Espero que este estudio llene las expectativas de cada hermano en Cristo que está luchando fervientemente buscando la verdad de las cosas, y sólo las Escrituras de Dios pueden arrojar luz sobre este asunto tan frágil y delicado del profetismo. Hay tanta desinformación al respecto y se ha incurrido en formas erróneas de aplicación. Hay un caso que sucedió aquí en Venezuela de un grupo comandado por un profeta. Los hermanos estaban tan ciegos por desconocer este tema del profetismo. La Escritura dice: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento” (Óseas 4:6).

Este grupo de hermanos en Cristo fue engañado por este falso profeta. Para no entrar en detalles, mencionaré sólo una cosa: Él decía que se golpearan unos a otros, los azotaba con correas, ellos obedecían porque creían que era Dios quien estaba dirigiendo a ese “profeta”.

Generalmente el liderazgo cristiano actual no le cree al profeta. Cada cual esgrime sus propios argumentos. Hubo otro caso en el cual yo estuve presente cuando sucedió. Dios le reveló al profeta, ciertos eventos negativos que iban a ocurrir en esa congregación, el que más resaltaba era el de fornicación y adulterio, y veía que la congregación quedaba desierta. ¿Qué hizo el pastor? Pues nada, considero la advertencia de Dios como nada, como algo más que tiene una ovejita. No se convocó al pueblo para orar, ayunar e interceder en el espíritu por la congregación. Al final, la iglesia quedó en la nada.

PROFETISMO

Profetismo: Es la tendencia o inclinación, que tienen muchas personas a profetizar, anunciando o prediciendo cosas futuras, utilizando la profecía. En el mismo están envueltos, tanto el profeta como la profecía, los cuales forman un solo equipo. Son inseparables.

Es sumamente discutido el origen del profetismo. Varios pasajes hablan de “videntes”, y se sugiere que así se llamaban originalmente: “(Antiguamente en Israel cualquiera que iba a consultar a Dios, decía así: Venid y vamos al vidente; porque al que hoy se llama profeta, entonces se le llamaba vidente.) (1 Samuel 9:9). “Y por la mañana, cuando David se hubo levantado, vino palabra de Jehová al profeta Gad, vidente de David” (2 Samuel 24:11). Ver también 1 Crónicas 26:28.

Además, había un profetismo extático (en trance o posesión) en las religiones cananeas, como en el caso de Elías y los profetas de Baal (1 Reyes 18:20-29), y es posible que hubiera alguna relación entre éste fenómeno y algunas manifestaciones en Israel, con Samuel y la compañía de profetas, presidida por él (1 Samuel 19:18-24).

Por otra parte, grandes profetas de Dios como: Isaías, Amós, Jeremías y Daniel, tuvieron experiencias extáticas extraordinarias (tanto para su tiempo como para nosotros), en las que hallaban un acceso especial a la “palabra de Jehová”, y éstas llevaban en sí mismas una singular señal de autenticidad divina. Indudablemente, no se trataba de un trance de absorción, sino de una concentración próxima a la oración, en la que la “palabra” recibida era meditada y articulada por el profeta en un mensaje como éste: “Oh Asiria, vara y báculo de mi furor” (Isaías 10:5ss).

EL PROFETA

El término hebreo “nabi”, traducido “profeta”, significa uno que derrama ó vierte las comunicaciones recibidas de parte de Dios. En la Biblia española, el significado general de la palabra “profeta” que se ha tomado del griego, es uno que habla en lugar de otro; especialmente uno que expresa la voluntad de Dios. Así a Abraham se le llama profeta (Génesis 20:7), y a Aarón, el profeta de Moisés (Éxodo 7:1). El significado especial, pero más frecuente de la palabra, es uno que dice los acontecimientos futuros.

En la iglesia apostólica, los profetas eran una clase de personas, que habían recibido dones sobrenaturales, y ocupaban un lugar inmediato al de los apóstoles: “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas” (1 Corintios 12:28). “Y él mismo constituyó a unos apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros” (Efesios 4:11). Estos hablaron por inmediata inspiración, ya fuera con referencia al futuro, como Agabo: “En aquellos días unos profetas descendieron de Jerusalén a Antioquía. Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada; la cual sucedió en tiempo de Claudio” (Hechos 11:27-28). “Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y entregarán en manos de los gentiles”), también con referencia al presente, como en la misión de Pablo y Bernabé: “Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros..... Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hechos 13:1-3)

LA PROFECÍA

La profecía en general, es la expresión inspirada por el Espíritu de Dios. La profecía en el sentido de anunciar acontecimientos futuros, en virtud de la inspiración recibida de Dios, es muy diferente de una conjetura, es decir, por juicios o razonamientos que se hacen, por señales o indicios que se ven u observan con consecuencias para el futuro. Una verdadera profecía, procede solamente de Dios, y es la más alta prueba del origen divino del mensaje (Isaías 41:21-23; 45:21; 46:9-10.)

