Aparte de la justicia de Dios está la justicia del creyente, que es requisito básico para entrar en el reino de los cielos. Esta justicia es una forma de rectitud y de santidad que va más allá de los cánones religiosos y humanos en uso.

“Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo 5:20)

Cuando el Señor Jesús dijo estas palabras estaba sentado en la cumbre de un monte, y los discípulos y la multitud estaban a su alrededor, oyéndole. Era un hombre que les hablaba, sin ningún elemento exterior que revelara la grandeza de su persona, su realeza, su magnificencia y su gloria.

Sin embargo, para nosotros, este versículo y toda esta enseñanza, tiene el mismo valor que si hubiese sido dicha desde un trono, en un palacio gigantesco y lujoso, con la presencia de personalidades connotadas, de embajadores, y todo tipo de grandeza, porque el que lo dijo es el Señor Jesucristo, el cual es el Rey.

Estas son las palabras del Rey.

¿De qué clase de justicia se habla?

Aquí dice: “Vuestra justicia”. La primera pregunta que nos asalta es esta: ¿De qué justicia está hablando aquí el Señor? ¿Está hablando de esa justicia objetiva, esa justicia, imputada, que es de Cristo, y que ella imparte gratuitamente a todo hombre que cree en él? ¿Es esa justicia objetiva que no es fruto del esfuerzo humano, que no es mérito del hombre, sino que es un regalo de Dios en Cristo? ¿Se trata esta justicia de esa justicia para obtener la cual nosotros no trabajamos ni nunca nos esforzamos, ni jamás hubiésemos podido comprar? ¿Es la justicia de la cual habla Pablo en Romanos, la justicia de Dios, la justicia que es gratuita por la fe en Jesucristo? ¿Es esta la justicia de la que se habla aquí, o es otro tipo de justicia?

Si se tratara de la justicia de Dios, entonces, no tendríamos otra cosa que hacer ahora sino alabar a Dios y darle gracias por este regalo. Tendríamos que decir: “¡Qué bueno es lo que Dios ha hecho con nosotros, cómo Él nos ha favorecido! etc, etc,. Entonces, tendríamos que dedicar el resto de este mensaje y de esta reunión a darle gracias a Dios por la justicia que nos ha sido dada gratuitamente.

Pero, ¿qué creen ustedes? ¿Se trata de esa justicia?

Dice aquí: “Vuestra justicia ...” Si miramos el capítulo 6:1, dice: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres ...” En el 5:20 dice “Vuestra justicia” y aquí en 6:1 otra vez dice: “Vuestra justicia”. Y dice: “Cuídense de hacer vuestra justicia delante de los hombres”. ¿A qué se refiere? Si miramos el capítulo 6 encontramos que habla de la limosna, de la oración y del ayuno. Entonces, se trata de algo que es nuestro, y que es producto de un cierto obrar y de un cierto hacer.

El Señor enseñó: “Guardaos de dar limosnas para que os vean, guardaos de orar para que os oigan, guardaos de ayunar para que os vean pálidos y os alaben”. Aquí estamos hablando de una forma de conducirse, de vivir, que es propia de los hijos de Dios, de los que aspiran a entrar en el reino de los cielos. “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” Y este “no entraréis” que aparece aquí, en el griego es más categórico todavía: Dice: “De ningún modo entraréis.”

Hay, por tanto, una justicia objetiva, que es un regalo de Dios en Cristo, y hay una justicia subjetiva, que se va perfeccionando en nosotros en el caminar diario, en la obediencia. Hay una justicia que se va cultivando y que se va manifestando en nuestras obras, en nuestro hablar, en nuestro trabajar, en nuestro andar. Cuando esta justicia subjetiva, la justicia del creyente se cultiva y progresa, llega un momento en que al mirar nosotros a ese creyente, podemos decir: he aquí un hombre muy parecido a Cristo.

La justicia de Dios, objetivamente, es la misma para todos, y nadie puede hacer ostentación de mérito alguno por tenerla. Si aquí en esta asamblea hay 300 personas, y si hay creyentes de 30 años, y otros de un mes, todos tienen la misma justicia imputada, la misma justicia que es regalo de Dios.

Y con esa justicia, la justicia de Dios, nosotros tenemos dentro de nosotros, la semilla, el germen de una santidad, de una rectitud, que espera ser cultivada y vista en la vida práctica.

