Tu pobreza se llama fragilidad. La pobreza tiene muchos nombres, tantos cuantos son o pueden ser las carencias del ser humano.
Así, hay una pobreza que se llama ignorancia, porque la carencia del saber o de la ciencia conveniente hace pobre al hombre y le limita. De otro modo es pobre el que quisiera perdonar y no puede. Su resentimiento es una forma de pobreza, por consiguiente. Hay otro que anhela una salud que no le llega; es pobre en salud, y su enfermedad es también un modo de pobreza. La depresión que se adueña del alma robándole todo sosiego, ¿no es también un modo de durísima pobreza? Y desde luego, hay una pobreza por la que ha de pasar todo ser humano, cuando se vea despojado de todo. Es la pobreza de la muerte.

Puesto que Nuestro Señor Jesucristo dijo que había venido a dar buenas noticias a los pobres (Lc 4, 18), la pobreza no es ya una mala noticia; mala es la pobreza si no llega Cristo -y peor es quedarse sin Cristo por no haber encontrado la propia pobreza.

Un motivo muy importante de mi visita a tu vida es ayudarte a encontrar y amar tu pobreza. Como Francisco de Asís en su hora, todo hombre, y particularmente todo cristiano está llamado a desposarse con la Dama Pobreza, pues es seguro que Cristo cumple sus promesas, y que, si Él dijo que vendría a visitar a esta Dama, más vale que te encuentre por donde es seguro y firme que va a pasar. Recuerda el ejemplo que da Zaqueo: sabiendo que Jesús tenía que pasar por un cierto sitio, allí le esperó (Lc 19,1-10). Pues bien, hay una visita que Cristo no dejará de hacer: el saludo a la Pobreza. Espérale cerca de ella; espérale que no quedarás defraudado.

Ya te dije que hay una pobreza que todos habréis de sufrir, a saber, el despojo de la muerte. De cierto que a esa hora Cristo visitará a su amiga, la Dama Pobreza, esta vez vestida de cetrino y triste sayal. Fue decisión de su amor plantarse con los brazos bien extendidos -los brazos de su Cruz- y aguardar a toda creatura humana en esa puerta por donde forzosamente habéis de pasar. ¡Oh ternura de su piedad dulce y buena! Te he dicho que sois vosotros los que tenéis que esperarle, mas Él, por si acaso alguno fuere remiso, ya ves que ideó este plan -oneroso para Él y saludable a vosotros- para tener de todos modos ocasión de brindaros su saludo su mirada y su amor.

No es buena idea, sin embargo, que esperes hasta esa hora para atender tan noble y eximia visita. Es verdad que él te saldrá al encuentro, pero, ¿por qué aplazar esa hora, la más feliz de las horas de tu vida? ¡Ve, pues, tras su paso; no tardes más, alma perezosa! Ya sabes que la cita es en casa de la Dama Pobreza, y sabes qué aspecto tiene esta casa en tu caso dulce amigo mío. Porque tu pobreza se llama fragilidad. Otro día te hablaré de la fragilidad. Por hoy, ¡atiéndeme, hombre de Dios, y apresúrate hacia Jesucristo!

Deja que te invite a la alegría; Dios te ama, su amor es eterno.

Por Ángel.

Domingo, 23 de enero del 2000