“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” Mateo 7: 13-14.

 
El señor Jesús nos indica que hay dos caminos que el hombre puede seguir: El camino ancho que lleva a la destrucción y el camino angosto que lleva a la vida. Los creyentes son sacados del camino ancho y puestos en el camino angosto y es lo que yo he denominado “el embudo de Dios”

Cuando usted quiere llenar una botella de cuello angosto con agua contenida en una taza grande, un embudo es lo que necesita para concentrar y obligar a pasar el liquido a la pequeña abertura, precisamente donde usted quiere, sin desperdiciar ni un poco.

Dios tiene un embudo, por decirlo así, que le permite sacarlo a usted (una criatura pequeña) de la muchedumbre y colocarle exactamente donde él quiere colocarlo. Si usted pudiera examinarlo, se daría cuenta que el embudo de Dios está hecho de diferentes problemas, personas, sucesos, circunstancias contrarias, situaciones contrarias en la Iglesia, presiones financieras, fracasos, pensamientos contradictorios, matrimonios en crisis, mala salud, y situaciones familiares difíciles para nombrar solo unos cuantos. Todos estos problemas están diseñados y calculados para presionarlo a usted, al creyente más y más al camino angosto que lo lleva a la presencia misma de Dios, en donde los problemas ya no serán una preocupación, sino que la oración, la alegría y la alabanza serán el curso del día.

Ejemplos que trae la Escritura de hombres que fueron pasados por el embudo: Abraham creyó que Dios le daría la tierra, y creyendo esta pequeña cosa se convirtió en la semilla a partir de la cual su fe en un Dios infinito crecería mucho. Este es el mensaje de Abraham a todos: Si confiamos en Dios en algo pequeño, ese algo pequeño será el principio de grandes y magnificas bendiciones. (Gen. 15: 8).

José recibió promesa en sueños de que sus padres y hermanos se inclinarían ante él, pero vino fue mucho sufrimiento, rechazo y sufrimiento entre la promesa y su cumplimiento.

Lo mismo paso con Moisés, con David, con Pablo.

Todo con el propósito de que a Dios le encanta estimular, alimentar y aumentar la fe en el creyente a través del embudo. (2 Corint. 4:17)

RECHAZANDO EL EMBUDO

Muchos cometen el error de revelarse contra los problemas que le asedian, en vez de someterse al propósito de Dios. (Sant. 1:2-3)

Varias actitudes son reveladas cuando el creyente esta asediado por las dificultades. Algunos con mucho esfuerzo, comienzan a luchar contra el embudo. Se inventan toda suerte de métodos hasta quedar exhaustos esperando deshacerse de lo que sea que esté causando tanto sufrimiento. No han aprendido que Dios no hace nada en cuanto a los problemas si estamos tratando de resolverlos nosotros mismos. (Sant. 1:12) Como Dios es el único capaz de resolver el problema, el creyente seguro de sí mismo está en la terrible situación de confiar tanto en su propia fuerza que no puede permitirle a Dios proporcionar la solución.

Simplemente no contamos con los recursos dentro de nosotros mismos para solucionar nuestros problemas y vivir abundantemente. Hay una lección que puede ser aprendida de los fariseos, quienes poseyeron la vida más religiosa, disciplinada, y educada. Aun así rechazaron a Dios mismo cuando se encontraron cara a cara con Él y son prueba de que la carne no tiene valor al intentar resolver el conflicto.

Algunos se acostumbran tanto a los problemas que sacan en conclusión que esto es todo lo que la vida les tiene deparado. Pueden quejarse por su sufrimiento, lamentarse por sus problemas, pero en todas sus acciones y en su hablar revelan, que están preparados para seguir en ese estado desdichado, porque creen que la vida en el embudo es todo lo que experimentarán para siempre, recuerde que el propósito del embudo de Dios es llevarnos por y a Su presencia.

El soportar la prueba le corresponde al hombre, el premiar la resistencia le corresponde a Dios, y es una promesa.

Debemos dejar que cada circunstancia nos lleve a la presencia de Dios, en donde encontraremos nuestro alivio.

Por el Pastor César Augusto Rozo.

Noviembre 25 de 2000.