Venezuela es uno de los muchos países, en los cuales no ha caído el Avivamiento glorioso y regenerador del Espíritu Santo. Esta es la “cenicienta” entre las naciones, con respecto al mover de Dios. Según las estadísticas, sólo hay un 6% de evangélicos, de un total de aproximadamente 25 millones de personas. Esto es abrumador.

El pecado ha corrompido en extremo la base de la sociedad. Políticos corruptos, líderes religiosos hipócritas y disfrazados de humildad, sexo, homosexualidad, atraco, fiestas paganas disfrazadas y apoyadas por la religión oficial, es lo que vemos a diario en nuestras calles y sociedad Hay líderes religiosos, y aún predicadores de la Palabra (no todos), que afirman: “tenemos un avivamiento”, porque lanzan campañas al aire libre, y ven cientos de personas congregadas en ese sitio, pero lo que ellos parecen ignorar es que, la gran mayoría de los asistentes, son creyentes.

Hoy podemos entender aquéllas palabras de 1 Samuel 3:1 que dice: “Y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia”. Esa Palabra tan pura y diáfana como el cristal. Esa Palabra que transforma. Esa Palabra que limpia, tal como dijo Jesús en Juan 15:3: “ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”, escasea también ahora. El mensaje que se está predicando no está llegando al pueblo, no está nutriendo a las ovejas del Señor, las cuales día y noche claman por “pasto fresco”, pasto que las alimente, que las nutra, pasto que les dé vida. En Hebreos 4:12 dice que: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”.

Lamentablemente, hoy sucede al contrario. La palabra que estamos recibiendo es pura letra muerta, vacía, seca. Mucha de esa palabra me hace recordar aquélla frase del ministerio de Eliseo: “hay muerte en la olla” (2 Reyes 4:40). Muerte espiritual en las palabras de muchos predicadores. Hay una mezcla de veneno que mata las ovejas, que mata las congregaciones; y si esto sucede, que pasará con la ciudad: Ruina, muerte, sexo, violencia, violaciones, y paremos de contar. Y todo esto, porque la iglesia no tiene fuerza para interceder, para gemir con “dolores de parto”, para que ese avivamiento sea derramado con poder, con unción, con fuego del cielo. La iglesia de Jesucristo está moribunda, se le han ido las fuerzas. Está en coma y al borde de la muerte. La pregunta es ¿Por qué? Porque ha sido bombardeada con letras muertas.

Mensajes en la carne, que el Espíritu no ha inspirado. Mensajes fabricados por la mente humana, con la misma mente con que se maquinan envidias, celos. Con la misma mente con que se prepara el mensaje y se acomoda a la situación que está pasando en la congregación y soltarlo desde el púlpito para que se crea que es el Espíritu Santo quien lo está inspirando.

Me perdonan muchos ministros si su situación es reflejada en este mensaje. Pero no puedo callar. Sé que para muchos soy un perfecto desconocido. Pero eso qué importa, ¿es que acaso no es ésta una gran verdad? Y Dios la quiere revelar. O es que acaso la palabra que fue dirigida a la iglesia de Laodicea es vana: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:15-16).

Y nosotros estamos viviendo ese tiempo. Recorramos Venezuela, observemos, detengámonos a oír el “mensaje de Dios”, y nos daremos cuenta de la terrible realidad en que se encuentra la iglesia de Jesucristo.

Es verdad que hay excepciones. No puedo decir que todos los abogados son corruptos, pero sí una gran mayoría. Es deplorable y lamentable la situación que vive el pueblo de Dios hoy. Si eres un asalariado, realmente no te importan las ovejas, como le importan al Señor. ¿Sabes por qué?. La respuesta es evidente: “Más el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa” (Juan 10:12). Esta es la causa principal de dispersión de las ovejas del Señor.

Clamemos por una reforma. Como en los días de Lutero. El remanente de Jesucristo vivía pisoteado por la iglesia Católica. Muchos miles de seguidores del Cristo glorificado habían sido muertos por la “Santa inquisición”. Palabra (Santa) que, por cierto, le queda demasiado grande a esta institución criminal aparecida en el siglo XII, originada en la mente papal, y perfilada definitivamente por el papa Gregorio IX en el 1231.

Esta es una viva representación del liderazgo “cristiano” de hoy. Por todos lados por donde paso, encuentro ovejas descarriadas. Al preguntarles ¿por qué?, dicen:

¡El pastor me reventó una pata!

¡Me dejó cojeando!

¡No me curó!

¡Me vio cuando caí en esta zanja, y me abandonó!

¡No me vendó la herida!

¡Me quitó toda la lana, y ahora estoy muriendo de hambre, junto con mis hijos. Me quede sin empleo!

