El mensaje que llegó cuando no había nada que hacer…

La carta llegó veinte años tarde. Estaba sin abrir, completa. En un costado, el sello postal. En el lugar indicado, las direcciones del remitente y del destinatario. Se veía amarilla, por el paso del tiempo. Comprobó el membrete. Y como si viajara en la máquina del tiempo, retrocedió a los días en que esperó con ansias aquella comunicación. Había aplicado documentos para ser becado en la universidad estatal de Méjico. Y jamás recibió respuesta, excepto ahora, veinte años después. En aquél tiempo era su esperanza de cursar una carrera profesional, forjarse un futuro y salir adelante...

 
La abrió con esa extraña sensación que despierta querer conocer su contenido, pero a la vez, la desilusión de pensar que sea cual fuere la respuesta, había llegado tarde. Saltó los protocolos del saludo y se dirigió al segundo párrafo, el más importante. Allí le notificaban que, dadas sus altas calificaciones, era aceptado en la facultad de ingeniería. Pero ahora, esa carta no servía de nada...

Por alguna razón que ahora no tenía sentido analizar en detalle, el cartero entregó la encomienda en una casa vecina. La habitaban una mujer de sesenta años, con visibles muestras de demencia senil, y su único nieto, de trece años. La mujer refundió el sobre en un baúl en el que además guardaba recortes de periódicos y cuanta bisutería consideraba que tenía valor. Cuando murió, su nieto, sin tomarse el trabajo de revisar el contenido, lo guardó en un lugar del sótano. Y lo abrió, preso de una extraña curiosidad, veinte años después...

Leyó de nuevo la carta. Y pensó en las ironías. Su vecino, ahora con más de treinta años sonrió y se alejó, sin comprender lo que pasaba. El se quedó en el mismo lugar pensando que, si esa carta hubiese llegado a tiempo, no estaría vendiendo seguros en una empresa de tercera categoría con un salario que a duras penas le servía para sobrevivir.

Un mensaje que llega muy tarde...

El hecho ocurrió. Y su protagonista vive, aunque desconozco qué piensa cada día que mira ese correo que debió llegar en el momento oportuno. Talvez siente rabia o tristeza o quizá nostalgia porque un equívoco o un olvido le robaron la oportunidad de su vida... Y medito en las decenas de personas a quienes no les compartimos el evangelio, y mueren sin esperanza de salvación. Y cuando queremos hacerlo, comprobamos como en el caso de esta historia, que es demasiado tarde. Nuestro destinatario ha muerto o está agonizando, o sencillamente lo visitamos, pero en las frías lápidas de un cementerio...

A las puertas de partir al cielo, el Señor Jesucristo impartió una clara instrucción a sus seguidores. Les dijo: “Id y hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo...” (Mateo 28:19, 20).

Y creemos, de manera errada, que se trata de un compromiso que debe asumir el pastor o el líder de la congregación. Al fin y al cabo, para eso aportamos los diezmos y ofrendas, pensarán muchos. Otros razonarán que fueron ellos quienes se formaron en una institución teológica. “Ellos conocen más de esas cosas que yo. Que lo hagan ellos”. Y dilatan su compromiso. Para después. Para mañana. Para nunca...

Usted tiene su grado de responsabilidad...

Imagine por un instante que, una vez en la eternidad, usted acompaña al Señor Jesucristo a las puertas del infierno. Escucha con lástima los gritos y la angustia que revelan esas voces de miles y miles de almas, de todas las edades, naciones y lenguas, en esa caverna donde pasarán por siempre jamás su existencia.

Y justo cuando decide alejarse, llega, encadenado, alguien a quien reconoce como su vecino. Aquél al que a duras penas saludaba cuando marchaba deprisa al templo, con la Biblia bajo el brazo. Nunca le hablo del mensaje de Salvación. No se tomó el tiempo necesario para referirle que sus problemas tenían solución en Jesús, el Señor.

