Fieles al Señor Jesús cuando todos lo abandonan

Las callecitas de Arimatea, estrechas, largas y polvorientas, le vieron correr en su lejana niñez y adolescencia hasta el paso definitivo a la juventud, cuando las enseñanzas de sus mayores forjaron en José un carácter y convicciones a toda prueba en su condición de fundamentalista judío.

 
Dueño de un sentido indeclinable de la justicia y el equilibrio que desbordaba en su desenvolvimiento social en aquella floreciente ciudad, José era considerado la figura más relevante de su comunidad religiosa.

--Es un hombre admirable. Trabajador incansable; buen padre que toma tiempo para jugar con sus hijos; amigo que escucha sin cuestionar o controvertir y que sabe dar un consejo oportuno y, como cónyuge, alguien respetuoso y comprensivo—diría su esposa al referirse a él con sus amistades.

Era objeto de la admiración de muchos, y por supuesto, de la animadversión de otros. Sobresalía por sus opiniones orientadas a la equidad, las mismas que le llevaron a ser el único integrante del Consejo de Ancianos del judaísmo que se opuso a que se cometiera una injusticia con Jesús, el humilde carpintero de Nazareth que predicaba el amor a Dios y al prójimo.

Y también fue uno de los pocos seguidores del maestro que permaneció fiel hasta último momento cuando la tarde melancólica cayó sobre el monte del Gólgota. En la distancia se apreciaba a Jerusalén, como frío y mudo testigo de los hechos. El sol se ahogaba a lo lejos mientras proyectaba largas sombras de las casas en cuyo interior no se hablaba más que del sacrificio de la ocasión. Mañana todo sería igual que siempre...

Fidelidad a Cristo

Hay dos formas de ser fieles a Jesucristo. La primera, por conveniencia. Una actitud fríamente calculada de “soy fiel en tanto Dios me concede el milagro que tanto necesito” o en tanto observan los amigos de la congregación, con quienes no se quiere quedar mal.

La segunda expresión de fidelidad es aquella que no pone condicionamientos de ninguna índole. Seguidores del maestro a pesar de que todas las circunstancias estén en contra. Así debamos nadar contra la corriente.

“Había un varón llamado José de Arimatea, ciudad de Judea, el cual era miembro del concilio, varón bueno y justo. Este, que también esperaba el reino de Dios, y no había consentido en el acuerdo ni en los hechos de ellos, fue a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús” (Lucas 23:50-52).

Se requiere valor para declararse seguidor de Jesús, a quien en ese momento muchos estarían considerando como un líder fracasado. Nadie daría un centavo por el movimiento religioso que se había formado en torno a sus enseñanzas. Incluso sus discípulos más cercanos le abandonaron. Pedro, quien se había proclamado un amigo incondicional, le negó en repetidas ocasiones.

Se necesita valor, entereza, pleno convencimiento de aquello en que hemos creído.

¿Usted estaría dispuesto a manifestar una osadía igual?¿Hasta qué punto llega su fidelidad al Señor Jesús?

Entró en la historia como un ejemplo

“Y quitándolo, lo envolvió en una sábado, y lo puso en un sepulcro abierto en una peña, en el cual aún no se había puesto a nadie”(versículo 53).

José de Arimatea pasó a la historia como un amigo y un discípulo fiel. Las circunstancias no lo desanimaron. No salió huyendo ante los primeros tropiezos. El pertenece a la estirpe de los creyentes que necesitamos en nuestras congregaciones.

Deseo concluir con una reflexión. ¿Cómo imagina que reaccionó José de Arimatea cuando se enteró acerca de la resurrección del Señor Jesús?... Sin duda su vida no volvió a ser la misma jamás...

Si tiene alguna inquietud, no dude en escribirme ahora mismo...

Ps. Fernando Alexis Jiménez
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