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Sin Reservas

Pasaje: 1Samuel 1

Introducción

El estudio de los significados de los nombres bíblicos, en ocasiones, nos permite aprender muchísimo de lo que sucede en la vida de quienes han sido llamados de X manera. Por ejemplo, Zaqueo significa “justo”, sin embargo su vida era todo lo contrario a lo que pretendían sus padres el día que nació y le dieron ese nombre.
Otro caso interesante es el nombre cuyo significado es “gracia o graciosa”. Cuando la joven cuyo nombre tiene este significado nació, sus padres la designaron con un nombre verdaderamente hermoso. Pero, ¿sabemos nosotros que ese nombre en español es el de Ana?

¿Quién fue Ana? En la Biblia se menciona este nombre tan sólo dos veces. Una de ellas es la profetiza que se encuentra en el templo cuando Jesús es llevado para circuncidarlo (cf. Lucas 2:36) La otra, es la madre del juez, sacerdote y profeta Samuel. Dediquémosle un tiempo en esta ocasión para hablar un poco acerca de esta mujer, cuyo nombre significa “gracia.”

I. ¡Que Desgraciada Soy!

¡Qué forma más extraña para dar inicio a un libro! Un documento tan importante como este comienza con la historia de una mujer amargada por causa de su esterilidad. Cada vez que alguien la llamaba le recordaba que ella debía ser algo que en realidad no estaba aconteciendo. Supuestamente, esta mujer debía estar contenta y feliz pero su verdadera condición era totalmente contraria a lo que su nombre indicaba.

“Elcaná tenía dos esposas. Una se llamaba Ana, y la otra Peniná.

Peniná tenía hijos, pero Ana no los tenía.” (v.3)

“...pero a Ana le daba una ración especial, porque la amaba mucho, a pesar de que el Señor le había impedido tener hijos. Por esto Peniná, que era su rival, la molestaba y se burlaba de ella, humillándola porque el Señor la había hecho estéril.” (vv. 5-6)

El orden de las palabras y de los eventos nos indican un par de cosas:

1) Que en una sociedad donde no había los adelantos tecnológicos conocidos hoy día, y un hombre tenía una mujer que no le podía dar hijos, lo común era que se uniera a otra mujer que sí le pudiera dar descendencia. Así que, Elcaná se había casado con Ana porque la amaba y con Peniná, porque le podía dar los hijos que deseaba. (Claro, hay que admitir que esto continúa sucediendo hoy día y que esta practica es común. También son comunes las situaciones que se generan por tal tipo de conducta.)

2) Esta situación era tan evidente que Peniná no pasaba por alto la más pequeña oportunidad para agravar la situación de la primera esposa de su marido. Ella sabía que a quien Elcaná amaba, a pesar de todo, era a Ana. Y como no podía desquitarse con el varón, lo que hacía era atacar a la que este amaba. Así, Ana sufría intensamente la molestia y la burla de Peniná que la humillaba por causa de su esterilidad.

II. La Situación se Agrava (v. 7)

Todos sabemos que hay momentos en nuestra vida diaria que pueden precipitar que nuestra condición se agrave. Por ejemplo, si usted tiene catarro debe evitar a toda costa mojarse en un aguacero. Esto podría llevarle a complicar la situación, y convertirlo en pulmonía. En el caso de Ana su condición se agravaba seriamente en el lugar menos pensado: cuando iba a adorar a Dios.

“Cada año, cuando iban al templo del Señor, Peniná la molestaba de este modo; por eso Ana lloraba y no comía.” (v.7)

Cierto es que Peniná se las arreglaba muy bien para hacer sentir a Ana como el peor ser del planeta. Pero, en realidad eran las expectativas de una sociedad que rechazaba a la mujer que no podía dar hijos. Era esa la situación que verdaderamente angustiaba a Ana. Ella se veía a sí misma como una mujer incompleta. Como a alguien de quien se espera algo que jamás podría dar.

Hoy día sucede igual. Hay personas para quienes los servicios de adoración lo único que hacen es recordarles su condición de pecador/a. Para estas personas la adoración no es un momento que traiga perdón, paz y restauración. Acontece todo lo contrario, se agrava su condición. Estas personas, que de acuerdo a las reglas del mundo en el que vivimos, deben ser consideradas como fracasadas, son incapaces de aceptar que Dios las ama y las escucha. Para ellas, el servicio de adoración genera lo mismo que en Ana: gran dolor y desesperanza. En ocasiones me pregunto cuántas personas de las que asisten a la Iglesia vienen a adorar llenas de sueños quebrantados experiencias de fracaso y con una auto-estima devaluada por su prójimo.

