Ellos ignoran voluntariamente que la gracia de Dios tiene una enseñanza para nosotros. ¿Cuál es esa enseñanza? No es que, puesto que somos salvos, podemos hacer lo que queramos (lo que significaría volver a las antiguas pasiones y concupiscencias); ni es que, por cuanto la salvación está asegurada, somos libres respecto de Dios, pudiendo tener los ojos llenos de adulterio y el corazón lleno de inmundicia. ¿Cómo podría enseñarnos estas cosas la bendita gracia de Dios? Pero tal parece que algunos la hubieran oído hablar así.
En Tito 2:11-12 dice que ella (la gracia) nos enseña a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, a vivir en este siglo sobria, justa y piadosamente, y también a esperar la venida del Señor Jesucristo. Quienes no aceptan esta enseñanza no han oído ni conocido “la gracia de Dios en verdad” (Col.1:6).

Respecto de esto, bien dice un hermano: “La gracia puede guardarnos, pero no juguemos con ella, y sobre todo no pensemos que puede servir de paliativo a nuestros deseos carnales y de cobertura al pecado. Apoyémonos en ella para ser sostenidos en el camino y guardados de caer; y si hemos sido bastante desdichados para abandonar un instante este apoyo, volvámonos rápidamente a ella para ser restaurados y encontrar la comunión perdida.”

Por lo demás, los que han conocido la gracia de Dios en verdad, ¿no han muerto acaso juntamente con Cristo? (Rom. 6:6); y los que han muerto juntamente con Cristo, ¿cómo vivirán aún en el pecado? (Rom.6:1). ¿No han crucificado acaso con Él sus pasiones y deseos? (Gál.5:24). ¿No han resucitado juntamente con Cristo para andar en novedad de vida? (Rom.6:4). ¿No están sentados en lugares celestiales con Cristo Jesús? (Ef.2:6). ¿No están escondidos con Cristo en Dios? (Col.3:3). ¿No permanecen en Cristo, y por lo tanto, no pecan? (1ª Jn.3:6). Oh, ¿de qué remedo de gracia hablan esos sensuales y contumaces, la cual les conduce al libertinaje? No hay otra gracia sino ésta que es santa y pura. Si la gracia les ha llevado a pecar, definitivamente no es la gracia de Dios, ¡sino su propia desgracia!

Judas, en su epístola, nos advierte acerca de esto: “Porque algunos hombres han entrado encubiertamente ... hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de Dios, y niegan al único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (v.4). Las palabras de Judas, escritas hacia el fin del primer siglo, son especialmente aplicables a los fines de esta dispensación.

En los postreros días, abundarán estos hombres impíos, sin temor de Dios, que “tienen por delicia el gozar de los deleites cada día. Estos son inmundicias y manchas ... Tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen e las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia, y son hijos de maldición” (2ª Ped.2:13b-14). Quienes desvirtúan la gracia de Dios, retomando sus antiguos pecados, se hacen merecedores de un castigo mucho mayor que el de quienes violaban la ley de Moisés. Mayor castigo merece el que pisotea al Hijo de Dios y tiene por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado y hace afrenta al Espíritu de gracia (Heb.10:29). La advertencia es solemne, y el juicio cierto.

El tiempo de la gracia se acaba

La gracia de Dios ha regido los tratos de Dios con el hombre desde el Génesis. Hemos visto sus balbuceos en la creación, sus destellos en el Antiguo Testamento, y su despliegue abundante desde que el Señor Jesús vino. Tan importante es este asunto, que, hablando dispensacionalmente, ésta que vivimos es la dispensación de la gracia.

Pero esta dispensación se está acabando. Si nos asomamos un poco al libro de Apocalipsis podremos comprobarlo. En efecto, en Apocalipsis, la palabra gracia aparece sólo dos veces: en 1:4 y en 22:21, es decir, en el marco de la gran revelación, no en la revelación misma. La gracia está en boca de Juan, en su saludo y en su despedida, pero no en boca de Dios ni en los tratos de Dios según se pueden ver en este libro.

Incluso las palabras del Señor Jesucristo a las iglesias en los capítulos 2 y 3 contienen juicios, no gracia. Cada carta del Señor es una evaluación sobre la base de una justicia demandada, no de una justicia imputada. Es una evaluación de lo que cada iglesia ha hecho con la gracia de Dios, cómo se ha traducido en obras de fe y en trabajos de amor. El Señor examina los frutos que han rendido las iglesias a Dios, y no las dádivas de Dios entregadas a las iglesias.

Luego, en el desarrollo del libro, vemos con frecuencia las recompensas que corresponden a un determinado actuar de los hombres delante de Dios. Honra y gloria para los justos por sus acciones justas; condenación y muerte para los impíos por sus obras impías. De manera que la gracia de hoy, siendo un favor precioso, será mañana pesada en sus obras en la balanza del Santuario. Entonces sabremos si la hicimos fructificar para la gloria de Dios o si la hicimos nula, para vergüenza nuestra.

¡Que el Señor nos socorra, para que la gracia que hoy nos es concedida sea hallada llena de buenos frutos, para la gloria de Dios! Amén.

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Por: Eliseo Apablaza Fuentealba

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