Usted se ocupó de otras cosas que consideró más importantes: participó en la sociedad de diáconos, en el coro o quizá en el comité de ayuda social. Pero no se preocupó por compartir siquiera una palabra del evangelio con quienes veía a su lado. No, estaba demasiado atareado. Y así ocurrió con su vecino. Pero ahora, cuando ya no hay nada que hacer, mira su rostro de desesperación antes de entrar al infierno. Le impacta su mirada de desesperanza. Pero lo que más le golpea es que le dice: “Pudiste ayudarme, y no lo hiciste..”.

La misión no es sólo a países lejanos...

Generalmente pensamos que el término “misión” está estrechamente ligado a países musulmanes o africanos. Lejos de nosotros. En puntos que ni siquiera figuran en los mapas. Y pasamos por alto que la misión hay que desarrollarla allí mismo donde nos desenvolvemos. En la casa, en la cuadra, en el colegio, en la universidad, en el trabajo, en el autobús. Donde quiera que nos encontremos.

Un versículo que me impacta profundamente, lo hallamos en la carta de Pablo a los Romanos: “¿Cómo pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?¿Y cómo oirán si haber quién les predique?” (Romanos 10:14).

Hagámoslo práctico. Traslade la imagen a un familiar. ¿Cómo pretende que transforme su vida si no tiene a Cristo en su corazón?¿Y cómo aspira que conozca de Jesús, el Señor, si usted que le conoce no le comparte el mensaje de Salvación?¿Y cómo espera que el mundo sea evangelizado si todos permanecen encerrados en sus cómodos templos desconociendo que afuera, miles se pierden diariamente sin conocer al Hijo de Dios?.

No puede seguir tardando el mensaje...

A mediados del siglo pasado, un renombrado criminal fue condenado a la cámara de gas en los Estados Unidos. En torno a su caso estaban divididas las opiniones. Decenas lo señalaban como inocente. Otros tantos le acusaban. Y un buen número guardaba silencio. Pero su drama fue uno de los más impactantes de la historia norteamericana. Y buscando que no fuera condenado a la muerte, se generaron varios movimientos civiles. El día de ejecutar la pena, el teléfono de la penitenciaría sonó muchas veces. Nadie estaba cerca para contestar. Era de una oficia estatal confirmando que se le había otorgado un indulto. Cuando por fin pudieron tener contacto con el penal, ya era tarde. El reo llevaba dos minutos muerto...

Hay decenas de lugares donde no se ha ido. O posiblemente se predicó una sola vez, y nadie regreso. Piense en los campos latinoamericanos. Son extensos. Las distancias que separan las ciudades y los pueblos de los asentamientos indígenas y campesinos, son enormes. Nadie va a ellos. Algunos argumentan que no hay forma de sostener un pastor para esas zonas. Otros dicen que no hay suficientes líderes con sólidas bases teológicas. Pero cualquiera que sea el argumento, muchos mueren sin Cristo en sus corazones...

Testigos fuera de las paredes del templo...

A las afueras de Jerusalén, el Señor Jesús se dirigió por ultima vez a sus seguidores. Les dijo “... recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos”(Hechos 1:8, 9).

De nuevo un instructivo: la necesidad de salir de las cuatro paredes del templo y ser testigos de Cristo donde quiera que nos desenvolvamos.

Nuestro compromiso va más allá. No lo podemos delegar únicamente en el pastor o en los líderes. Ganar el mundo para Jesús es tarea de todos. Si no lo hacemos, miles irán a la eternidad a las mazmorras de la condenación. Y en parte, será culpa de quienes rehusaron su misión.

Al comenzar un nuevo año, es necesario revisar qué hicimos en el 2002. ¿Cumplimos nuestra labor de evangelización?¿Llevamos al menos a una persona a los pies de Jesucristo?¿Qué pasaría si esa persona próxima, por quien profesamos amistad y aprecio, muriera hoy?¿Iría a la presencia misma de Dios o a la oscuridad y el tormento eternos?

La respuesta está en sus manos...

Si tiene alguna inquietud, no dude en escribirme:

Ps. Fernando Alexis Jiménez
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