La diferencia entre consagración y fanatismo

A la vecina de enfrente nadie podía negarle que era una persona callada, cumplidora de sus deberes, izaba la bandera nacional los días festivos, jamás se le veía en los cuchicheos de las comadres, y de su casa, jamás salían gritos o ruidos que hicieran pensar en las grescas comunes en muchos hogares de la cuadra.

--Yo la vi el domingo con la Biblia—comentó alguien, a lo que otro contertuliano acotó:-- ¡Claro, es cristiana! eso explica por qué viste tan recatadamente--.

Unos y otros coincidían en asegurar que era buena persona. Ejemplar cuando se trataba de ayudar al prójimo. Entusiasta al saludar con un “Buenos días” y generalmente cuidadosa a la hora de guardarse en su casa. Jamás se le vio después de las diez de la noche afuera.

Así las cosas, el comité de barrio no tuvo el más mínimo temor de tocar a su puerta cuando –próximos a la celebración de la Navidad-- dispusieron colocar luces de colores, engalanar la vía con adornos y pintar sobre la acera un enorme papá Noel con una bolsa desproporcionada de regalos en su espalda.

--¿Cómo se les ocurre?—expresó escandalizada.—¡Ni más faltaba!. Una práctica tan impía no puede convocar mi participación. Para ese tipo de actividades no doy un solo peso--, y se les quedó mirando furibunda, como si uno de los visitantes le hubiese animado a participar en un aquelarre de brujas.

Se retiraron sin decir una palabra, pero marcharon --calle abajo—preguntándose cuál sería la religión de la vecina, que le impedía socializar con sus vecinos y marginarse de actividades propias de una sociedad occidental. Sin duda, pensaron, es una fanática. “A tal iglesia no aspiraría ir jamás...”, murmuró alguien.

A su turno, la mujer cerró la puerta, se recostó a la pared, miró al cielo, y dijo:--Gracias Dios mío por librarme de prácticas mundanas...—

¿Y usted también está confundido?

Con demasiada frecuencia confundimos consagración con fanatismo. Y llegamos a los extremos. No dudo que haya prácticas amorales que corrompen la fe, pero no podemos cerrar los ojos a lo que ocurre alrededor. Sería tanto como esconder la cabeza en la arena, como lo hacen los avestruces.

Un pasaje que nos ayuda a dilucidar el asunto es el primer capítulo del libro de los Salmos. Allí podemos estudiar detenidamente cuál podría ser en esencia el comportamiento de un cristiano de testimonio, es decir, aquél que marcha conforme debe hacerlo quien profesa fe en Jesucristo.

El autor escribe: “Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni va por el camino de los pecadores, ni hace causa común con los que se burlan de Dios...”(versículo 1, Versión Popular “Dios habla hoy”). De acuerdo con la Biblia, ser un creyente fiel comienza con asumir una actitud de firmeza en nuestras convicciones, dejando de lado las presiones del sistema que nos rodea y que trata de imponernos actitudes y corrientes de pensamiento contrarias a lo dispuesto por el Señor.

Sin duda no podremos eludir a quienes están a nuestro lado, pero el compartir con ellos, saludarles, brindarles nuestra colaboración, no necesariamente nos “contamina espiritualmente”. Lo que no está bien es expresarnos con vulgaridad, adoptar su línea de vida exenta de principios y valores, y mimetizarnos de tal con su comportamiento, que dejemos de lado nuestra profesión de fe en Jesucristo.

El error nuestro radica en creer que solamente nosotros estamos en el camino indicado y que quienes se desenvuelven cerca nuestro, son pecadores, impíos, a quienes ni siquiera podemos volver la mirada y razonar que pueden conducirnos a la condenación si les saludamos.

Cambiar el derrotero de nuestra vida

Una forma sencilla y eficaz de asumir una nueva línea de vida es meditando en lo que leemos cada día en la Biblia. Lo trascendental no estriba tanto en memorizar el mayor número posible de versículos, sino adoptarlos en todo cuanto hacemos.

Si leemos cómo continúa el texto, podremos hacernos una idea. Dice el salmista: “... sino que pone su amor en la ley del Señor y en ella medita noche y día. Ese hombre es como un árbol plantado a la orilla de un río, que da su fruto a su tiempo y jamás se marchitan sus hojas. ¡Todo lo que hace, le sale bien!”(versículo 4).

