El bautismo del Espíritu Santo y las Lenguas como su evidencia

ANTECEDENTES NEOTESTAMENTARIOS

La promesa del Padre -el bautismo con el Espíritu Santo-, por la cual los discípulos recibirían poder para testificar del Señor en Jerusalem, Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra, comenzó cumpliéndose en aquel primer Pentecostés tras la ascensión del Señor Jesús (Hch.1:4-8; 2:1-4).

La señal de esta experiencia fue la manifestación sobrenatural en otras lenguas distintas a las que habitualmente hablaban (arameo, hebreo).

Tal hecho nos lleva a lo acontecido durante la construcción de la torre de Babel, pues siendo que hasta aquel entonces "tenía toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras", Dios confundió allí aquel único lenguaje, de modo que no solamente cesaron la obra al no entender ninguno el habla de su compañero, sino que desde allí fueron esparcidos sobre la faz de toda la tierra (Gn.11:1-9).

El primer hecho notable, es que en este Pentecostés y en las otras repeticiones, se revierte precisamente el efecto de Babel, con la coincidencia de que lo que allí se inició (la dispersión), coincide ahora en Jerusalem con la evangelización mundial, pero en ambos caso se abarca “toda la tierra" o "todo el mundo" según la gran comisión de Marcos 16:15. El que ninguno
entendiese en Babel el habla de su compañero, se corresponde ahora con la predicación, discipulado y enseñanza "a todas las naciones", "a toda criatura". Así como el descenso divino en Babel con su confusión condujo a la dispersión, el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés, tras otra confusión inicial, condujo a la “congregación de los primogénitos que están inscriptos en los cielos”, bautizando a aquellos primeros ciento veinte en un solo cuerpo, dando nacimiento a la iglesia de Cristo; donde "Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gal.3:28), de tal manera que los

"que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo" y desde entonces "por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre" (Ef.2:13,18).

El segundo hecho notable, es la coincidencia precisa del mandato a ser testigos de Cristo en Jerusalem, Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra, con las cuatro manifestaciones en lenguas como evidencia de la recepción del Espíritu Santo entre los convertidos, como seguidamente advertiremos:

I - En Jerusalem: Los protagonistas del nacimiento de la iglesia en aquel Pentecostés, eran como ciento veinte en número, todos ellos del pueblo de Israel. Los testigos del hecho que conmocionara la ciudad, se contaban por miles y eran todos judíos procedentes de "todas las naciones bajo el cielo" (2:5). Adviértase de paso aquí, que de aquellas tres mil personas compungidas de corazón, a las que Pedro exhortó al arrepentimiento y a la salvación, y de las que se dice que recibieron su palabra y fueron bautizadas, y añadidas a la iglesia, aunque ciertamente recibieron también el don del Espíritu Santo (v.38), nada se dice de que también hablasen en lenguas. De haber

sido así, el hecho hubiera sido importante como para dejar constancia del mismo; pero nada en el relato hace presumir tal cosa. En realidad, aquí la manifestación no era necesaria, porque la señal dada a ellos (judíos en Jerusalem) se verificó con los ciento veinte, también judíos que esperaban en Jerusalem el cumplimiento de la promesa. Tampoco nada de lenguas se dice con la multitud de los cinco mil varones que luego oyen y creen a la palabra predicada por Pedro en el pórtico de Salomón, probablemente por la misma razón anteriormente expuesta.

I- En Samaria: Los instrumentos humanos fueron Pedro y Juan, enviados por los apóstoles que estaban en Jerusalem, quienes oraron e impusieron las manos sobre los samaritanos que habían creído y sido ya bautizados. La iniciativa de los apóstoles en Jerusalem, la intervención de los enviados y el descenso del Espíritu Santo sobre los creyentes samaritanos, rompe y termina con aquella barrera que no permitía el trato entre judíos y samaritanos (Jn.4:9), pero
mantiene la palabra del Señor que dijo: "la salvación viene de los judíos" (v.22). Si bien es cierto que en este relato no se hace
mención a las lenguas, lo acontecido en las otras tres ocasiones debería bastar para admitir que tal manifestación debió haber sido lo que despertó el malsano interés de Simón el mago. Por el mismo Espíritu Santo, judíos y samaritanos habían sido bautizados e incorporados en un mismo cuerpo, como iglesia de Jesucristo.

III-En Judea: Cesarea, al norte, junto al mar, era la ciudad adonde viajó Pedro desde Jope, para hablar la palabra del Señor a los parientes y amigos reunidos en casa del centurión Cornelio, de la compañía llamada la Italiana. Aquí el instrumento también es Pedro, judío galileo y apóstol de Cristo, pero no alcanza a imponer las manos, pues su discurso es interrumpido por el Espíritu Santo que cae sobre sus oyentes.

A diferencia de los dos casos anteriores, aquí los receptores del Espíritu con la misma manifestación en lenguas son gentiles, de tal manera que los compañeros judíos de Pedro "se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo" (Hch.10:44-47). No fue fácil para los cristianos judíos aceptar que "también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida" (11:18), y Pedro ha de volver a recordar tal cosa cuando la consulta a la asamblea en Jerusalem (15:7-9).

IV- "hasta lo último de la tierra": Éfeso, ciudad capital de la provincia romana de Asia, estaba situada frente a la Grecia europea, separada de ella por el mar Egeo. La cultura era griega, el gobierno romano, y existía también una gran colonia judía.

Pablo encuentra a "ciertos discípulos", que todavía no lo eran de Cristo sino de Juan el Bautista, así que luego de hablarles los vuelve a bautizar, ya como cristianos, y tras imponerles las manos viene sobre ellos el Espíritu Santo, y hablan en lenguas y profetizan. Dos

cosas es importante destacar aquí: una, que ya no se está en tierra de Palestina, sino de gentiles; otra, que el instrumento en este caso no es uno de los doce (como anteriormente Pedro y Juan), sino un apóstol a la vez judío y ciudadano romano, enviado por el Espíritu Santo desde la iglesia en Antioquía (Hch.13:1-4).

Resumiendo, el bautismo en el Espíritu Santo, la promesa del Padre, con la manifestación en lenguas, únicamente es relatado en estos únicos cuatro casos en el libro de Hechos, en notable coincidencia con el propósito con que iba a ser impartido, de acuerdo al anuncio del Señor: "pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalem, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hch.1:8). Aparte, y luego de estos cuatro casos, no vuelve a mencionarse en la Escritura la manifestación en lenguas como evidencia del bautismo en el Espíritu Santo. Fácilmente podrá verificarse tal cosa, notando el relato de las personas que se dice que creen y son bautizadas, pero que aparte del gozo de su conve rsión no se dice nada de las lenguas: el eunuco etíope (8:27-39); Saulo (9:1-19); Lidia (16:14,15); el carcelero de Filipos (16:30-34); Crispo (18:8). Aunque no se diga de ellos que hablasen en lenguas, sí les compete el haber sido bautizados por el Espíritu Santo en el cuerpo de Cristo que es su iglesia,

pues tal experiencia es común a cuantos han creído en el Señor: "Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu" (1Cor.12:13).