Entre los dones dados a los creyentes, se encontraba este don de profecía: “De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe” (Romanos 12:1); “Ahora bien, hay diversidad de dones..... Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho..... A uno, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro.....” (1 Corintios 12:4-10); “y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros.....” (Efesios 4:11).

En el Nuevo Testamento, se conoce y tiene en alta estima este don (especialmente por el apóstol Pablo), y la figura del profeta “Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis..... Así que, quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas, pero más que profetizaseis; porque mayor es el que profetiza, que el que habla en lenguas” (1 Corintios 14:1-5). “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20).

La traducción de 1 Corintios 14:1 de la Versión Popular es bastante clara con este tema: “Procuren, pues, tener amor, y al mismo tiempo aspiren a que Dios les dé dones espirituales, especialmente, el de profecía”. Fíjese bien el énfasis que pone Pablo en este punto.

La posesión del don de profecía, constituye “profeta” a la persona en quien se manifiesta el mismo (ver Hechos 15:32; 21:9-10; 1 Corintios 14:29). Y es semejante al que tuvieron muchas personas del AT. Conjuntamente con el don de profecía, se manifiestan los dones de: palabra de ciencia, palabra de sabiduría, y discernimiento de espíritus. Hay mensajes por revelación que Dios le da al profeta, y tales mensajes son juzgados por la Palabra de Dios, para ver si están acordes con la voluntad divina. Si no está conforme, no es de Dios, así de sencillo. A continuación examinaremos los diferentes modos de la profecía:

¨ Para comunicar mensajes dirigidos a otros.
El profeta es inspirado por el Espíritu Santo, y éste le revela, bien sea a través de sueños, visiones, éxtasis o de una palabra directa del Señor, situaciones o circunstancias de la vida de cualquier persona, nación, etc., bien sea en el mismo momento o previamente. Dios hace como le place. En el libro de los Hechos 21:10-11, encontramos un suceso de un profeta llamado Agabo: “Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y entregarán en manos de los gentiles”). Esta profecía fue dirigida exclusivamente a Pablo. El Espíritu Santo le avisó a Pablo de esta situación. Dios podía avisarle directamente al apóstol, pero no lo hizo. Él hace como quiere.

Se ha dado el caso de líderes de la iglesia cristiana, que no reciben esta clase de mensajes, bien sea porque estén envanecidos debido a su jerarquía, o por incredulidad, o por otras circunstancias. Muchos exclaman: “yo soy el líder, el ungido de Jehová, si Dios tiene algo que decirme, me lo dice directamente a mí”. Cuidado. Pablo no dijo palabras semejantes, sino que recibió el mensaje. No dijo: “Yo soy el gran apóstol, la persona que Jesucristo escogió para proclamar con poder el evangelio. ¿Quién es este profeta?. Yo soy más que un profeta”. No, no lo hizo. Esa humildad debe ser imitada por todo líder cristiano. Lo que Pablo dijo fue: “¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús” (Hechos 21:13)

Fíjese bien, que esa profecía fue para avisarle a Pablo de lo que le iba a suceder, ya que, Dios le hacía sentir que algo le sucedería en Jerusalén “Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones” (Hechos 20:22-23).

Observe bien esto, Pablo presentía que algo le pasaría, pero sus palabras son “voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer”. Esto lo dijo él, antes de la profecía de Agabo, no fue después. Por medio de la profecía, supo lo que le acontecería.

Una profecía puede confirmarle lo que ya su espíritu le ha hecho sentir. No acepte ninguna profecía personal, sin la confirmación clara del Espíritu que está en usted.

¨ Para predecir acontecimientos futuros.

El encargado de comunicar la revelación divina, recibe de Dios la facultad de revelar dichos acontecimiento.