Son sólo algunas expresiones, que quizá usted en este mismo momento se esté identificando con ellas. Pero el Señor dice: “¡Baaaaaaaaaaaasta! ¡Ya no más! ¡No lo puedo seguir permitiendo! ¡Llegó el momento de entrar a juicio con mi pueblo! ¡No puedo soportar más la frialdad en el ministerio! ¡No soporto más el adulterio, la fornicación y el robo! ¡Vendré a juicio con esos líderes que están matando mis ovejas! ¡Ya no máááááááááááás!.

Querido ministro, si tú no estás engrosando esa lista que tiene el Señor en su poder, no debes temer. Es más alégrate, porque es posible que esto te despierte. Que esto te anime a hablar. Que esto te anime a gritarle al pecado: “¡Pecadooooo, sal del ministerio!”. Es posible que esto provoque en ti una revolución como sucedió, aparte de Lutero, con Juan Wesley, con Jonathan Edwards. Es muy probable que no quieras hablar porque te pueden echar del ministerio, porque te pueden quitar el sueldo, pero no temas, grita con toda tu alma, de lo profundo de tu corazón, como Pedro y Juan, cuando fueron amenazados por la dirigencia eclesiástica del momento: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:19-20). Oye bien esto: “El que calla, otorga”. No puede ser posible que tú estés tolerando cosas en el ministerio, sólo por temor a que te echen. ¿Qué? No tienes temor de que te eche el Señor del ministerio, como lo hizo con Saúl. Y más aún que aquél día te diga: “Siervo malo y negligente”. ¿Sabes qué dice el Señor? ¿No lo sabes? Hablando de sus discípulos dice: “Si éstos callaran, las piedras clamarían” (Lucas 19:40). ¿Qué te parece? ¿Verdad que no parece hermoso? ¿Cierto que no lo puedes soportar? Quizá Dios tiene tiempo tratando contigo, y tú no has querido actuar, orando: “Señor, haz tu voluntad”. El Señor te dice es mi voluntad que tú hables y que no estés más callado. Miles han muerto espiritualmente por que uno, tú, has callado. Grita a los cuatro vientos la corrupción, y el pecado mezclado en el pueblo. ¿Qué? Es un mal testimonio que esto se oiga. ¿Quién te dijo eso? Te lo aseguro que no fue Dios. ¿Sabes lo que dice el Todopoderoso? Oye muy bien esto: “Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a luz” (Lucas 8:17).

Isaías 10:27 dice: “Acontecerá en aquél tiempo que su carga será quitada de tu hombro, y su yugo de tu cerviz, y el yugo se pudrirá a causa de la unción”. Si analizamos este texto veremos que el pueblo de Israel, pueblo de Dios, por cierto, estaba siendo esclavizado por Asiria.

Este país se había levantado contra el pueblo de Dios. La opresión era terrible. El pueblo no tenía libertad para moverse, para andar en libertad. Estaba atado. El opresor se levantaba y erguía sobre el pueblo.

Orgullosamente se enseñoreó de ellos. Pero la promesa vino a través de la boca del profeta. Dios respondió al clamor del pueblo. El Señor dijo: “su carga será quitada” “el yugo se pudrirá a causa de la unción”.

El pueblo iba a ser liberado de su opresor. Tal cual hoy, las cadenas deben caerse, las fortalezas del enemigo deben derribarse. Debemos acabar con ese evangelio leudado que estamos viviendo. Pero no con la Doctrina de la Liberación, sino con la Doctrina del mismísimo Espíritu Santo, el mismo que quiere derramarse como una inundación aquí en este país. Esa promesa es para nosotros también. ¿Sabe cómo dice? Dice así: “Acontecerá en aquél tiempo, que los que hayan quedado de Israel y los que hayan quedado de la casa de Jacob, nunca más se apoyarán en el que los hirió, sino que se apoyarán en verdad en Jehová, el Santo de Israel” (Isaías 10:20). Nunca más permitirá Dios que te apoyes en aquél que te hirió, porque te va a arrebatar de su mano.

Clamemos por unción, no como la “unción” que dicen tener muchos, quienes claman ensoberbecidos: “Yo soy el ungido de Jehová”. No, esa no es la unción de Dios. El Ungido de los ungidos se llamó Jesús de Nazaret, y no hay ningún versículo en la Escritura que pruebe que Jesús decía en tono jactancioso: “Yo soy el ungido de Jehová. Ustedes deben obedecerme porque si no estarán en rebeldía”. No, El Maestro no hablaba de esa manera. Cuando la persona está “ungida por Dios”, las señales del poder de Dios le siguen. Él no tiene porqué estar clamando a los cuatro vientos su unción, eso es algo que sucede espontáneamente.