Mientras que la Escritura enseña claramente tal cosa, así como que todos en Cristo, "habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa" (Ef.1:13), no hay textos bíblicos que avalen la doctrina de que la manifestación en lenguas sea la evidencia del bautismo con el Espíritu Santo para todos los que se convierten a Cristo. Tal premisa se apoya en los únicos cuatro casos registrados en Hechos, y que como hemos visto, no constan allí para sugerirnos el carácter general de la experiencia, sino para probar el cumplimiento de lo establecido por el Señor en cuanto a la promesa del Padre en Hch.1: 4,5,8. Sin embargo, la llenura del Espíritu Santo tiene carácter general para toda la iglesia (Hch.4:31), y particular para cada creyente (Hch.9:17; 11:24; Ef.5:18). Después del libro de los Hechos, de los 22 libros restantes del Nuevo Testamento, las lenguas se mencionan tan solamente en uno de ellos (1Corintios), y de sus 16 capítulos solamente en tres: 12, 13 y 14. Tal observación sirve al propósito de reparar que el manifiesto interés puesto en las lenguas hoy en día, no se condice con el poco lugar que se le da a ellas en el Nuevo Testamento. No hay ninguna exhortación positiva a hablar en lenguas en las epístolas, sino apenas una en cuanto a no impedirlas (1Cor.14:39). El capítulo 14 de 1Corintios prácticamente está dedicado, no a estimular el don de lenguas, sino a corregir s u abuso y mal uso. Resalta en tal capítulo el interés de Pablo en promover el don de profecía frente al de lenguas. No alcanza a disuadir de su uso, pero poco faltó, si notamos los excesos que denuncia y las correcciones que hace. La clave está en lo que sirve para la edificación colectiva de la iglesia en contraste con la mera exhibición individual.

Ahora bien, los excesos a los que pueda haber dado lugar el movimiento pentecostal, ha provocado la reacción contraria en muchos evangélicos fundamentalistas, los que creyendo cortar por lo sano han decidido la no vigencia del don de lenguas. Su particular enfoque de 1Cor.13:8 -10 no resiste un análisis criterioso, pues es obvio que nadie tiene el reloj de Dios para atreverse a poner en el pasado lo que la Escritura puso en el futuro.

Sin duda que "lo perfecto" es el Señor Jesucristo en su venida y no la terminación del Canon del Nuevo Testamento, proceso sumamente imperfecto de imprecisa culminación en el tiempo y entre las tres confesiones del cristianismo.

Así como no convence el facilismo conque algunos pretenden resolver el problema -nada más que con negar la actualidad del don de lenguas-; tampoco sirve el facilismo pentecostal de convalidar el uso que hacen de las lenguas por la práctica a la que se han acostumbrado, cuando lo que se hace en sus cultos nada tiene que ver con las manifestaciones del libro de los Hechos ni con las expresas instrucciones paulinas a los corintios.

Nos hallamos pues ante dos casos extremos: uno, en el que se fuerza la Escritura para hacerle decir lo que no dice en su desesperación por acabar con el asunto; y otro, en que la práctica parece bastar para legitimar lo que a todas luces no solamente está reñido con la recta interpretación de las Escrituras, sino que adquiere ribetes totalmente ajenos a ella.

A fin de no entreverarnos en la consideración de nuestro asunto, aquí no abordaremos el controvertible tema de las lenguas angélicas, (nada más que en 1Co.13:1), o el orar en el espíritu y sin entendimiento (1Co.14:2,14), ni el indecible gemir del Espíritu ayudando a nuestra intercesión (Ro.8:26). Hemos de tomar las lenguas tal como aparecen en el libro de Hechos y en 1Corintios, como idiomas extranjeros no aprendidos: una manifestación sobrenatural de un don espiritual, que requiere del don de interpretación, cuando es usado en la iglesia para edificación de la misma. De otro modo, las lenguas son una señal no para los creyentes, sino para los incrédulos, a quienes el mensaje llega en su propio idioma, pero a través de quienes no lo hablan ni conocen por sí mismos (1Cor.14:22).

Así fue en los tres casos que explícitamente mencionan las lenguas en el libro de Hechos.

Es evidente que no se trataba de un jerigonza incomprensible y sin significado. El contexto en todos los casos muestra que los oyentes discernían lo que se estaba diciendo: "les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido...las maravillas de Dios" (2:8-11); "los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios" (10:46); "hablaban en lenguas, y profetizaban" (19:6). Nótese que en todos los casos dice que "hablaban"; no que articulaban algunas sílabas, o que emitiesen voces, gritos, ayes o sonidos. En el primer caso (Hch.2:3-11), se mencionan muchas regiones, en cada una de las cuales podría hablarse diferentes idiomas y dialectos. Aquellos judíos procedentes de la diáspora, podían discernir que los discípulos eran galileos, así que era un hecho prodigioso que les pudiesen escuchar en sus idiomas natales. Además, los que tenían nociones elementales de otros idiomas, podían reconocerlos y darse cuenta igualmente que con ellos les oían hablar las maravillas de Dios. Quienes no dominamos idiomas extranjeros, fácilmente podemos distinguir los latinos (portugués, italiano y francés) y reconocer al menos de qué están hablando; y aun cuando no entendamos nada, también podemos diferenciar al que habla inglés del que lo hace en alemán.

Lo mismo en casa de Cornelio; aunque aquí no se detallen las regiones, mayúscula debió haber sido la sorpresa de Pedro y sus acompañantes y los demás circunstantes, cuando los oyentes irrumpen en alabanzas a Dios en lenguajes que no eran los suyos propios.

En el caso de los discípulos de Juan el Bautista, parece que únicamente Pablo fue testigo de lo ocurrido, pero recordando lo que él dice a los corintios: "Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros" (1Cor.14:18), bien podemos

suponer que no tendría dificultad en reconocer la variedad de idiomas que aquellos efesios usaban para hablar y profetizar.

En el caso restante, aunque no se mencionen las lenguas, considero que de forma implícita se descubren en la actitud de Simón el mago "cuando vio que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo" (Hch.8:18). Aunque se dice que también este Simón había creído y sido bautizado, con todo aquí él no es protagonista sino testigo de la comunicación del don. Tal portento no debía de tomar a Simón de sorpresa, pues se dice de él que ya anteriormente había sido muy impresionado por las señales y milagros vistos mientras acompañaba a Felipe. Probablemente su cultura general excedía al promedio de la gente de la ciudad, por lo que seguramente podría distinguir la variedad de idiomas en que estos samaritanos ahora se expresaban, aquilatando entonces el provecho que podría lograr de conferir este don a quien él quisiese. Si se hubiese tratado de expresiones extáticas o de la vocalización de sonidos sin sentido, no se le hubiera movido un pelo, pues tal farfulla era común en los cultos paganos, y hasta el propio Simón pudo ser un experto con tal recurso impresionista cuando "antes ejercía la magia en aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria, haciéndose pasar por algún grande" (Hch.8:9). Pero que aquellos samaritanos, tras la imposición de las manos de los apóstoles recibieran el Espíritu Santo con una manifestación similar a la de aquel Pentecostés, hablando en lenguas no conocidas anteriormente, ¡eso sí que era un gran milagro de imprevisible alcance!

La última observación a contrastar, es la aparición de la palabra "todos" en los relatos de la manifestación en lenguas. No era que unos sí y otros no; no habían decepcionados.

No puede existir duda alguna en que esta señal manifestada a través de las lenguas, era una evidencia indiscutible, dejando a los testigos tan asombrados como convencidos.