La justicia de los escribas y fariseos

Al mirar las Escrituras encontramos que los escribas y fariseos hacían ostentación de sus obras buenas. En el cap. 6 dice que cuando ellos daban limosna, hacían tocar trompeta delante de sí, para que toda la gente se enterase. Al hacerlo, subían como en coro las alabanzas de los hombres. Cuando así ocurría, ellos ya tenían su recompensa – dice aquí. En el acto mismo de ser alabados, ya estaban recibiendo su recompensa. Cuando dice: “De cierto os digo que ya tienen su recompensa”, puede traducirse también: “Ya están recibiendo (completa) su recompensa”.

Ellos también oraban: se ponían en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres. Entonces, ellos recibían su recompensa, porque todos decían: “¡Qué piadoso es este hombre!”

También ellos ayunaban. Y cuando lo hacían, dejaban que su rostro luciera la palidez propia de quien no ha comido por algún tiempo, para mostrar a los hombres que ayunaban. Ellos visitaban también a las viudas y a los huérfanos. Pero en Mateo 23 dice que ellos, en vez de ir a ayudar y a consolar, ellos “devoraban” (o se tragaban) las casas de las viudas. Ellos llevaban en sus vestidos unos colgajos, señal de piedad, y llevaban en sus vestimentas algunos versículos de las Escrituras.

Ellos caminaban por las calles con solemnidad, y les gustaba que la gente, al pasar se inclinara delante de ellos, y les dijera: “¡Cómo está, Rabí!”. Ellos también, dentro de sus hábitos de justicia, diezmaban de todo lo que ellos ganaban.

La justicia de los escribas y fariseos era, en cierto modo, admirable. Era digna de elogio. Si miráramos externamente, parecería que ellos de verdad eran justos. Sin embargo, el Señor desnudó su justicia una y otra vez, y dijo que ellos eran hipócritas. Y la hipocresía supone un doble estándar. Supone mostrar algo que no es. La hipocresía es un arte: es el arte de hacer ver como verdadero algo que es falso. Es el arte de causar una impresión que no es real. Por eso el Señor les dijo en una ocasión: “¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera a la verdad se muestran hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros, por fuera, os mostráis justos ante los hombres. Pero por dentro estáis llenos de toda hipocresía e iniquidad” (Mateo 23:27-28).

¡Qué figura más fuerte usó el Señor! ¡Un sepulcro! Lo podemos pintar por fuera, lo hermoseamos, si queremos lo adornamos con oro, mármol, o lo que queramos por fuera, pero por dentro no deja de ser lo que es, no deja de tener lo que tiene todo sepulcro: Huesos de muertos.

El Señor Jesús dijo esto a los fariseos frente a frente. Nosotros creemos que el Señor Jesús es el Salvador, el Redentor de todos los hombres; es quien se ofrendó por el perdón de los pecados de todos los hombres; nosotros creemos en la propiciación que es en Cristo Jesús; en el poder de su sangre para salvar. Creemos en su bondad sin límites. Creemos que Jesús tiene un corazón cariñoso, amoroso, tierno y compasivo. Así lo conocemos a él, y por eso le adoramos con gratitud y nos desbordamos en toda palabra buena hacia él. Pero cuando leemos estas palabras, vemos a Jesús el Rey. A Jesús, cuya palabra es con autoridad, que nos hace temblar, que nos conmueve por dentro.

La justicia de los súbditos del reino

Y luego él nos da algunas muestras de cómo ha de ser esta justicia. “Súbditos míos, esclavos míos –parece que nos dijera el Señor– ustedes no se pueden enojar contra su hermano. Ustedes no pueden decirle “necio” a su hermano, Ustedes no pueden decirle “estúpido” a su hermano. No pueden decirle “desgraciado” a su hermano. Si lo hacen, se exponen a las llamas del infierno.”

La enseñanza antigua era; “No mates”. Con que no mataran, los judíos se lavaban las manos: “Yo no he matado a nadie”. Sin embargo, el Señor –el Rey– dice: “No te enojes contra tu hermano.” No abras tu boca para maldecirlo; no uses epítetos indecorosos cuando te refieras a él.

