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La amnesia espiritual

A menudo, los convertidos a Jesucristo nos vamos forjando en las iglesias, con el paso de los años, una idea de lo que es pecado que peca de simplista. Pero no nos apercibimos de que el fenómeno que acaba en el resultado fatídico del "enfriamiento" llega a producirse porque "nuestro corazón se carga con disipación y embriaguez y con las preocupaciones de la vida", degenerando en "amnesia espiritual", que es olvidar el primer amor, lo cuál constituye el primero y más grande pecado; es decir: EL VERDADERO PECADO: NO AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS.

Esto es el fariseísmo, el cuál se va convirtiendo en un gigante en las iglesias. Nos dicen lo que tenemos que hacer y nos dan buena doctrina, diciendo, pero no haciendo, mientras echan sobre nosotros pesadas cargas que ellos no tocan ni con un dedo. Y así se van institucionalizando las iglesias, hasta convertirse en islas de poder mundano, donde los "gobernantes" se enseñorean de los fieles, impeliendo a los más destacados la inercia de una carrera contrarreloj por la posición de dignidad del servicio eclesial, para ser tenidos por aprobados por los hombres, dejando de lado si Dios los aprueba, o no. Esta enfermedad apareció desde el principio de los tiempos entre el pueblo de Israel, pero su rebrote más endémico se dio entre los primeros cristianos, los cuáles no soportaron las persecuciones y se entregaron a la vida sedentaria, exenta de ejercicio espiritual, cayendo dentro del más vírico imperio romano: la Iglesia Católica.

Hoy en día podemos hablar con más propiedad de este mal, debido al desarrollado avance de los medios de comunicación, los cuáles nos han hecho saber más de la naturaleza genética que estimula la propagación del virus de la hipocresía amnésica, la cuál hace olvidar la purificación de los antiguos pecados, hasta que parece que fuimos lavados por nosotros mismos al nacer de nuevo. Los primeros síntomas comienzan tan solo por un inconsciente escarceo amoroso con un nuevo amante: el ministerio, y son síntomas muy difíciles de diagnosticar, pues parecen puro celo por la obra; pero al final se acaba por fornicar con el nuevo y con todos los viejos amantes. Oseas lo describe muy bien. Y cuando la amnesia espiritual llega a su fase terminal, nos vendemos al poder político, para caer en lazo del diablo, y nunca más saber a quién debemos nuestra fidelidad (y todo lo que tenemos), si a Dios, o a los hombres. Y esto sin mencionar los casos más carentes de pudor, en los que el adúltero espiritual se vende al dinero.

Poco antes de llegar a la muerte espiritual, apenas se puede sentir en los miembros la sensación de con quién se está comprometido, pues el sistema inmunológico del orden de prioridades queda totalmente dañado e irreparable. Cuando el cuerpo ya ha muerto, sin más preámbulo, pasa a formar parte de la gran ramera, la Babilonia la grande (o la gran confusión), madre de todas las rameras. Se le inscribe (al cuerpo finado) en los registros legales de todos los ministerios, en las asociaciones que aglutinan a difuntos y moribundos, y, como suele pasar en todos los que se mueren, antes de entrar en coma profundo experimenta lo que parece una milagrosa recuperación, fruto de la imagen de placebo que se propaga entre los miembros del cuerpo, y hasta hay quien diría que el herido de muerte goza de una espléndida salud.

Un caso clínico curioso es el que nos cuenta un sujeto que escapó de milagro de esta enfermedad. Él también fue contaminado por el engañado sutil de las astutas rameras espirituales, sin comprender qué le estaba pasando; hasta que, entrado ya en la lucha por la posición de dignidad del servicio eclesial, pudo descubrir y palpar las armas que se estaban empleando, las cuáles no eran espirituales, sino carnales, y 10 veces más destructivas que las primeras, pues parecían lo que no eran. Por ello, llegó a producir anticuerpos de forma desenfrenada, hasta el punto de que un desconcertante mes de agosto Dios le dio un mensaje para la iglesia; pero, lejos de haber sido aprobado por su pastor para compartirlo, en su lugar, éste invitó a un profesional de la tertulia filológica (estudiaba filología en la universidad), ya que él estaba de vacaciones y no había quien diese palabra a la congregación (según le pareció a dicho pastor). Y este cazador de almas disertó a la congregación, a la que pertenecía el sujeto inmunizado de forma milagrosa, sobre el servicio, dejando a todos, al fin del mensaje, la siguiente frase lapidaria: "El que no vive para servir, no sirve para vivir". De inmediato, toda la congregación allí reunida entró en coma bajo la acción del mensaje, a lo cuál contribuyeron los fuertes calores estivales de aquella ciudad española (dicho sea de paso, ahí no tenían aire acondicionado, y parece, por las noticias que nos han llegado recientemente, que aún no lo han puesto). No dejó, como se suele decir, "títere con cabeza", y el ardor de las protestas subió hasta el pastor, el cuál se comprometió a no volverle a permitir predicar en aquella congregación. En este improvisado predicador hizo gran mella el engaño de la ramera, y la enfermedad le había invadido casi por completo, dejándole inconsciente, sin sentido común (el cuál se dijera que es el menos común de los sentidos) e insensible (pues creía de sí mismo que era un predicador irresistible). La última vez que nuestro amigo inmune le vio se le apreciaban las secuelas, y la enfermedad, posiblemente, se le hizo crónica, pues había aprendido a convivir con ella sin que los demás lo notasen, pues me consta que ni siquiera tomó medicamentos (al parecer, el pastor ni le riñó, solo se limitó a no invitarle más a predicar).

Dado el alto riesgo de propagación en las iglesias del virus de la hipocresía amnésica, animo a los hermanos a no descuidar la forma física del espíritu, absteniéndose del abuso pernicioso de la "ministerina" (o adicción a los ministerios), la cuál solo es buena en las dosis que prescribe el Señor, empleándose a fondo en la oración y los buenos hábitos de lectura bíblica diaria, así como en la fundamental observancia de una abundante y saludable dieta rica en amor sobre todas las cosas a Dios, no olvidando el diario lavamiento del sucio egocentrismo con agua en solución de amor al prójimo como a uno mismo.