II

CONTRASTE CON LA PRÁCTICA ACTUAL

No bien cualquier cristiano asistente a los cultos pentecostales coteja el habitual uso de las "lenguas" en los mismos, con las reiteradas experiencias del libro de Hechos y la enseñanza de Pablo a la iglesia en Corinto, la diferencia es tan notoria que resulta difícil reconocer cualquier procedencia o semejanza de la práctica actual con la neotestamentaria. Llama la atención que esto se dé entre quienes han tomado por lema: "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos", y recreado en muchos aspectos la realidad de la iglesia primitiva, pues es obvio, igualmente, que tampoco

el Espíritu Santo aplica hoy día las Escrituras de distinto modo a cuando inspiró el relato de Lucas o la epístola de Pablo.

"Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (2Cor. 3:17), pero libertad en el Espíritu de Dios, el Espíritu de Verdad que nos guía a toda verdad (Jn.16:13); "solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne" (Gal.5:13), de modo "que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles" (1Cor.8:9),
"los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo" (1Pe.2:16).

La Escritura enseña que "todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere" (1Co.12:11) mas sería blasfemia achacar al Espíritu lo que no es más que una iniciativa personal y ocurrencia humana, por más que provenga de un evangelista famoso y sea imitado por sus émulos por todo el mundo.

Podrá ser ilustrativo para nuestro hermano lector, mirar dos artículos en la BIBLIA DE ESTUDIO PENTECOSTAL: El Hablar en Lenguas, que consta de dos partes: El Genuino Hablar en Lenguas, y El Falso Hablar en Lenguas; así como también: Prueba del Genuino Bautismo en el Espíritu. Resulta bastante sugestivo que una edición que sigue el criterio que cuestiono en el presente trabajo, sin embargo mantiene una posición muy sana y escritural al señalar las normas para discernir entre la autenticidad del don y cualquier
imitación o presunción de poseerlo fuera de las pautas bíblicas. Lamentable es que no pocos hermanos pentecostales estén perdiendo el beneficio que les reportaría atender a tales artículos. De seguir esas recomendaciones, este estudio ni siquiera fuera necesario.

Por nuestra parte, hemos de hacer algunas observaciones, que sin duda no han pasado desapercibidas por los lectores; aunque probablemente tampoco hayan intentado discutirlas con quienes siguen tales prácticas sin haberse preguntado jamás si su costumbre constituye un serio desvío del modelo original y escritural.

Es comprensible que quien se ha convertido a Cristo en una iglesia pentecostal, donde fue bautizado y discipulado, no le haya llamado jamás la atención aquellas manifestaciones con las que fue creciendo y desarrollando su vida espiritual. La enseñanza recibida en la iglesia al respecto, debe haber sido suficiente para dar por descontada la evidencia del uso escritural de las "lenguas". Los que luego ingresaron a un Instituto Bíblico capacitándose para el ministerio, prosiguieron asumiendo con total naturalidad que el don de "lenguas" funcionaba entre ellos tal como en la época apostólica. Con todo, allí en lo profundo de la conciencia individual, es posible que quienes hayan experimentado la llenura del Espíritu, también p uedan haberse inquietado por su necesidad de ser ministrados, para tras muchos intentos y esfuerzos lograr por fin expresar algunas voces incomprensibles.

De todos modos, es necesario usar de mucha paciencia y consideración al dialogar sobre este punto, pues quien siempre estuvo habituado a esta práctica, difícilmente se anime siquiera a revisar su fundamento escritural, por temor a flaquear y caer de la fe. Nadie despertará a la realidad por más que nos esforcemos en explicarlo, a menos que el Señor tome nuestro testimonio y el Espíritu lo use para iluminar a nuestro hermano. Cualquier
vehemencia o énfasis desmedido de nuestra parte podrá suscitar reacciones cercanas al fanatismo religioso.

Dado que mi posición es la de mantener la vigencia de todos los dones espirituales hasta la venida del Señor, no desmiento en absoluto testimonios que he escuchado o leído de misioneros que súbitamente se encontraron explicando el evangelio a los aborígenes, en su propia lengua nativa.

Por ejemplo, yo he asistido en el Palacio Peñarol (Montevideo), a una cruzada con Billy Graham y a conferencias de otros evangelistas estadounidenses de fama mundial, quienes eran de inmediato traducidos, frase tras frase, del inglés al español. Supuesto el caso que cuando escuché a Morris Cerullo, de improviso siguiera predicando en castellano sin él siquiera darse cuenta de ello, silenciando a su intérprete y asombrando a toda la concurrencia, tal cosa sin duda sería una señal muy grande pero que a mí no me maravillaría demasiado, de haber ocurrido.

Pero traslademos el supuesto caso del conferenciante a los asistentes a una campaña de evangelización en una iglesia local. La populosa Villa del Cerro, en Montevideo, es una zona muy cosmopolita, ya que fue poblada desde sus comienzos por inmigrantes de toda Europa. Aunque cada vez más viejos, podemos encontrar aún muchos extranjeros. Hemos invitado a los vecinos, y es así que entre los que asisten por primera vez a una campaña evangelística, hay varios que proceden del Viejo Mundo. Finalizando ya el predicador su elocuente mensaje con evidente unción del Espíritu, al invitar a los vecinos a que vengan a los pies del Señor Jesús, arrepentidos y confesando su pecado, para ser salvos, de repente los creyentes de la iglesia confirman la palabra con exclamaciones con que bendicen a Dios y dan público testimonio de una salvación tan grande por la fe en Cristo. Pero la gente, asombrada, comienza a decir: -¿Cómo es que todos estos cristianos, vecinos nuestros, a quienes conocemos desde hace tiempo y tratamos diariamente, hablan como si fuesen paisanos nuestros? Los españoles les oímos expresar las maravillas de Dios en gallego y catalán, ¡y también en vasco! Azorados italianos gesticulan sin saber a que atenerse, y lo mismo ocurre con griegos, lituanos, polacos, croatas, rusos, armenios y turcos. Ante tal singular experiencia, no es de extrañar que muchos caigan de rodillas (hacia adelante, no desvaneciéndose hacia atrás), convencidos de pecado, y reconciliándose con Dios. No sería tampoco de extrañar si estos convertidos al ser bautizados por el Espíritu Santo en el cuerpo de Cristo, también se expresasen en una nueva lengua. ¡Qué maravilloso sería si un turco pidiera perdón a su vecino armenio al que hasta ahora menospreció, por el genocidio que su gente cometió contra los suyos, expresándose en armenio, y a su vez el armenio, hablando

en turco le perdonara con el amor que Dios derramara en su corazón por el Espíritu Santo que le es dado!

Nada de cuanto acabo de imaginar es inconcebible, ni escapa a la hermenéutica bíblica ni excede al poder y singular obrar del Espíritu Santo, si de veras El quisiera hacerlo así.

Aunque es obvio que no podría substraerme del tremendo impacto espiritual que me provocaría tal experiencia, digo que no me maravillaría demasiado, porque todo ello se encuadra dentro del marco de lo conocido en el libro de Hechos, y no contradice lo que sobre los dones espirituales enseña Pablo, ni altera el orden que se observa en 1Cor.14.

Ahora bien, es tiempo de preguntarnos: -Lo que hemos visto en el Nuevo Testamento, y lo que hemos contextualizado para una mejor ilustración del asunto, ¿es lo que ocurre en los cultos pentecostales y carismáticos?

