Un llamado a la vida cuando todo estaba perdido

Su prontuario delictivo era amplio. Pero llegó su día. Uno cualquiera. Algo salió mal. El que menos esperó. Un hecho que no estaba dentro de sus previsiones. La suerte no le acompañó. Cayó en manos de las autoridades y, sin compasión de ninguna índole, le pusieron un buen tiempo bajo la sombra, el frío y la hostilidad de una mazmorra.

 
Todo marchó igual hasta el momento en que le condenaron a morir en la cruz. Una práctica cruel. Y allí estaba a las puertas de partir a la eternidad en medio de insoportables dolores.

Lo que jamás imaginó es que pasaría a la historia. No fue un reo más. Por el contrario, se convirtió en el condenado que aseguró la vida eterna. ¿La razón? Compartió el suplicio con el Señor Jesús.

“Y cuando llegaron al lugar llamado de La Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores uno a la derecho y otro a la izquierda.” (Lucas 23:33).

Los dos penados estaban... justo con el Salvador de toda la humanidad.

Cegados por el orgullo y la autosuficiencia

Los condenados junto al Señor Jesucristo tipifican dos corrientes claramente definidas en nuestra sociedad moderna. De un lado quienes al amparo del orgullo y la autosuficiencia, se niegan a aceptar que la única alternativa frente al caos en que se convirtieron sus vidas, es Jesús, y segunda, el segmento de quienes tienen el valor suficiente para reconocer sus errores y se prenden de la mano del Hijo de Dios como su última alternativa.

“Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba diciendo: Si tu eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros” (versículo 39).

Además de utilitarista de tiempo completo, sólo pensaba en su propio beneficio. La expresión que leemos en el evangelio no revela que estuviera dispuesto a comprometerse con Dios. Sólo aspiraba superar la crisis del momento y seguir viviendo a su manera. ¿Le suena familia esta actitud? Es la misma que asumen decenas de personas cuando excluyen a Dios de su vida una vez obtienen un milagro o la resolución de un conflicto...

Una decisión oportuna en un momento oportuno

Hay quienes no saben reconocer y aprovechar una oportunidad. Otros por el contrario no desperdician una posibilidad prometedora en su existencia. A este segundo grupo pertenecía aquél que tomó la decisión oportuna en el momento oportuno.

“Respondiendo el otro, le dijo: ¿Ni aún temes a Dios, estando en la misma condenación?... Y dijo a Jesús: Acuérdate de mi cuando vengas en tu reino” (versículos 40 y 41).

Admitió que solo, estaba perdido y, que con ayuda de Dios, podría lograr mucho. Y algo más: aquél hombre que estaba viviendo sus últimos momentos, por quien absolutamente nadie daba un solo peso, se decidió a confiar en el mensaje de Salvación.

Nunca sabemos cuándo será nuestro último día. Es necesario estar preparados. Esa preparación amerita estar a cuentas con Dios. No podemos dilatar la decisión. Mañana podría ser muy tarde. O tal vez no habrá un mañana...

Es hora de un cambio definitivo

Nuestro ciclo vital aquí en la tierra concluye en cualquier momento. No sabemos día ni hora, pero inevitablemente llegará. Es imperativo estar preparados. Lo mejor es mediante una estrecha relación con el Señor Jesús. Asegurarnos acompañamiento en el presente, y vida eterna en el mañana...

“Entonces Jesús le dijo: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (versículo 43).

El Señor le abrió las puertas a un futuro que durará por siempre en Su gloriosa presencia.

La decisión está en sus manos

Probablemente piensa que hoy nada tiene sentido en su existencia. Usted considera que es imposible cambiar. Sus amigos y conocidos piensan que usted es un caso perdido... ¡Pero está equivocado! Dios le ofrece una nueva oportunidad...

Acceder a esa puerta de victoria en el presente, y de vida eterna en el mañana –que se abre frente a usted—, es muy fácil. Sólo basta hacer una sencilla oración, incluso allí frente al computador. Dígale: “Señor Jesucristo, reconozco que he pecado, que mi vida necesita un cambio y que tú eres el camino, la verdad y la vida. Te pido que entres en mi corazón y hagas de mi la persona que tú quieres que yo sea. Gracias por perdonar mis pecados y darme una nueva oportunidad. Amén”.

Si tomó esta decisión, le felicito. Ahora le invito a tres cosas. La primera, que asuma el hábito de hablar diariamente con Dios mediante la oración. La segunda, que lea la Biblia. En ella encontrará palabras que reconfortarán su existencia y le mostrará la voluntad de Dios para su existencia. Y tercera, congréguese con otros cristianos. Su vida crecerá espiritualmente y eso es fundamental.

Si tiene alguna inquietud, no dude en escribirme ahora mismo.

Ps. Fernando Alexis Jiménez
Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Páginas en Internet http://www.heraldosdelapalabra.com y meditaciones diarias en http://www.adorador.com/meditaciones