“Cuidado con las miradas impuras”, súbditos del Rey. ¿Miraste una mujer para codiciarla? ¡Adulteraste! No estuviste en su alcoba, pero la miraste con lascivia, ¡adulteraste! Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo. Si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala. ¡Súbditos del Rey!: No basta con pedir perdón por haber codiciado a una mujer extraña. Es necesario sacarse el ojo y echarlo. Si esa costumbre que tú tienes te es ocasión de caer, deséchala. Si ese hábito arraigado que tienes te es ocasión de caer, córtalo. No sólo el Señor está hablando de que hay adulterio en tales casos, sino está enseñando cómo hacer para evitar volver a caer en lo mismo.

Este es el abuso que se comete con la gracia de Dios: La sangre está disponible, los pecados son perdonados, por tanto, puedo seguir pecando. Pero el Señor dice: “Si eso te es ocasión de caer, sácalo.” Así evitarás volver a caer. La voluntad del Señor no es que tú tengas que echar mano a la sangre a cada rato. La voluntad perfecta del Señor es que quitemos aquello que nos es ocasión de caer.

¿Qué cosas hay en la vida de los súbditos del Rey, que son ocasión de caídas, de tropiezos, de pecados? ¿Qué cosas están haciendo provisión para la carne?

¡Cuidado, súbditos casados! Cuidado con repudiar a vuestras mujeres. Alguien puede decir: “Yo no la he repudiado. Yo la sigo soportando”. ¿Soportando, dijiste? ¿Dices “soportando”? ¿Cuántas veces ha habido un repudio en el corazón, súbditos del Rey, que no llega al extremo de despedirla de la puerta para afuera, pero que sí alberga en el corazón sentimientos de repudio?

“Ojo por ojo y diente por diente” se dijo. Mas yo os digo: “No resistáis al que es malo”. Antes a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra para recibir el segundo golpe. ¿Qué es lo que normalmente ocurre? Después que vino el golpe, huimos. O damos nosotros el golpe de vuelta. A lo más que llega nuestra justicia es a huir. Pero ninguna de esas dos opciones es el mandamiento del Señor. Él dijo: “Cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.”

¿Alguno te puso un pleito para quitarte algo? La solución: Contrata un abogado. Así no va a poder quitar lo que quiere quitarte. No permitas que te quiten lo que es tuyo, lo que tú ganaste con el sudor de tu frente. Pero el Rey dice: “Si alguien quiere quitártelo, dale también la capa. Si alguien te obliga a llevar carga por una milla, ve con él dos”. No sólo has de hacer lo que es justo, sino más que eso. No sólo la bondad: más que eso. Es una bondad absurda. ¡Humanamente es absurda! ¿O no lo es? ¡Es absurdo, Señor, ¿por qué nos pides esto? ¡Esto es imposible!

Testimonios

Recuerdo la historia de un muchacho negro que vivió como 22 años solamente, pero en esos 22 años mostró mucho del carácter de Cristo. Hace muchos años atrás, él viajó en un barco desde África a Estados Unidos. En el barco todos le hablaban duro; algunos lo pisotearon y golpearon. Este muchacho – Samuel Morris – vivió exactamente esto que el Señor mandó aquí. Al terminar ese viaje de muchos días, casi todos en el barco se habían convertido a Cristo. Desde el capitán para abajo. Y esos hombres que primero lo insultaban, al final de la travesía casi lo adoraban. ¿Qué había hecho él? ¡Era sólo un muchacho negro! ¡No era un teólogo! Pero él tenía la vida de Cristo, amaba al Señor, y lo que conocía del Señor lo ponía en práctica.

Cuando lo golpearon, nunca reaccionó, puso siempre la otra mejilla. Siempre obedeció las órdenes, y cuando había uno enfermo, corría a ayudarlo, y cuando había uno necesitado él era el primero en socorrerlo.

Nosotros somos demasiado racionales e inteligentes, y entonces comenzamos a cuestionar esta Palabra y a decir: “No, esto es impracticable. Si yo hago esto, entonces la próxima vez me van a pasar por encima. Si yo hago esto, me van a usar como estropajo.”

Se cuenta la historia de una ancianita china a la cual le entraron a robar. Y para sorpresa del ladrón, la ancianita no se asustó, sino que se compadeció de él y lo atendió amablemente. El ladrón quedó estupefacto. Esa noche se entregó al Señor.

