La codicia por el primer lugar.

Allá por el año 195O, un joven llamado Dionisio se inscribió en la universidad nacional en la carrera de ingeniería. Todo le fue bien al principio, pero después de algunos años sufrió una neurastenia y tuvo que abandonar permanentemente su ambición de ser ingeniero.
 
Volvió a casa para recuperarse, y cuando estuvo en condiciones de trabajar, consiguió un empleo humilde como contador de una tienda. Allí trabajó con diligencia, ahorrando dinero y comprando acciones en la empresa. Al cabo de cuatro años había manejado las finanzas de la compañía de tal manera que era el segundo jefe. Así que cuando murió el jefe inesperadamente, la dirección debía pasar a manos de Dionisio. Fue entonces que sufrió otra desgracia. Cuando llegó una mañana para tomar el mando, los demás socios y los hijos del jefe desaparecido le negaron el puesto y le despidieron pagándole algunos pesos como indemnización. Esto lo dejó en mal estado físico y emocional.

No está claro cuándo Dionisio demostró por primera vez un interés religioso, pero un par de años después del segundo fiasco se hizo activo en una pequeña iglesia evangélica de otra ciudad. A medida que ganaba confianza en sí mismo, compartía las decisiones de la congregación y empezó a enseñar la Biblia y predicar. Los miembros le dieron parte en el gobierno de la iglesia, pero desde allí empezó a imponerse con ideas particulares, criticando y menospreciando a los demás dirigentes. Cuanto más le resistieron sus colegas, tanto más enérgicamente trabajó para ser el jefe absoluto. Hoy, ya hombre maduro, es el dirigente principal. Interpreta las Sagradas Escrituras siempre según su propio método. Regula las costumbres de la iglesia y gran parte de lo que se hace en la vida familiar de los miembros.

Nada se hace sin su aprobación, y los miembros, casi sin darse cuenta, viven dominados por él en una especie de control mental.

El nombre del joven y algunos detalles del relato han sido cambiados pero el caso es verídico. Tras todo esto hay un problema que debemos entender. Desde la niñez, Dionisio había tenido un agudo complejo de inferioridad por ser hijo de inmigrantes. No tenía amiguitos y no se interesaba en los deportes. Sufrió un sentido de rechazo, pero descubrió que podía destacarse en el colegio sacando notas mejores que los demás. Eligió la carrera de ingeniería porque le parecía una profesión que le daría el prestigio y el sentido de valía que le faltaba. Pero una vez en la facultad, vio que él era nada más que uno entre muchos jóvenes. Aprendió también que algunos pocos de ellos, esforzándose, pensaban recibirse en cinco años en vez de los seis normales. Fue entonces que se decidió a terminar la carrera en cuatro años. Quería comprobar que era superior a todos y fracasó. Le pasó lo mismo en el trabajo: un esfuerzo por ser número uno y luego la desilusión del fracaso.

Por fin encontró en la iglesia el ambiente propicio. Logró el primer lugar y se mantiene allí en una posición que se puede llamar "Un despotismo eclesiástico". Los miembros, siendo dóciles y pacíficos, no se animan a oponerse y le han aceptado como si fuera el gigante espiritual que pretende ser. A 105 que no aceptan la autoridad de Dionisio, éste los humilla con disciplina o los excomulga.

Tenemos aquí un síntoma de una enfermedad que arruina los asuntos internos de la iglesia cristiana en muchas partes y en gran manera anula el testimonio ante el mundo que necesita el mensaje del evangelio.

Teóricamente, en las denominaciones la autoridad viene desde arriba, es decir, de obispos, presidentes o convenciones que nombran o dan credenciales a los pastores. Pero muchas veces el nuevo pastor descubre que la dirección general está en manos de uno o dos caudillos autonombrados. A este síntoma lo llamamos filoprimatosis. Viene de dos palabras griegas: filo que significa amigo o aficionado; nosis un sufijo que significa enfermedad, más la palabra primacía. Por lo tanto, la filoprimatosis es la anormalidad de querer siempre ocupar el primer puesto.

No queremos poner en duda a todos los dirigentes de las iglesias. Como en cualquier institución, es evidente que hay en la iglesia varios grados de responsabilidad y diferentes tareas, y los cargos se distribuyen principalmente según los dones, los conocimientos y las capacidades comprobadas. El Nuevo Testamento se refiere varias veces a los ancianos, a los obispos y a los pastores, que son los responsables de la enseñanza, el asesoramiento y el bienestar espiritual de los miembros.

