Si el pasado no muere, moriremos en el pasado…

No se puede negar que al caer la tarde ofrece una imagen triste. Y en la noche puede lucir lúgubre. Pero trae alegría. Aunque tiene cruces y lápidas, es un cementerio diferente de todos los demás. Es el lugar al que decenas de hombres, mujeres y niños van a enterrar sus tristezas, rencores, temores y hasta desamores.

 
Alguien enterró la pereza y otro más ingenioso, los proyectos del año pasado que jamás desarrollo, bien porque no perseveró o porque las metas eran demasiado grandes para materializarlas en unos cuantos meses. Un hijo cargado de venganza, la sepultó bajo tierra, y decoró el epitafio con letras de colores para simbolizar un nuevo comienzo.

¿Dónde queda? En Yarumal, al noroeste de Colombia. Lo concibió una pensionada: Gudiela Vélez, quien invirtió todos sus ahorros en aquél sueño, por muchos calificado como una locura, y por otros, como la realización de una metáfora o del argumento de un cuento subrealista como los del escritor mejicano, Juan Rulfo.

Todavía se recuerda la soleada tarde cuando lo inauguraron. Fue el 27 de septiembre del 2002. Las gentes más representativas del pueblo asistieron a la ceremonia: desde el cura párroco, pasando por el boticario, el médico y el notario, hasta Juana, la propietaria de la cafetería más vistosa y agradable que se encuentra justo en el marco del parque principal.

Son cincuenta metros cuadrados en los que yacen las cosas que impiden ser felices, crecer y tener esperanzas. Y algo que también hace distinto aquél sitio, es que quienes entierran sus tristezas y debilidades, lloran por un buen rato pero al salir, esbozan una sonrisa confiada, con la certeza de que comienzan una nueva vida...

Corazones que semejan un cementerio...

El corazón de muchas personas parece un cementerio. Allí guardan los restos de las frustraciones por lo que pudo ser y no fue; de las ilusiones muertas; de los desengaños; del resentimiento por el daño que les causaron; del rencor por lo que ocurrió hace muchos años pero que sigue vivo en sus recuerdos.

Pasa el tiempo y guardan y guardan cosas y permanecen presos en los muros de la tristeza, del resentimiento y de la desesperanza. Sus rostros, más que el reflejo de una vida satisfecha, parecen una lápida con un crudo epitafio que reza: “Yo cargo mi amargura donde quiera que voy”.

El pasado debe morir...

El pasado es pasado. Por mucho que nos esforcemos, no podremos regresar el tiempo. Los errores cometidos ya se cometieron. Nos queda sólo revisar dónde fallamos y corregir hacia el futuro los nuevos errores en que podríamos incurrir.

Dios mismo nos recomendó dejar atrás todo aquello que no trae sino amargura, tristeza y dolor. Es además de la más hermosa recomendación que podamos asumir en nuestras vidas, una promesa de que tenemos una nueva oportunidad para comenzar. El dijo: “No os acordéis de las cosas pasadas ni traigáis a memoria las cosas antiguas. He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a la luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad” (Isaías 43:18,19).

El ayer debe quedar atrás. Tenemos delante el hoy para vivirlo, y el mañana, que todavía no llega. Es más, en ocasiones somos nosotros quienes nos acordamos de los errores porque, quienes están a nuestro alrededor y que fueron víctimas de nuestro mal, ya los olvidaron.

Si pecamos y pedimos perdón, Dios nos abre las puertas a un comienzo diferente: “Si confesamos nuestros pecados, el es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”(1 Juan 1:9). Dios ya nos perdonó, así es que no tiene sentido amargarnos por lo que hicimos en el pasado.

Además, si guardamos rencores, temores, resentimientos, dudas en nosotros, reaccionaremos conforme todo lo que hayamos almacenado en nuestro corazón. Actuamos como pensamos. Este es un principio que está contenido en la Biblia: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Proverbios 23:7), y que nos debe llevar a una renovación en nuestra forma de pensar.

Es hora de comenzar

Seguramente usted es conciente de la necesidad de sepultar todos sus pecados y errores, y comenzar de nuevo. Nada impide que empiece hoy. Es hora de poner manos a la obra... Un mundo lleno de oportunidades se abre frente a usted...

Pero también es probable que todavía no se haya reconciliado con Dios. Se siente lejos de Él. Y quiere que las cosas sean diferentes. Le invito entonces para que le acepte en su corazón. Es fácil. Basta una sencilla oración. Dígale: “Señor Jesucristo, reconozco que he pecado, pero quiero cambiar. Perdóname por mis errores y dame la fuerza necesaria para cambiar. Te recibo hoy en mi corazón. Haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”.

Le felicito. Ha tomado la mejor decisión de su existencia. Ahora le sugiero tres cosas. La primera, que asuma el hábito de hablar con Dios, es decir, de orar. La segunda, que lea la Biblia para encontrar orientación del Señor. Y la tercera, que comience a congregarse en una iglesia. Su vida espiritual será edificada.

Si tiene alguna inquietud, no dude en escribirme:

Ps. Fernando Alexis Jiménez

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