Era domingo, en la noche. Recién había terminado la alabanza y me disponía a compartir el mensaje. Alguien pidió hablar. En ese mismo instante, relató, se encontraba su esposa con un hermano accidentado. Lo había arrollado un vehículo, a pocas cuadras del lugar donde nos encontrábamos. Lo tenían en la sala de urgencias del Hospital Universitario “Evaristo García”, de Santiago de Cali.

 
Como es apenas natural, el hecho había conmocionado el caserío del Valle del Lío, al sur de la ciudad. El hombre había quedado inconsciente. Iban a tomarle radiografías.

“Ella confía que si la respaldamos en oración, su hermano no morirá”, explicó.

Comenzamos a orar. Todos los asistentes a aquella congregación cristiana, levantaron su voz. El clamor se escuchaba a lo lejos. Teníamos fe. Estábamos plenamente convencidos que la distancia no sería un obstáculo para que Dios obrara un milagro en la vida de aquella persona.

Terminada la predicación, salí. Me preocupaba qué podía ocurrir. Todos coincidimos en que seguiríamos orando desde nuestras casas. Y lo hicimos. A la madrugada una llamada telefónica: “Pastor, pronto traerán al enfermo. El médico le dio de alta. Las radiografías revelaron que habían fracturas, salvo las contusiones en algunas partes del cuerpo que no son de consideración”, decía, mientras yo no atinaba a salir de esa mezcla de admiración por el obrar de Dios, y de preguntarme cómo ocurren los milagros sin que medien ni la distancia ni el tiempo ni el lugar.

Todavía no tengo las respuestas y, seguramente, usted tampoco. Pero me asiste un convencimiento: no hay nada imposible para nuestro amado Señor Jesucristo.

Una promesa de la que debemos apropiarnos

El apóstol Santiago escribió que si oramos por los enfermos, sanarán. Esa preciosa promesa es real si nos apropiamos de ella. “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará (sanará) al enfermo, y el Señor lo levantará...”(Santiago 5:14, 15).

Observe que el texto plantea tres cosas de suma importancia. La primera, orar por los enfermos; segunda, ungirles con aceite y tercera, pedir ese milagro en el nombre del Señor Jesucristo. Estas recomendaciones coinciden con la promesa que hizo el propio Cristo cuando dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que en mi cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre. Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo hará, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré”(Juan 14:12-14).

También fue el propio Señor Jesucristo quien, al delegar la comisión de evangelizar a las naciones, dijo a sus discípulos:”...Id por todo el mundo y predicad el evangelio a todas las criaturas... Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán las manos, y sanarán”(Marcos 16:15-18).

Es necesario poner en práctica la fe

Los milagros pueden ocurrir. Es evidente. Sólo basta que pongamos en práctica la fe. No podemos decir que creemos y no dar pasos de confianza. Es necesario avanzar. ¿Cuándo lo hacemos? Imagine qué ocurriría si usted apartara tiempo un domingo o el día que considere más conveniente, para ir donde hay enfermos y orara por ellos. Sanarían. Lo prometen las Escrituras que leímos y otras tantas que no alcanzamos a analizar... ¡Usted tiene abiertas las puertas para testimoniar con hechos que el evangelio del Señor Jesucristo es transformador!

¿Qué ocurre si el enfermo no sana? Ore en casa y regrese otro día, y ore de nuevo por él. No desista. Simplemente crea. Y cuantas veces le pidan interceder por alguien con cualquier afección de salud, hágalo. No se pregunte cómo ocurrirá el milagro, simplemente crea...

Cuando usted aborda un ascensor en dirección a un piso inferior o superior, usted no se pregunta cómo se mueve esa máquina, cuánto voltaje necesita para operar ni tampoco qué cantidad y de qué especificaciones son los circuitos electrónicos que lo integran. No. Usted simplemente oprime el botón que señala el lugar al que quiere desplazarse... y ¡listo!...

Usted confía que el fabricante del aparato hizo las cosas bien... Igual con Dios, el gran constructor... El hizo la promesa de que si oramos por los enfermos, sanarán. Usted simplemente confíe...

¿Quiere que le ayudemos a interceder?

Es probable que tenga algún problema o requiera de un milagro y desea que le ayudemos a clamar. Escríbanos ahora mismo. Le incluiremos en la cadena de oración. Y un consejo que jamás debe olvidar: simplemente crea que Dios obrará los milagros... El no falla... cumplirá sus promesas.

Ps. Fernando Alexis Jiménez
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