Un símbolo de muerte se convirtió en sinónimo de libertad

Corría el año de 1952. El hecho se convirtió en tema de conversación en Sao Paulo. Los diarios publicaron el evento como una de las obras de mayor significación para poner tras las rejas a criminales peligrosos. En las gráficas de las revistas, aparecían los rostros sonrientes de los gestores de la que en adelante se conoció como la prisión de Carandiru, de alta seguridad. Era una mole inmensa de concreto, en pleno centro de la ciudad.
 
Su capacidad era de tres mil reclusos, sin embargo, debido al incremento progresivo de la delincuencia, llegó a albergar ocho mil. Quienes pagaron allí sus penas calificaban el lugar como un verdadero “infierno”. Hasta los criminales más curtidos lloraban su desgracia. El sufrimiento humano se percibía en todos los rincones. Era la materialización misma de la infamia y la degradación del ser humano. En 1992 fue noticia cuando un enfrentamiento con la policía dejó el trágico saldo de 111 presos muertos salvajemente.

A comienzos de diciembre del 2002 volvió a ser titular de primera plana en los diarios. ¿La razón? Las autoridades demolieron buena parte del penal. “En adelante Carandiru será un símbolo de la libertad”, dijo el alcalde, mientras al fondo se podía apreciar la enorme nube de polvo que se levantaba con las sucesivas explosiones que echaron por tierra paredes, techos y ventanales. Sólo quedaron en pie algunos pabellones que serán utilizados como centros culturales...

La cruz, otro sinónimo de dolor para los culpables

Por años, la prisión de Carandiru fue para decenas de personas, sinónimo de dolor, tristeza y abandono. Hoy es un monumento a la cultura. Es símbolo de libertad.

Igual ocurrió con la cruz. Por años fue la más cruel forma de ejecución implantada por las autoridades romanas. Su origen se atribuye a los Persas y a tribus donde imperaba la barbarie, como los Escitas. En ella morían los rebeldes políticos, los criminales, los esclavos fugitivos y extranjeros que incurrían en transgresiones a la ley.

El reo primero recibía azotes con fustas que tenían cinco apéndices, en cuyas puntas estaban fijadas bolas de plomo de aproximadamente dos centímetros con pequeños aguijones de hierro en todas las direcciones. Al caer el látigo sobre la piel de los condenados, provocaba desgarros que sangraban profusamente, destrozando de paso los músculos. Luego eran llevados al lugar de ejecución, en donde permanecían crucificados hasta avanzada la tarde. Si no morían ya que la posición en que se les colocaba generaba asfixia, se les fracturaban sus piernas para acelerar la muerte por ahogamiento.

Jesús le cambió el significado a la cruz

¿Una práctica cruel? Por supuesto que sí. Y en esas circunstancias murió el Señor Jesucristo. Jamás hizo nada que mereciera condena. Sanó los enfermos, consoló a quienes se encontraban en crisis, dio luz de libertad a los endemoniados y abrió las puertas a una nueva vida. Sin embargo fue muerto cruelmente por quienes no concebían otra forma de existir distinta de la que llevaban, sujeta al pecado. Pero esa cruz quedó vacía. Jesús, el Señor, resucitó para darnos vida eterna.

La Biblia señala que Jesús pagó todas nuestras culpas. Los pecados y errores que nos hacían merecedores de la muerte y muerte en la cruz. ¿La razón? Con nuestro estilo de vida, no podíamos siquiera pretender a estar en la voluntad de Dios. Pero “...agradó al padre que en él (en Jesús) habitase toda la plenitud, y por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él (de Dios)” (Colosenses 1:20-22).

Una proeza que recuerda la libertad

Arthur Blessitt caminó durante doce años 249 países con una cruz al hombro. El calor insoportable de las ciudades, la humedad de las selvas y la sed que despertaban los caminos, a lo largo de 56.612 kilómetros, no fueron impedimento para que testimoniara a todos, que un día Jesús cargó también una cruz, camino del Calvario, para traernos libertad.

Este peregrino de la modernidad logró entrar en el libro de los Guinnes Records 1996-2003 por protagonizar la caminata más larga del planeta, con una cruz a cuestas. Hoy a sus 62 años, casado y residiendo en los Estados Unidos, rememora su hazaña como una forma de recordarle a todos quienes le veían, que la cruz es hoy símbolo de la entrada a una nueva vida, gracias a la obra del Señor Jesús.

¿Culpables de nuevo?

Con su muerte en la cruz, el Señor Jesús nos limpió de todas nuestras culpas. Y nos ofrece una nueva oportunidad. Pero cuando comenzamos el proceso de cambio, es natural que Satanás quiera recordarnos lo malo que hicimos en el pasado. Es una de sus estrategias. Sin embargo no podemos dejarnos vencer.

Cada vez que el enemigo traiga a nuestra mente el sentimiento de culpa, que nos quiere embargar con el desánimo, debemos recordar que Jesucristo nos hizo libres. Que nos abrió la entrada a la vida eterna. Que somos nuestras criaturas. Que tenemos delante nuestro las páginas en blanco de un capítulo que apenas comenzamos a escribir de nuestra existencia.

Jesucristo lo dijo a sus discípulos: ”Todo lo que el padre me da, vendrá a mi; y al que a mi viene, no le hecho fuera... Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.” (Juan 6:37, 39, 40).

Quizá le falta algo

Es probable que anhele esa nueva vida. Quiere cambiar, pero todavía le falta algo: aceptar al Señor Jesucristo como su único y suficiente Salvador. ¡Puede hacerlo ahora frente al computador!. Sólo dígale: “Señor Jesucristo, reconozco mi pecado y que tú, con la muerte en la cruz, perdonaste todas mis culpas. Gracias por abrirme las puertas a una nueva existencia. Te recibo en mi corazón. Ayúdame a cambiar y ser la persona que tú quieres que yo sea”. Amén.

Lo felicito por esta decisión. Es fundamental porque su existencia no será jamás la misma. Ahora le recomiendo que haga de la oración un hábito diario, que lea la Biblia y comience a congregarse en una iglesia cristiana. Si tiene alguna inquietud, no dude en escribirme ahora mismo:

Ps. Fernando Alexis Jiménez
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