Pero menciona 1ª Pe. 5.3), específicamente las tareas de apacentar la grey y ser ejemplo. Y agrega al mismo tiempo la advertencia de una tentación común: "no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado". Así distingue entre el cuidado y el despotismo. Juan, en su tercera carta, hace referencia a un hombre en la iglesia llamado Diótrefes, "al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos", quien manipulaba una congregación arbitrariamente, aceptando y rechazando maestros de otras ciudades de acuerdo con sus propias ideas y doctrinas favoritas. Inclusive prohibía amistades con las personas que a él no le gustaban.

La filoprimatosis es demasiado común hoy en día. Un grupo de misioneros fue a establecer una iglesia en un país de Asia luego de la Segunda Guerra Mundial. El ambiente era muy favorable para el evangelio, la gente escuchaba con entusiasmo y todo estuvo bien durante algunos meses. Sin embargo, el hermano "L", uno de ellos, sufría de esta terrible dolencia.

Buscaba el puesto de director, pero los demás no veían en él los dones necesarios, y eligieron a otro. Como resultado, el hermano "L" armó una contención y se separó del grupo, llevando con él a dos o tres más. Para justificar su cisma, fabricó una serie de rumores para arruinar la reputación de los demás. Todo lo hacia pensando que cumplía con la voluntad de Dios. Estaba tan convencido de sus argumentos que ni sus colegas, ni la directiva de la sociedad misionera pudieron razonar con él. Permaneció como director de su propia misión, que con el tiempo se redujo a nada más que su propia familia.

Hay lugar para diferentes puntos de vista y para una variación de métodos, sin necesidad de problemas de convicciones firmes no siente que las diferencias sean una amenaza personal contra ella y por lo tanto, puede hacerles frente con tolerancia.

Otro aspecto de este síndrome es la filoneicosis. Esta palabra viene directamente de 1 Corintios 11:16, donde el apóstol Pablo interpreta algunos principios cristianos con respecto al orden en la iglesia de Corinto, específicamente que la mujer se cubra cuando ora o profetiza. Termina con esta frase:

"Si alguno quiere ser contencioso..."

En el griego, la palabra es filoneikos, o amigo del debate. Agregando la palabra nosis por enfermedad, tenemos filoneicosis. El hecho de que los griegos tenían una palabra para este tipo de individuo, significa que no era un problema privativo de la iglesia de Corinto. El filoneikos es ese individuo, en cualquier ambiente, que siempre quiere discutir; no deja pasar nada sin ponerlo en tela de juicio, por mínimo que sea. Crea cuestiones donde no existen, y si se resuelven, busca otras. Inconscientemente quiere comprobar su importancia y valor como persona. Nadie puede negar que hay casos de éstos en las iglesias. El caso del hermano "R". es típico.

Este señor era miembro del cuerpo de ancianos y diáconos de una iglesia metropolitana. Pronto se hizo conocer en las reuniones de consulta, introduciendo controversias donde los demás no veían nada más que acuerdo. No satisfecho, buscó fama nacional editando su propia revista en la cual empezó a atacar a los cristianos de más prestigio en el país y aún de otros países. Se sintió realizado cuando destacados personajes de distintas organizaciones cristianas respondieron defendiéndose de su ataque.

Los filoneikos son atrevidos en sus acusaciones, eligen palabras fuertes y no les preocupa la posibilidad de ofender a un hermano en la fe.

En sus periódicos constantemente promueven sospechas, divisiones y odio. Citan a otros filoneikos para dar credulidad a sus afirmaciones y denuncias. Estas prácticas contradicen directamente toda la enseñanza bíblica acerca de la conducta de un cristiano, pero tales personas se creen los mejores ejemplos de fidelidad.

El texto bíblico más acertado sobre el tema tal vez sea I Timoteo 6:4, que emplea la palabra noseo, que significa estar enfermo. La versión Reina-Valera, revisión de 1960, dice de este tipo de individuo: "delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras". Otras versiones lo expresan más o menos así: siente una atracción enfermiza o morbosa hacia las controversias y discusiones. Literalmente quiere decir: "está enfermo acerca de pendencias y logomaquia (o palabrería)". Nosea es la palabra empleada generalmente en el Nuevo Testamento para hablar de un mal físico y nunca se refiere metafóricamente a un estado espiritual. Por lo tanto, es más probable que aquí el apóstol tenga en mente por lo menos una anormalidad emocional, es decir, una enfermedad verdadera. Lo que le preocupa, sin embargo, no es el tipo de enfermedad tanto como su origen y las consecuencias. Esa actitud de controversia en el ambiente de la iglesia, según el mismo texto, resulta en "envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia". No será difícil para nosotros reconocer esta tragedia en algunos casos reales de la actualidad. Aunque citan textos bíblicos y emplean términos piadosos, los filoprimatosos no se preocupan por la verdad, sino sólo por su propio prestigio.