El hermano Watchman Nee cuenta la historia de un hermano en China. El tenían un arrozal en una ladera y almacenaba el agua para regarlo. Su vecino también tenía un arrozal al lado abajo del suyo. Un día el vecino hizo un boquete en su estanque, para regar su propio arrozal. Y así hizo varios días. El hermano cerraba el boquete y almacenaba para su arroz, y el vecino lo abría y hacía correr el agua para el suyo. El no dijo nada. No hubo ninguna injuria en su boca. Simplemente, iba y corregía el asunto y recibía el agua para su arrozal.

Finalmente consultó con los hermanos, y le dijeron que debía ir más allá de lo que era justo. Así que el hermano comenzó a regar el arrozal del vecino por las mañanas y el suyo por la tarde. Cuando el vecino se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, quedó perplejo. Al final, él quiso conocer qué clase de gente era esa que procedía así, y se entregó al Señor.

Estas palabras del Señor hablan de una justicia que va más allá de toda lógica. El hermano Richard Wurmbrand escribió, hace algunas décadas atrás, un libro titulado “Torturado por Cristo”. Él estuvo 14 años preso en las cárceles de Rumania por causa del Señor. Él cuenta allí de la conversión de muchos carceleros al ver cómo los cristianos, después de ser golpeados, de ser privados de alimentos y de abrigo, los bendecían, y los amaban todavía. Eso ellos no lo podían entender. Estaba fuera de toda lógica.

¿Qué hacéis de más?

“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen. Haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed pues, vosotros perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.”

¿Qué hacen los publicanos? Ellos aman a los que los aman. ¿Qué hacen los gentiles? Ellos saludan a los que los saludan. Y vosotros ¿qué hacéis de más? Mire la pregunta: “¿Qué hacéis de más?” Saludar al que nos saluda es hacer lo justo, lo que hacen todos. Es proceder según el sentido de la justicia natural. Amar a los que nos aman es lo mismo que hacen quienes no conocen al Señor. Pero vosotros, ¿qué hacéis de más? ¿Hacéis lo justo solamente, lo que demanda el buen criterio y la justicia de los hombres? ¿O hacéis algo de más? ¿Qué hacéis de más?

¡La justicia de Dios en nosotros consiste en hacer cosas de más! Consiste en ir más allá de la lógica y de la bondad humana. Es ir la segunda milla, regalar la capa cuando nos quitan la túnica. Bendecir a los que nos crucifican es hacer algo de más. Jesús desde la cruz pidió al Padre que perdonara a los que lo crucificaban. Jesús, cuando era maldecido, no respondía con maldición; él bendijo, solamente bendijo ... ¿Cuál es la regla de nuestra justicia? ¿Es la de los escribas y fariseos, es la de los publicanos o la de los gentiles? Aquí hay tres reglas de medida: la de los fariseos, la de los publicanos y la de los gentiles. Pero ninguna de ellas es digna de un súbdito del rey Jesús. Ninguna de ellas es suficiente.

¡Oh, yo no quisiera estar diciendo estas cosas, porque también soy hombre, y estoy sujeto a debilidad! Pero, ¿sabe amado hermano? Estas enseñanzas del Señor Jesucristo han sido por demasiado tiempo descuidadas, o han sido guardadas en un baúl, o enterradas bajo tierra. Han sido leídas como se lee el diario. Pasamos rápido por ahí, porque no nos conviene leerlas. Sin embargo, mira la gravedad del asunto: “Si vuestra justicia no es mayor que la de aquellos, no entraréis de ningún modo en el reino de los cielos.” Y algunos de nosotros estamos tan seguros de entrar en el reino de los cielos ...

Los afanes del mundo

“Los gentiles buscan todas estas cosas, pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. ¿Qué hacen los gentiles, es decir, los incrédulos? Ellos se afanan por la comida, por la bebida, y el abrigo. “¿Qué comeremos, qué beberemos, qué vestiremos?” – dicen. Los gentiles buscan todas estas cosas. Ellos no tienen Dios. Ellos piensan que si no trabajan duro les va a faltar el pan. Ellos acumulan dinero. Ellos procuran tener una cuenta de ahorro bien grande, o bien tienen terrenos y casas. Ellos están afanados. Ellos piensan que si les falta ese dinero no van a poder vivir. ¿Qué será del mañana? ¿Qué será de los hijos? ¿Qué será de la esposa? ¡Oh, qué desesperación! Hay que acumular dinero, hay que trabajar mucho. ¡Así hacen los gentiles! ¡Ellos no tiene Dios! ... ¡Ellos no tienen Dios! ...

