su lluvia temprana decimos que Él no hace llover.

Preferimos morir en nuestra orgullosa pobreza antes que necesitarle. Y preferimos fracasar en nuestra chiflada independencia antes que ofrecerle a Él los laureles de nuestra victoria.

Sólo los mendigos se encuentran a gusto
en el reino de las maravillas.

YO SOY... bondad.





Aunque Dios es soberano, pues ostenta un dominio intocable,
limita Su nivel de involucración a nuestra invitación.

Muchos, trágicamente muchos, de los propósitos de Dios para con nuestras vidas caen a tierra. Las cosas no siempre salen cómo Él las había perfectamente planeado. Pero no es culpa suya... sino nuestra. Se nos ha dado la más increíble responsabilidad... la de cambiar el mundo mediante la oración, no con nuestros “arreglos”, no por nuestro control, sino por lo opuesto, por estar involucrados sólo en un poder... ¡el Suyo!
Y esa grandiosa dinámica obtenida a través de la oración contempla cómo Él interviene en la futilidad humana.
Dios ha dado al hombre la oportunidad de tener poder
sobre los acontecimientos.

Sólo para sostener Su voluntad, ¡sólo para eso! No
para un poder independiente, no para que el hombre decida, controle, “sea”.

La humanidad tiene como propósito ser el instrumento
mismo de la soberanía de Dios.

Cada persona tiene, como Ester tuvo, un momento histórico cuando el nacimiento de uno llega a su diseño divino... “para este tiempo”.


Aun así Él obtendrá Su propósito final. Lo hará. Y tal es Su brillantez que usará incluso la rebelión del hombre para conseguirlo.
“La ira del hombre le rendirá alabanza”.
Por lo cual la soberanía no nos adormece en pasividad. “Ah, bueno, lo que haya de ser será”.

La humanidad ansía por encima de todo el poder.

El mundo entero está envuelto en una obsesión por el poder.
La búsqueda de dinero es en realidad la búsqueda del poder que el dinero da. Las naciones compiten por el poder. Las familias contienden para obtener poder unos sobre otros. Y el lugar de trabajo es un lugar donde se araña y contiende para lograr dominio. Allá donde esté el hombre, ahí está la lidia, la pugna por el poder.

El hombre quiere la posición de Dios, pero Dios ha entregado un poder diferente a la humanidad, un espacio enorme de dominio al que se accede por rendición. Cuando recurre a la oración, cuando abdica de las potencias humanas que son ilegítimas, el hombre recolecta el poder previsto para él... el poder de cambiar los acontecimientos sin participar de ellos, sin aplicar siquiera una palabra. La mera oración, cuando sólo se busca la voluntad de Dios, hace que la voluntad de Dios entre en dominio por encima de la estúpida confusión humana.

El episodio de Jesús en el desierto fue una pugna de poder.
La tentación consistió en utilizar poder auténtico
pero ilegítimo.

La primera trataba del poder sobre la materia. “Haz que la piedra se convierta en pan”. Jesús prefirió sufrir, incluso morirse de hambre, antes que manipular la materia.

La siguiente trataba del poder sobre Dios. “Salta... y deja que los ángeles te sujeten.” Olvídate del guión y fuerza la mano de Dios. Jesús no saltaría a menos que Dios le dirigiese a ello. Cedió Su propia influencia sobre Dios... para siempre.

La tercera trataba del poder sobre el hombre, la tentación de gobernar al hombre en vez de servirle.

Estas son las tres categorías de la ambición del hombre:
Supremacía sobre
la materia, Dios y el hombre.

Jesús abdicó de esos poderes humanos. Al hacerlo, sólo se apoyó en el Poder del Altísimo, obtenido mediante la oración...

y dejó a Dios ser Él Mismo.


El Gran YO SOY.











Los personajes del Antiguo Testamento son reales.
Algunas de sus experiencias traumáticas son como las
nuestras... se asemejan a nuestras luchas con Dios
y son un reflejo de nuestra oposición a la vida que Él supervisa,
de modo que algunas las vemos desde una perspectiva personal.


Pero hay Uno que está en relación con todas esas luchas.
En realidad son imágenes de Jesús.
Al igual que Dios, vemos a Jesús en Su rendición perfecta,
su obediencia íntegra.
Pero en su particular prisión humana,
se enfrentó a todo.

Experimentó el rechazo de los hermanos de José.
Se enfrentó con la debilidad de Abraham,
las luchas de Habacuc.

Sufrió el malentendido de los amigos arrogantes
y el dolor mortal igual que Job.
Probablemente perdió a uno de sus padres... como yo.


Jesús sabe qué se siente en nuestra debilidad,
la futilidad de nuestro sudor...

Jesús se enfrentó a todo. Algunas cosas las sabemos.
La mayoría no.


El hecho sorprendente que tenemos en la Escritura
es que fue tentado en todas las cosas igual que nosotros,
sin embargo no pecó.

La Biblia dice: “en todos los aspectos.”

Hizo suya, en alguna medida,
toda experiencia humana,
en formas que no están escritas,
con luchas internas secretas.

¡Qué Dios!
¡Soberano y poderoso en los lugares celestiales,
aunque puso a Su Hijo en nuestros miserables zapatos
para que Dios pudiese en verdad vivir el dilema humano!

Todo dilema.

Incluido... el Tuyo.


YO SOY

El Único y el Todo

 

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