La verdadera enfermedad se ve a veces en la manera de imponer las ideas y rodearse solamente de personas que obedecen sin preguntar.

Algunos mantienen su propio cuerpo de policía personal para protegerse contra esos que "nos odian", y su propio sistema de espionaje para evitar una variación de opinión entre los miembros. Tengo informes de exempleados acerca del director de una organización "cristiana" que mantiene archivos voluminosos con datos de todas las personas que alguna vez dijeron algo contra él y sus colegas.

Juzgados por sus actividades incansables, parecen ser hombres fuertes e invencibles, pero en el fondo son todo lo contrario, y en momentos de crisis revelan que su meta no es encontrar la verdad, sino afinar su valor como personas, es decir, que siempre tienen razón.

¿Cómo podemos distinguir entre los líderes auténticos de la iglesia y los aspirantes cuya motivación es la filoprimatosis, la filoneicosis y la logomania? Si los juzgamos sólo por el entusiasmo o el vocabulario bíblico, podemos equivocarnos.

Para empezar, una persona sana tiene una escala de prioridades y sabe cuáles son los asuntos fundamentales y cuáles los secundarios.

No destruye toda la cosecha simplemente por arrancar algunas malas hierbas, si empleamos la figura de la parábola del trigo y la cizaña.

Para él es más importante que la gente escuche la Palabra de Dios, que el tipo de ropa con que se visten en las reuniones. El enfermo, en cambio, tiene los valores confundidos y desequilibrados. Suele inflar las cuestiones de menor importancia y pasar por alto lo esencial. Exagera los defectos de ciertas traducciones de la Biblia, se opone a insignificantes costumbres de otras iglesias, y critica los métodos corrientes de evangelización.

El maestro o el administrador cuerdo demuestra humildad y reconoce sus propias limitaciones. Tiene convicciones firmes, pero se mantiene abierto para recibir más sabiduría. Sabe escuchar y no contesta con respuestas memorizadas. El escritor C. S. Lewis comentó una vez "Dios salva a muchas almas por métodos de evangelización que no me gustan". El evangelista D. L. Moody contestó a sus críticos así: "Bien, no les gusta como yo lo hago. ¿Cómo lo hacen ustedes?" La verdad era que no lo hacían. El enfermo es dogmático y rígido en sus afirmaciones y habla antes de entender el asunto. En su trato con los demás, es decir con los que quiere dominar, es crítico, legalista y juzgador.

Antes de entender todo eso, yo acostumbraba consultar con este tipo de personas y les escribía cartas con la idea de ayudarlas a corregir un error hablado o publicado.

Aprendí que desgraciadamente ellos nunca piden disculpas porque eso sería la desintegración de su ego. Para defenderse, tergiversan los hechos y confunden los temas. Por otro lado, cuando un escritor o un orador está dispuesto a corregir sus propios equívocos se ve que es una persona sana, con grandeza de carácter.

El contencioso amigo del debate conoce bien su hilo de argumento y puede hojear con facilidad su Biblia para apoyar con textos sus afirmaciones. Aprende cómo mantener el debate en su propio terreno y así parecer muy erudito. Sin embargo, entiende poco, porque los conceptos amplios no pueden penetrar una mente cerrada.

Es característica del filoprimatoso la costumbre de censurar sólo a personajes destacados, porque así gana fama más rápido que de otra manera. En el año 1959, cuando apareció el primer número de la revista Certeza, un lector escribió una carta de crítica y envió copias, no a la revista, sino a los lideres de las iglesias de toda América Latina. En la carta señaló diez puntos para comprobar el carácter herético de la revista. La mitad de las críticas eran tergiversaciones del texto, otras eran falsas interpretaciones del sentido, y las demás eran conclusiones basadas en informes equivocados. Varias personas señalaron a este señor sus errores, pero él nunca pidió disculpas ni reconoció error alguno de su parte.

El hecho de que el filoneikos va directamente al público con su censura, y no al individuo, refleja su necesidad de fama. Acusa sin investigar y manipula los datos para que la verdad parezca suya. Muchas veces se convence a sí mismo y por lo tanto, puede convencer a los demás.

Estuve presente cuando un grupo de dirigentes le pidieron una retractación al hermano "L" por graves mentiras que había publicado. Lo arrinconaron demostrando sus contradicciones, pero con lágrimas repitió afirmaciones que él y todo el mundo sabían que eran mentiras.