¿Pero qué hacen los súbditos del Rey? Cuando ellos ven un pajarillo saltando feliz en la rama de un árbol, o en una pradera, ellos dicen: “¡Qué lindo es ese pajarillo. No le ha faltado de comer. No se ve lánguido. Está feliz. El escarba en la tierra y encuentra. Va detrás de los animales, y siempre encuentra. O bien apega el oído a la tierra, y encuentra. Así el Señor los sustenta. ¿No hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”. ¿Ven? El reino de Dios tiene una justicia. Es el reino y su justicia, su rectitud en el actuar. Es la santidad propia del reino de Dios.

En otra parte, la Escritura dice: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. ¿Por qué los hombres no conocen la paz y el gozo? Porque ellos se afanan. Ellos no creen que Dios les sustentará, que Dios les guarda, que Dios les ama más que a esos pajarillos del campo. Entonces se afanan tras los tesoros en la tierra. Entonces sirven a un dios extraño que se llama Mamón, la riqueza idolatrada, la riqueza del avaro.

Las actuales hipocresías

Oh, amados hermanos: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos – dijo el Señor Jesús (Mateo 7:21). Noten ustedes las siguientes frases: “No todo el que me dice, sino el que hace”. No es lo que se dice lo que importa, sino lo que se hace. “Muchos me dirán en aquellos días, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” ¡Qué trabajos más santos son estos! Lo que yo estoy haciendo en este momento es eso: profetizar, hablar de parte de Dios. Pero ¡podría suceder también que yo, que estoy profetizando aquí, caiga bajo el poder y sanción de esta Palabra! “Muchos me dirán en aquél día: ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.”

Así como dijimos antes que la justicia de los fariseos consistía en hacer obras en público para ser alabados por los hombres, así encontramos acá en este pasaje otro tipo de justicia. Es la justicia de predicar en el nombre del Señor, de echar fuera demonios y de hacer milagros. Estos también tienen una justicia que exhibir. Tal vez podamos decir que aquella justicia –la de los fariseos– es la justicia del Antiguo Pacto, y que ésta pudiera ser la justicia del Nuevo Pacto. Más bien, la justicia de los hipócritas del Nuevo Pacto.

Parece tan difícil de entender que estas gentes que hacían estas cosas tan buenas eran también hacedores de maldad. ¿Podemos imaginarnos las dos cosas juntas? ¿Uno que profetiza y que es hacedor de maldad? ¿Uno que echa fuera demonios que es hacedor de maldad? ¿Y uno que hace milagros que es también hacedor de maldad? ¿Es posible que se reúnan esas características tan contrastantes? ¡Es el Rey el que habla, amados! No es Pablo, no es Pedro. ¡Es el Rey el que habla! ¡Inclinémonos ante el Rey! ¡Oh, temamos a las palabras del Rey! “Hacedores de maldad ... no los quiero ver, no los conozco ... apártense “... A ese extremo llega el rechazamiento, el repudio que le causa al Señor este tipo de personas.

Dones y vida

¿Por qué es posible que ocurra esto? Amados hermanos, tanto el profetizar, como el echar demonios y el hacer milagros son acciones propias de la gente que tiene dones. Dios da dones a los hombres. En la cristiandad hay hombres con esos dones. Pero los dones nunca han significado o han equivalido a rectitud en el obrar. No equivalen a una rectitud en el caminar, no equivalen a una santidad práctica. Así se entiende, entonces, que se pueda tener estos dones y ser un hacedor de maldad.

Un predicador argentino se preguntaba tiempo atrás cómo es posible que haya este tipo de gente que tienen tantos dones y que son reprobados por el Señor. Y él contaba que durante un tiempo le preguntó al Señor, orando con mucha aflicción: “Señor, explícame, quiero entender. Quiero saber por qué ocurre esto de que se puede ser un siervo muy dotado, pero no necesariamente ser aprobado por ti.” Y entre otras razones que el Señor le dio, recuerdo esta: Los dones no son dados a quienes tienen más justicia que exhibir. Para que nadie se gloríe. Un don es un regalo, no una recompensa.