Por experiencia sabemos que es muy diversa la importancia que las "lenguas" tienen en las reuniones públicas, dependiendo de la misión, denominación, ministerio; o el lugar que les da el pastor de la iglesia.

Por ejemplo, en mi propia experiencia, el extremo más exaltado que recuerdo se dio en una reunión del movimiento de Renovación Espiritual, donde escuché la repetición de sonidos onomatopéyicos, como el "ring-ring" del teléfono y el "ra-ta-ta- ta" de la ametralladora; así como algún "pío -pío" y otros berridos o balidos. Siendo que esta era una reunión de cristianos, sin la asistencia de inconversos, las tales manifestaciones no eran señal para incrédulos ni para edificación de los creyentes. Quedaba la impresión que probablemente no implicara más que la liberación de represiones psíquicas o algún escape de estados esquizofrénicos. Mi propia impresión, era la de que me hallaba en medio de un aquelarre, por lo que me limitaba a orar al Señor apelando a la sangre de Cristo y rogando que su Espíritu nos protegiera, tanto a mí como a varios hermanos conocidos míos. Si yo y otros estuviésemos totalmente equivocados -al grado de confundir la presencia del Espíritu Santo en la reunión, con vaya a saber qué influencia extraña que nos llevaba a implorar la protección divina-, sería de lamentar en nosotros una inmadurez, ignorancia y obsesión carnal por resistirnos a ese mover, cosa obviamente inaceptable que nadie osaría achacarnos.

Entonces, no queda otra opción que deplorar profundamente que algunos cristianos permitan que el culto se deslice hasta el punto de suscitar dudas y temores en otros hermanos, no ya por las formas, sino por la propia índole del mismo.

Para asegurarme un trato justo y equilibrado del tema, dejaré de lado los casos extremos a los que los lectores podrían sin duda sumar muchos más de su propia

cosecha, para concretarme a la consideración de lo visto y oído entre las iglesias pentecostales estimadas como más moderadas en este punto.

Tomando como referencia la congregación más cercana en el vecindario, diré que no tengo observación alguna que hacer para lo que son sus cultos regulares. Únicamente en razón de ministros visitantes, se perciben algunas cosas que nos hacen pensar. Por ejemplo, quienes han dado un buen mensaje exponiendo las Escrituras con claridad y verdad, culminando el mismo suelen soltar alguna breve frase en "lenguas", normalmente consistente en unas pocas palabras o sílabas repetidas, prosiguiendo después con el habla normal. Estas pocas voces en "lenguas", realmente no pueden constituir ninguna lengua como la glosolalia conocida en el Nuevo Testamento. No poseen fluidez alguna, estructura gramatical ni riqueza de lenguaje.

Son apenas sonidos incomprensibles tanto para los hombres, ángeles, demonios o Dios mismo, ya que no parecen tener otro sentido que su propia falta de sentido. Quienes tenemos el oído adiestrado en lenguas extranjeras y algún conocimiento filológico, no podemos identificar tales voces dentro de ninguna familia lingüística, aunque sí descubrimos que consciente o inconscientemente se está remedando una fonética cercana al árabe, hebreo, hindi y últimamente al de las etnias de África Central de donde procedieron los esclavos traídos a América. Todo esto no pasa de ser quizá un acto reflejo de tales modalidades del habla fijadas en la memoria, tras muchas películas y noticieros vistos en televisión. La locución "asambalayat" (o cosa parecida) probablemente sea la que más hemos escuchado, desde mucho tiempo y por mayor número de personas, no siendo posible rastrear su origen.

Lo asombroso es que si un predicador toma una serie de mensajes durante varios días seguidos, no cambia las palabras sino que habitualmente usa siempre los mismos términos.

La impresión que se deja con tal proceder, es la de que el predicador se siente comprometido a presentar sus credenciales de buen pentecostal, como si de un santo y seña se tratase.

Para no rastrear demasiado en mi memoria, recurriré a ejemplos simples y cercanos -en el tiempo y en el espacio-, pues son característicos de lo que es común en nuestro medio.

Cierta vez visitó una congregación vecina, un veterano pastor de excelente reputación, tanto que hasta trajo para la venta ejemplares de sus libros que había escrito, algunos de los cuales versaban precisamente sobre nuestro tema.

La exposición que hizo fue muy buena, bien fundamentada en las Escrituras. Finalizando, y orando, intercalaba de vez en cuando apenas cuatro sílabas que

repetía de esta manera: "Raba, raba, divi, divi". Aquello más se parecía a un mantra hindú que al don de lenguas.

Ministrando luego personalmente a las personas que habían pasado adelante para recibir el Espíritu Santo, al imponerles las manos y orar por ellas volvía a usar el "Raba, raba, divi, divi". Animaba e insistía con cada uno a que soltase su lengua, a que no orara en español, y a que abriese su boca dejando que el Espíritu le diera las palabras. Por lo que pude percibir, en algunos casos hubieron quienes tras mucho esfuerzo finalmente lograron

emitir las mismas sílabas que oían de boca del ministro, lo que provocaba la satisfacción entre los que iban pasando la noticia: -¡Recibió! ¡Recibió! (¿!)

El ministro había venido acompañado de un ayudante, que también ministraba a la par de él, imponiendo las manos y orando por quienes esperaban recibir el Espíritu. La pequeña diferencia estaba nada más que en la ausencia del "Raba, raba", ya que este colaborador se limitaba a repetir en forma muy rápida su "Divi, divi". Al ser ministrado un joven vecino nuestro por un buen rato, parece que al fin alcanzó a balbucear el "Divi, divi", por lo que cundió la noticia de que él "también había recibido". Sin embargo, ni su vida cambió, ni volvió a otra reunión pese a haber sido invitado expresamente.

Basta escuchar algunas audiciones radiales, para comprobar que en las acostumbradas frases finales de predicadores –que pretenden ser lenguas-, aparece repetidamente la expresión “Rama” (“Rama kanda” usada por Héctor Aníbal Jiménez de “Ondas de Jesús”). De consultar la Enciclopedia Encarta de Microsoft, puede encontrarse lo que seguidamente copio de allí:

Rama, deidad del hinduismo venerada como la séptima encarnación de Visnú. Rama es la figura central del Ramayana, poema épico en lengua sánscrita, y representa a la persona ideal.

No concebimos que el bautismo en el Espíritu Santo con la manifestación en lenguas pueda darse en personas no convertidas, es decir, que no hubiesen recibido la Palabra, creyendo en el Señor Jesús. Quien no haya recibido al Dador de los dones no está en condiciones de recibir ninguno de los dones que El imparte. Jesucristo es el don inefable de Dios, y el Espíritu prometido habría de ser dado a los que creyesen en El. "Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él" (Ro.8:9).

Es de temer que en nuestros días y por estos lares se esté haciendo una evangelización defectuosa, donde la persona que responde a la invitación levantando su mano, luego se para, después pasa al frente, se pone de rodillas, es "ministrada" (se ora por ella imponiéndole las manos, empujándola por la frente, oprimiéndole las mejillas), y a sus espaldas ya hay un par de brazos extendidos y

prontos a recogerla para su desvanecimiento hacia atrás, terminando en el piso, cuan larga sea. Se dice entonces, de estas personas, que "han recibido". El gran misterio es: ¿qué fue lo que recibieron? (caso que efectivamente hubiesen recibido algo). Si luego son bautizadas y se congregan en la iglesia, esta clase de personas no manifiestan una nueva vida ni tienen el fruto del Espíritu, sino que son todo un problema para la iglesia. Si años después se les pide su testimonio de conversión, apenas repetirán los pasos de su peregrinación dentro de aquel recinto. No es fácil encontrar hoy día ministerios como el de Pablo, quien no había rehuido anunciar y enseñar, públicamente y por las casas, "testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo" (Hch.20: 20,21). Así, no es de extrañar que tampoco escuchemos testimonios de personas que han sido recibidas a misericordia por Jesucristo (1Tim. 1: 13,14). Más importante que recibir el vestido, el anillo, el calzado y la fiesta en honor del pródigo, es esa misericordia que mueve al padre a recibir al hijo arrepentido que regresa confesando su pecado.

