La palabra humana alcanza su significado en experiencias reales y directas, esto lo sabes tú, porque sabes bien cuán difícil sería explicarle el color a un ciego de nacimiento. Por eso te advierto, no como amenaza sino como palabra de amigo, que predicar la Cruz requiere de la participación en la Cruz. Tus palabras sobre la Cruz lograrán su sentido si las predica un crucificado.
Te preguntarás entonces cómo podrán entenderlas quienes te escuchen, o si esto implica que también ellos han de tener experiencia de la Cruz para poder oír y entender lo que tú u otro predicador diga sobre la Cruz. Te respondo que en tu pregunta está la respuesta a una cuestión muy honda sobre el ministerio mismo de la evangelización. En efecto: no entenderá palabra alguna sobre la Cruz sino el que haya tenido en su propia carne participación en ella. Y la razón principal por la que no entenderá es porque no le interesará entender.

¿Significa esto, entonces, que la evangelización no es para todos, cosa que contradiría la misión que Cristo asignó a sus discípulos: “id y evangelizad a toda la creación” (Mc 16,15)? No. Más bien significa que el orden en el que hay que evangelizar no lo determina el evangelizador, sino el ritmo de la experiencia de la Cruz en el pueblo fiel. El verdadero mapa y el verdadero programa del evangelizador está en detectar dónde y en qué grado está madurando la cosecha del dolor.

Esto quiso significar Nuestro Señor, cuando después del episodio de la Samaritana añadió, casi como hablando consigo mismo: “¿No decís vosotros que faltan cuatro meses para la cosecha? Pues yo os digo, levantad vuestros ojos y ved que los campos ya están amarillos para la siega” (Jn 4,35). Esa mirada que reconoce dónde está madurado la cosecha es la que necesita el evangelizador para ser guiado por el artífice de la conversión y autor de la santidad, es decir, el Espíritu Santo.

Ahora bien, ¿de qué “cosecha” habla Nuestro Señor en este caso? ¿Por ventura está sugiriendo que la gente ya esté convertida? Desde luego que no. Y sin embargo, sí está “madura” para ser llamada a conversión, es decir, tiene ya el alfabeto y la gramática para acoger en su mente las palabras sobre el misterio y el ministerio de la Cruz. Un buen evangelizador sabe detectar esta clase de “madurez” y sabe que debe dirigir sus pasos hacia allá para no desgastar en vano sus palabras tratando de hacer lo que Dios hará en esas personas a través de la dureza de la vida, o de un amor imprevisto, o de otra manera.

Sin embargo, de nada sirve que la gente ya esté dispuesta a oír, y necesitada de oír ese testimonio de la Cruz, si luego resulta que no hay quien pueda pronunciar inteligible y amorosamente tan hermoso misterio. De ahí tu doble deber: participar voluntaria y gustosamente en la Cruz, y afinar tu sensibilidad espiritual para orientar tus pasos y tus esfuerzos hacia aquellas personas y aquellos ambientes donde está madurando el dolor en mieses listas para acoger la palabra sobre la Cruz.

Deja que te invite a la alegría. Dios te ama. ¡Su amor es eterno!

Por Ángel.

Sábado, 15 de enero del 2000

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