Tenemos ahora otra profecía del mismo profeta (Agabo), pero esta vez, es para predecir un acontecimiento futuro “En aquellos días unos profetas descendieron de Jerusalén a Antioquía. Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada; la cual sucedió en tiempo de Claudio” (Hechos 11:27-28). Esta vez también le hicieron caso al profeta, los versículos siguientes (29 y 30), lo confirman “Entonces los discípulos, cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea; lo cual en efecto hicieron, enviándolo a los ancianos por mano de Bernabé y de Saulo”

SEÑALES DE UNA VERDADERA PROFECÍA

La verdadera profecía, puede ser conocida por las siguientes señales:

¨ Que se anuncie en un tiempo oportuno, antes del acontecimiento que predice.

¨ Que resulte tener un acuerdo particular y exacto con ese acontecimiento.

¨ Que sea tal, que ninguna sagacidad ó previsión humana pueda producirla.

¨ Que sea pronunciada por uno que fundadamente esté bajo la dirección del Espíritu Santo. Y para saber esto, aquí interviene el don de discernimiento de espíritus.

Muchas de las profecías de las Escrituras, predijeron acontecimientos muchos siglos antes de que se verificaran, acontecimientos de los cuales parecía no haber entonces ninguna probabilidad de que tuvieran lugar, y cuyo cumplimiento dependía de innumerables contingencias, por envolver la historia de cosas y las voluntades de personas que aún no existían; y con todo esto, esas predicciones fueron cumplidas, en el tiempo, en el lugar, y de la manera que se profetizó que se cumplirían. Tales fueron las predicciones relativas a la venida y crucifixión del Mesías, y a la dispersión de los judíos y su preservación.

¿POR QUÉ JUZGAR LA PROFECÍA?

Pablo dijo: “Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen” (1 Corintios 14:29) Se juzga, por la sencilla razón de que hay la posibilidad de que el espíritu humano (Jeremías 23:16; Ezequiel 13:2-3), mezcle su mensaje con el del Espíritu divino.

En 1 Tesalonicenses 5:19-22, Pablo trata de la operación del don de profecía. Dice así: “No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal”. Los moderados tesalonicenses habían ido tan lejos, en lo que respecta a dudar de estos mensajes (v. 20), que se hallaban en peligro de apagar el Espíritu(v. 19); pero Pablo les aconseja que examinen los mensajes (v. 21), retener lo bueno (v. 21), y apartarse de toda apariencia de mal (v. 22).

MÉTODOS DE LA PROFECÍA

¿Debe darse la interpretación o la profecía en primera o en tercera persona? Esta pregunta es de capital importancia, porque la cualidad de ciertos mensajes, ha hecho que la gente se pregunte si era el Señor realmente el que así hablaba. La respuesta, puede depender de nuestro punto de vista, sobre el modo de la inspiración. Hay dos métodos, el mecánico y el dinámico:

¨ Método mecánico. Es aquél en el cual Dios utiliza al profeta, semejante a como nosotros utilizamos un micrófono. O, dicho de otra manera, el profeta adopta una actitud pasiva, transformándose simplemente en un vocero. Si Dios inspira de acuerdo a este primer método, será empleada naturalmente, la primera persona. Ejemplo: “Yo soy el Señor, que os hablo a vosotros, mi pueblo”

¨ Método dinámico. Es aquél en el cual Dios aviva en forma sobrenatural, el espíritu del profeta “Mi espíritu ora” (1 Corintios 14:14), capacitando al profeta para hablar el mensaje divino en términos más allá de la esfera natural, de las facultades mentales. De acuerdo con éste método, el mensaje es dado en tercera persona. Ejemplo: “Zacarías, el padre del niño (Juan el Bautista), lleno del Espíritu Santo y hablando proféticamente, dijo: ¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel...... En cuanto a ti, hijito mío, serás llamado profeta del Dios Altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos...... Porque nuestro Dios en su gran misericordia, nos trae de lo alto.....!” (Lucas 1:67-79 v.p.)

ALCANCE DE LA PROFECÍA

Las profecías abarcan un campo de vasta extensión. Las más antiguas alcanzan hasta el fin de la historia del mundo. El plan se ha venido desarrollando gradual y armoniosamente, de tiempo en tiempo, y por muchas personas diferentes, algunas de las cuales, no comprendiendo bien el significado de las profecías, investigaban diligentemente para saber lo que podía significar (1 Pedro 1:11).