Lo paradójico de todo esto, es que cuando se enseña el evangelio el predicador se afirma en la verdad de la Escritura. Luego, al ministrar, parece olvidarse y hace todo distinto. No es prudente que el ministro dé por sentado una experiencia de conversión por el solo hecho de que la persona hubiese respondido físicamente a los movimientos a los que fue invitada.

Es dable observar como muchas veces, al no tener respuesta el llamado para salvación, se hace extensivo a reconciliación con Dios; y tras esto sigue por sanidad, liberación, llenura del Espíritu, etc., hasta que prácticamente nadie tenga razón en permanecer sentado en su banco.

Es posible que entonces sí se anime a pasar algún vecino. Allí adelante, junto al púlpito, como que se produce una confusión entre ministros y ministrados. El aún incrédulo pero crédulo a cualquier tipo de ayuda, aun de Dios -"por si hay Dios"-, espera por sanidad, trabajo, problemas familiares; y de ser posible, prosperidad. Si un mero simpatizante es así ministrado -como hemos visto con tantos-, buscando la manifestación en lenguas, de por fin lograr algo, se comprenderá la confusión a que todo esto puede dar lugar. Las consecuencias negativas podrían ser imprevisibles, así para la iglesia como para la persona en particular.

Si queremos valorar como es debido la incidencia que puede tener el extravío al que han alcanzado las “lenguas” en la actualidad, no hay forma de separarlas del riesgo en que se hace incurrir a las almas y su salvación eterna. Por más santas y correctas que sean las intenciones de los ministros evangélicos, si a la sana doctrina no sigue una práctica escritural y espiritual, el propósito inicial terminará en catástrofe, por más que el mismo sea disimulado por lo generalizada que esté la práctica e quivocada. Un error, por viejo, famoso y universal que sea, jamás se convierte en verdad. Parece que mucho cuesta liberarnos de aquel concepto católico romano.

Será oportuno confirmar ahora que el bautismo con el Espíritu Santo de los creyentes, así como la llenura, plenitud, poder, unción y dones del Espíritu (el de lenguas, inclusive), son experiencias reales y vigentes desde Pentecostés y hasta que el Señor regrese.

No conspiro contra ello por denunciar el abuso y mal uso que se hace de las imitaciones del don auténtico. ¡Al contrario! Al delatar los billetes falsos contribuyo a mantener el valor y uso de los verdaderos. Los ministros que piensan que por usar alguna frase, palabras o sílabas sin sentido, presentan credenciales que certifican su identidad pentecostal, en realidad se exhiben como espurios al genuino movimiento del Espíritu Santo. El ser crítico de tal plagio no me convierte en detractor del legítimo don de lenguas, sino, en todo caso, en un apologista del mismo. Quienes contemporizando se avienen con su conformismo al espíritu sectario que hace de la glosolalia su bandera distintiva, acuñando o repitiendo frases, palabras, sílabas y sonidos esotéricos, contristan y apagan al Espíritu, provocando burdos simulacros con la exaltación de la carne, e impidiendo de esta forma que el Espíritu llene vasos santos y consagrados dotados con los dones necesarios para la edificación de la iglesia y el testimonio del Evangelio a todas las naciones.

Finalicemos este contraste con las sigui entes observaciones:

I - En Hechos, protagonistas y testigos quedaban bien convencidos de la autenticidad de la señal del don del Espíritu a través de las lenguas. Hoy, ni ministros ni ministrados logran convencerse que tan magros resultados tras ingentes esfuerzos sea el legítimo don de lenguas. Tal frustración puede enfermar a muerte la fe de unos y otros.

II- No han faltado quienes han alegado que en la misma forma que a los bebés les enseñamos a hablar con el "ajó", así también una breve frase, unas pocas palabras o algunas sílabas pueden ser el balbuceo de una nueva lengua que irá creciendo hasta su completo desarrollo.

A que tal intento carece de antecedente bíblico -y parecería blasfemia la administración del don del Espíritu Santo en dosis progresivas-, se suma que pastores ya veteranos siguen repitiendo siempre lo mismo, que jamás suena nuevo ni como “lengua” a oídos propios ni ajenos.

Que la mente de Cristo en nosotros nos haga discernir lo que es del Espíritu de lo que no lo es.

III
¿MANIFESTACIONES PERSUASIVAS O DISUASIVAS?

La pregunta tiene que ver con el efecto positivo o negativo del uso público de las "lenguas" tal como se dan aquí y ahora. De ex profeso escribo "lenguas" entre comillas, ya que no se nos da el problema con el don auténtico, sino con lo que llamándolo de la misma manera, ni por aproximación se parece a las lenguas habladas en el libro de los Hechos, ni a las del manual del usuario que hallamos en 1Corintios 14. En cuanto a lo que el creyente haga individualmente, una vez que ha cerrado la puerta de su aposento, en su adoración a Dios, en espíritu y en verdad, eso queda en el secreto de su íntima comunión con el Señor y no puede ser examinado ahora, pues es cosa que atañe exclusivamente a su propia devoción al Señor.

Tan sólo convendrá observar que quien pueda ser muy fogoso en el uso de "lenguas" públicamente, quizá no lo sea en su devoción personal. Y en caso que privadamente orara en su espíritu en lengua desconocida, mejor será -según el consejo de Pablo-, pedir en oración el poder interpretarla, para que eventualmente pueda compartir con los demás aquellas cosas con las que su entendimiento haya sido enriquecido (1Cor.14:13-15).

Nunca podrá enfatizarse demasiado, que ningún don del Espíritu es para exhibición personal, sino para la edificación espiritual de toda la iglesia. No tenemos compromiso alguno de mostrar y convencer a los demás lo que hayamos recibido, porque el Espíritu Santo al derramarse en nosotros no hace más que mostrar la presencia y virtud del Señor Jesús en nosotros. Puesto que el Espíritu no habla de sí mismo, sino que nos imparte lo que de Cristo procede y a El sólo glorifica (Jn.16:13- 15), jamás exaltará a un miembro en particular por sobre sus demás hermanos, por mayores y numerosos que sean los dones conferidos. Si alguien haciéndose llamar de Apóstol o Profeta se arroga importancia de gran personaje, no es mejor que Simón el Mago, y sus fieles admiradores tampoco son mejores que aquellos extraviados samaritanos (Hch.8:9-11).

Parece que más que una señal para los incrédulos que se evangelizan o un don para la edificación de toda la iglesia reunida, la versión moderna del bíblico don de lenguas, escandalice a inconversos y confunda a creyentes.

El Espíritu Santo que inspiró a Pablo al escribir su primer carta a los corintios, se nos anticipó con un ejemplo supuesto que responde ahora al dilema planteado: "Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos?" (14:23).

