Si hay alguien que enfrentó grandes problemas, ese alguien se llama Elvia de Cárdenas. Enfrentó el cambio abrupto de tener solidez económica, para comenzar a experimentar situaciones de escasez que le hicieron temer que estaba a las puertas de la bancarrota.

 
Una mujer extraordinaria, entusiasta, con una aguda intuición para los negocios, pero con muchas dificultades por delante.

En un principio creyó que superaría la situación. Pero la crisis financiera se agravó. Debió vender una cómoda residencia en un barrio de clase media alta, en el oriente de Cali lo mismo que los dos vehículos que poseía su familia. Aún así, no lograba cubrir sus deudas.

A toda esta concatenación de dificultades, se sumó una eventual crisis del hogar.

Muchas veces Elvia quiso huir, escapar sin rumbo fijo, muy lejos, sin saber a dónde. Era el fruto de su desesperación. Quería desconectarse de la realidad, despertar de la pesadilla, comenzar a vivir de nuevo.

Y fue en medio de esa situación que clamó a Dios. Cuando todo estaba en contra, cuando no había aparente salida, Dios le respondió. El Supremo Hacedor hizo la obra y le devolvió la esperanza, las ganas de sonreír, el optimismo de un mejor mañana.

No siempre las cosas salen bien

La vida de un ser humano puede cambiar en un minuto. Y todo lo que marchaba bien, en un abrir y cerrar de ojos, convertirse en un verdadero caos. El panorama lleno de sol, de pronto puede verse poblado de nubes.

Quizá ha vivido en carne propia esta situación y parece que todo está en contra. Eso fue justamente lo que le ocurrió a un buen número de israelitas. Se les conoció en la antigüedad como las tribus de Rubén, Dad y la media tribu de Manases. Hombres guerreros. Ganadores de tiempo completo. Eran cuarenta y cuatro mil aptos para salir a pelear. La historia puede leerla completa en el primer libro de Crónicas, capítulo cinco, versículos del 18 al 26.

Pero se reunieron en su contra cuatro grupos guerreros, compuestos por más de cien mil hombres: los agarenos, y combatientes de Jetur, Nafis y Nadab. Un ejército nada despreciable.

Frente a circunstancias así, de poco servían sus conocimientos no su poderío. ¡La derrota era segura!.

Es necesario buscar a Dios en la angustia

Si está enfrentando una situación crítica, si considera que está frente a un callejón sin salida, si las dudas lo acosan, si nada parece salir bien, entonces: vuelva su mirada a Dios. Eso fue lo que hicieron las gentes de Rubén, de Gad y la media tribu de Manases. Cuando clamaron, Dios respondió.

“... pero Dios los ayudó, y los agarenos y sus aliados cayeron en sus manos, porque en medio de la batalla pidieron a Dios que los ayudara, y Dios los ayudó porque confiaron en él”(v.20).

Nadie mas que Dios nos puede ayudar en medio de las crisis. Él da la salida a la encrucijada. El Creador cambiará las circunstancias, y lo que pensábamos que era motivo de desesperación, se transformará en bendición.

El secreto: depositar la confianza en Dios

Los cristianos, llenos de fe, no se desesperan pese a la adversidad ya que saben que el Dios de poder en quien han creído, es quien da la respuesta, El nunca nos deja solos. Siempre está ahí para respaldarnos.

¿Cuál es el secreto? El secreto es confiar en Dios. Descansar en Él. Tener claro que sí es posible salir del laberinto, si tan solo depositamos nuestra confianza en Él.

“Muchos enemigos murieron, porque la guerra era de parte de Dios. Y se quedaron a vivir en aquellos lugares hasta la época del destierro” (v. 22).

Si miramos las circunstancias, volveremos atrás, doblegados por la desesperanza. Por esa razón, en nuestro corazón debe germinar la esperanza, una chispa de fe que nos lleve a concebir la certeza de que no estamos ni solos ni abandonados a nuestra suerte.

Tenga la plena convicción que si tan solo confía, verá a Dios obrando prodigios en su existencia. Jesucristo es la solución.

Tal vez le falta algo...

Sí, quizá todavía le falta algo en su vida. Todavía no le ha abierto las puertas al Señor Jesucristo para que tome el control de su vida y le ayude a cambiar. ¿Qué hacer? Es sencillo. Basta que haga la siguiente oración, incluso allí, frente a su computador. Dígale: “Señor Jesucristo, te acepto en mi corazón como mi único y suficiente Salvador. Entra a mi vida y haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Gracias por perdonar todos mis pecados y darme la oportunidad de comenzar una nueva vida. Gracias por tu Espíritu Santo. Amén”.

Si hizo esta oración, lo felicito. Es el mejor paso que puede dar. Su vida no será la misma desde hoy, ya lo comprobará.

Le invito ahora a seguir tres pasos: el primero, asuma la costumbre de hablar con Dios en oración cada día; el segundo, lea la Biblia y el tercero, acérquese a la iglesia cristiana más cercana a usted. Compártale al pastor que hizo la decisión de fe, y que quiere congregarse. Su vida no será la misma.

Si tiene alguna inquietud, sugerencia o duda, escríbame ahora mismo:

Ps. Fernando Alexis Jiménez
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