(El siguiente artículo fue escrito seis meses después del violento terremoto acaecido en la ciudad de Armenia, Colombia, en enero de 1995, en medio de una crisis espiritual.)

Todas las personas tenemos momentos de reflexión en nuestras vidas, una especie de balance, nos proyectamos al pasado y hacemos cuentas de pérdidas y ganancias, derrotas y victorias, y con qué contamos en el presente en el “banco” de nuestra vida, con el propósito de enmendar nuestros errores para que en el futuro, si nos es posible, las pérdidas de alguna manera se conviertan en ganancia por aquello de que “una derrota puede convertirse en victoria.”

Los libros de Proverbios y Eclesiastés fueron especialmente el último producto de un autoanálisis que el sabio hizo de sus experiencias con las cosas, las personas y la vida. Es la vivencia del hombre en un hombre que tuvo la capacidad de tenerlo todo, disfrutar y experimentar de todo y con todo hasta la saciedad, y que en su búsqueda de la felicidad y la verdad llegó a conclusiones pesimistas, desalentadoras y sombrías; esto porque su punto de referencia era: “miré todas las obras que se hacen debajo del sol y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu” (Eclesiastés 1:4), todo: riqueza, placer, poder y sabiduría humana.

El 25 de enero, el eje cafetero sufrió un terremoto que trajo destrucción, desolación y muerte a los habitantes de cuatro departamentos y muy especialmente a las gentes del Quindío.

Un ciudadano de Armenia, al ser entrevistado por un medio de comunicación, quizás resumió el dolor de miles de damnificados en la siguiente declaración: “Toda una vida de trabajo, privaciones y ahorros en unos pocos segundos quedaron reducidos a nada”, y con el rostro bañado en lágrimas y voz entrecortada remató su declaración con este comentario: “mi esposa e hija murieron atrapadas en mi propia casa y negocio… ¿Qué me queda, volver a empezar a mis sesenta y siete años?” Es una escena dramática, se palpaba la tristeza profunda de una persona que veía y sentía su tragedia como el producto de un destino ciego y una desventurada casualidad que le trazó el azar de la vida.

Creo que este hombre estaba experimentando la decepción, desesperanza y hastío que experimentó el Rey Salomón cuando desde su punto de vista observó los acontecimientos de la vida a la luz de su razón y emociones en el marco de su visión, experiencia y estado de ánimo, lo cual expresa con las siguientes palabras: “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol” (Eclesiastés 2:11.)

Yo también como muchos hermanos e experimentado “debajo del sol”, sentimientos de miedo, pérdida, desilusión e incertidumbre. En este orden de ideas, un día razonaba y en mi fuero interno me decía: “mi situación presente es difícil, la vejez con su secuela de limitaciones y problemas se va haciendo sentir, las enfermedades van destruyendo el organismo y ellas reducen las fuerzas, y, con el tiempo, inexorablemente terminan por inutilizarme, me quitan la vida (salmo 90:10)…”

“…La responsabilidad de ministrar La Palabra y de recibir de parte de algunos hermanos incomprensión, críticas negativas y aún ingratitud, por la dureza de algunos corazones, es como un aguijón que produce dolor y sientes que tu deseo de ayudar y edificar es menospreciado y mal comprendido, porque algunos creyentes no aman la sabiduría que está en La Palabra del Señor al cual sirves para no convertirte en una persona quejumbrosa y perder así la visión del ministerio que te ha sido encomendado.”

Con éstos y otros pensamientos me fue imposible no experimentar sentimientos de melancolía, desánimo y aflicción, imposibles de describir. Cuando uno razona el sufrimiento desde el punto de vista humano, puede llegar a ser víctima de la depresión; como creyente sé que si hay una respuesta para el sufrimiento, esa respuesta sólo viene de Dios y es por el camino de la fe. Sus caminos, aunque inescrutables, son de amor compasivo en su gracia.

Buscando una palabra de ánimo en él, fui guiado a abrir Las Escrituras en el capítulo cincuenta y tres del Profeta Isaías versículos 4 -7. Allí se nos describe magistralmente al “Varón de Dolores, experimentado en quebranto.” Mi espíritu fue conmovido porque el Justo sufrió por mí, el injusto, para llevarme a Dios… “Porque el castigo de mi paz fue sobre Él”… “Porque Jehová cargó en Él mi maldad”, y “Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.” (Romanos 14:8.)