Pocos son los que actualmente se animan a confesar esta realidad, si bien muchos son los que así lo piensan pero sin atreverse a decirlo. Ha cundido en el ambiente cierto temor supersticioso (inculcado, como siempre, por la jerarquía interesada), que se puede cometer el pecado imperdonable contra el Espíritu S anto,

dudando, cuestionando o denunciando algo como que no es del Espíritu de Dios sino de dudosa procedencia, ya sea humana o del maligno. Cobijados tras este muro de contención, siempre hubo ministros ensayando toda suerte de nuevas prácticas, que actualmente suelen recibir el nombre de "Unción", aunque nada tenga que ver con la unción de la que habla el apóstol Juan en su primera epístola.

Si en aquel Pentecostés de Hechos 2 se revertió la confusión de Babel, en Corinto -o en cualquier otra parte -, de ocurrir el caso que Pablo supone, se estaría volviendo nuevamente a Babel, desvirtuando precisamente aquella señal pentecostal ya predicha por Joel y explicada por Pedro en su discurso. En Jerusalem, el estruendo producido unificó el testimonio del incipiente grupo cristiano con palabras inteligibles y frases coherentes que contaban las maravillas de Dios en las lenguas natales de los oyentes. En Corinto, en cambio, arriesgarían con su bullicio a que se les tuviese por faltos de juicio. Nuestro paciente lector no tiene ahora más que comparar y discernir, si las lenguas en los actuales cultos pentecostales se corresponden con la conmoción de Hechos 2:4 -12, o con el alboroto de 1Cor.14:23. En este último caso, es obvio que con esto no se glorifica a Dios, ni se edifica a la iglesia, ni se convierte a los incrédulos, sino que tal modalidad funciona como un disuasivo al testimonio cristiano, entre propios y extraños.

Veamos ahora ciertos aspectos prácticos:

1 - En cierta oportunidad conversé con un hermano pentecostal de esta manera:

- En su iglesia, ¿cuál de los dones de las listas de 1Corintios 12 se ejerce más en los cultos?

- ¡Pues el de lenguas! -contestó sin pensarlo. - ¿Y el que menos se da?

Ahora sí se detuvo a pensar, y tras cierta indecisión finalmente repuso:

- Creo que el don de interpretación de lenguas. - Y entre ambos, ¿cuál es mayor y cuál menor?

- Pues siendo que el de interpretación está al servicio del don de lenguas, pienso que aquel sea el don menor; además, en ambas listas de 1Cor.12 figura en último lugar.

- ¿No ha pensado Vd. que parece extraño que siendo el don de interpretación menor al de lenguas, y estando al servicio de éste,

con todo las lenguas sean más frecuentes y la interpretación más

rara, habida cuenta también que en la iglesia quien habla en lenguas deberá ser traducido, y callar de no haber intérprete?

- Pues no...no lo he pensado.

2 - El caso más conocido entre nosotros se dio hace unas décadas en Buenos Aires, cuando en una reunión interdenominacional de dirigentes evangélicos algunos comenzaron a orar en lenguas, siendo inmediatamente traducidos por otros. Fue así que un viejito que

había permanecido siempre callado, se animó finalmente a orar también en su propia lengua. No se había aún sentado, cuando otro se levanta y realiza la interpretación. El hijo del viejito, sentado a su lado, se para entonces y dice: -Mi padre es un inmigrante armenio que aunque entiende el español, nunca logró hablarlo, por lo que él ha dedicado su ministerio predicando a nuestra colectividad. Pero lo que mi padre ha dicho en su oración en armenio es lo siguiente...
Y así procedió a traducir ante todos la oración de su padre.
Como ustedes imaginan, nada tenía que ver con la anterior supuesta interpretación, concluyendo la reunión con tal b ochornoso fiasco.

3 - Yo podría tomar la anterior anécdota como ficticia, si no fuera que protagonicé el caso que paso a referir:

Durante una reunión casera que se celebraba semanalmente, y a la que asistían hermanos del movimiento de Renova ción Espiritual, de repente alguien se para y comienza a orar de forma incomprensible para los demás, aunque usando de mayor variedad de frases y palabras de lo que es común escuchar. Aunque no tuviese la fluidez expresiva de una lengua extranjera, al menos no se limitaba a una simple repetición de sílabas y sonidos.

Cuando esta persona se sienta, otra se levanta y hace la interpretación de la "profecía" que se nos acababa de entregar. No quise mantenerme escéptico, sino que me predispuse favo rablemente a oír. El mensaje venía en primera persona, como si Dios mismo nos estuviera hablando directamente, aunque las exhortaciones no pasaban de ser citas bíblicas bien conocidas. Se nos animaba a buscar más de Dios, a que nos amásemos y fuésemos unidos. Aunque la tal "profecía" fuera un simple remedo de las mismas Escrituras, siempre sentí mi responsabilidad de estar atento a cuanto se dijese en las reuniones (1Cor.14:29), y no pude evitar incorporarme en cuanto el intérprete se sentó, y con mi Biblia abierta hablar de esta manera:

- Leamos por favor tres versículos en la Palabra de Dios - y tras hacerlo proseguí -: - Acabamos de escuchar tres frases, como si Dios ahora nos esté hablando, pero confrontemos cada una de ellas a su respectivo pasaje bíblico -y luego seguí -: - No podría decirles si es que la "profecía en lenguas" es la que está equivocada, o si es

su interpretación la defectuosa, o ambas están erradas, pero lo cierto es que Dios no se contradice. No es posible que el Espíritu Santo que inspiró las Escrituras diga en ellas una cosa, y luego usando a hermanos dotados con dones de profecía, lenguas e interpretación nos diga precisamente lo contrario. Recordemos el mandato apostólico: "Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios" (1Pe.4:11a).

Pese al disgusto colectivo por haber aguado con mi intervención el
entusiasmo de los que luego hubieran proclamado: -¡Tuvimos profecía en lenguas con interpretación!, era tan obvia la razón de mis observaciones, que nadie dijo absolutamente nada. En las sucesivas reuniones a las que asistí, no volvió a repetirse tal cosa. Sólo lamento no haber anotado entonces aquellas tres frases y los textos que usé -para mejor ilustración ahora-, y aunque por algún tiempo lo seguía recordando, ya han pasado más de veinte años.

Creo que alcanza con lo ya dicho, para asumir la realidad de que las "lenguas" tal como se vienen dando, no convencen a los incrédulos sino que más bien les disuaden en cuanto a frecuentar las reuniones. Solamente otras necesidades que pueden ser suplidas en los cultos o por la iglesia, ayudan a compensar a veces la impresión negativa de las "lenguas", logrando

finalmente que "los indoctos o incrédulos" se acostumbren a las mismas. De todos modos, la espina de la duda e incredulidad respecto a las "lenguas" no será fácil de arrancar, y así es grande el riesgo a que la persona termine por profesar una fe, bautizarse y congregarse, sin convertirse y nacer de nuevo.

Nos queda reflexionar, entonces, en cuanto a si estas "lenguas" son persuasivas o disuasivas a la fe de los que son cristianos auténticos, como creyentes redimidos por la sangre de Cristo y regenerados por el Espíritu Santo.

No puede haber duda alguna, que el ejercicio de todos los dones espirituales - inclusive el de profecía, lenguas e interpretación- es efectivo para la edificación de la iglesia, de aspirar siempre a tal cosa, de acuerdo al mandato: "Hágase todo para edificación" (1Cor.14:26).