A las profecías bíblicas, las cubre cierto grado de oscuridad, que sólo se puede despejar con un asiduo estudio de la Palabra de Dios, precedido de la oración, y en cuanto a las profecías que todavía no se han cumplido, será preciso esperar la llegada de los acontecimientos que al fin lo han de aclarar todo.

PROPÓSITOS DE LA PROFECÍA

Según el apóstol Pablo, quien escribió en 1 Corintios 14:3-4 lo siguiente: “... pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación... pero el que profetiza, edifica a la iglesia”, tres son los propósitos de la profecía, los cuales son beneficiosos para la iglesia:

1- Edificación. Es el efecto de edificar, ya que la causa es la profecía. Edificar, a su vez significa: fabricar, hacer un edificio. De manera figurada se presenta a la iglesia como un edificio en construcción: “Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios” (1 Corintios 3:9). Dios en su infinita sabiduría, pone palabras de edificación en los labios del profeta, por medio de la profecía.

Hay otra cita bíblica que confirma este propósito: “Y él mismo constituyó a unos..... a otros profetas..... a fin de perfeccionar a los santos..... para la edificación del cuerpo de Cristo..... crezcamos en todo en aquél que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Efesios 4:11-16).

2- Exhortación. Es la acción de exhortar. Es una advertencia o aviso, revelado por Dios, que le hace a alguien el profeta, para que deje de hacer algo que no está haciendo bien, y a la vez, le muestra la forma correcta de hacerlo. “Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados” (1 Corintios 14:31). En otras palabras, Dios le daba al profeta, palabras de exhortación para la iglesia.

3- Consolación. Acción y efecto de consolar. Aliviar la pena o aflicción de alguien. Tenemos en las Escrituras una confirmación de esta declaración: “Así, pues, los que fueron enviados descendieron a Antioquía..... Y Judas y Silas, como ellos también eran profetas, consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabras” (Hechos 15:30-32). Este capítulo 15 de los Hechos, ilustra esta verdad. Hubo problemas, los de Antioquía cayeron en el legalismo, y luego la palabra de los profetas para consolarlos, previo arrepentimiento.

EL DON DE PROFECÍA EN LA HISTORIA

Los escritos de algunos Padres Apostólicos, indican que este don continuó inmediatamente después de la época de los apóstoles. Pero a la vez, estos escritos indican, que había abusos y problemas respecto al ejercicio de este don.

La Didaché (enseñanza de los doce Apóstoles), documento cristiano del segundo siglo d.C., dice con respecto a los profetas: “no todo el que habla en espíritu es profeta, sino el que tiene las costumbres del Señor” (XI:8); “si no practica lo que enseña, es un falso profeta” (XI:10).

Hermas, uno de los Padres Apostólicos, contemporáneo de Clemente de Alejandría, escribió en el segundo siglo, en su obra El Pastor: “Al hombre que afirma tener el Espíritu divino, examínale por su vida.... el hombre que aparenta tener espíritu, se exalta a sí mismo, quiere ocupar primeros puestos.... recibe paga por sus profecías, y si no se le paga, no profetiza” (Mand. XI:7,12).

Estos dos casos del segundo siglo, hablan de la presencia de los profetas. Si no existieran profetas en ese tiempo, no hubiera habido necesidad de estas recomendaciones. Poco a poco, la profecía como fuente de revelación, fue desapareciendo, y las Escrituras del NT, tomaron su lugar.

En el siglo III, el término “profecía”, se usaba sólo para referirse a las porciones proféticas de las Escrituras canónicas. El profeta, fue reemplazado por el maestro, específicamente el catequista, y el apologista, quienes enseñaban y defendían la doctrina cristiana, a base de la palabra de las Escrituras y, más tarde, también de la tradición.

No obstante, de cuando en cuando, ha habido esfuerzos, por avivar este don. Por lo general, sin embargo, estos han conducido al fanatismo, y han sido rechazados por la iglesia. He aquí algunos casos:

El primero fue el montanismo, que nació en Asia Menor, a finales del siglo II, y duró como un siglo. Montano y dos mujeres: Prisca y Maximila se declararon portavoces del Espíritu Santo. Se opusieron a la creencia creciente de que la revelación divina se había completado y terminado con las Escrituras apostólicas. Los montanistas afirmaban que sus revelaciones eran iguales o superiores a las de los apóstoles.