Si tú, hermano lector, estás pasando por un túnel tenebroso, mira a Jesús (Hebreos 12:2), el cual te dará una visión “Más allá del Sol”. En el Señor Jesús tenemos el perfecto ejemplo. Desde niño Jesús se sometió a una cadena de limitaciones, Él conoció la incomprensión, la calumnia, la envidia, la burla, ser malentendido. Como ninguno, Él tenía pleno conocimiento de que su vida iba a culminar en el cruel madero y nunca retrocedió, antes afirmó su rostro con ánimo resuelto.

¿Es que acaso no vino a nacer en un sucio establo rodeado de animales? ¿No fue su colchón, hierbas secas? ¿No experimentó el exilio? ¿No fue su universidad un duro banco de carpintería? ¿Acaso gozó de un empleo bien remunerado?

Conoció el rechazo social, la clase alta lo ignoraba y la dirigencia religiosa no lo tomó en cuenta, ni se interesó en este “nuevo predicador”, sino que ante Jesús sus intereses fueron tocados y se puso en evidencia la doble moral de hombres instruidos en la ley para ser luz y maestros para el pueblo de Dios; fue precisamente la élite religiosa quien le condenó a muerte, porque antes de oficialmente condenarle a Jesús como blasfemo (Mateo 26:63-66), ya habían decidido quitarle la vida teniendo consejo para matarle. Ellos le odiaban y temían, Él les hería y desnudaba su hipocresía ante el pueblo, y, ¿cómo se atrevía un oscuro carpintero sin títulos superiores a reprender delante del pueblo a los dirigentes religiosos diciéndoles que se habían quedado con la cáscara vacía de la tradición y el legalismo y que estaban pasando por alto lo principal, la justicia, la misericordia y la fe? (Mateo 24:16-24.)

¿No experimentó la crítica por hacer el bien aún a pecadores y no judíos? Porque los “sabios” decían que era malo ser tan justo y bueno (“No seas demasiado justo, ni seas sabio con exceso; ¿por qué habrás de destruirte?” Eclesiastés 7:16), y razonaban que el servicio a los demás debe ser medido y que la generosidad debe estar limitada en el marco de nuestra propia sabiduría, porque al servir a los demás debemos primero investigar si las personas reúnen ciertos requisitos de antemano: “Ortodoxia Bíblica”, que no es más que un marco de referencia personal que ellos y nosotros nos hemos construido para proteger nuestros intereses y no perjudicar nuestra comodidad, para así no tener compromisos genuinos con nuestros hermanos y prójimos; así violaban el “Espíritu de La Palabra de Dios, porque cuando el hombre racionaliza la bondad y la misericordia, desecha lo que es el amor verdadero poniéndose una máscara para engañar y auto engañarse.

Si uno como creyente piensa que seguir a Cristo le trae inmunidad contra el dolor, se encontrará con el sufrimiento y no tendrá defensa. El sufrimiento es parte de nuestra naturaleza caída y de vivir en un mundo caído (Génesis 3:16, Job 5:6-7.)

La enfermedad, vejez, muerte, y toda clase de tribulaciones, son experiencias universales por las cuales todo ser humano tendrá que pasar. La autocompasión y la autonegación conducen a la desesperanza y ésta a la amargura y cinismo. Cuando creemos que Dios, las personas y la vida están en deuda con nosotros y que somos unas “pobres víctimas”, nos construimos nuestra propia cárcel emocional y a la vez somos carceleros y verdugos. ¡Bendito sea el Señor! Ningún creyente tiene que vivir en tan triste condición, y no importa las circunstancias por las que estemos pasando ¡Cristo es el Señor y está al mando, en Él hay fortaleza, amor, paz y libertad para mí y para ti!

El hecho de que Cristo llevó nuestros dolores no significa que somos liberados del sufrimiento aquí en la tierra, en el presente, pero sí que no habrá más sufrimientos en el Reino de Los Cielos y que el hijo de Dios no tendrá que ir al horrendo lugar de tormento eterno (Lucas 16:24-27.)

