La triste historia de alguien que pasó sin pena ni gloria la mayor parte de su vida

Fueron más de veinte mil cartas que no llegaron a su destino final. Eran de diferentes tamaños, con sinnúmero de estilos de escritura e incontables destinatarios. Misivas que esperaban hombres, mujeres, jóvenes y hasta niños. Llevaban noticias agradables, recados urgentes y una que otra nota de amor.

 
Fueron muchos rostros asomándose con ansiedad cada vez que tocaban a la puerta, con la esperanza de que allí, con una sonrisa, estuviera el cartero. Pero jamás llegó, ni tampoco las cartas.

Las comunicaciones terminaron arrumadas en una habitación propiedad de Helmut, un empleado del servicio postal de Austria que reconoció, días después de pensionarse, que por espacio de veinticinco años dejó de entregar comunicaciones, la mayoría con el rótulo de “urgente”, porque estaba bajo el influjo de la bebida.

Hoy, con más de cincuenta años, vive pensionado en una modesta casa al oriente de Viena.

Lo más grave para su existencia es reconocer que pudo hacer mucho más por quienes le rodeaban, pero se rehúso, atado por un vicio. Y muchas vidas esperaron por años y años una carta que nunca llegó...

Un error muy común

Hoy día es común encontrar empleados que no cumplen sus funciones a cabalidad. Trabajan poco pero exigen mucho. Pierden con rapidez el entusiasmo con el que emprendieron sus labores días inmediatamente después de su vinculación. Pronto caen en la inercia y, del funcionario capaz y eficiente, no quedan sino los recuerdos...

Y no es justo, ni para nosotros, ni para quienes nos rodean y menos para quien contrata nuestros servicios. Lo más honesto, si estamos recibiendo una remuneración por el trabajo, es dar lo máximo de nuestras capacidades. Pero si no trabajamos con gusto, difícilmente lograremos colmar estas expectativas.

El cambio comienza por nosotros

Si aspiramos un mundo diferente, en el que haya honestidad, en el que todas las personas cumplan sus funciones a cabalidad, en el que prime el interés por servir antes que por ser servidos, debemos aplicar cambios. Y deben producirse en usted y en mi. Si cambiamos nosotros, cambiará el mundo.

Ahora, vamos al plano específico de un cristiano. ¿Cómo debe ser en su condición de empleado? Debe buscar cada día un mejor desempeño, rendir resultados, ser parte del cambio. En síntesis, debe constituir un buen ejemplo.

El apóstol Pablo lo explicó así: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y ni para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Colosenses 3:23, 24).

Los cristianos estamos llamados a transformar el mundo, con ayuda de Dios. A establecer su reino, constituyendo una opción para un mundo en donde prevalecen la desconfianza, la desilusión y la deshonestidad.

Tal vez al leer este artículo sienta que su vida necesita un cambio, no solo en su desempeño como fuerza productiva, sino a nivel personal. ¡Ya es hora de que lo haga!. Pero ese cambio no será posible asistidos únicamente por los buenos propósitos... Es necesaria una fuerza superior que nos motive, estimule y fortalezca. Esa fuerza proviene de Dios y toca nuestra vida cuando aceptamos a Jesucristo como nuestro único y suficiente Salvador.

¿Qué hacer? Es fácil. Sólo basta hacer una sencilla oración allí, frente a su computador. Dígale: “Señor Jesucristo, reconozco que he pecado, que mi vida no tiene rumbo fijo, que necesito un cambio. Reconozco también que sólo tú puedes obrar esa transformación en mi existencia. Te abro las puertas de mi corazón. Entra en él y haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”.

Si tomó la decisión por Cristo, lo felicito. Es el primer paso hacia una vida renovada. Si tiene alguna inquietud, no dude en escribirme:

Ps. Fernando Alexis Jiménez
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Página en Internet: http://www.adorador.com/heraldosdelapalabra