Pero si deslizándose del amor -que da valor a todos los dones-, se va cambiando la verdad por la ficción, y la integridad por la presunción, puede llegarse a un estado aún peor al de antes de haber conocido el Evangelio. El propio apóstol Pablo reconoce en los corintios la tremenda riqueza en dones espirituales que les fue conferida por gracia de Dios, en Cristo(1Cor.1:4-7); pero es obvio que fuera de Cristo y contristando al Espíritu Santo ningún don auténtico puede operar como tal, sino apenas una imitación del mismo, desprovisto de vida, poder y virtud. A más de cuanto debe corregir en sus dos cartas a los corintios, Pablo reconoce a los gálatas que ellos corrían bien, pero que fueron luego estorbados para no obedecer a la verdad, así que les dice: "Esta persuasión no procede de aquel que os llama" (Gal.5:8).

Puede no ser fácil reconocer la procedencia de la falsedad y el engaño. Aunque tras de toda cosa mala que atenta contra la paz de la iglesia, siempre estará la aviesa intención de nuestro adversario el Diablo, no siempre él es el causante de los males, pues los mismos hombres se le adelantan y le ganan de mano en esto de obrar el mal. No siempre Satanás necesita instigar a los cristianos a que actúen mal, pues él se contenta al ver como por sí mismos, llevados de su propio impulso, son capaces de tales acciones que parecieran llevar su marca de origen.

Porque sea cierto que en cultos paganos, fetichistas y satanistas, se usen lenguas extrañas, expresiones incomprensibles y voces jamás oídas, no es apropiado el atribuir origen diabólico a las "lenguas" falsas que algunos cristianos puedan usar en los cultos públicos. Una vez que descartamos que determinada lengua que oímos sea realmente una manifestación del Espíritu

Santo, no debemos apresurarnos a atribuirla al maligno, máxime si quien la usa es un hermano nuestro en la fe de Jesucristo. Apenas excepcionalmente podrá identificarse una "lengua" como de procedencia satánica, pues varias cosas deben concurrir a fin de que puedan reconocer tal origen aquellos que poseen discernimiento de espíritus. Normalmente, las "lenguas" usadas en los cultos públicos (ya dijimos que del privado aquí no hablamos), son de factura humana.

No hay por qué dudar de la sinceridad y realidad de la experiencia espiritual de quien al convertirse, o bautizarse, o aun después, en un clímax de intensa emoción donde toda su alma se sumergía en el amor y el gozo del Señor, expresara su adoración y alabanza con sonidos, sílabas, voces y frases cuyo sentido ni siquiera le importaba porque la intensidad de su devoción excedía a cuanto pudiera comprender intelectualmente. Que no haya deliberada intencionalidad en tales casos de fraguar una "lengua", tampoco la hace por ello como de origen divino. Alcanza con tener conocimiento de que otros han experimentado un bautismo del Espíritu con manifestación en lenguas, para que tanto la mente como el corazón queden predispuestos a lo mismo. Dios puede bendecir con el calor de su presencia a un hermano -y por tanto esta es una experiencia real-, y sin embargo la manifestación en lenguas puede ser un valor agregado de origen psíquico y no espiritual. Con esto que digo no estoy negando la eventualidad de una manifestación verdadera del don auténtico, pero esta siempre se avendrá a lo que ya hemos visto en Hechos y 1Corintios. Recordemos que no podemos interpretar la Escritura a la luz de la experiencia humana, sino que debemos discernir la experiencia humana a la luz de las Sagradas Escrituras. Si así no fuese, quedaríamos expuestos a todo error y herejía.

En el caso anterior, donde el creyente sin buscarlo ni proponérselo, se encuentra de repente rebosando del sentimiento de la presencia de Dios, y expresando su sentir sin conciencia siquiera de lo que dice o como lo dice, es probable que con humildad acate la instrucción que sobre el uso de las lenguas enseña la Palabra de Dios. De no recibir el don de interpretación

para compartir con la iglesia alguna palabra de edificación, ni haber en ella quien interprete, hablará a Dios por el Espíritu, a solas con El, en su devoción personal, en su propia cámara.

Muy diferente y más común es el caso de los que buscan la experiencia de la manifestación en lenguas como evidencia de la plenitud del Espíritu. Ignoran que su responsabilidad está con el mandamiento "sed llenos del Espíritu"; mientras que es responsabilidad (atributo-facultad) del Espíritu, dar de su diversidad la manifestación individual para provecho colectivo de todo el cuerpo "repartiendo a cada uno en particular como él quiere" (1Cor.12:4-11).

Si un cristiano vive lleno del Espíritu, jamás podrá reclamarle la evidencia como si el Espíritu fuese tacaño, reteniéndole por mezquindad una señal que debería haberle ya dado.

Lamentablemente, el no haber reparado en lo que decíamos al comienzo de nuestro estudio en relación con la manifestación en lenguas en Jerusalem, Samaria, Cesarea y Éfeso, ha inducido a error, de modo que muchos buscan el efecto (las lenguas) sin haberse encontrado nunca con la causa (su conversión a Cristo). Si no se ha comenzado por recibir el Espíritu con el haber creído, es imposible recibir la manifestación, señal o evidencia de lo que todavía no existe ni ha ocurrido. Nuestra salvación es por gracia, por la fe, y esta fe ha de incluir necesariamente la certeza de que Dios no nos retacea ninguna gracia o don prometido. Hacemos a Dios mentiroso, si deambulamos por las iglesias y acudimos a todos los ministros para que nos impongan las manos y oren por nosotros, hasta que a las cansadas ¡Dios afloje y nos conceda la evidencia en lenguas que tanto necesitamos! ¡Tenga El piedad de los que así hacen!

Es de lamentar también, que en aras de acreditar su ministerio, evangelistas y pastores ayuden con buenas intenciones a los buscadores, pero malogrando la vida espiritual de los mismos.

Algunos ministros no se limitan a la oración con imposición de manos, sino que van mucho más allá todavía, practicando técnicas que han ensayado con resultados favorables. Así es que instruyen unos a que la persona repita ¡gloria! ¡gloria! cada vez más rápido, hasta que por supuesto con tal atropello acaben por vocalizar algo que en nada se parece al primer ¡gloria!

Otros ministros son más comedidos y se ponen ellos mismos a orar en “lenguas” animando a la persona a que también lo haga; pero aquí también es mucho el riesgo a la mera imitación, con la decepción simultánea de ministro y ministrado, como ya habíamos observado anteriormente.

Sin embargo, y muy a pesar de estas decepciones, finalmente a veces se concluye por aceptar el hecho de la recepción del don, acreditando su legitimidad nada más que por su propio uso.

No se requiere ser psicólogo para inferir los trastornos mentales y espirituales a que conduce esta frustración disfrazada de éxito. De ahí en más la persona practicará en cuanto culto participe y al unísono con los demás, su "lengua" recibida, que aunque no sea más que un balbuceo, no desentona sino que parece ser bastante similar a la jerigonza que de todas partes llega a sus oídos.

El mayor impedimento a despertar y ejercitar en la iglesia dones espirituales como los de profecía, lenguas e interpretación, no está en que hayan dejado de estar vigentes, o que el Señor los haya retirado, o que hubiesen cesado su función, sino en que se generalizase el reemplazo de lo auténtico por lo artificial.