Tampoco significa que cuando nuestros hermanos sufren, nosotros debemos permanecer indiferentes. La actitud del sacerdote y levita con el hombre que descendía de Jerusalén a Jericó, no era la correcta (Lucas 10:30-37.) Quizá tengamos respuestas “razonables” cuando el corazón es frío ante el hermano que sufre, y actuamos sinceramente así en el nombre del Señor; si ésa es nuestra actitud, recordemos que podrá ser en Su nombre, mas no será en Su Naturaleza de amor (Romanos 12:13-15.)

Hermano que sufres, recuerda que Nuestro Salvador llevó todos nuestros sufrimientos, no olvidó ninguno. Dios El Padre, fue testigo de la terrible y despreciable carga que Jesús llevó en nuestro lugar.

Él habló y sufrió por los olvidados, pobres, despreciados y por todos los perdidos; sus hombros se doblegaron ante el pesado madero, sus piernas van hacia ese camino de dolor, las espinas laceran su sien, el látigo inclemente rompe sus espaldas, su rostro divino fue cubierto de sudor, sangre, polvo e inmundos escupitajos, sus preciosas manos y pies fueron brutalmente traspasados por los clavos romanos, sus miembros dislocados al ser alzado con rudeza en el madero. Y allí, sí, allí, solo, sin auxilio, sin consuelo, rodeado de personas implacables, una nube oscura como nuestro pecado lo cubrió y en un infierno de sufrimientos y agonía, en un instante hecho eternidad, la ira Divina se descargó sin misericordia. Fue el momento en que el Verbo Eterno hecho carne, se ofreció como la víctima perfecta para que tú y yo, pobres pecadores fuésemos librados del juicio eterno, de la condenación, y así poder tener paz en Su dolor.

¿Qué son nuestros sufrimientos comparados con los de Jesús? Sus dolores fueron proporcionalmente infinitos, como Su Persona; Su sacrificio suficiente, único y Todopoderoso en sus efectos redentores para sanar nuestras almas enfermas de pecado. ¿Qué pluma podrá describir el infinito precio que pagó para reconciliarnos con Dios? Es que su sufrimiento ningún matemático podrá cuantificar, ningún razonamiento comprender, ninguna tecnología explicar. Hubo una copa amarga que tomar, una horrible cruz que cargar y una indescriptible muerte que sufrir, y Él, que es “El resplandor de la Gloria de Dios y la Imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:3), pagó con Su muerte nuestra redención, con Su justicia nos hizo justos y con Su santidad nos separó para Dios.

El drama del Calvario escapa a toda comprensión y explicación humana, allí el tiempo se hace eternidad y la eternidad se nos manifiesta por medio del tiempo. La justicia y el amor de Dios nos son evidenciados por medio del dolor redentor del Dios Trino, del Padre que envía a su hijo, del hijo que muere en la cruz y del Espíritu Santo que lo ofrece sin mancha ante Dios; Dios Trino que llevó nuestro dolor en la Persona Bendita del Verbo hecho carne, que, paradójicamente pagó el precio que no tiene precio; con razón exclamó:”…Padre, si quieres pasa de mí esta copa… Y estando en agonía… Y era su sudor como grandes gotas de sangre…” (Lucas 22:42-44.) Más allá de la tumba vacía está nuestro Señor Jesús resucitado, Él nos fue a preparar un hogar donde: “…Él enjugará toda lágrima… Y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor… Porque estas palabras son fieles y verdaderas.” (Apocalipsis 21:45.) Sí, yo tengo un hogar, hogar, un bello hogar más allá del sol. ¿Y tú?

El hermano Tulio Gómez, es un hombre anciano, que ha dedicado su vida al servicio del Señor. Trabajó en la Obra del Señor 17 años como predicador de medio tiempo, sosteniéndose económicamente con sus propias manos en las labores del campo tales como la agricultura y la construcción. En la actualidad reside en la ciudad de Santa Rosa, Risaralda, Colombia, América del Sur, dedicado a escribir para el Servicio del Señor Jesucristo y la edificación del pueblo de Dios.


COMENTARIOS Y CORRESPONDENCIA:

TULIO GÓMEZ

CALLE 25 Nº 24 – 02

HOGAR “BET- SEAN”, CIUDADELA FERMÍN LÓPEZ

SANTA ROSA, RISARALDA,

COLOMBIA, S.A.

TELÉFONO: 57-6-3643856

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