El amor va por delante, en aquello que deseas. Primero amas y es el amor quien te pone en camino hacia lo que amas. Sólo el amor tiene capacidad de ponerte en movimiento; sólo el amor mueve, y todo cuanto se mueve es señal de algún amor. Un amor mayor produce un movimiento mayor, y un amor menor un menor movimiento.

Para entender rectamente estas afirmaciones, sin embargo, debes recordar que hay distintas clases de movimiento. El menor de todos los movimientos es el que sólo varía la posición en la que algo se encuentra. El mayor de todos los movimientos es el que transforma a aquello que mueve, haciendo que avance hacia una perfección mayor.

Según esto, son dos las grandes señales del amor de Dios: la Creación, cuando la nada fue vencida; y la Redención cuando creaturas finitas fueron convocadas a la altura y gloria del Dios infinito. Ninguno de estos movimientos tiene apropiado paralelo en lo que pueden ver tus ojos, aunque sí es cierto que estas dos señales de amor se iluminan mutuamente, al punto que puedes ver en la creación el rastro del Dios vencedor sobre el caos y la nada, y puedes ver al Redentor como autor de una nueva creación.

Así entiendes también la verdadera diferencia entre seres inertes y seres vivos. Los objetos construidos con el ingenio de los hombres no poseen unidad interior, sino que surgen por agregación de objetos más sencillos. Su unidad, pues, está sólo en la mente que concibe un propósito o función para ellos. Los seres vivos, en cambio, surgen como despliegue de una unidad que está ahí desde el principio.

Las cosas “son construidas”, los seres vivos “maduran”. Aquello que madura, tiene su principio de transformación adentro de sí, o por decirlo en el lenguaje que hoy utilizo contigo, su ser está intrínsecamente unido al amor, de modo que en tanto “son”, en cuanto “son amados” y “tienen amor”. El amor que les transforma, esto es, que les “hace ser”, está en ellos mismos o por lo menos obra desde ellos mismos. Con respecto a las cosas diseñadas y fabricadas por los hombres, el amor está en el propósito de la mente del hombre, mientras que el ser que se pretende que exista está afuera de esa mente.

Esta disociación hace que la vida y la cualidad de “ser vivo” permanezca como algo inconstruible para el hombre, no en el sentido de que sus manos no puedan alcanzar un día la hechura de algo que interactúe con su medio y se reproduzca de modo semejante, sino en el de que la “construcción” de un ser así será solamente “jardinería microscópica”, es decir, la aproximación física de aquello que en la naturaleza hace posible la vida. Te acordarás de mí: cuando logren esto, los altivos humanos dirán que ya pueden crear la vida y el demonio aprovechará la ocasión para levantar oleadas de blasfemias contra nuestro Dios y Señor.

¿Y por qué quiso Dios que la vida permanecería como algo externo a la potestad de los hombres? No por envidia, como calumniosamente alguien ha podido decir, sino porque la vida, en la entraña de su esencia, ha de permanecer como regalo. Sólo así el hombre tendrá pista cierta para reencontrarse con Dios cuando lo pierda. Esta es la explicación de aquello que lees en tu Biblia: «Cuidado, no alargue el hombre su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre» (Gén 3,22). Si la vida permanece como un don que es externo al hombre, el hombre puede aún reconocer su ser limitado pero donado, y en este descubrimiento orientarse hacia Dios.

Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.

Por Ángel.

Martes, 25 de enero del 2000