Entre los varios efectos negativos del simulacro de las "lenguas", el primero de ellos es que precisamente cierra la puerta a que sea despertado y ejercitado el don auténtico, porque no es de esperar que el don genuino se despierte con la práctica del plagiado. Es posible trabajar la verdad de modo de extraviarse de la misma hasta caer en el error; pero no es posible el proceso inverso: trabajar el error hasta lograr obtener de él lo cierto y verdadero.

Otro efecto negativo, es la renuencia a los estudios bíblicos; exhaustivos, serios y en profundidad. En efecto, ese tan preciado "juguete religioso", obtenido muchas veces tras un parto muy difícil, no resiste análisis, prueba ni verificación alguna en el laboratorio bíblico. Es por eso que en los cultos pentecostales se le da muchas veces mayor lugar a los testimonios que a la profecía, aunque "el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación". Con los testimonios los hombres escuchan lo que los hombres dicen; pero con la verdadera predicación y exposición de la Palabra de Dios, es el Señor quien nos habla, y no siempre nos agrada que la Escritura por Dios inspirada sea precisamente "útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia" (2Tim.3:16).

Toda persona como que necesita recibir el espaldarazo divino que lo reconoce y consagra como cristiano, hijo de Dios y siervo del Señor, pero para esto Dios mismo nos ha confirmado en Cristo, nos ha ungido, sellado y dado las arras del Espíritu (2Cor.1:21,22), desde que "habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa" (Ef.1:13,14). Los hermanos pentecostales -aunque no lo hagan-, parecen desestimar todo esto, caso que falte la evidencia de hablar en lenguas. Es así, como la experiencia de algunos receptores del don de lenguas la extienden como señal necesaria de cuantos han sido bautizados por el Espíritu Santo, aunque Pablo claramente pregunta: "¿hablan todos lenguas? ¿interpretan todos?" (1Co.12:30). La contundencia de este versículo ha llevado a algunos a
ensayar una explicación al sentido que podría tener ese texto, como el

investigador bíblico (pentecostal) Howard M. Ervin: “El verdadero sentido de su pregunta “¿hablan todos lenguas?” es éste: “¿Hablan todos en lenguas en el culto de la congregación?” La respuesta implícita es ¡no! De lo contrario carece de sentido el mandamiento de interpretar las lenguas y
discernir las profecías. Pablo mismo cita como ejemplo a los “indoctos”, es
decir, “los que no tienen el don”. (Hasta aquí la cita de la pg. 92 del libro
El Bautismo en el Espíritu Santo, Editorial Vida). El autor pretende sacar su interpretación del contexto mayor de ese versículo, que comprende los
capítulos 11 al 14 de la epístola, en los que Pablo instruye en cuanto al orden del culto y comportamiento de los reunidos en la iglesia, y está muy
bien que así haga; pero antes de arribar a su conclusión le convenía reparar
en el contexto menor de todo ese capítulo 12. Efectivamente, mientras que
el capítulo 14 sí está dedicado al culto mismo, con la participación ordenada
de los miembros en el ejercicio de sus dones, el 12 se concreta a explicar
que en la unidad del cuerpo de Cristo que es su iglesia, todos y cada uno de
los miembros interactúan desde el lugar en que Dios los colocó, según los
dones que de su diversidad el Espíritu les haya conferido, por lo cual hay
también diversidad de operaciones, “a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho”. En este capítulo Pablo no trata de la ocasión y modo del uso de los dones, sino de la variedad de ellos. Si se fuera a tomar en serio el argumento de Howard M. Ervin, entonces habría que inferir lo mismo de esa “serie de preguntas retóricas” de los vs.29 y 30, vertiéndolas en “el verdadero sentido” que cree haber encontrado:
“¿Son todos apóstoles, profetas y maestros en el culto de la congregación?” como si durante el mismo algunos mantuvieran y otros perdieran identidad de tales. Y lo mismo con las demás preguntas:
“¿hacen todos milagros en el culto de la congregación? ¿tienen todos dones
de sanidad en el culto de la congregación?”, ya sea restringiendo la ocasión a que todos se pusiesen a hacer milagros durante la reunión, o como si durante el desarrollo del culto dejasen de operar en algunos los dones de
sanidad. Y finalmente: “¿interpretan todos en el culto de la congregación?”,
lo que perdería sentido, pues es obvio que no se pueden interpretar más
lenguas que las que se hablen. Si Pablo realmente estuviera enseñando tal cosa, sería un disparate, pues es imposible que la totalidad de los presentes simultáneamente estén ejerciendo la totalidad de los dones. En cuanto a que
los “indoctos” a que alude Pablo sean “los que no tienen el don”, es una
suposición gratuita, aunque cite a otros eruditos. Es demasiado sabido que el término griego “idiötës” es traducido “simple oyente” en el v.16; y “del
vulgo” o “vulgares” o “ignorantes” de Pedro y Juan en Hch.4:13; y “tosco”, “ordinario” o “rudo” de Pablo en 2Cor.11:6. Inferir que son “los que no tienen el don”, es hacerle decir al texto lo que no dice.

El hecho de que en la práctica exista la tendencia a que los que hablan en "lenguas" miren por arriba del hombro a los que todavía no lo hacen -como si de cristianos de segunda clase se tratase-, en buena parte como que desafía y provoca

a estos a la obtención del don. No es entonces de extrañar que llegado el caso cualquier medio se considere lícito, a fin de hacer como todos hacen y no ser más mirados como creyentes carenciados espiritualmente.

Al estar indirectamente fomentando actitudes carnales, es estorbado el libre obrar del Espíritu de Dios en la iglesia, y a falta de una auténtica unción y poder de lo alto, en la actualidad se recurre a verdaderos espectáculos y show’s religiosos, que asociados al espíritu del mundo pueden llegar a atraer multitudes, que así como hoy victorean, aplauden y gritan el nombre de Cristo, mañana o un poco después lo harán también con el Anticristo.

Así, mientras dura el culto las masas parecen disfrutar exaltadas su entusiasmo religioso, aunque fuera del mismo y durante el resto del día, viven sumidos en la corrupción del mundo.

Recordemos que el "no impidáis el hablar lenguas" de 1Cor.14:39, no se refiere a las presuntas sino a las verdaderas, y que su ejercicio se halla regulado en lo que sigue: "pero hágase todo decentemente y con orden".

Los pastores, maestros y predicadores podrán contribuir en buena forma, con su ejemplo y enseñanza de la sana doctrina, a depurar a las iglesias de cuantas cosas espurias están deteniendo el ejercicio de los auténticos dones del Espíritu, ministerios del Señor y operaciones de Dios (1Cor.12:4 -7).

Poniendo en práctica aquello de “examinadlo todo y retened lo bueno”, considero positivo concluir con parte de un párrafo del citado autor Howard M. Ervin, pues los escasos desatinos incurridos en su obra, ameritan que el acierto que sigue rubrique el final de nuestro estudio:

“Si más cristianos se guiaran por el consejo del apóstol, llegaría la
renovación a las iglesias. Si los adoradores que asisten a un culto determinado oraran diciendo “diez mil palabras en lengua desconocida” antes de ir a la iglesia, sólo necesitarían cinco palabras en la lengua vernácula del predicador para tener el trabajo terminado”. (pg.148/149 de la obra citada)

Ricardo Estévez Carmona Lomas de Solymar, 1er. Semestre de 2002