Las Lenguas, En las Escrituras y en la Práctica

Mesa redonda a Biblia y corazón abiertos

Ricardo Estévez Carmona Lomas de Solymar Julio 28 de 2001

INTRODUCCIÓN

Pocos temas podrían suscitar controversias más polémicas que el que ha enfrentado a pentecostales y carismáticos con el resto de los cristianos evangélicos.
La vehemencia expuesta por los más exaltados apologistas y los más radicales contradictores, ha desanimado cualquier sano intento de dialogar pacíficamente. Tal parece que no sólo arribar a cualquier acuerdo sería imposible, sino que tampoco se avizora probabilidad alguna de alcanzar un punto medio o una posición equilibrada que contemple ambas posiciones.

Tampoco lo pretendo yo con estas reflexiones, pero sí hay algo en lo que todos podríamos coincidir: - No es posible que quienes profesamos unánimemente nuestra absoluta conformidad a las Sagradas Escrituras, y nos reconocemos poseídos por el mismo Espíritu Santo que las ha inspirado, seamos guiados por el mismo Espíritu de Verdad (Jn.16:13) a dos posiciones opuestas: una que las promueve y otra que las rechaza. Así como no usamos dos Biblias diferentes, tampoco es posible que la luz de la Palabra nos muestre como verdad dos realidades distintas y excluyentes; que no pueden compadecerse jamás, ya que la una afirma lo que la otra niega.

Esta contradicción no solamente es un elemento de discordia que atenta contra la comunión y unidad cristiana, sino también piedra de escándalo en nuestro testimonio al mundo, pues los incrédulos inteligentes que evangelizamos, muchas veces nos invitan a ponernos de acuerdo entre nosotros mismos, para después hacerles oír lo que tengamos que decirles. Si somos honestos, reconoceremos la legitimidad del argumento. Aunque un pentecostal y un bautista le testifiquen a dúo a un incrédulo: -¡Arrepiéntete y cree en el Señor Jesucristo como tu Salvador personal!; si éste es una persona instruida e informada en materia religiosa, podrá hacerles pasar un mal rato no bien los confronte con la disparidad de doctrinas y prácticas sustentadas, incluida la que ahora nos ocupa.

Como ningún cristiano consciente se expondría al bochorno de altercar públicamente con otro, es comprensible que todos los antagonistas se recluyan en su propio claustro, evitando así que la sangre llegue al río.

La prudencia de la actitud, sin embargo, nada soluciona, sino que mantiene latente el problema. Evitar un conflicto de proporciones sin duda que ya es algo positivo; pero se perpetúa no solamente el anti-testimonio hacia fuera, sino que se mina la fe de los que somos del Señor y pertenecemos a su iglesia.

Efectivamente, aunque estemos convencidos hasta el fanatismo de que la nuestra es la posición correcta, no deja de mortificar nuestra conciencia el hecho de que sepamos que otro hermano sostiene lo contrario, con no menos razones que las que damos ni menos pasión que la que ponemos en defender la nuestra.
 

Debido a la longitud del Estudio no lo publicamos completo. Para seguir leyéndolo abra la versión en PDF.