Al principio de la Reforma Luterana, surgieron los “profetas de Zwickau”, sobre todo, el profeta revolucionario Tomás Munzter, los cuales se opusieron al biblicionismo de los reformadores. Los de Zwickau, reclamaban ya no tener necesidad de la Biblia, puesto que dependían directamente del Espíritu Santo, y estaban en contacto inmediato con Dios. Munzter fue aun más radical. Declaró que “el hombre que no recibe el testimonio vivo (la Biblia, para él, era letra muerta), no sabe nada acerca de Dios, aunque haya tragado 100.000 Biblias”, y solo el grupo de profetas que él encabezaba, tenía este “testimonio”. Su fanatismo, condujo a la terrible hecatombe de los campesinos.

Al principio del siglo XIX, en la Gran Bretaña surgió otro movimiento, en que se afirmaba haberse restaurado el don de la profecía.

En Escocia, un ministro presbiteriano, Edward Irving (1.792-1.834), se interesó en la segunda venida de Cristo, debido a la lectura de un libro sobre este tema, escrito por el jesuita Manuel Lacunza. Se convenció de que muy pronto vendría Cristo, y que todos debían prepararse para su venida. Creyó que el Espíritu Santo había abandonado a la iglesia institucional, porque ella había dejado el orden ministerial de Efesios 4:11. Se llenó de un deseo de restaurar este orden. Empezaron a celebrarse reuniones de oración, para pedir un derramamiento del Espíritu Santo, y en estas hubieron manifestaciones de lenguas y profecías. Como resultado, surgió un grupo de “profetas”, los cuales nombraron a doce “apóstoles”, a quienes también les servían de medio de revelación. Nació un movimiento para la restauración de la “Iglesia Católica Apostólica”, organización que tuvo poca aceptación o duración.

En el siglo XX han surgido, los movimientos pentecostal y carismático, los cuales también creen, y hacen énfasis, en que Dios está restaurando los dones carismáticos del primer siglo, incluso el de profecía. También muchos creen que su restauración es para preparar a la verdadera iglesia, para la venida inminente de Cristo.

POSICIONES CON RESPECTO A LA PROFECÍA

El problema que afronta el pensador cristiano es qué significado, y qué lugar tiene para la iglesia de hoy, la profecía. Hay por lo menos, cuatro posiciones o ideas en cuanto a este tema entre el cristianismo:

1. La del protestantismo corriente. Los que apoyan esta posición, dan un sentido amplio a la palabra, usándola para referirse a la predicación ferviente de la Palabra de Dios o a la exhortación, pero sin darle el carácter de una revelación sobrenatural. Yo respeto esta posición de muchos cristianos fervientes o no, pero no la comparto, al contrario la contrarresto con todo el debido respeto hacia aquellos que la comparten. Estos están en contra de la interpretación bíblica, al atreverse a decir, que profetizar significa, predicar el mensaje bíblico. Se creería esto, si Pablo le hubiera escrito esta carta a personas inconversas, y no es así, ya que, la introducción de esta carta dice: “Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús” (1 Corintios 1:1,2). Esta carta fue escrita, para personas que ya conocían a Jesucristo, que conocían la doctrina bíblica, que de una manera u otra predicaban el mensaje de salvación. Debemos recordar las palabras de Jesucristo que dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Recordemos también las palabras del profeta Jeremías, con respecto a la Iglesia de Jesucristo: “Pondré mi ley en su interior, y sobre sus corazones la escribiré” (Jeremías 31:32). Esto quiere decir, que cuando una persona acepta a Jesucristo en su corazón, Dios coloca automáticamente en su corazón, y en su mente, la ley del Espíritu que es el mensaje bíblico, no queriendo decir con esto, que la persona sabrá de memoria la Palabra de Dios, sino que, habrá inspiración en su corazón para testificar, para predicar el evangelio de cualquier manera.

Cuando Pablo dijo: “Procuren, pues, tener amor, y al mismo tiempo aspiren a que Dios les dé dones espirituales, especialmente el de profecía”, no se refería al don de profecía entendido erróneamente como “predicar la palabra”, sino simplemente al don de profecía. Así de sencillo. Esto queda demostrado claramente en la carta que Pablo le escribió a los Efesios (cap. 4, vers. 11) la cual dice: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros” Esta frase: “a otros, evangelistas”, esta traducida en la Versión Popular así: “a otros anunciar el evangelio”. A través de este pasaje, vemos claramente definidos estos dos términos: “profetas” y “evangelistas”, es decir: los que tienen el don de profecía, y los que tienen el don de anunciar el evangelio. No nos confundamos con esta última declaración, ya que, todos tenemos el deber de predicar o anunciar el evangelio (Marcos 16:15), pero no todos tenemos ese don especial de anunciar el evangelio. Completamos esta declaración, con 1 Corintios 12:28,29 VP. “Dios ha querido que en la iglesia haya, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros........ No todos son apóstoles, ni todos son profetas. No todos son maestros.....”

