Dos hermanos vivían juntos en una ciudad oriental, donde el más joven se entregaba a una vida desarreglada y libertina.

El hermano mayor era, por el contrario, un hombre tranquilo, humilde y temeroso de Dios. Muchas veces había exhortado, hasta con lágrimas, a su hermano, que renunciase a su vida pecaminosa.

Una noche, a altas horas ya, en que como de costumbre el mayor estaba orando a Dios mientras esperaba al ausente, oyó golpear violentamente la puerta de la calle. Se apresuró a abrirla y se encontró frente a frente con su hermano, que venía pálido, trémulo y con las ropas en desorden y ensangrentadas.

-¡Sálvame! ¡Escóndeme! le suplicó desesperadamente . He matado a un hombre y me persiguen. Mira, ve aquí su sangre.

Pero, ¿dónde esconderle para poderle sustraer a la acción de la justicia?

Su gran amor al delincuente le sugirió un heroico pensamiento y sin perder tiempo en palabras inútiles, el hermano mayor despojó al culpable de las ropas acusadoras para vestírselas él mismo. Luego le hizo vestirse con su propio traje y le empujó hacia el cuarto contiguo, quedándose él en su puesto, esperando lo que sucedería.

No tuvo que esperar mucho. Oyó pasos precipitados y varios agentes de la autoridad irrumpieron en la habitación.

-Exactamente como lo habíamos pensado exclamó uno de ellos ; he aquí escondido el asesino!
Se aproximaron al supuesto culpable y mirándole con gran severidad le dijeron:
- ¿Eres tu el asesino?
El interpelado se limitó a contestar:
-Debo expiar este crimen, y cuanto más pronto mejor.
Días después tuvo lugar el juicio. Constando en autos los vestidos manchados de sangre que vestía el acusado cuando lo detuvieron, la prueba testifical poco tuvo que añadir.



UNA CARTA PATETICA
La noche antes de la ejecución, el reo pidió hablar con el director de la cárcel y le dijo:
-¿Tendrá usted la bondad de escuchar y atender el último deseo de un hombre que va a morir? Pido que se me facilite papel, pluma, tinta y lacre, para escribir una carta. Pero, antes –dijo-, prométame en la presencia de Dios, que, sin abrirla, la hará entregar a su destinatario después que yo haya muerto.
Los objetos pedidos le fueron traídos y en la misma tarde, al sentir al vigilante cuando verificaba una de sus rondas, puso en sus manos la carta que había escrito, quien la llevó a su destino.


¿CUAL ERA EL CONTENIDO DE AQUELLA CARTA?

En síntesis decía: “Mañana, ocupando tu lugar, y vistiendo tu propio traje, moriré por ti; no podía verte perecer en tus pecados; pero tú, en memoria de mí, debes arrepentirte, y llevar desde ese momento una vida santa y justa.”


MORIRE POR TI. Estas pocas palabras perturbaron al culpable hasta el fondo de su alma, y aquel corazón, endurecido por el pecado fue conmovido, y como si volviese súbitamente a la realidad, exclamó con un grito: “Moriré por ti”; y pensando en la posibilidad de que la sentencia no hubiese sido aún ejecutada, se precipitó a la calle con el propósito de evitar la muerte de su hermano. Pero ya era tarde.




SALVO POR SUSTITUCION
No se había cometido injusticia; antes al contrario, la justicia se había cumplido en todos sus trámites legales. Un hombre había cargado voluntariamente con la responsabilidad del hecho cometido, había ocupado el lugar del culpable y la sociedad no podía hacer reclamación alguna; había sido vindicada. El magistrado contempló largamente al que había sido objeto de un amor tan grande, y conmovido en su corazón tuvo que dictaminar que no tenía derecho a encarcelar al verdadero culpable y mucho menos condenarlo a muerte, pues....

Por haber sido ya satisfecha la justicia, la libertad y la vida le quedaban asegurada.



ARREPENTIDO Y TRANSFORMADO
Con la carta en la mano, el culpable, salvo por una tan grande misericordia, se dirigió a su casa. Allí, verdaderamente arrepentido de todos sus crímenes y pecados, clamó a Dios anegado en lágrimas:
“Señor y Dios mío, no me dejes morir en mis pecados. Otro ha sufrido el castigo que sólo yo merecía. Dame Tu socorro para luchar contra el mal. Hazme digno de llevar los vestidos de Aquél que ha sido juzgado por los hombres en mi lugar, ayúdame a guardarlos puros de toda mancha de pecado.”

A partir de este momento nuestro protagonista fue completamente transformado, y tan grande fue su cambio, que ni aún sus propios amigos le reconocían.
Los antiguos compañeros trataron muchas veces de hacerle volver a su vida pasada. Pero siempre fueron rechazados por esta conmovedora respuesta: “Con los vestidos que llevo ahora me es imposible ir con vosotros. Mi hermano no hubiese nunca entrado en los lugares que frecuentáis vosotros.”