Imagine que las cosas que va a decir o hacer, las mide a partir de lo que plantea la Biblia. Si va a expresarse de determinada manera, toma unos instantes y se pregunta primero: ¿Esto agradará a Dios? ¿Acaso las Escrituras avalarían estas palabras? Aquello que estoy planeando hacer ¿Está bien para un cristiano?.

Es una forma sencilla, práctica y transformadora de expresar el cambio en nuestra cotidianidad. Sin ser fanáticos. Simplemente llevando a los hechos aquello que aprendemos.

Un principio que hemos adoptado en la iglesia de la que—por gracia de Dios—he sido asignado como pastor, es concluir los mensajes pidiendo a los asistentes que me recuerden qué aprendimos nuevo en esa ocasión. Al principio tomé a muchos por sorpresa. En adelante, todos estaban atentos para responder a las preguntas y aportar sus opiniones. Ahora, hasta Susana—una hermana de edad mayor—se atreve a interrumpir diciendo:--Hoy aprendí esto y aquello, que voy a poner en práctica--.

Fortalecidos en medio de la adversidad

El final del versículo precisa que “jamás se marchitan sus hojas. ¡Todo lo que hace, le sale bien”. Significa, en pocas palabras, que Dios está junto a nosotros en los momentos de crisis.

Si avanzamos, tomados de su mano, las circunstancias no nos doblegarán. ¡Es una promesa bíblica para nuestra vida hoy! Y prosigue el texto definiendo una premisa que debe mover su vida, y es que Dios prospera todo cuanto hacemos. ¿Había pensado en eso?

¿Quién determina quien es el pecador y cuál no?

Con frecuencia nos aventuramos a señalar y a juzgar a quienes nos rodean. En muchas ocasiones, bajo el convencimiento de que sólo nuestra organización religiosa tiene la razón, nos atrevemos a decir que éste o aquél es impío, que no es otra cosa que nuestra designación –exagerada, además-- de quienes no han tenido una experiencia personal con el Señor Jesucristo, y un encuentro con Él como su único y suficiente Salvador.

Pero si nos atenemos a las Escrituras, aprendemos que no somos nosotros sino Dios quien puede decidirlo. El texto señala que “Con los malvados no pasa lo mismo, pues son como paja que se lleva el viento. Por eso los malvados caerán bajo el juicio de Dios y no tendrán parte en la comunidad de los justos.” (versículos 4 y 5).

Decir quién es o no malvado, sería muy temerario. Incluso, aquellos que consideramos “perdidos en el pecado” en cualquier momento podrían cambiar su situación aceptando al Redentor en sus corazones. Y ese cambio puede producirse en cuestión de minutos. ¿Comprende el error de asumir la actitud de jueces de quienes nos rodean?.

El pasaje concluye con otra promesa extraordinaria, que en nuestra condición de cristianos, debe llevarnos a reflexionar. Dice: “El Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malos lleva al desastre.” (versículo 6).

Viene a mi memoria un la imagen de compañero de la secundaria que se caracterizaba, no solo por el consumo de alucinógenos, sino por llevar una vida disipada. En aquella época lo más que podía esperar de ese amigo era verlo en la cárcel o en una sala de hospital, contagiado por el Sida.

Coincidía con otros estudiantes en decir que Dávila –generalmente nos llamábamos por el apellido antes que por el nombre—no tenía mucho futuro.

Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando, años después, lo encontré en el Seminario donde cursé la formación teológica. No sólo asistía a una iglesia sino que esperaba terminar sus años de formación académica, para asumir responsabilidades pastorales y administrativas en la denominación a la que servía.

El error fue señalarlo como un “pecador” o un “perdido” desconociendo que, no sólo jamás le compartí mis convicciones de fe –en aquél tiempo era parte de las juventudes de la Iglesia Bautista-- sino que además me ocupaba sólo de señalarle. No dudo que ofrecía una imagen de fanático religioso y no de fiel seguidor de Jesucristo.

Mirándolo desde una perspectiva aterrizada, el primer Salmo nos invita a reevaluar cuál es nuestra actitud como creyentes y revisar si no hemos caído en las fronteras del fanatismo, las que llevan al rechazo antes que a impactar un mundo que necesita del Señor Jesús.

Autor: Fernando Alexis Jiménez

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