Una segunda razón. Eso es así, para que todos los que tienen dones, teman y tiemblen hasta el final. Es una buena advertencia. El día que el Señor nos retire su gracia, nos hundimos en un abismo sin fondo. ¿Has vivido, aunque sea algunos minutos, la experiencia de que la gracia no te asiste, que el poder de Dios no te sustenta? ¿La experiencia en que parece que la cobertura sobre tu alma desapareció? ¿Lo has vivido al menos por un minuto? ¡Seguramente ese ha sido para ti un día negro! Porque sin Él no somos nada.

La prudencia de oír y hacer

“Cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las hace le compararé a un hombre prudente ...” (Mateo 7:24). Noten ustedes estos verbos que hay aquí. “... Que me oye estas palabras y las hace ... le compararé ... ¿A qué? ... a un hombre prudente” ... Hay muchos cristianos imprudentes.

La justicia de algunos cristianos es de un nivel muy bajo. Como decía antes, la justicia de algunos maridos consiste sólo en soportar a su mujer. O la justicia de alguna esposa consiste en apenas soportar a su marido. La justicia de uno que antes era un vividor es apenas el hecho de no salir por las noches, pero en su casa tiene todavía alguna forma de libertinaje. ¿Es esa la justicia de uno que postula al reino de los cielos? La justicia de algunos cristianos es de un nivel muy bajo, indigna del Señor.

Hemos hablado mucho de la santidad y de la justicia imputada, como verdades objetivas, eternas, inmutables. Hemos dicho: “Posicionalmente somos santos. “Posicionalmente somos justos”. Pero subjetivamente, el estado ha andado muy lejos y contradiciendo la posición. Hay una disociación entre las dos cosas.


¿Quiénes gobernarán con Cristo?

Amados hermanos y amigos: El reino de los cielos es santo, es justo, es puro. Es de tal nobleza, de tal calidad, como nunca se ha visto sobre la tierra. No hay ningún reino sobre la tierra que ostente la gloria, la majestad, la justicia, la rectitud del reino de los cielos. Y el Señor Jesús está preparando súbditos para que reinen con él. ¿A quiénes pondrá él a gobernar, a administrar en su reino? Solamente pondrá a los que son prudentes, a los que han oído sus palabras y las hacen.

Miremos por favor la parábola del hijo pródigo. A nosotros nos gusta la parábola del hijo pródigo. La figura de este muchacho que se va de la casa, que vuelve, que es perdonado, y que en su honor se hace fiesta, nos enternece. Hay perdón, hay misericordia para él en la casa de su Padre.

Pero, hermanos, les voy a hacer ahora una pregunta un poco difícil a propósito de esta parábola: ¿A cuál de los dos hijos el padre pondría a administrar su hacienda? ¿A cuál de los dos le daría la responsabilidad de administrar dineros y de tratar con los jornaleros? ¿A cuál de ellos le dará una responsabilidad mayor a la hora que él tuviera que irse, porque muere o porque se va lejos? ... Acuérdense de que el padre le dice a su hijo mayor: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas”. ¿Se acuerdan?

El hijo pródigo es digno de misericordia, pero no es apto para administrar los recursos en la casa de su padre. El Señor está buscando súbditos a los cuales asignarles el gobierno, la administración de una ciudad, de un reino. Está buscando a quienes entregarles la tuición sobre otros y sobre muchas cosas.

Hay cristianos que viven siempre con el ciclo del hijo pródigo, yéndose de la casa y volviendo a la casa. Lo único que ellos saben es la vida disipada afuera y el perdón después en la cada del padre. Su vida es un círculo vicioso. Se van y vuelve. Ellos nunca administrarán nada.

Amados hermanos santos: recibamos a los hijos pródigos, amémosles, perdonémosles, así como nosotros hemos sido perdonados. Pero tengamos una meta más alta que ser permanentemente perdonados por nuestros desvaríos: Seamos rectos, seamos justos, seamos responsables. Tengamos un caminar en justicia. Seamos personas a las cuales Dios les pueda asignar tareas, trabajos y responsabilidades. Seamos puntuales, cumplamos con lo que se nos asigna. Que el Señor nos socorra.

http://www.aguasvivas.cl/centenario/04_justicia.htm
14 de abril de 2002

AGUAS VIVAS

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