La profecía se distingue de la predicación común, en que mientras ésta es el producto generalmente del estudio de la revelación ya existente, la profecía por el contrario es el resultado de una espontánea inspiración espiritual. No está destinada a suplantar la predicación o la enseñanza, sino a complementarlas.

2. La de los pentecostales y carismáticos.

2.1 Los extremistas, igualan las revelaciones de sus profecías, con la de las Escrituras. Para aclarar este asunto, tenemos que la inspiración que se hace presente en el don de profecía, no es en el mismo nivel que la inspiración en las Escrituras. Esto queda indicado en el hecho que se instruye a los creyentes, a probar o juzgar los mensajes proféticos (Ver 1 Corintios 14:29).

2.2 Los moderados, conceptúan la profecía, como la expresión de un mensaje sobrenatural, que viene directamente de Dios por el Espíritu Santo. Puede ser mediante predicación, mandato o exhortación. Además creen que es un don siempre vigente, especialmente para la iglesia de hoy, ya que la venida del Señor se acerca. Estos repudian la idea de los extremistas en cuanto a la profecía, y si bien creen que las profecías de la actualidad tienen carácter sobrenatural, enseñan que son de valor y autoridad secundarios, en relación con las Escrituras canónicas.

3. La del cristianismo activista o politizado. Para éstos, el significado principal que tiene la palabra “profecía”, es el de una voz de protesta en contra de los males y las injusticias de la sociedad y de los gobiernos modernos, pensando especialmente en las protestas de ese tipo que pronunciaron los profetas del AT.

4. La del cristiano moderno. Hay otra posición que defienden muchos estudiosos de la Biblia, y es la siguiente: “los dones espirituales (incluyendo el de profecía), terminaron con los apóstoles”. Estos afirman que para este tiempo no están operando esos dones, que fueron utilizados por los hermanos de la iglesia apostólica, para poder llevar el evangelio, actuando como un impulso. Yo invito a ese grupo de hermanos que piensan de esa forma, para que lo demuestren bíblicamente. Si no me equivoco, ellos se basan en 1 Corintios 13:8 que dice: “...pero las profecías se acabaran”. Los invito para que examinemos con muchísimo cuidado, los versículos 9 y 10, que siguen: “Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; más cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará”. Si analizamos más adelante, los versículos 11 y 12, dicen lo siguiente: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; más cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Ahora vemos por espejo, oscuramente; más entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido”.

Es cierto que la profecía se acabará, pero es “cuando venga lo perfecto”. Si le preguntamos a cualquier hermano si ya vino lo perfecto, contestará: “no hermano, Cristo todavía no ha venido”; por lo tanto, la profecía, los profetas o el profetizar no se ha acabado, porque lo perfecto que es el establecimiento del reino eterno de Cristo no ha venido.

Observemos lo siguiente, muchos hermanos en Cristo opinan, que “lo perfecto” a que se refiere el apóstol Pablo, es el reino de Dios entre nosotros. Otros dicen, que es el establecimiento de la Iglesia aquí en la tierra. Otros, que es el evangelio. Todo esto que se afirma, no es correcto, porque esta carta del apóstol a los Corintios, fue escrita aproximadamente el año 55 d.C. unos 22 años después del día de Pentecostés en el cual el Espíritu Santo, llenó con poder a aquellos cristianos que esperaban esa promesa. Con este acontecimiento, se estableció la Iglesia de Jesucristo, se dio inicio a la predicación del evangelio, y se estableció el reino espiritual de Cristo aquí en la tierra.

Resumiendo este punto, la frase “cuando venga lo perfecto” significa, cuando Cristo se manifieste en gloria y establezca de una vez por todas, su reino eterno. Es entonces, que ya no se necesitarán las profecías, la ciencia, las lenguas, ni siquiera el evangelio, porque no habrá personas a quien predicarle el evangelio glorioso de Jesucristo.

Dios les bendiga rica y abundantemente

Diac González