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El Cristianismo es la única respuesta

Cada día me convenzo más de que sólo el Cristianismo es la respuesta, no sólo para la condición perdida del ser humano como individuo, sino para todos los males que aquejan a la sociedad en general. Los hombres pasan y los gobiernos humanistas se suceden unos tras otros ofreciéndose como la gran panacea para remediar las penurias de la gente, y, sin embargo, cada vez, inexorablemente, dejan detrás de sí una secuela de frustraciones y desencantos. Los Cristianos tenemos frente a nosotros un inmenso desafío: mostrar al mundo que la fe en Jesucristo no es una religión hueca, ni un culto místico ni una treta escapista, sino que, además de conducir a la salvación personal y a la vida eterna en el cielo, ofrece soluciones concretas a las naciones aquí en la tierra.
Como Cristianos puestos por Dios en esta nación, lo primero que tenemos que entender es cuál es la verdadera causa de los problemas que aquejan a nuestro país. En el fondo de la grave crisis política y económica, que es real e ineludible, hay una crisis moral y espiritual. El abandono de los valores Cristianos y la entrega al pecado y a la disolución, son las verdaderas causas de la situación que padecemos hoy. La falta del temor de Dios es la causa de la corrupción que ha imperado por años en el ámbito político y económico. La promiscuidad, el adulterio, el alcoholismo, la drogadicción y el desenfreno generalizado son consecuencia del vacío espiritual en las vidas de los hombres.

Debemos mirar más allá de los partidismos y las tendencias y guardar nuestros corazones de dejarse llevar por las contiendas humanas, porque, al fin y al cabo, quienes nos han gobernado en el pasado y quienes gobiernan ahora no son sino hombres por quienes Cristo murió, criaturas a quienes Dios ama y que necesitan al Salvador. Es imperativo que entendamos que nuestra nación está viviendo, en última instancia, las consecuencias del olvidarse de Dios y Sus mandamientos. Y más imperativo aún es que los Cristianos asumamos nuestra responsabilidad como embajadores de Cristo aquí en la tierra.

¿Qué debemos hacer los Cristianos ante esta situación? Y la respuesta a esta pregunta depende, de manera crucial, de la visión que tengamos de los planes y propósitos de Dios para la Iglesia en el futuro.

Si nuestra visión es pesimista, diremos que no hay nada que podamos hacer. Sólo nos queda contemplar pasivamente como el diablo destruye nuestra tierra, llevando a nuestra juventud a la perdición, haciendo que nuestras riquezas naturales sean despilfarradas, que nuestra economía vaya a la bancarrota, que personas corrompidas ocupen las posiciones de poder para enriquecerse ilícitamente, trayendo así miseria, desolación y desesperanza. Diremos que “son los últimos días”, que “el reinado del anticristo ha comenzado”, que “debemos aceptar la voluntad de Dios” y que sólo nos queda “salvar a los que podamos” y esperar que “el Señor Jesús venga del cielo a rescatarnos de este mundo perdido”.

Pero, ¿es ésa realmente la voluntad de Dios? Sinceramente, creo que no. Creo que Dios nos llama a discernir los tiempos y a ser entendidos en el conocimiento de Su voluntad. ¡Creo que nos encontramos ante un tiempo de oportunidad para el pueblo de Dios! Porque las Escrituras dicen que “el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios” (Ro. 8:19).

A través de la Biblia podemos ver que Dios ha usado a Sus hijos para bendecir la tierra en momentos de crisis. Un ejemplo de esto es José. Cuando vino un período de hambre y escasez en Egipto, Dios levantó a José como gobernador y lo llenó de sabiduría para que administrara todo el fruto de las cosechas del país. Y mientras que hubo hambre en todos los países, en la tierra de Egipto no faltó el alimento. Incluso, venían las gentes de otras naciones a comprar, porque el hambre era grande, pero había abundancia en Egipto gracias a la buena administración de José (Gn.41: 38-57; 45:8; Sal. 105:21).

Dios puso a Daniel como gobernador en Babilonia, una nación pagana y depravada, porque “había en él un espíritu superior”. A través de Daniel, el nombre del Señor fue glorificado grandemente a través de señales y maravillas, hasta el punto de que Nabucodonosor, un rey perverso e idólatra, tuvo que humillarse y reconocer que “el Dios vuestro es Dios de dioses y Señor de los reyes” (Dn. 2:46-49; 6:3-4).

La Biblia nos da promesas de un futuro glorioso para el pueblo de Dios. En el libro del profeta Isaías dice que: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones” (Is. 2:1-4). Y en el libro del profeta Habacuc dice que, “la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar.” (Hab. 2:14, ver también Is. 11: 9-10).

Ahora bien, esto no sucederá de una manera mística o etérea. Dios llama a sus hijos a ofrecerse como instrumentos para establecer Su reino en la tierra. Dios requiere del compromiso de Su pueblo, la Iglesia, para: te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra.” (Sal. 2:8). Pero, aunque la oración es fundamental, no es suficiente con orar. El reino de Dios comienza a ser establecido cuando cada hijo de Dios es luz en el lugar en donde está. En la familia, en el salón de clases, en el vecindario, en el lugar de trabajo, y hasta en un cargo político, la luz debe brillar. “Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt.5: 15-16). La religión muerta hace huir a los hombres, pero la vida de Cristo reflejada a través de nosotros les atraerá al Reino de Dios. Nuestra conducta debe ser una expresión del mensaje de gracia, fe y esperanza que Cristo vino a ofrecer. El ejemplo de una vida transformada, rebosante de amor, gozo y paz, es más poderoso que la más correcta exposición de doctrina y erudición bíblica. La gente anhela ver realidad, no escuchar sermones. Debemos ser epístolas vivientes, “conocidas y leídas por todos los hombres; cartas de Cristo, escritas no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo” (2 Co. 3: 2-3).

Y finalmente, debemos ofrecernos a Dios como instrumentos para la unidad de Su pueblo. En estos momentos impera en el país un espíritu de contienda y división por causa del fragor político. Es muy fácil dejarse llevar por la corriente de las diatribas humanas y caer en la misma actitud. El apóstol Pablo define esto como una conducta carnal: “...porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Co. 3:3). Y peor todavía es dejar que ese espíritu entre en la Iglesia de Cristo. José, aún cuando era el segundo después de Faraón, supo guardarse del espíritu de Egipto. Daniel “propuso en su corazón no contaminarse” con el espíritu de Babilonia. El diablo obtiene victoria cuando el pueblo de Dios se enfrasca en pugnas estériles que no conllevan a edificación ni crecimiento de la Iglesia. Ningún fruto de justicia será concebido a través de la contienda: “Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad, porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica” (Stg. 3:14-15). Por esto, para que el reino de Dios avance y prevalezca, debemos ser factores de unidad, permitiendo que fluyan a través de nuestra vida los frutos de la longanimidad, la paciencia, la humildad y el amor de Cristo hacia nuestros hermanos. ¡Sólo así podremos conquistar y vencer!

Hermanos míos, servimos a la Causa más grande del Universo, que es la redención de las almas de los hombres y el establecimiento del reino de Cristo en la tierra. Tenemos un Mensaje que es superior a cualquier filosofía o doctrina que la mente humana haya podido concebir.

No perdamos de vista ni la naturaleza ni la meta de nuestra batalla. ¡Porque, en el fin, seremos los hijos de Dios quienes regiremos en la tierra, para gloria de nuestro Dios!

por Noel J. Rojas C.