Todos vemos a veces errores e injusticias que hay que señalar. La defensa de la fe es una responsabilidad permanente; pero la persona sana responde a las doctrinas en cuestión con el amor y con entendimiento. Ofrece al otro, todos los beneficios de la duda y le facilita en privado la oportunidad de aclarar y defender su acción o su punto de vista. Hace público el asunto sólo si es necesario y eso no como un rencor personal; sino como un asunto que preocupa a la congregación local o tal vez a la iglesia entera. Este es más o menos el procedimiento enseñado en el capítulo 18 de San Mateo.

¿Qué podemos hacer para ayudar a tal individuo y al mismo tiempo proteger la iglesia del daño que éste puede causar? Personalmente creo que en algunos casos hay evidencia de paranoia, es decir, ilusiones o delirios de grandeza y de persecución, y tales personas necesitan la atención profesional de un psicólogo o un psiquiatra. Sin embargo, la gran mayoría de los problemas de esta índole podrían encontrar su solución en la iglesia misma. Antes de empezar, debemos entender a qué se deben. La filoprimatosis, la filoneicosis y la logomaquia son nada más que síntomas. ¿Cuál es la verdadera enfermedad?

Todos necesitamos un mínimo de seguridad basada en un sentido de valor propio como personas y la confirmación del amor y la aceptación de los demás. Debido a las circunstancias de la vida, sobre todo en la niñez, algunos gozamos más que otros de este sentido de seguridad y autoestima. A veces pueden notarse diferencias entre los hijos de la misma familia. Los que se sienten inferiores o rechazados frecuentemente inventan ardides para llamar la atención y convencer a los demás de que son normales y personas de valor. Cuando los niños, usan el berrinche o el artificio de ganar a cualquier costo en los juegos o portarse mal ante la maestra.

Cuando más grandes, algunos se esfuerzan excesivamente en los deportes y otras actividades, llegan a ser adultos sin satisfacer la profunda inquietud acerca de su propia valía, usan versiones adultas del berrinche o al contrario se retiran de la competencia como personas tímidas. No se sienten adecuados, al menos que estén a la cabeza de la procesión. Cuando una persona se hace jefe solamente por una necesidad emocional de este tipo, la procesión no puede lograr mucho éxito. Los jefes enfermos crean un ámbito artificial que contagia a todos aquellos que viven y trabajan bajo su mando. Este defecto es muy común en las empresas comerciales y más lamentable, en algunas iglesias cristianas.

La víctima de esta enfermedad no es una persona mala, sino una persona sin base adecuada en las cosas que aseguran la estabilidad emocional. La enfermedad, entonces, es el vacío o la ausencia de la plenitud que Dios ofrece. ¿Cómo debemos tratar este problema cuando lo encontramos, y cómo podemos evitar que aparezcan otros casos? Por cierto que no vamos a darle al enfermo un puesto de importancia, por más que lo busque. Tampoco creo que tal caso se pueda solucionar respondiendo con la misma moneda, amenazando, aplicando la disciplina de la iglesia, ni entablando juicio. No debemos darle lo que busca, sino lo que necesita realmente, esto es, un sentido de amor y aceptación.

Tenemos que convencerle de que es una persona útil y normal y que no tiene que hacer ninguna de esas cosas raras para ganar nuestra aceptación. Recién cuando empiece a sentirse más seguro, podrá relajarse y vivir aceptando la realidad de quién es. Esto puede requerir afecto especial de parte de sus familiares y demás miembros de la iglesia. Tres exhortaciones de Pablo vienen al caso. "Los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles" (Rom. 15:1); "Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo" (Gá. 6:2); "Y sobre todas estas cosas vestios de amor, que es el vínculo perfecto" (Col. 3:12-14).

Un ambiente de sinceridad y buenas relaciones fraternales produce personalidades sanas.

No quiero insinuar que sea sólo un asunto de terapia de grupo, porque la filoprimatosis en el fondo es un defecto espiritual. Sabemos que ese amigo débil (que no se cree débil) no puede ganar la seguridad profunda aparte de una relación estrecha con el Señor. ¿Qué mejor manera de ayudarle que la de demostrarle, en acción, el amor incondicional que Cristo nos ha dado?

Y no nos olvidemos de los muchos que están afuera todavía porque se han alejado de un ambiente enfermizo. Cuando dejemos que Cristo sane a los creyentes, recién vamos a atraer a los otros que necesitan y quieren ser sanados.

Pensamiento Cristiano.
Usado con permiso.

Por Pablo Sheetz