Finalmente llegó el momento en que el hermano menor tuvo que pagar su tributo a la muerte, y conforme a sus deseos, fue enterrado con los vestidos de aquél que le había dicho: “Moriré por tí”. Dejando tras de sí un recuerdo que no podían olvidar fácilmente en la vecindad.

Hoy, los dos hermanos reunidos ambos y ya sin diferencias, están disfrutando de su Patria Celestial.





NUESTRA PROPIA HISTORIA
Esta hermosa narración, ilustra la historia de cada ser humano. Encierra la tuya también.
Probablemente has leído o te han contado acerca de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, pero no has llegado a profundizar todo su significado y, por tanto, no estas gozando de las bendiciones que para ti debe tener.

Reflexiona atentamente, inteligente lector, y ve cómo el amor de Dios, que se hace ya patente en las obras de la Naturaleza, en los frutos de los campos, en la lluvia que los riega, en las flores de los prados, y en todo lo que hace feliz y agradable nuestra vida, se mostró sublime en este maravilloso plan de la Redención.

Al sufrir el Hijo de Dios por nosotros en el Calvario, no solamente satisfizo las exigencias de la Justicia que impera en el Reino de los Cielos, la cual no permite dar por inocente al culpable, sino que con tal acto de abnegación ha ganado, en el curso de los siglos, los corazones de millones de seres humanos, retrotrayéndolos a una obediencia voluntaria y gozosa a la voluntad siempre perfecta del Creador.


UNA VISION DEL MAS ALLA
Este es el único medio de salvación para nuestras almas. En el último libro de la Biblia leemos que todos los redimidos que se hallan en el Cielo cantan un cántico. de gloria:

“Al que nos amó y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apoc. 1:5). Ninguno atribuye el inmenso privilegio de su salvación eterna a sus propios méritos o esfuerzos, sino al amor incomparable de Aquél que dio su vida por ellos.

Sin embargo, hay muchas personas en este mundo que. ni agradecen el sacrificio que Cristo hizo por ellos, ni se preocupan de pedir a Dios el perdón de sus pecados por los méritos de Cristo.

¿Eres de los tales, amigo lector?

Dios ha declarado que la salvación o perdición eterna de todo hombre depende de la actitud que cada uno tome hacia la obra de Cristo y al requerimiento que El nos hace por su Evangelio de vivir una vida digna del amor que nos demostró.
Lee con detenimiento los siguientes fragmentos de la Palabra de Dios y verás cuántos son los puntos de contacto que tienes con el hermano menor de la historia.

Dice el apóstol San Juan:
“En esto hemos conocido el Amor de Cristo, porque El puso su vida por nosotros” (l. Epístola de Juan, 3:16).


JESUCRISTO MURIO POR TI
Estos textos de la Sagrada Escritura te dicen que Cristo ha muerto por ti, para que tú, revestido de Su Justicia, nacido a nueva vida, seas un irreprensible, hijo de Dios, sin culpa ante el Tribunal de su justicia, si arrepentido y agradecido aceptas y haces tuyo su sacrificio.
El te ha amado con un amor incompresible, probado por sus sufrimientos y ha dado su vida por ti, no solamente para librarte de la condenación eterna, sino también para rescatarte del dominio del pecado y hacerte capaz de vivir para su Gloria.

¡Qué gloriosa verdad! Jesús no se avergüenza de llamarte hermano (Epístola a los Hebreos, 2:1l). Ha consentido en ser semejante a ti en todo, excepto en el pecado, para poder sacarte de la miseria moral y hacerte partícipe de la naturaleza divina

¿Cómo vas a responder a su carta?

¿No quieres arrodillarte en este mismo momento y decirle como el hermano de nuestra historia?:

“Señor mío y Dios mío: No me dejes morir en mis pecados. Puesto que Cristo ha sufrido el castigo que sólo yo merecía, aplica a mi alma la virtud de su muerte expiatoria. Borra todos mis pecados pasados', conforme has prometido hacer con los que aceptan a Cristo como su Salvador. Dame tu socorro para luchar contra el mal y hazme digno de entrar en tu gloria para agradecer por los siglos de los siglos el inmenso amor de Aquél que murió por mí”

Hazlo ahora mismo, antes de acabar de leer este escrito, y cree que la Justicia de Dios no podrá condenarte si tú te hallas cobijado en la de Cristo.

Toma el asunto en serio, pues es el más importante de la vida. No lo dejes para otro día y empieza desde hoy a ser un cristiano de verdad.

Samuel Vila