“Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad... por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias, PORQUE CUANDO SOY DEBIL, ENTONCES SOY FUERTE.” (2 Cor. 12.9-10)

Es por todos conocida la escena que se describe en el evangelio de Lucas 5.1-11. Los apóstoles pasaron la noche pescando y no recogieron nada. Cristo aparece en el lago Genesaret y subiendo a una barca, la de Simón, dice que echen nuevamente las redes. Aunque incrédulos, Pedro y sus compañeros acceden. Y sucede el milagro. Cogieron peces en tal cantidad que la red se rompía y la barca se hundía. Asombrado Simón Pedro se arroja a los pies del maestro exclamando: Apártate de mí señor, que soy hombre pecador.

Un acto de humildad fue el gesto de Pedro, confesándose débil, humano, pecador.

Señor, meditando en la humildad de Pedro y en la pesca milagrosa en el lago Genaseret he encontrado la más consoladora de las verdades. He descubierto que la fuerza de mi cristianismo, de mi trabajo y de mi apostolado nace, en gran parte, de mi debilidad, de mi lado humano, de mi propio pecado.

Ser inmaduro, vulnerable, herido, me hace más cercano a mis hermanos. Esclavizado también por las limitaciones humanas, comprendo mejor a mis hermanos esclavizados. Mi experiencia existencial no es diferente de la mayoría de los mortales. Lo que me hace posible adivinar con mayor facilidad lo que el otro está pensando y sintiendo. Es muy difícil para un rico entender a un pobre, pues es necesario ser o haber sido pobre para sintonizar con ellos.

Señor, siempre que me sumerjo en las aguas del lago de la vida, vuelvo a la superficie constatando que no soy un cristiano de clase superior o de estirpe diferente. Me encuentro en el medio. Herido, me identifico con los que también están heridos.

Si yo fuese totalmente adulto, definitivamente equilibrado y santo, por cierto no entendería tan bien a mis hermanos. Tal vez intimidase a muchos asustándolos, distanciándolos, haciéndome intangible. Si yo fuese invulnerable, cómo realizar el contacto, la aproximación, la sintonía con los necesitados?. Si yo no tuviese cicatrices, cómo entendería las cicatrices de los que me buscan? Si yo fuese perfecto me distanciaría de los demás, viviría en un pedestal demasiado elevado.

Esta es una de las paradojas de tu Iglesia, Señor. Escoges médicos heridos para tratar almas heridas. Escoges consejeros heridos para aconsejar corazones heridos. Escoges consoladores heridos para consolar almas atribuladas, sedientas de paz interior (Isa 50.4)

Gracias Señor, por haberme enseñado que ser inmaduro, débil, imperfecto, marcado por la flaqueza, estar en tribulación y en prueba, es bueno.

Siendo débil, soy fuerte. Y reconociendo mis flaquezas, que me identifican con mis hermanos, me vuelvo hacia la verdadera fuerza que viene de lo alto (Sal. 121)

Por:

DIEGO FORERO HERRERA
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