Analicemos varios textos de la Escritura:

§ Lucas 4:32: “Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad” Jesús no se paraba como un mago, haciendo milagros, señales y prodigios, sólo para que reconocieran su autoridad. ¡No! Su sola palabra era autoridad.

§ Lucas 4:37:“Y su fama se difundía por todos los lugares de los contornos”. Esa fama, que, por cierto, el Señor no buscaba, se difundía espontáneamente por todos los lugares. Sólo el Espíritu Santo puede hacer eso. Jesús no les dijo a sus discípulos: “Vayan y digan que yo estoy aquí” No, eso no era necesario. La sola unción, producía en el pueblo, un deseo ardiente, una sed de Dios, de su Palabra. Ellos iban solos. No era necesario que propagandearan que Jesús estaba en cierto lugar. De eso se encargaba Dios.

§ Mateo 4:24-25: “Y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó. Y le siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán” ¿No es esto maravilloso? “Le trajeron”.

El gran Sanador no fue a buscar a los enfermos. ¡No! Se los trajeron. Algo vieron en Él que le trajeron los enfermos. De todos los lugares alrededor. ¡Qué maravillosa es la unción del Sanador!. No debemos olvidar que en el tiempo de Jesús, no había vehículos automotores como ahora, y ellos tenían que andar hasta cientos de kilómetros, bien sea a pié o en animales. ¿Para qué? Para ver, si acaso fueran sanados. ¡No! Ellos estaban conscientes de que en Jesús ¡Había unción! ¡Había poder!.

Necesitamos ese mover de Dios en nuestro país. La lluvia del Espíritu, está a punto de caer sobre esta nación como nunca ha sucedido. Él nos ha prometido que derramará ese Avivamiento en este país. Estamos a punto de ver ese fluir glorioso del Espíritu. Pero, no tan sólo quiero ver, quiero experimentar ese fluir en mi vida. Quiero que ese Espíritu glorioso me sature. Me llene. Quiero decir como dijo el salmista: “Mi copa está rebosando”.

Aquí, en Venezuela, está comenzando un fluir “apacible”del Espíritu Santo, el cual se irá regando paulatinamente por todo el país. Él está comenzando a sanar internamente. Enderezando las patitas lesionadas de Sus ovejas. Dándole alimento, “pasto fresco” a sus rediles.

Enderezando las cercas caídas. Todo, con su poder. “No es con espada ni con ejercito”. Él está rompiendo ataduras que, por años han estado esclavizando al pueblo de Dios. Es posible que estemos como Lázaro, el amigo de Jesús. El Señor clamó diciendo: “Lázaro, ven fuera”. Él salió, obedeció la voz de Jesús. Pero seguía atado. El Maestro mandó a que lo desataran y lo dejaran ir. ¡Qué gran lección para nosotros! ¡Espíritu divino, desátame y déjame ir! Hay situaciones en las que no tenemos liberación. Se invierte demasiado tiempo en la televisión. Participamos en fiestas cuyo origen es pagano como: La Navidad, el Carnaval, la Semana “Santa”, las ferias de los pueblos. Nos hemos amoldado a este mundo, cuando la Escritura nos dice:

Ø “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (1 Juan 2:15-17). Nos atreveremos a decir: “Oh, que duro es Juan. Tú ves a Juan, pero realmente es Juan. No será más bien, el mismo Espíritu que mora en ti, quien inspiró a Juan. Míralo con la óptica de Dios.

Ø “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquél que lo tomó por soldado” (2 Timoteo 2:4). ¡Uy! ¡Que fuerte! No, no es fuerte. Fuerte es la llama del infierno, el cual tiene la boca abierta, esperando por el tibio. Si tú eres un soldado, entonces, ¿porque tienes que enredarte en la vida civil?. No, dedícate a una sola cosa. Dedícate a la milicia del Espíritu. Hay un dicho muy sabio que dice “No puedes disparar un tiro para el gobierno, y un tiro para la revolución” No, o disparas para el gobierno o disparas para la revolución. Dios no acepta gentes que disparan para los dos bandos. Dedícate a servirle al Señor, como lo hizo Samuel, el cual de niño, de joven y de adulto le sirvió al Señor.

Quiera Dios que este mensaje cause revuelo en cada lector. Pero un revuelo de vida. Que la esperanza de un mejor mañana espiritual se añada a cada cristiano que en verdad haya nacido del Espíritu. Este mensaje no debería lastimar a nadie; porque se supone que si se está bien con Dios, no tendremos nada que temer.

Para cualquier duda, interrogante, consulta, o detalles, pueden comunicarse conmigo. Mi dirección actual es la siguiente:
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Por: Diac Gonzalez
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