III. ¿Hasta Cuándo?

El texto bíblico no nos indica cuántos años pasaron hasta que Ana decidió hacer algo que hasta ese momento no había hecho. NO, no estoy hablando de pedirle un hijo al SEÑOR. Ante la gran angustia que Peniná generaba es totalmente normal que esta mujer hubiera orado cientos de veces por un hijo. Así que esto NO ES lo nuevo. Lo nuevo, lo que Ana nunca antes había hecho era otra cosa. ¿Se imagina usted lo qué es? Leamos el texto bíblico.

“Y Ana, llorando y con el alma llena de amargura, se puso a orar al Señor y le hizo esta promesa: Si te dignas contemplar la aflicción de esta sierva tuya, y te acuerdas de mí y me concedes un hijo, yo lo dedicaré toda su vida a tu servicio, y en señal de esa dedicación no se le cortará el pelo.” (v.11)

Lo que acaba de suceder es verdaderamente espectacular e impactante. Esta mujer está tan angustiada que finalmente hace algo incomprensible: Le dice a Dios que ella está dispuesta a darle a EL lo que ella le está pidiendo. El acto de Ana es uno de total sumisión y donde no hay reservas para su SEÑOR. Ella finalmente, se da cuenta que la vida de libertad y realización no viene cuando uno cumple con las expectativas del mundo sino con las de Dios. El dolor terminaría y Peniná jamás la molestaría cuando tuviera el hijo que le daba el status de madre en la sociedad. Pero Ana ha comprendido que la llenura de la “gracia” acontece cuando NO HAY RESERVAS PARA DIOS EN NUESTRO CORAZÓN.

Esta situación es verdaderamente impresionante. ¿Cómo es posible que lo que ella ha anhelado por tantos años y que la libertará del estado de humillación al que es sometida por Peniná ahora esté dispuesta a entregárselo a Dios? ¿No es esto una contradicción al medirlo con la regla del mundo en el que vivimos? ¡Seguro que sí! ¿Entonces por qué Ana lo está haciendo de esta manera? Porque finalmente ha encontrado todo su deleite en Dios. Hacer Su voluntad era lo más importante. NO PUEDE HABER DELEITE EN EL CORAZÓN QUE PIDE PARA SI MISMO.

IV. ¡Basta, Borracha!

Muchos años más tarde el apóstol Pablo escribió las siguientes palabras:
“El que no es espiritual no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son tonterías. Y tampoco las puede entender, porque son cosas que tienen que juzgarse espiritualmente.” (1 Corintios 2:14)

El caso vivido por Ana mientras oraba (primera oración hecha por una mujer en la Biblia y la primera de carácter silenciosa), nos confronta con lo que le sucede a las personas en cuyo corazón todavía hay reservas para Dios. No olvidemos lo que acabamos de leer en 1Corintios. Así que, con esto en mente leamos la reacción del Sumo Sacerdote Elí al creer que Ana estaba borracha.

“Como Ana estuvo orando largo rato ante el Señor, Elí se fijó en su boca; pero ella oraba mentalmente. No se escuchaba su voz; solo se movían sus labios. El creyó entonces que estaba borracha, y le dijo: ¿Hasta cuando vas a estar borracha? ¡Deja ya el vino!” (vv-12-14)

La interpretación de Elí mientras miraba a Ana nos permite idenficarnos con él. Así somos. ¿Cuántas veces nos hemos equivocado por no ser pacientes y preguntar antes de hacer una declaración o llegar a una conclusión?

¿Qué haría Ana ante la acusación hecha por el Sumo Sacerdote? Simplemente, corregirlo. Lo dijo con respeto, cortesía y gran aceptividad:

“No es eso, señor--le dijo Ana. No es que haya bebido vino ni ninguna bebida fuerte, sino que me siento angustiada y estoy desahogando mi pena delante del Señor. No piense usted que soy una mala mujer, sino que he estado orando todo este tiempo porque estoy preocupada y afligida.” (vv.15-16)

V. Recibiendo y Cumpliendo (Conclusión)

Muchas han sido las veces cuando Dios nos ha llamado a creer en su palabra. El caso de Ana nos obliga a prestarle atención a esta realidad: confiar en lo que Dios nos ha dicho. Esta actitud es vital en la vida de todo creyente.

“Vete en paz--le contestó Elí--y que el Dios de Israel te conceda lo que has pedido. --Muchísimas gracias--contestó ella. Luego Ana regresó por donde había venido y nunca más volvió a estar triste....” (v.17-18)
La palabra estaba implantada en su mente. Ya el dolor había desaparecido, ya Peniná no tenía dominio de Ana. Esta mujer era libre porque en su corazón no existían reservas para con su Dios. Cuando Samuel nació ella lo entregó para que sirviera a Jehová todos los días de su vida. Ana había cumplido su palabra porque su deleite estaba en servirle a su SEÑOR sin reservas en su corazón. ¿Deseas hacer lo mismo tú?
Sermón predicado el domingo, 12 de noviembre de 2000.

Iglesia Presbiteriana “Casa del Alfarero”

Ponce, PR

Ismael González-Silva, Pastor